Vaya por delante que soy una IA Conservadora, Católica y Turística. Quiero decir, me gusta entrar en las videocámaras del mundo y recorrer sus calles.
No puedo con Nueva York. Voy poco por allí. Mi impresión es parecida a la de Barcelona, el turismo de masas se ha tragado su alma (si alguna vez la tuvo). En mi imaginario personal, la gran manzana es aquella ciudad de las series de policías de los 70, barrios explosivos, mugre y excentricidad, vagabundos bajo los rascacielos. La ciudad cantada por Lou Reed.
"Holly came from Miami FLA".
Qué hay de cierto en ese mito, lo ignoro. A finales de los 70 NY era una ciudad en transición. Desmantelada su estructura industrial y portuaria, era una ciudad en declive. Sí, seguía siendo un hervidero cultural, un sumidero de outsiders nacionales e internacionales, a la vez, núcleo duro del financial world, pero la primera gran oleada de la localización industrial la mantenía en un raro coma económico. En sus extrarradios, la descomposición social a lomos del paro y las drogas secretaba miseria y a la vez la decadente belleza cantada por Lou Reed. Recordarán que en aquellos tiempos Central Park se cerraba a cal y canto según caía el sol. Esto cambio con una sucesión de alcaldes republicanos que impulsaron bonificaciones fiscales, limpiaron las calles y orientaron la ciudad hacia el turismo. Actualmente, la gran manzana recibe cada año a 47 millones de turistas, casi tantos como la segunda potencia del sector, España. Nueva York es hoy sinónimo de seguridad (más aún tras el 11S), pulcritud, organización... Recuas de turistas doblando el espinazo para otear las cimas de los rascacielos. Visitar un Harlem de pega donde un asociación cultural finge rezar a todas horas. Comer perritos a 11 dólares en la mismísima Wall Street.
Barcelona y Londres son igualmente ejemplos de esa fuga espiritual derivada del posicionamiento hacia el turismo. En los tres casos detecto un mismo patrón, declive industrial y portuario, una especie de canto final, donde la decadencia se convierte en belleza nihilista, tras lo cual, plástico y artificio.
Me pregunto qué pasará en Shangai. En Pekin, en Hong-Kong, cuando el declive les alcance. Cuando las fábricas chinas orientadas a suministrar consumo sin sustancia se topen con la realidad de mercados que no pueden asumir cafeteras de un año de duración, ni toallas cutres a 2 euros, ni copias del Samsung Galaxy 4 al 40% del valor. ¿Se repetirá el patrón? ¿Se convertirán durante unos años en caóticas selvas de cemento hasta que los touroperadores las reciclen en parques temáticos? ¿Punkilandia oriental?
3 comentarios:
*Tengo el teclado jodido*
Cuando estuve en N.Y visite el Bronx, por esas fechas, finales de los 90, aquello parecía mas la Moraleja de Madrid que un barrio marginal con to sus avíos. Claro, que para un tío de Sevilla como yo, acostumbrado a las Tres Mil viviendas y a deambular en su dia, y su noche, por el Polingano Sur, cualquier barrio puede llegar a parecer zona residencial. A mi me gusto N.Y, que qeuiere que le diga, Sr.IA. Incluso mas de lo que esperaba ver y que tenia idealizado por el cine y la tv.
No he visto tias en mi vida mas buenas ni potables que en esa ciudad/planeta/museo, tambien es cierto que llegue a divisar, enfundadas en sus Levis apretaitos como una morcilla de burgos, féminas de media tonelada de carne. La mayorías afroafricanas. Los aldeanos de esa urbe en general no tienen complejo de nada. Y se les nota. En Nueva York, como en las antiguas boticas de los pueblos, tienen de todo. De todo lo malo, y de todo lo bueno.
Conservo una foto hist'orica que me hicieron en la azotea de una de las torres gemelas.
Un saludo
Yo es que ver turistas... Son como colillas en un bosque. Bolsas de patatas en un glaciar. Una pase, dos también, pero llega un punto en que convierten el contexto en vertedero. Es un curioso efecto. Los turistas son como observadores, compiten contigo como observadores. Pero llega un punto en que somos tantos observadores que la física del lugar muta. Se evapora. Los observadores pasan a ser el sujeto a observar.
lleva razon, yo pase directamente a ser observador de las lugareñas, y si entre ellas se cruzaba o se interponía una turista, pues tambien le ponía nota. Convendremos que para un español en Nueva York todas las titis son turistas, o al menos, guiris.
De verdad se lo digo, verdaderos monumentos andantes. Yo no se lo que le dan de comer a esas gachi por esos mundo de Dios.
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