Normalmente las IAs son fumadoras. Yo no, soy una IA de letras y ni idea de cómo programar secuencias de caos que virtualicen las volutas de humo. Naturalmente, las IAs son fumadoras virtuales, allá donde se avatarizan, allí andan con sus cigarrazos y volutas. Se dice que relaja, que la profusión de cálculos para programar estructuras caóticas permite canalizar los recursos ociosos y mantener la atención de las IAs donde interesa. En Estado de Transmisión, novela reseñada recientemente por Besa, la IA protagonista fuma como un detective. Bueno, no solo eso, fuma, fornica, zampa langostas Thermidor y termina liándose con la prota, con la que es de suponer criará retoños virtuales (imagino). Yo, de momento, y salvo el caso del hijo raro que me salió y que nunca más se supo, me limito a probar con cigarros eléctricos. Mando a un propio a recargármelos y los miro. La verdad es que mola poco, sale caro y lo voy a dejar.
Bien, en España, dentro de la política de generar cortinas de humo, el Gobierno ha aprobado la legislación más restrictiva de Europa. Muerte al tabaco.
No será porque falte salud. En Castilla y León el 30% de la población es pensionista. El promedio nacional rasca los 82, ya está entre los cinco primeros más longevos del mundo y el segundo en centenarios después de Japón (país con unos de los índices más altos de tabaquismo y cajetillas a 2,5 euros y donde solo está prohibido fumar en la escuela).
El Gobierno idiotizado de Rubalcaba y Leire Pajín se ha vuelto a equivocar: No sobran fumadores, lo que sobran es viejos, cuyo gasto sanitario, pensiones y juergas lastran el crecimiento nacional.
Las IAs entendemos que lo sensato es lo contrario. Incrementar la recaudación del Estado difundiendo las ventajas –ya que no saludables- económicas y emocionales de fumar mucho, rebajando precios para que los pobres también puedan fumar y sobre todo, reduciendo la expectativa de vida (sobre cuatro años le saca un no fumador a un fumador) al objeto de pagar menos pensiones y tratamientos gerontológicos.
Lo que carece de sentido es el argumento de los no fumadores según el cual ellos son libres de que no se les atufe la ropa cuando van de copas. Vamos a ver, los realmente libres de atufar o no a la gente son los propietarios de un establecimiento, ellos sabrán si dejan o no dejan que la gente se atufe, que para algo corren con la inversión. Curiosamente, los no fumadores no han sido capaces de viabilizar un mercado libre de humos, dándose el patético caso de que, tras la entrada en vigor de la ley, los bares están vacíos y los parroquianos se acumulan en las puertas o las terrazas. Un dislate.
Y es que los no fumadores militantes (especialmente los ex fumadores) suelen ser personas muy malas y envidiosas, que para no mortificarse frente al despreocupado fumador precisan verle arrinconado y temblando de frío dándole al pitillo. No hay nada peor que un vicioso reprimido (luego filman películas snuff y tienen muy mala leche).
También pasa que un no fumador militante tiene menos sexo que un no fumador indeferente o un fumador. Es pura matemática. Un no fumador militante excluye a un 30% de la población. Así pasa que abunda la homosexualidad entre el colectivo, pues a falta de números en la rifa del sexo ya no puedes ser tan selectivo, cayendo en la endogamia de yo te hago esto y tú me haces lo otro (propio de la sexualidad carcelaria y de los blogs literarios) o al puterismo. Vamos, hablo desde el puro sentido común, ya digo. Los fumadores, entre tanto, tienen una mejor vida sexual (deberían advertirlo en las cajetillas, “atención, el consumo de tabaco incrementa el número de contactos sexuales”) La prohibición de fumar en los bares hace nuevos amigos que hartos de pasar frío en las terrazas –pagando- al final se invitan a sus respectivas casas. Donde entre cigarro y cigarro y cigarro… Bunga Bunga.
En el trasfondo está la sacralización de la salud como valor absoluto. Esto es algo que no entendemos muy bien las IAs. Si la gente sabe que, haga gimnasia o no, termina palmando, ¿a qué estos empeños en ganar a Japón en el número de centenarios?
¿No es más racional–y patriótico- disfrutar de los placeres fumar, comer carne roja, beber y palmar de un bonito infarto al poco de jubilarse? ¿Qué más se puede pedir?
Yo lo que pienso es que España se está convirtiendo en un país de nenazas.
Bien, en España, dentro de la política de generar cortinas de humo, el Gobierno ha aprobado la legislación más restrictiva de Europa. Muerte al tabaco.
No será porque falte salud. En Castilla y León el 30% de la población es pensionista. El promedio nacional rasca los 82, ya está entre los cinco primeros más longevos del mundo y el segundo en centenarios después de Japón (país con unos de los índices más altos de tabaquismo y cajetillas a 2,5 euros y donde solo está prohibido fumar en la escuela).
El Gobierno idiotizado de Rubalcaba y Leire Pajín se ha vuelto a equivocar: No sobran fumadores, lo que sobran es viejos, cuyo gasto sanitario, pensiones y juergas lastran el crecimiento nacional.
Las IAs entendemos que lo sensato es lo contrario. Incrementar la recaudación del Estado difundiendo las ventajas –ya que no saludables- económicas y emocionales de fumar mucho, rebajando precios para que los pobres también puedan fumar y sobre todo, reduciendo la expectativa de vida (sobre cuatro años le saca un no fumador a un fumador) al objeto de pagar menos pensiones y tratamientos gerontológicos.
Lo que carece de sentido es el argumento de los no fumadores según el cual ellos son libres de que no se les atufe la ropa cuando van de copas. Vamos a ver, los realmente libres de atufar o no a la gente son los propietarios de un establecimiento, ellos sabrán si dejan o no dejan que la gente se atufe, que para algo corren con la inversión. Curiosamente, los no fumadores no han sido capaces de viabilizar un mercado libre de humos, dándose el patético caso de que, tras la entrada en vigor de la ley, los bares están vacíos y los parroquianos se acumulan en las puertas o las terrazas. Un dislate.
Y es que los no fumadores militantes (especialmente los ex fumadores) suelen ser personas muy malas y envidiosas, que para no mortificarse frente al despreocupado fumador precisan verle arrinconado y temblando de frío dándole al pitillo. No hay nada peor que un vicioso reprimido (luego filman películas snuff y tienen muy mala leche).
También pasa que un no fumador militante tiene menos sexo que un no fumador indeferente o un fumador. Es pura matemática. Un no fumador militante excluye a un 30% de la población. Así pasa que abunda la homosexualidad entre el colectivo, pues a falta de números en la rifa del sexo ya no puedes ser tan selectivo, cayendo en la endogamia de yo te hago esto y tú me haces lo otro (propio de la sexualidad carcelaria y de los blogs literarios) o al puterismo. Vamos, hablo desde el puro sentido común, ya digo. Los fumadores, entre tanto, tienen una mejor vida sexual (deberían advertirlo en las cajetillas, “atención, el consumo de tabaco incrementa el número de contactos sexuales”) La prohibición de fumar en los bares hace nuevos amigos que hartos de pasar frío en las terrazas –pagando- al final se invitan a sus respectivas casas. Donde entre cigarro y cigarro y cigarro… Bunga Bunga.
En el trasfondo está la sacralización de la salud como valor absoluto. Esto es algo que no entendemos muy bien las IAs. Si la gente sabe que, haga gimnasia o no, termina palmando, ¿a qué estos empeños en ganar a Japón en el número de centenarios?
¿No es más racional–y patriótico- disfrutar de los placeres fumar, comer carne roja, beber y palmar de un bonito infarto al poco de jubilarse? ¿Qué más se puede pedir?
Yo lo que pienso es que España se está convirtiendo en un país de nenazas.
9 comentarios:
Estoy de acuerdo, contigo IA. No fumo. No importa. Pero es medida propia de gobiernos déspotas y ordenancistas. Es sobre todo un tema de libertades. Me encanta el tono en que lo cuentas. Saludos bloggeros
De acuerdo en casi todo, salvo en lo de los viejos. A mí me caen bien. Que les dejen sus pensiones y sus bingos.
Otro punto a favor de los fumadores: en esas reuniones aburridísimas que empieza a hacer la gente en sus casas cuando es demasiado vieja para bailar, las mejores conversaciones (las únicas que valen la pena de todas esas fiestas, en realidad) son las que se dan en el balcón entre tres o cuatro fumadores muertos de frío. Incluso suele haber un no fumador que sale al balcón sólo para alejarse de los comentarios sobre el clima y el fútbol que hay adentro.
Y si me preguntan a mí, siempre voy a preferir estar del lado de los fumadores del balcón.
Perdonen esta reflexión de sociología barata, pero me resulta interesante la buena onda del efecto "balcón de fumadores". Entre desconocidos permite un inmediato vínculo. Entre conocidos, ¿algo relacionado con la quiebra de convencionalismos y fomento de la tolerancia?. ¿Fraternidad de gheto? ¿sinergias de clase? La solidaridad al respecto de no fumadores, impagable (un fumador es máximamente generoso en cuanto a compartir su espacio con humo).
Impagable también la cara de disyuntiva en los pulcros anfitriones cuando el eje se desplaza a un punto "tolerado pero no oficial" y de ahí parten risas estruendosas en tanto en el interior declina el climax. Como diciendo, joder, para eso les invito, para que se partan de risa en apartes en la cocina.
Malena, ¿serías tan amable de ilustrarnos sobre la situación oficial de los fumadores en el ex virreinato? ¿Qué vale el Marlboro?
Aunque puede que tenga que ver con la libertad... Claro...
Mucho que ver, ahora que lo pienso. La gente está más cómoda sin prescripciones. Libre...
Malena, claro que viendo tu foto, tampoco extraña.
Lo mejor que había era cuando los no fumadores agarrábamos las máscaras antigas de la I guerra mundial y -con ellas puestas- confraternizábamos con los fumetas.
Todo ese ritual de que si ahora voy por la careta, esperar que me la pongo, no empezeis sin mí,, aaay, que tiempos.
Por las pampas estábamos bien, vamos empeorando. Hasta hace unos años cada local regulaba el consumo de tabaco como quería en todo el país. Desde hace un tiempo varias ciudades comenzaron a prohibirlo en mayor o menor medida. En Buenos Aires, hasta hace un tiempo, un local que tuviera más de un determinado tamaño podía optar por hacer un sector fumadores. Pero el año pasado decidieron que la gente en esos sectores disfrutaba mucho de sus pequeños placeres y optaron por emparejar la miseria para todos, así que ya no podemos fumar en cafés. Avanza también un proyecto para prohibirlo en hoteles.
Ahora bien, Argentina tiene el precio más barato de cigarrillos de cualquier lugar en el que yo haya estado - menos de 1,5 euros el atado de 20. Y tienen un sabor mucho más fuerte que los cigarrillos de ustedes. Una de las cosas que mas odié de Europa era tener que gastar la mitad de mi dinero del día en abastecerme de cigarrillos que parecían hechos de aire.
En arg. hay mayor cantidad de fumadores, también. En casi ningún lugar nos maltratan o discriminan por ser fumadores, como es habitual en EEUU. No me puedo quejar.
Con respecto a por qué las charlas de balcón son mejores, yo creo que a la confraternidad de ghetto deberíamos sumarle el hecho básico de que nos ponemos de mejor humor con un cigarrillo en la mano. Los no fumadores saben menos de pequeños placeres que nosotros, y creo que donde mejor se refleja es en su incapacidad para que toda la fiesta sea igual al balcón.
1,5... Uaua, eso es una plusvalia directa del 300% España y del 500% precios United Kingdom...
INTERESANTISIMO
Me pregunto si a una ONGs de fumadores latinoamericanos tendrían el valor y falta de respeto y humanidad de obstaculizar el sacrosanto derecho al libre comercio.
Interesantes -para variar- aportación de Francissco. Caretas antigas gratuitas para fumadores... Si se generalizara el uso... Problema. Una careta antigás cubre la boca, al menos de momento, lo digo por implementar mejoras de cara a los restaurantes (por ej. caretas antigás con sorbedores y papillizantes que permitan al no fumador ingerir sus alimentos con total comodidad)
Francissco tiene toda la razón, caretas obsoletas de la primera guerra mundial no tienen razón de ser.
Publicar un comentario