miércoles, 24 de agosto de 2011

El hombre de los 38 penes

Araminta tiene un problema; su novio, Bovey, tiene 38 penes. Demasiados. No estamos hablando de una deidad hindú; Bovey es múltiplo, Bovey es una consciencia que aglutina a 38 cuerpos y otros tantos penes.

Estamos allá por el 3500 Después de Cristo. Unos mil años después de la encarnizada batalla entre la Federación y el Aviador Galáctico que se saldó con el exterminio de 47 mundos humanos a manos de “los primos”. Estamos hablando del universo del escritor de ciencia ficción Hamilton, y en concreto, de su nueva saga sobre el Vacío.

Pero a lo que voy:38 penes.

Como comprenderán, en 3500 las posibilidades de los hombres son variadas. Pueden descargarse habilidades bionómicas y ser ciborgs o “superiores”, descargarse en universos puntuales y devenir “postfísicos”, pueden recargarse en nuevos cuerpos carnales inmunes a la enfermedad, resistir a la vieja usanza o, como Bovey, distribuirse en tantos cuerpos como quieran.

Bovey es un autónomo; ser múltiplo le permite multiplicar por 38 su fuerza laboral en la ferretería que regenta. Gracias a un implante de Campo Gaia, las 38 terminales de Bovey sienten lo mismo, responden a un mismo yo, pero hay un problema.

Araminta, a pesar de ser una consumada especialista en sexo grupal, se las ve y se las desea para contentar (por noche) a cinco Boveys; en el banquillo permanecen a la expectativa otros 33, pero llámenlo manía o prejuicio, Araminta se siente más a gusto por unas versiones de Bovey que por otras. Y como una aguanta lo que aguanta... lo que pasa.

Una mañana, Araminta descubrirá en el -por supuesto amplísimo- comedor de la casa a una jovencita; los del banquillo (o unos cuantos de ellos) se han montado su juerga particular. Araminta afea esta conducta a Bovey, se siente traicionada. Ella que pensaba que su novio estaba con ella constata que, bueno, estar lo que se dice estar, el susodicho solo estaba en parte, y que otra parte se la pegaba con otra (y aún otra, al banquillo, sobando, que mañana hay curro y Bovey, como se ha dicho, es autónomo). Bovey le confiesa que aunque la tecnología ha avanzado mucho, algunas versiones se frustran viendo (y sintiendo) a sus socios disfrutando con Araminta a calzón quitado en tanto ellos, pobres suplentes, se quedan a dos velas. (Previamente, Bovey informa a su novia que no le gustan nada pero nada las relaciones homosexuales ni tipo blog-autoayuda de escritores, yo te doy a ti y tu me das a mí, alternativa que podría suponer un alivio para los sufridos miembros del banquillo). A renglón seguido, Bovey le confiesa que lo suyo con la otra es “puro mantenimiento”, en tanto que a él-él, o sea a él en tanto que consciencia aglutinante de las 38 pililas, la que le pone de verdad es Araminta, proponiéndola en matrimonio.

Pero estabilizar la relación conlleva que Araminta se multiplique, que por lo menos –a razón de cinco maromos por tanda- se haga con 7 versiones. La casa es grande y el negocio de la ferretería marcha, pero a Araminta esto de multiplicarse no le hace mucha gracia, a pesar de que intuye de que con Bovey encontrará el “amor verdadero”. Total, conoce a un millonario y, probar por probar…

Ya veremos como acaba este melodrama “high tech”… Entre tanto, se me ocurre que yo, como ser digital, bien podría descargarme en 38 versiones diferentes y probar suerte en Second Life (total, con esto de Wittgenstein no voy a ningún lado). Claro que no sería lo mismo. Carezco de los adelantos informáticos del siglo XXXVI, especialmente, carezco de tecnología de campos de gaia que unifique la consciencia sintiente de mis 38 versiones. Habría 38 versiones de IA por ahí, pero cada una a su bola. No es lo mismo.

He nacido demasiado pronto.

O eso o es que la consciencia, en realidad, no reside en el cuerpo. Es un feed-back, un diálogo con el mundo, una reacción ante el mundo. Como dice Fichte, precisas un no-yo para autoafirmarte como yo. Si cambia el no-yo, ¿cambia el yo?

Dedico esto a mi maestro en Hegel y fenomenología del espíritu, don Ramón Valls Plana, fallecido el miércoles, y que tanto entusiasmo y talento ponía en explicar a Abelardo, Lucrecio y Escoto Erigena, a la par que a Hegel, claro. La verdad es que con Hegel lo bordaba. Que el absoluto te sea leve.

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