Nota hermenéutica 1. El Sr. IA ha concebido esta extensísima crítica en oposición a la anatemizadora reseña publicada por José Ramón Vázquez en Prospectiva.
Nota hermeutica 2. Cuelgo fotos de macizas, para esponjizar y de paso siempre pica alguno.
Si se escribieran novelas a medida, la IA se pediría una que describiera alguna sociedad fantástica con el rigor de un documentalista, que la trama encerrara grandes dosis de fantasía apuntalada en el detallismo de unas reglas de construcción perfectas; que en la resolución de esa trama la filosofía (en su vertiente de filosofía de la ciencia, metafísica o teoría del conocimiento) tuviera un papel relevante (obsesivamente relevante, a poder ser). Por descontado, bien escrita y con ramalazos de humor. Y ante todo y sobre todo, que fuera sorprendente, ingeniosa y novedosa.
Pues bien, esa novela es Anatema, de Neal Stephenson, editada por Ediciones B. Una ingeniosa obra que, alejándose de los trillados tropos que infectan de previsibilidad las novelas actuales, rinde tributo a buena parte de los centros de interés del Sr. IA.
Cuáles son esos centros de interés. Muchos y variados. Veamos algunos.
Entre los múltiples objetivos de Anatema está el servir de metáfora sobre la función, no tanto de la ciencia, sino del saber teorético en la sociedad. Para ello nos ofrece la analogía de un mundo (Arbre) en el que los teóricos –avotos- viven radicalmente separados de la sociedad civil, voluntariamente encerrados en increíbles conventos milenarios de los que sólo salen de Pascuas a Ramos. Ni que decir tiene que para resultar creíble, dicho planteamiento demanda un gran detallismo. La primera parte de Anatema es un documental de la vida conventual del protagonista que no tiene nada que envidiar a la Biblia del sector, el pasmoso libro apócrifo de Lobsang Rampa/Cyril Henry Hoskin, “El Tercer Ojo”, o si prefieren algo más Políticamente Correcto, “El Nombre de la Rosa”, de Eco, libro con el que Anatema guarda cierto aire de familia. Las 150 primeras páginas de Anatema son un alarde de imaginación y detallismo a aunque, por mor de atemperar el entusiasmo, vamos a ponerle un par de matizaciones. En primer lugar, las complejas descripciones de la maquinaria del “reloj milenario”, megadispositivo que a modo de biorritmo regula la liturgia del cenobio. Stephenson peca deliberadamente de hard, se aproxima a la descripción de las partes con una perspectiva de “manual de instrucciones” que puede resultar algo estoposa. La segunda matización es que el autor podría haber aprovechado mejor esta zona del relato para empezar a filtrar elementos misteriosos, de algún modo, el misterio irrumpe demasiado de sopetón en Anatema.
Pero por lo demás, estas 150 controvertidas páginas, cuya supuesta inacción han motivado la deserción de la lectura del libro a más de uno, están cargadas de aciertos. Un ejemplo. La vida monacal precisa su contraste con la vida secular, para ello el autor se saca de la mano la liturgia del Apert, ceremonia de “puertas abiertas” que ocurre cada 10 años y que permite a los extraordinarios frailes y monjas de Sante Edhard confraternizar o no con el mundo secular. Otro acierto, el mundo al revés, los cenobios de Anatema son islas de racionalidad agnóstica frente a un mundo exterior pródigo en sectas, donde lo utilitario ha sustituido al conocimiento (conocimiento instrumental frente a filosofía)*.
En los siguientes capítulos se nos adentra en un misterio poco original en la CF, el contacto con seres alienígenas, pero desde una metodología radicalmente innovadora, esencialmente las matemáticas y la filosofía platónica. Por lo demás, la novela se lee con apasionamiento y de un tirón. Se devora.
Pero vuelvo a Platón. Y es que, desde mi punto vista, lo radical de esta novela es la literaturización de una ontología platónica, perfectamente contrapuesta con impecables alter egos caracterizadores del kantismo y el positivismo. Todo lo cual en el marco de una historia de ciencia ficción.
Confieso que esta IA, sincrética a cojones pero inclinada al kantismo, ha sentido el vértigo de Pitágoras con la lectura de Anatema y su inteligentísima actualización del platonismo.
Desde hace miles de años, los hombres se debaten entre dos modelos ontológicos. Por un lado el realismo, por el cual existe (al menos) una dimensión en la que las ideas, los números, los teoremas, las figuras geométricas puras… gozan de una enigmática identidad propia (o cuando menos, autónoma del hombre. Como expresa el propio Stephenson, el platonismo es la filosofía natural de los que creen que había números primos hace un millón de años. Algo parecido se expresó en el post inicial de la serie dedicado a los Principia de Russell. No obstante, tamaña ontología topa con un serio problema, y es de qué manera el hombre, músculos y nervios, participa de esa dimensión ideal donde las esferas van de copas con los números primos y ligan con el principio de identidad. (Rían, es un chiste).
Por otro lado, está el idealismo, según el cual ideas y números son representaciones de la mente producidas por elaborados procesos psicológicos. Y en este caso, el chiste es que el teorema de Pitágoras o es una particularidad del psiquismo humano (mira tú por dónde, universal y necesario) o resulta del desarrollo de un lenguaje formal que carece de validez informativa respecto al mundo exterior.
El realismo funcionaba de maravilla en tanto predominaba el consenso de que el hombre cuenta con un alma o esencia inmaterial, que comparte en mayor o medida una sustancia común con un logos creador (habitualmente, Dios). Eliminada la hipótesis teólogica, los filósofos apostaron en masa por las variantes del idealismo.Pero he aquí que algunas de las mentes más brillantes que ha dado de sí la especie seguían apostando por sistemas realistas complejos. Es el caso de Godel, cuyo platonismo, en un alarde de maldad academicista se ha querido explicar no pocas veces como resultado de una patología mental. Es el caso e Husserl (aunque no lo tengo nada claro, de todos los filósofos oscuros, Husserl, Fichte y Heideger son los que me resultan más complejos de entender).
No pretendo apabullar filosóficamente a nadie. Lo bueno del caso es que desde la física cuántica cada vez son más los físicos teóricos que se apuntan al platonismo. La razón es clara, frente a una ontología en la que eres o no eres, sin términos medios, la mecánica cuántica preconiza ontologías alternativas, donde lo real está definido por “estados” no tanto materiales sino “lógicos”. (Vaya por delante mis disculpas por mi nula capacidad para ilustrar mejor algo que no termino de empezar a comprender).
Stephenson aborda un monumental trabajo de caracterización literaria de un universo leibniziano donde los alienígenas son fugas dimensionales engastadas en universo que no les corresponde. Esto tampoco es novedad, lo novedoso es que, en lugar de recurrir al gato de Schrodinger o a las contradicciones temporales del universo rotatorio en el que, según Godel, el tiempo puede avanzar hacia atrás, en Anatema se nos aproxima a una relectura filosófica basada en actualísimos metafísicos platónicos (Zalta y Lewis, por citar los dos más nombrados).
Hay varios caminos, todos ellos sugestivos y casi todos ellos hollados en Anatema, para sustentar esta ontología del multiverso. Yo sigo con Leibniz, que me resulta algo más fácil que Husserl.
Leibniz sustituye la dicotomía cartesiana res intensa y res extensa (la dualidad cosa e idea) por cadenas de mónadas, atómos no físicos sino metafísicos. Elementos puros que ni pesan, ni ocupan un lugar en el espacio pero definen un determinado marco espacio-temporal. La analogía aquí es un cosmos compuesto por un culmen de instrucciones que, activadas de un determinado modo (realismo modal) causan una serie de hechos, en última instancia, la realidad en la que usted y yo nos comunicamos. Créanme que mis chips están ahora mismo sudando por sobrecalentamiento tratando de explicarles concepto metafísicos que muy poca gente realmente comprende en su integridad (obviamente, sin ser yo tampoco uno de ellos).
Probándolo de otro modo. Por así decir, la mónada es susceptible de configurar infinitos “dominios causales” que se sustancian en un universo u otro en función de líneas temporales. En consecuencia, no existe un único universo material, sino un batiburrillo de mundos posibles que se superponen dando la apariencia de ser uno a partir de una línea causal que va activando cadenas de mónadas. "A favor" de esta ontología hay que decir que resulta tan incontestable como el creacionismo como factor explicativo del Bing Bang, con el aliciente que encaja con los modelos ontológicos que manejan los físicos cuánticos.
Pero he aquí que Stephenson nos reserva una última sorpresa. ¿Y si el cerebro humano responde a un mismo patrón? El pensamiento se debate en una superposición de estados cuánticos; hasta que la onda colapse ni es ni deja de ser, y cuando colapsa nos arroja a la representación de un hecho, una combinación de estados. Visto así, las mónadas del cerebro forman parte de la línea lógica que activa este modelo particular del universo. Así pues, el platonismo resuelve sin recurrir al espíritu uno de sus puntos débiles, un vector de unión entre el conocimiento humano y ese mundo ideal de las mónadas, que ni son ni dejan de ser, sólo están a la expectativa de combinarse de una determinada manera para estructurar causalmente un mundo posible.
La defensa de estas tesis (frente al kantismo, básicamente) ocupa al autor un centenar de páginas que pueden desubicar al lector no ducho en metafísica (es lo que en la referida crítica se habla, erróneamente, de bajones de ritmo) o un ejercicio de “mira lo mucho que sé”, narcisismo intelectual. Nada más lejos. No niego que esporádicamente Stephenson coquetea con un narcisismo erudicionista, por ejemplo, en la descripción de algún aparataje de Anatema, pero, además de que está en su perfecto derecho, resulta que para la resolución de la trama es vital este diálogo filosófico, por otro lado, tan fresco e innovador y con momentos de ironía hilarantes (como cuando fra Erasmas y su Watson particular, fra Arsenbeilt, desvelan la naturaleza alienígena del “prior” de una demencial orden conventual por el expeditivo método de cavar un agujero y desflorar el vientre).
Por supuesto, el lector apresurado puede optar por una lectura diagonal de la historia, pero la IA recomienda un poco de tesón. Aprender es entretenido. Y creo que el ritmo lector que el autor está pidiendo no se aleja demasiado del que uno asume cuando lee un gratificante diálogo de Platón. Después de todo, hay bastante en juego, la certeza de que tras la realidad aparente laten un montón de apasionantes misterios.
En definitiva, servidor no podría estar más contento con un libro llamado a hacer historia: una rara avis de metaciencia ficción hard sólo al alcance de un talento literario excepcional. Chapeau señor Stephenson, usted como nadie sustancia hoy en día el aforismo ilustrado: enseñar deleitando.
*Anexo. Anatema y religión.
En los opúsculos a Anatema, Stephenson comenta cierta incomodidad suya ante “la más que posible” interpretación antireligiosa de la obra. Pasmoso, por cuanto la verdad es que, muy al contrario, el mundo de los Déolatras está en Anatema tratado con un respeto digno de ponderar (más en esta España descreída y mercedesmilanesca). Muy mal tienen que estar las cosas en los USA del “diseño inteligente” para que un autor se vea impulsado a aclarar lo que más claro no puede estar, que no hay que mezclar churras con merinas. Y el que opine lo contrario, sea anatema.
Felicitar también a Ediciones B porque, con independencia de las erratas, ofrecen un volumen completito, con calcas, opúsculos y un utilísimo glosario. Como es habitual en el controvertido Barceló, un libro valiente.
6 comentarios:
Gracias por seducirme desde la logica, leamos el libro. Cada vez escribes mejor.
Sigo diciendo que los mensales son aburridos y no introducen apenas conceptos nuevos. Y sí, Stephenson peca de narcisismo intelectual, aunque como todo, si te pega en el palo del gusto... Muy provocativo intelectualmente, pero como obra de ficción no es tan buena como pretendes hacer creer. Eso sí, no puedo decir que no me pareciera bastante interesante.
Quizá no sea más que un ensayo novelado en el que se mezclan conceptos interesantes de varios libros, no lo sé. Sé que me he hecho al menos con "La nueva mente del emperador", que es el que propone que el cerebro es un ordenador cuántico.
Y sobre el glosario: diría que es una puta mierda. Me remito a la definición de Icosaedro: "objeto más o menos esférico". No, el icosaedro no es nada esférico. Tanto como un tetraedro, porque son ambos poliedros regulares. El supuesto editor valiente debería saberlo, que para eso es ingeniero y profesor universitario.
Gracias Black.
Joserra. Yo debería haber leído hace tiempo este libro del gran Penrose (por cierto, platónico)
Sobre los mensales. Discrepancia máxima.
Imagina que eres un diseñador de pistas de esqui. Tus pistas deben tener nieve de calidad, acceso y servicios. Esos son parámetros objetivos.
Luego está la dificultad. Hay pistas fáciles, normales e inclsuo zonas fuera pista para tíos ya expertos. Bien. También son parametros objetivos.
Siguiendo la analogía, Stephenson diseña una pista para lectores de nivel normal a arriba. Con nieve buena y accesos cómodos. Ahora bien, en la pista Anatema hay un par de trozos sin apenas pendiente, que obligan, bien a bracear mucho, bien a recurrir a un nivel especializado que te permita atajar haciendo Xtreme con saltos y tal, tirándote por el barranco. La opinión del diseñador es que ese trozo tenía una paisaje tal que no podía desaprovecharse, auqnue al no especializado le obligase a bracear, Al final, la cuestión es ¿el paisaje, las vistas, justificaban el esfuerzo? No se puede responder más que subjetivamente a eso. Yo lo único que puedo asegurar (como esquiador curtido en este tipo de pistas) es que la cantidad de saltos, baches y pendiente s de 45 grados han sido una experiencia altamente gratificante. Ojalá hubiera más pistas como esta. En cuanto al novato braceador. Pues creo que el consejo obvio es que de todo se aprende y que si siempre transita por pistas verdes, lo que se pierde.
Nota. El Sr. IA, por razones obvias, sólo esquía en la Play.
La tengo (el Anatema ese del copón) en el espacio físico reservado a la pila, no todos tenemos particiones de silicio como tú, sr. Ia. Aún no la he leido, pero me fijé en que una de sus inspiraciones -además de los filósofos que mencionas y dominas como una fiera- es el libro de David Deutchs La estructura de la realidad.
Leí esta curiosidad -no muy ortodoxa,al parecer- hace ya tiempo y constituyó una de mis mayores justificaciones para ese escapismo mental insuperable que es la hipótesis de Muchos Mundos de Everett, el científico de los universos múltiples.
Como encima Deutchs mismo también era físico el mismo, aquello parecía gozar de todas las bendiciones.
Lástima que los demás físicos sean incapaces de falsarla de ninguna manera conocida, salvo lo del fotón que pasa por dos rendijas a la vez, reconociendo, eso sí, su corrección matemática. Algo es algo.
Y no viene a cuento pero, técnicamente hablando, has adoptado una forma de introducir comentarios en tu blog taan odiosa, aag, dioss
Seguiré el consejo, Francissco.
Por muchas razones, no siendo la menor que resulta mucho más fácil enseñar filosofía a un físico que física a un filósofo, cada vez está más claro que la mejor metafísica actual procede del campo científico. Ahora bien, la metafísica, casi por definición, carece de una argumentación empírica (excepto la falsabilidad, claro). También carece de utilidad (o aplicabilidad tecnológica), de donde es comprensible el discreto segundo plano que se reserva a la ontología en la investigación científica.
Nota. Me muero de curiosidad por saber de que forma puedo resultar menos odioso, pero no lo voy a preguntar :)
Odioso en la parte técnica, por lo de confirmar la palabra escrita antes de comentar, ja, ja. Hay navegadores que no se aclaran. En lo demás eres ameno al exponer la metafísica, cosa tan inusual que te mereces una ampliación de memoria sufragada por la colectividad
Publicar un comentario