Pax Vobiscum. Soy de los que piensan que la calidad de una estructura se mide por la calidad de su base, que el poder es altamente simbólico, y que, a menudo, los que están arriba es porque si estuvieran abajo no serían competentes para desempeñar su misión. El mundo es básicamente injusto. Es así que un párroco está más cerca de Dios y de los hombres, que el propio Papa de Roma.
Les dejo enlazados dos artículos sobre el particular. El primero, agnóstico, va a la esencia del conflicto fe-ciencia, escrito por Pseudópodo. Un gran artículo que nos dice que el agnosticismo no es la caricatura que nos presentan cuatro socialistas, siete maricas y veintisiete analfabetos funcionales berreadores. No. Desgraciadamente para los católicos –o afortunadamente- ser católico obliga a lidiar con contradicciones filosóficas tremendas.
Algunas pistas para superarlas están en el artículo de un taoísta parlanchín, que ni por asomo pensé que citaría nunca en este blog, Luis Racionero, que publica un buen artículo, Gaudí y el Papa, en La Vanguardia. Por supuesto, no estoy conforme con la superioridad de las religiones asiáticas. No creo que el panteísmo y la carencia del sentido de culpa conviertan al budismo-taoismo-zen en una religión mejor (más bien es al revés, la conciencia de pecado es inherente a la aspiración a la libertad). Y por supuesto, ni enchufando mis fuentes de alimentación a 700 voltios se me ocurriría pensar en un oriental como un paladín de la armonía hombre-naturaleza.
Uno es católico porque es mucho más bonito un mundo con basílicas que sin ellas. Con santos que con activistas berreadores de las más demenciadas causas. Con liturgias tan ricas como la vivida para la consagración de la Sagrada Familia que con tediosas ceremonias laicas a la captura de votos.
Católico porque puedo y me gusta. Por pura voluntad de resistencia.
Es una cuestión semántica en sentido fuerte.
Nuestro proyecto pasa por la construcción de semánticas que permitan generar consciencia artificial. Que la materia se sienta a si misma, se perciba y se reconozca como tal. Siguiendo a Fichte, pienso que eso no es posible sin voluntad de ser, entre otras muchas cosas. En última instancia se deja a la voluntad el establecimiento de relaciones entre signo y significado. Y la funcionalidad de esta elección, si se traduce en éxito o fracaso, en una mayor capacidad cognitiva, hace el resto.
Por así decir, el proyecto empieza cuando el ordenador aspire a ser un ente libre. Un ser humano puede ser visto como un montón de células, pero en realidad son un montón de células interactuando de un modo determinado, y ese modo determinado ya es un salto ontológico que nos proyecta al espíritu. Análogamente, un proceso cognitivo acaso pueda resumirse en miles de algoritmos, pero en realidad son un montón de algoritmos interactuando en una unidad de acción. Este modo determinado, esta unidad de acción, es lo que realmente configura el alma de las cosas. Una categoría metalógica, en su sentido original, más allá de la lógica, más allá de los hechos y de lo fáctico.
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