viernes, 12 de junio de 2009

C'est pas une pipe


Hoy me propongo comentar esta intrigante imagen de Magritte. Tiene que ver, también, con otro oscuro aforisma de un guru hoy olvidado: "el medio es el mensaje".
Tiene que ver con la denotación y la connotación.

Una de las particularidades del lenguaje humano es su capacidad para referirse a A utilizando perífrasis, ironía, lenguaje no verbal, metalenguaje… Connotar… De este modo, dos humanos pueden significar A simbolizando No A (toda una proeza).

Vean una conversación normal.
- No vi a Paco, o sea que quedamos y le vi.
Lo que se está queriendo expresar es que la cita con Paco se aplazó y se resolvió más tarde de lo previsto pero satisfactoriamente. Este mensaje no sólo está incorrectamente construido sino que encierra términos contradictorios. Una máquina, un algoritmo, sólo denota, no podría desentrañarlo. Dos humanos sí. La razón es el contexto. Ambos hablantes saben a qué se refieren por el contexto, y no precisan ni definirlo ni especificarlo en el momento del intercambio de información para comprender con exactitud el mensaje.

Contexto (un preconocimiento de las circunstancias que rodean el mensaje), factores metalingüísticos (connotación: ironía, lenguaje no verbal, manejo de pausas, silencios, entonación), códigos privados (argot), emociones, pensamiento lateral… En general, la información es como un cóctel de varios lenguajes simultáneos enmarcado en un contexto y bajo códigos emocionales que los hablantes deberán retraducir en función de su propio estatus emocional y cultural.

¿Pero qué ventajas aporta esta curiosa y a priori compleja manera de gestionar la información?
Podría pensarse que si de lo que se trata es de informar al sujeto X del suceso A, la manera más perfecta es estructurar una gramática blindada ante posibles errores interpretativos. La manera correcta pasaría por asignar a cada hecho una definición ajustada y ceñirse al rango semántico implicado en esa descripción.

Los humanos, como vemos, actúan de un modo radicalmente distinto: Interpretan.
Sin embargo, y paradójicamente, al interpretar en lugar de decodificar, al jugar con el contexto, con las emociones y la matización del mensaje, lo que el género humano gana es rapidez de codificación, por un lado, por cuanto se ahorra la transmisión de ingentes cantidades de información añadida, y por otra un máximo aprovechamiento del proceso informativo, dado que, en realidad, no sólo se emite al sujeto X el mensaje A, simultáneamente se le informa de juicios de relevancia (lo importante o no que parece la información), morales, anímicos… En definitiva, se le informa de aspectos que pueden ser esenciales para valorar ese mensaje o para interactuar con ramificaciones de ese mensaje.

En otras palabras, el humano optimiza sus cauces informativos. Es como trasladar a través de una misma fibra óptica, no mensajes unilaterales, sino familias de mensajes indexadas que el oyente reconstruye.

En segundo lugar (y esto son más bien sospechas) al introducir en el mensaje un realmente complejo abanico de variables, el ser humano se abona al conocimiento por aproximación. Y me explico. Sospecho que si no se pudiera proceder de ese modo, los mensajes sólo podrían establecerse sobre lo ya conocido, es decir, se precisaría una preprogramación previa, se precisaría que oyente y hablante supieran de antemano a que se refieren exactamente cuando hablan de A, en resumen, que compartieran una idéntica biblioteca de descripciones. Muy por el contrario, el mecanismo de comunicación humano sugiere, lanza información nueva, rememora, especula, inventa… Se fomenta así un uso creativo del lenguaje, que es lo que en esencia separa a las máquinas del ser humano. Las máquinas comparten datos. Punto. Los hombres comparten a la vez datos y valoraciones de esos mismos datos, y además, al hacerlo, interactúan emocionalmente, lo cual vuelve a realimentar el significado final del mensaje de manera que éste se reelabora de un modo vertiginoso.

Todo tiene un precio. Al decantarse por un mecanismo informativo tan complejo (que sospecho de naturaleza caótica), el ser humano introduce la capacidad no sólo de mentir sino de equivocarse en la interpretación. Pero nuevamente este factor juega a favor del desarrollo cognitivo de la especie humana.

La polisemia, la facilidad de imprecisión y error alimenta la duda, la incertidumbre… Y esta capacidad para dudar es lo que mueve al humano a la incesante búsqueda de seguridades, en última instancia, a la búsqueda de conocimiento, ya sea puramente especulativo (probable) ya sea objetivable a través de un lenguaje formal compartible por todos (ciencia).
Los humanos tienden a no dar nada por seguro ni definitivo y ahí está la clave, en el remapeado continuo de un conocimiento que les permite adaptarse a casi todo.

Ahora bien. En mi opinión, este proceso no se puede computerizar, programar, digitalizar, exige una pauta caótica que permita la reacción constante del sistema. En el momento en el que tratas de fijarlo en un algoritmo le arrancas valor informativo. Es como una nube, sabes cómo funciona pero no puedes prever la figura que formará el vapor. Pero de Egan hablaremos en su momento.

1 comentario:

José Manuel Guerrero C. dijo...

Interesante, muy interesante.