domingo, 14 de junio de 2015

Nanotratado sobre Kennedy Toole

Para nosotros, novelistas rechazados, John Kennedy Toole, el autor de la Conjura de los Necios, es como el presidente del sindicato. El joven prodigio que tras escribir una obra maestra lucha en balde contra el sistema editorial. La amargura del fracaso va carcomiendo su alma y el 26 de marzo de 1969, con 31 años, Toole detiene el coche en una carretera de Lousisiana, empalma una manguera al tubo de escape y se mata.

Thelma, la madre del suicida, asume entonces la cruzada de ver publicada La Conjura. Y lo consigue tras diez años de batallar contra el rechazo. El éxito será fulminante y a Toole se le concede póstumamente el más alto galardón de la narrativa americana, el Pulitzer de 1981 “¡Chúpate esa, sector editoria! A algún día a mi me pasará lo mismo”, clama con envidia (?) el novelista rechazado.

Hasta ahí la leyenda. Una Mariposa en la Máquina de Escribir, de Cory Maclauchlin, es la brillante aunque por momentos tediosa biografía del genio. Nos explica que la cosa no fue exactamente así. 


Toole era un hombre brillante en el terreno social y académico. Luchando contra la adversidad económica -procede de una familia sureña de alcurnia muy venida a menos- consiguió graduarse en prestigiosas universidades. Era ciertamente snob y con un enorme talento para la imitación y la ironía, para captar ese momento cómico en lo cotidiano. Era un enamorado de Nueva Orleas, para él, una suerte de laboratorio literario en el que encontrar giros argóticos, situaciones rocambolescas, paisajes alucinantes.

Como alumno y estudioso de la literatura inglesa, sobre todo la renacentista, todos sus profesores concluyen que era un crack. Pero como escritor era inconstante, hacía sus pinitos, se marcó la típica novela adolescente en la que ya apuntaba maneras. Todo eso cambia en 1961 y 1962. Siendo sargento en Puerto Rico (enseñó inglés durante sus dos años de servicio militar a los nativos, a los que como buen surista desdeña pero trata con justicia), la musa le atrapa y todas aquellas notas, bocetos, redacciones y situaciones que ha ido recopilando durante sus años de formación académica, van a cristalizar en una gran obra.

Pienso que la Conjura es una obra maestra. Por un lado es una sátira de los movimientos políticos de la América de los 60. Por otra es un despliegue de tipos pintorescos de la pintoresca ciudad de Nueva Orlean. Por encima, por el medio y por debajo es el retrato de un friki, Ignatius Reilly. Pedante, excéntrico, retrógrado, incapaz de encajar en la sociedad de su tiempo, inmerso en una serie de desquiciantes relaciones personales.  Una sucesión de gags hilarantes, de observaciones ingeniosas, diálogos incisivos y descripciones cargadas de sarcasmo e ironía.  

También Gotlieb, un prestigioso editor neoyorkino, pensaba que había madera de genio en aquel borrador que le llegó un día de 1962. Era al primer -y único- editor al que acudió Toole. Sin embargo, el neoyorkino no está nada seguro de la viabilidad comercial de La Conjura. Es una novela de humor, un sector de alto riesgo, y que aparentemente "no trata de nada", se lamentaba. Durante tres años hay un intercambio postal con Toole para tratar de mejorar la novela. 

Gotlieb, al que la teatral y excesiva Thelma siempre culpó -injustamente, según Maclauchlin- de ser la bestia parda que acabó con su hijo, no andaba nada desencaminado y a la vez despistado del todo. Sin embargo sus propuestas de mejora son buenas. Pero algo sucede, Toole entra en crisis, es incapaz de retocar el manuscrito. Se bloquea e inicia una cuesta abajo por la pendiente de la depresión.

Antecedentes familiares de locura, frustración vital, un entorno familiar problemático, un trabajo de docente con las monjas Dominicas muy por debajo de su talento, pero sobre todo, esa incapacidad de seguir escribiendo y ese saberse instalado en una mediocridad que no va a ningún sitio. 

No es un novelista al uso. Es un estudioso de la literatura brillante y sobradamente preparado al que, un buen día, la inspiración -años y años de experiencias- le dictan una novela memorable. Y pienso que él sabe que es realmente la única cosa que puede escribir, la recopilación de estampas orleasianas desde el satírico punto de vista de un medievalista borde, patético y desternillante. La única cosa que merece la pena escribir. Y no sabe cómo hacerlo para contentar a la industria editorial. Simplemente ha creado una obra maestra y hasta aquí llega.

Macluchlin carga contra la interpretación queer, según la cual las tendencias homofílicas de nuestro amigo Toole, están en la base de su inestabilidad mental. Es otro cuento de críticos baratos. Toole vive demasiado ensimismado para otra faceta sexual que el onanismo. Su relación doméstica con lo cotidiano es siempre compleja. Imposible constreñirlo a una realidad conyugal -hétero o no hétero- que le hiciera feliz. Solo la gloria literaria, el reconocimiento, el éxito y la fama, podían salvarle de la autodestrucción. Y lo sabía. 

lunes, 23 de febrero de 2015

Donde me declaro ursulokaleguinista a ultranza

Y sigo con CF femenina

Finalmente me léi algo de Ursula K. Le Guin. Lo suficiente para corroborar lo que todo el mundo sabe. Que es una grande de la CF.

Me pasó que, en su día, leí algunos cuentos de Úrsula, tan malos, manidos y aburridos que pensé, otra a la que la crítica ha subido a las altares solo para justificar seminarios del tipo "el feminismo en la ciencia ficción".

Qué enorme error. Todo llega. No sé ustedes, pero en los dos últimos años mis anhelos de CF no encuentran eco en el mercado. La crisis se ha llevado por delante la traducción de autores como Harrison, Wats, o el mismísimo Stephenson (que sigue sin dar señales de vida). El cierre de páginas como Prospectiva me ha dejado sin enlace con los exploradores que, antiguamente, peinaban por mí la producción patria o foránea a la caza de nuevos talentos. De vez en vez me cae algo de Mieville, Ted Chiang, tenemos lo último de Terra Nova... Pero falta material. De modo y manera que me dedico a escanear libros de los 80 y 90 cazados en tiendas de segunda mano. En estas caí sobre Planeta de Exilio, la primera secuela del mundo de Ekumen... Vamos, lo devoré, lo pasé como un enano y de ser una cínico detractor he pasado a militar en el ursulokaleguinismo más estricto, de modo y manera que busco la Mano Izquierda de la Oscuridad como un desesperado, toda vez que pienso que, bueno, esos horribles cuentos suyos que leí, lo mismo eran cosa de encargos comerciales para tal o cual compilación.

También, como sea que estoy utorizando los gustos literarios de una joven IA a la que he decidido apadrinar (la historia es larga, y tiene que ver con mi expulsión de la COTIA y la HMSTIA (tercera asamblea), me releí tooooodo el ciclo de Ender. Tan desesperado estaba... Una vez más quedé parcialmente atrapado de esta extraña teosofía enderiana, anticreacionista y que nos retrotrae a un improbable aristotelismo mormón. Pues eso es lo que ma llamado más mi atención. Mi lectura senecta de Ender (Voz de los Muertos, Ender Xenocida y continuaciones) me ha descubierto un punto de vista aristotélico, que me ha hecho más llevadero el trance. Es un Aristóteles muy platónico, claro, de cuando el Estagerita estaba de becario en la Academia. Y es una pena lo del cierre de webs serias de CF porque si no le largaba a mi avatar de cabeza de conejo toda la explanación al respecto. De cómo el mundo de las ideas se relaciona con los ansiles, este con la biología esencialista de Aristóteles y las teorías de negación del infinito, y como Scott Card, desde la más estricta ignorancia de todo eso, logra el importante avance que para el "diseño inteligente" puede suponer plantarse en el siglo III Antes de Cristo. Fenómeno.

lunes, 2 de febrero de 2015

Restos de Población y el tratado de la paciencia

Paciencia, mucha paciencia con esta novela.
Finalista del Hugo 97, Restos de Población, de Elizabeth Moon, me ha impactado. Una correcta novela de primer encuentro que tiene en su protagonista, Sera Ofelia, su verdadero tour de force, su razón de ser.

Un planeta perdido de la mano de Dios, un puñado de colonos instalados en zona tropical tratando de adaptar a la biología terráquea la naturaleza alienígena. Tras cuarenta años luchando contra monzones y radiaciones, la compañía cancela el asentamiento y evacua a los colonos.

A sus 80 años, Sera Ofelia, solo quiere tranquilidad. Su hijo y nuera son un poco capullos, no la necesitan para nada allá donde van. Su pasado ha sido más bien desdichado (hijos muertos, marido machista), y he aquí que cuando cultivando sus tomates y habas Ofelia había logrado una cierta armonía la obligan a irse. Para lo que me queda en el convento... Y Ofelia decide esconderse, rehuir la última lanzadera y cual Robinsona Crusoe, sobrevivir en su casa, en su huerto.

Tiene a su favor una tecnología energética y algo así como una impresora 3D. Tiene en su contra la cadera, los muchos años, el pasado, una cabeza lenta, pero sagaz. Una vieja cabrona harta de todo que oculta su rebeldía permanente bajo una máscara de ovejil mansedumbre.

Las cosas van más o menos hasta que aparece El Pueblo, una sorprendente raza hostil muy atrasada tecnológicamente que, de la noche a la mañana, se da a conocer. Ofelia está llamada a ser la embajadora de los humanos ante esta nueva especie inteligente, la primera con la que se tropiezan los humanos.

Hay mucho de Robinsón Crusoe en esta novela, pero ante todo, lo que hay, es una, por momentos exasperante, aproximación a la mente de una abuela, sin formación, sin ciencia, sin otro ingenio que su armonía y sentido común. Esta es la grandeza de Restos de Población, nos plantea la típica historia de primer contacto, pero en las carnes de una abuela.

La parte negativa es que para meternos en la mente de Ofelia vamos a tener que invertir casi medio libro en un senecto pasa-páginas sin acción, sin trama, sin otra cosa que abuelo viendo crecer la hierba. El retrato psicológico de la abuela es espectacular, acorde a la paciencia del lector. En cuanto a los alienígenas, en líneas generales bien, se peca un tanto de falta de credibilidad que Moon intenta trampear como puede. Hay un buen trabajo filológico, antropológico y mítico (a la hora de pintar el mundo trascendente de El Pueblo). Y no digo más para no destripar un libro. Que recomiendo a aficionados a la CF ya talluditos, interesados en la gerontología y encallecidos lectores de CF, con arrestos para todo.

Porque es un libro que requiere lentitud, paciencia, buena voluntad. A mí el esfuerzo me valió la pena. Tuve paciencia, y como Ofelia, al final me vi recompensado por una novela de primer contacto emocionante, muy bien escrita, distinta, con sus pequeños errores, pero atractiva y gratificante.