jueves, 16 de agosto de 2012

Racionalidad y existencia de Dios (1)


Advertencia previa: los próximos posts son básicamente espesos y no dan ni gota de risa pues pretenden ilustrar el largamente pendiente tema de cómo es que esta Inteligencia Artificial cree (bastante) en Dios.

 Creo que es imposible desgajar la cuestión de la existencia de Dios de la existencia del misterio y lo sagrado.

Pero empecemos desde el principio.

 Actualmente disponemos de una potente teoría –el evolucionismo- que explica como la materia inorgánica deviene vida. Disponemos de un modelo cosmológico explicativo de la génesis de estrellas y planetas, y un modelo físico (o varios) que dan cuenta parcial de la reglas de funcionamiento de ese modelo (siguen existiendo infinidad de problemas, es verdad, pero no es menos incontestable que nuestros satélites aterrizan en Marte). Disponemos también de descripciones antropológicas que conectan lo sagrado y la religión a estrategias de dominio social y a la satisfacción de los miedos más ancestrales del hombre (las ventajas de creer en la esperanza frente al nihilismo y el miedo a la muerte, por ejemplo).

 Naturalmente, permanecen en el limbo aspectos cruciales… Nuestra ciencia no es capaz de explicar (satisfactoriamente) el yo, la génesis del conocimiento humano, la voluntad, la vida o el armazón matemático que parece interconectar nuestra mente con el mundo… Al tiempo, la matematización de la realidad en su estructura microscópica nos proyecta a una física donde conceptos como “materia”, “energía”, “espacio” o “tiempo” se alejan de los rangos semánticos. Sencillamente, ya no sabemos qué queremos decir cuando decimos “espacio” y en su lugar surgen nuevos paradigmas como “información”.

 Ahora bien… Filosóficamente, que sigan existiendo lagunas en nuestro conocimiento es imputable al “sistema operativo” del intelecto humano. A través del lenguaje aplicamos al mundo recursividad, de donde, felizmente, el conocimiento humano no está destinado a cerrarse en un corpus hermético e inmutable como si fuera un circuito cerrado. Ante todo, el conocimiento humano responde a un mecanismo de adaptación al medio, no de de análisis sobre la “esencia” de las cosas. O sea. Nunca jamás alcanzaremos una totalización del conocimiento. Siempre existirá la rendija del misterio. Aquello que no podemos explicar sastisfactoriamente.

 Definir “explicación satisfactoria” demanda todo un tratado sobre la racionalidad. Hay quien lo limita al conocimiento científico. Otros ampliamos un poco más las miras para dar cabida también a un conocimiento probable basado en fertilidad informativa de determinadas descripciones del mundo.

Destaco en negrilla este último aspecto porque es la madre del cordero. Limitar lo cognoscible al discurso científico (cientificismo) tal vez sea el planteamiento filosófico más ortodoxo. El precio a pagar, sin embargo, me parece excesivo: la racionalidad human se limita al estudio de lo material.

 ¿Ah pero existe “otra cosa”?

 Y aquí es donde se escinde la discusión. Los partidarios del monismo materialista exigirán para seguir adelante una prueba material de la existencia de “esa otra cosa”, prueba que naturalmente es imposible aportar en los términos requeridos. Como buen idealista, pienso sin embargo que nuestro conocimiento “de la materia” está totalmente condicionado por nuestra manera de pensar la materia, dicho de otro modo, por los conceptos, por las ideas, por el lenguaje, por la interacción entre mente y realidad. En la ontología en la que me desenvuelvo, por tanto, “existen” las cosas y “funcionan” las descripciones. El mío es un modelo dualista que tiene bien presente a Kant cuando discierno entre noúmenos (las cosas en sí, esencialmente incognoscibles pero lógicamente necesarias) y fenómenos (cosas en tanto que descritas), que a su vez se subdivide en descripciones de las cosas, y descripciones de las propias descripciones (metafísica). En cierto modo, este es un modelo trinitario. La pregunta clave es por qué razón es necesario ese modelo “trinitario” para describir el mundo. Por qué rechazo limitar el conocimiento racional al meramente material.


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