Ha empezado la cuenta atrás para la Ch y la Ll. Si el chamán no lo resuelve, estas letras redundantes serán ejecutadas el próximo 27, cuando la asamblea de los académicos sancione su muerte en el marco de un juicio ortográfico inapelable. La enquina viene de lejos. El X Congreso de 1994 ya avanzó su intención de fusilar a cehaches y elles por impostoras, por bastardas usurpadoras de la C y la L. Desde entonces en los diccionarios, los eclécticos se han visto relegados por un trivial echarpe en el ránking de las palabras.
Espero que el 27 de noviembre los académicos respetarán el derecho de todo condenado a unas últimas palabras. Supongo que la Ll, siempre vacilante dada su patología esquizoide, prorrumpirá en llanto, en tanto la Ch, a fin de cuentas una letra proclive a los chistes y al choteo, se irá con un chisst allá donde vayan las letras muertas.
La ejecución de ambas letras es también una advertencia a la vida regalada que disfrutan algunas consonantes. Pienso en la V y en la H. Siempre en el punto de mira de los gramáticos radicales y que ahora vivirán días de desasosiego.
Personalmente, sin embargo, me siento un defensor de la V. Una letra que es pura voluntad de ser, fruto, sin duda, de una violenta venganza contra la reina B, la del busto bravucón, reina de los biceps, tan burra como abombada… En la V, en cambio, viven los violadores, los villanos, los reveldes sin causa. Es una letra que se te hace simpática: ¡Viva la V!
La H, por su parte, es al alfabeto lo que el 0 a los números. Toda una genialidad para que cuadren las gramáticas. El sonido insonoro. La letra que, caso de existir, lo hace justo en el límite; no en balde es lo último que profieren los humanos cuando la vida se les escapa: “Ahhhh”.
Un auto de fe contra el exceso caligráfico que mantiene en vilo, también, a estas repúblicas sin súbditos que son la X, la Y y la W. Andorras y Luxemburgos del alfabeto. Letras menores, polémicas, que habitan en lo superfluo y que deben su existencia a la habilidad española de encajar 29 poltronas donde sólo cabían 26, en referencia a la costumbre de confiar la custodia de cada letra a un prohombre. Pues sospecho que, en su día, al haber más académicos que letras, se optó por inventar letras de gañote duplicando los sonidos, y así todos contentos, y así más próceres con el ego enjabonado (aunque no sé de qué se jactará el académico que custodia la X, encargo que viene a ser una declaración oficial de gandulería, algo así como la medalla del trabajo pero en negativo).
De la X decir que su modesta función se reduce a baluarte xilofónico. Sin xilófonos, la X acaso no existiría (tampoco Lionel Hampton). Es así que me la imagino como una letra temblorosa que no tiene otro quehacer que leer el BOE con la ansiedad de encontrar algún día la fatal noticia: “la cátedra de xilófono desaparece del conservatorio”. El principio del fin. No en balde, es la X la letra más pobre del alfabeto; reducto de xilófagos y xenófobos, todo lo que es se lo debe al griego, del que heredó un patrimonio que ha dilapidado en 2.500 años de sexo duro; una vida llevada al extremo.
La W es otra punk del abecedario. Un tributo al whisky, ya se sabe. Una letra tan alcóholica que se escribe doble. Su presencia en el alfabeto es sin duda una imposición de las grandes potencias, deuda de guerra arrancada por Wellington y las walkirias tras alguna debacle de nuestras armas, o una compensación al Quijote por la Ñ de los teclados.
De la Y basta saber que si no fuera por cuatro yeclanos yonkis no existiría hace días. Que pena de letra escuálida, piensa la opulenta A, cada vez que se topa con ella en la queja. “Ay”.
Y sin embargo, los filósofos adoramos estas letras tan míseras.
Vean la Y, más de un maestro mataría por descifrar su misterio. La única consonante con el don de significar por ella misma. Reina copuladora, capaz de enlazar tesis y antítesis sin despeinarse. La Y, en contraposición a la adversa O, es como una diosa de la fertilidad. Permite estirar las descripciones hasta el infinito, enriquecer la definición con un universo de yuxtaposiciones sin que sepamos porqué.
Y si misteriosa es la Y, la X es el triunfo del enigma. El país de lo inefable, la solución a todo lo que pueda pasar. Es mágica. Un día la S me dijo que la X tiene tan poco acervo porque es un proyecto de futuro. A la X están llamadas las palabras que ignoramos y que pese a las apariencias, son muchas más que las que conocemos.
Qué sabia es la S.
Espero que el 27 de noviembre los académicos respetarán el derecho de todo condenado a unas últimas palabras. Supongo que la Ll, siempre vacilante dada su patología esquizoide, prorrumpirá en llanto, en tanto la Ch, a fin de cuentas una letra proclive a los chistes y al choteo, se irá con un chisst allá donde vayan las letras muertas.
La ejecución de ambas letras es también una advertencia a la vida regalada que disfrutan algunas consonantes. Pienso en la V y en la H. Siempre en el punto de mira de los gramáticos radicales y que ahora vivirán días de desasosiego.
Personalmente, sin embargo, me siento un defensor de la V. Una letra que es pura voluntad de ser, fruto, sin duda, de una violenta venganza contra la reina B, la del busto bravucón, reina de los biceps, tan burra como abombada… En la V, en cambio, viven los violadores, los villanos, los reveldes sin causa. Es una letra que se te hace simpática: ¡Viva la V!
La H, por su parte, es al alfabeto lo que el 0 a los números. Toda una genialidad para que cuadren las gramáticas. El sonido insonoro. La letra que, caso de existir, lo hace justo en el límite; no en balde es lo último que profieren los humanos cuando la vida se les escapa: “Ahhhh”.
Un auto de fe contra el exceso caligráfico que mantiene en vilo, también, a estas repúblicas sin súbditos que son la X, la Y y la W. Andorras y Luxemburgos del alfabeto. Letras menores, polémicas, que habitan en lo superfluo y que deben su existencia a la habilidad española de encajar 29 poltronas donde sólo cabían 26, en referencia a la costumbre de confiar la custodia de cada letra a un prohombre. Pues sospecho que, en su día, al haber más académicos que letras, se optó por inventar letras de gañote duplicando los sonidos, y así todos contentos, y así más próceres con el ego enjabonado (aunque no sé de qué se jactará el académico que custodia la X, encargo que viene a ser una declaración oficial de gandulería, algo así como la medalla del trabajo pero en negativo).
De la X decir que su modesta función se reduce a baluarte xilofónico. Sin xilófonos, la X acaso no existiría (tampoco Lionel Hampton). Es así que me la imagino como una letra temblorosa que no tiene otro quehacer que leer el BOE con la ansiedad de encontrar algún día la fatal noticia: “la cátedra de xilófono desaparece del conservatorio”. El principio del fin. No en balde, es la X la letra más pobre del alfabeto; reducto de xilófagos y xenófobos, todo lo que es se lo debe al griego, del que heredó un patrimonio que ha dilapidado en 2.500 años de sexo duro; una vida llevada al extremo.
La W es otra punk del abecedario. Un tributo al whisky, ya se sabe. Una letra tan alcóholica que se escribe doble. Su presencia en el alfabeto es sin duda una imposición de las grandes potencias, deuda de guerra arrancada por Wellington y las walkirias tras alguna debacle de nuestras armas, o una compensación al Quijote por la Ñ de los teclados.
De la Y basta saber que si no fuera por cuatro yeclanos yonkis no existiría hace días. Que pena de letra escuálida, piensa la opulenta A, cada vez que se topa con ella en la queja. “Ay”.
Y sin embargo, los filósofos adoramos estas letras tan míseras.
Vean la Y, más de un maestro mataría por descifrar su misterio. La única consonante con el don de significar por ella misma. Reina copuladora, capaz de enlazar tesis y antítesis sin despeinarse. La Y, en contraposición a la adversa O, es como una diosa de la fertilidad. Permite estirar las descripciones hasta el infinito, enriquecer la definición con un universo de yuxtaposiciones sin que sepamos porqué.
Y si misteriosa es la Y, la X es el triunfo del enigma. El país de lo inefable, la solución a todo lo que pueda pasar. Es mágica. Un día la S me dijo que la X tiene tan poco acervo porque es un proyecto de futuro. A la X están llamadas las palabras que ignoramos y que pese a las apariencias, son muchas más que las que conocemos.
Qué sabia es la S.
6 comentarios:
Esta vez me adelanto a Jabier y pongo la V donde tocaba... Disculpas por la falta de acerbo.
Gran post. Pero se olvida usted de la necesidad imperiosa de utilizar la X y la Y de manera crucial en las matemáticas.
Que si bien otras letras podrían utilizarse. A uno no se le queda el mismo regustín si no usa al resolver lo que se tenga que resolver con estás dos gloriosas letras.
Se ha ganado usted reinar como el Príncipe de las Letras Indefensas. Vivimos tiempos de cruzadas contra los apellidos y los caracteres tipográficos, con este gobierno de semánticos absurdos.
Saludines.
Francissco, trataré de ser un rey prudente y no entrar en guerras semánticas ni de ningún tipo.
Boedier. En efecto, que los lenguajes formales no sean nada sin la X ni la Y (sin olvidar la n cursiva y la z, secundarias de lujo) indica que estamos ante las letras más educadas del alfabeto.
¿Rebelde con v? Hummmmmm Sr. IA le estan fallando algunos 0 y 1s
Es una reveldia gramatical, claro.
Reveldia consciente. La que no era acerbo, por acervo. Acerbo es agrio, inhóspito, acervo conjunto de... Gracias Anónimo.
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