sábado, 11 de febrero de 2012

Viaje al purgatorio de Ramón de Perellós (3)


El viaje
Ramón, vizconde de Perellós y Roda, comunica a Benedicto XIII su intención de visitar el purgatorio. La razón que esgrime es la que sigue:

"En el tiempo que estuve con el papa llegaron a Aviñón las tristes noticias sobre la muerte del rey. Me dolió profundamente, como a ningún otro servidor del rey le doliera. Fue entonces cuando me impuse la misión de viajar al purgatorio de San Patricio con la idea de, si fuera posible, encontrar allí a mi señor y saber qué padecimientos le alcanzaban"*.

Juan I muere el 19 de mayo y la noticia llega a Aviñón pocas semanas después. Como hemos visto, en los meses que siguen Perellós se lanza a una frenética actividad diplomática para frenar la ofensiva gascona sobre Aragón, desarticulada esta, y de nuevo en Aviñón, Perellós informa oficialmente al papa de sus proyectos. En primera instancia el papa se niega, intenta disuadirle aduciendo lo peligroso de la empresa.
Las noticias que se tienen del purgatorio de San Patricio refieren al Tratactatus de Purgatorio Sanctii Patricii,  -atribuido- al fraile cisterciense de Huntingdonshire, Henry de Saltrey, entre 1180 y 1184, y al que luego hemos de volver. Es un lugar común del texto avisar incansablemente de los peligros que acechan al peregrino que desee ver la cueva, los más no regresan de esta excursión al mundo de los muertos. No obstante, Perellós es terco y en una segunda entrevista obtiene la bula que le permitirá viajar a Irlanda con la condición de peregrino.
Esto es importante, por cuando la bula de peregrinaje obliga a los creyentes a facilitar el periplo del peregrino e incluso socorrerle (en el bien entendido que es una obligación moral, de iure).
En cualquier caso, Ramón, acompañado de su hermano Ponç, y sus hijos Lluís y Ramon, parte de Aviñón el 7 de setiembre de 1397.

Llega a París, donde consigue cartas de recomendación para el rey de Inglaterra del propio monarca francés, así como del duque de Berry y del duque de Borgoña. El contexto histórico cobra aquí especial relevancia; estamos en un impasse de la Guerra de los Cien Años, unos meses antes, en 1396 el rey francés había entregado en matrimonio al rey inglés, Ricardo II (con tantos problemas internos como su suegro), a su hija de 7 años. Esto supuso trastocar el equilibrio de poderes de la época, al situar los tronos inglés y francés en un principio de sintonía. 



El 1 de noviembre Perellós cruza el Canal de la Mancha por Calais. Llega a Londres, y en Canterbury es informado de que el rey Ricardo está en Woodstock Manor (cerca de Oxford). Allí Perellós recaló 10 días, siendo tratado con todos los honores. La siguiente referencia que aporta Perellós es Esteper, ya en Galés (¿Stoke-on-Trent?), de donde pasa a Chester. En la gran ría de Liverpool Perellós alquila una nave con la que recorre la costa norte de Gales hasta Holyhead. La siguiente etapa es la isla de Man, y de ahí a Dublín, donde es recibido por el primo del rey y IV Señor de March, Roger Mortimer.
Perellós es igualmente agasajado por todo lo alto (no en balde, a las cartas de recomendación ya en su poder ha sumado las del rey y la reina inglesa). El conde trata de disuadirle de continuar el viaje, por la razón ya conocida de los peligros de visitar a los muertos, a lo que añade que los territorios que deberá cruzar Ramón (Irlanda de parte a parte) están poblados por salvajes irredentos, siéndole imposible garantizar la seguridad de los peregrinos. Visto que el empeño del vizconde es firme, Roger Mortimer regala caballos a los viajeros y les presta un traductor, Joan Talabot, inequívoca catalanización de John Talbot, y Joan Diury (¿John Dury), que servirá de escudero. El viaje prosigue sin incidentes hasta Drogheda, donde es recibido por el obispo, quien de nuevo alecciona a Perellós sobre la necesidad de cesar en su empeño habida cuenta de los peligros de la cueva así como de la inseguridad del territorio. Nuevamente Perellós expone su inquebrantable decisión de culminar el viaje y, en un aparte, el obispo le confiesa y le da licencia, al tiempo que le explica con cierto secretismo que le espere en la cercana ciudad de Dundalk. Desde esa ciudad, Ramón remite mensajeros a la corte del rey irlandés Niall O'Neill, en Armagh, que responde enviando a un caballero a Dundalk para escoltar a Ramón hasta Armahg. En eso, y cumpliendo su palabra, llega a Dundalk el obispo con una escolta de 100 caballeros.

Con esta compañía Perellós entra en el territorio del rey Niall, pero al cabo de cinco millas, los cien caballeros optan por retirarse. Perellós prosigue por sus solos medios media milla hasta encontrar a otros cien caballeros, esta vez irlandeses y liderados por el mismísimo rey Niall. 

Perellós detiene aquí su relato para caracterizar a la sociedad irlandesa. Habla de las costumbres locales, de la pobreza de las gentes y la rudeza de la corte (el rey va descalzo y el día de Navidad come en el suelo sobre un mantel de juncos). Los peregrinos catalanes llevan ya más de dos meses de camino, cuando se enfrentan a la etapa más peliaguda, cruzar Irlanda hasta el lago Derg (Lough Derg), en la costa occidental irlandesa, Donegal. Al llegar allí, a la localidad de Procesión (probablemente Pettigoe) ya no están solos, para entonces forman parte de una peregrinación penitencial estructurada. 

Acompañado del señor local, Ramón es presentado a los frailes, que le llevarán juntos al resto de peregrinos a la isla (situada a unos cien metros de la costa). La isla consta de un monasterio y, apartada y rodeada de muros, la cueva que da acceso al purgatorio.

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*La traducción es mía sobre el original publicado en la edición de Edicions 62, "Novel.les amoroses i morals", recopilación de textos catalanes datados entre el XIV y el XVIII y a cargo de Arseni Pacheco y August Bover. Barcelona 1982. En adelante, las citas se referirán a la versión al español a mi cargo. La razón para traducir es el estilo anodino de Ramón de Perellós, encima, en un catalán cargado de galicismos, de difícil comprensión y nulo deleite estético para un lector contemporáneo no especializado, me temo.

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