Aunque en realidad, este blog sí tiene una temática estrella.
La inteligencia artificial, más bien la consciencia artificial. La posibilidad
de emular el psiquismo en entes artificiales.
(Va de peñazo wittgensteniano, así que si buscan algo más fresco, se sale por aquí)
Se conoce por transhumanismo una especulación plausible
surgida de la CF que abunda en la posibilidad tecnológica de copiar el
psiquismo humano en artefactos artificiales.
La premisa de partida es que el psiquismo
humano es una “organización” de reacciones electro-químicas. Absolutamente todo
lo imaginable, pensable, expresable, recordable, especulable, perceptible… todo
responde a una codificación de reacciones electro-químicas. La base teórica es
la capacidad de las neuronas de estimularse unas otras. Se cargan y se activan
como un “chip” supercomplejo de donde, lector, las frases que lees ahora mismo
son una combinación de chisporroteos neuronales, a su vez estructurados por
otro meta nivel de chisporroteos neuronales, a su vez… así hasta llegar a un
complejidad caótica. Naturalmente, estos chisporroteos neuronales, al menos los
iniciales, responden a una estimulación exterior (eso creo, vamos), a saber,
chisporroteos cibernéticos del que suscribe recodificados en lenguaje, lo que
permite salvar la subjetividad y poner en contacto otras dos superneuronas: tú y
yo.
La consciencia artificial (debate que conviene
separar de la inteligencia artificial, más técnico y serio) ha atravesado diferentes
fases. Al principio, se creía que los chisporroteos neuronales se orquestaban a
través de algoritmos, a través de una programación “de serie” rectificada y
condicionada por un largo proceso educativo. Esta idea hay que desestimarla por
simplista.
Otras opciones son que en el psiquismo
concurren organizaciones basadas en sistemas emergentes, es decir,
comportamientos neuronales muy complejos, que pueden llegar a lo caótico, pero basados
en un pequeño grupo de premisas. Véase un hormiguero regido por rastros
químicos. En realidad, en la organización del hormiguero concurren algoritmos
muy simples del tipo “si el olor dominante A pasa a B, entonces se desactiva el
modo hormiga busca comida y se activa
el modo hormiga limpia de basura el
hormiguero”. En realidad, bastan una decena de algoritmos similares para
explicar el universo hormiga en su totalidad (bueno, supongo).
Extrapolado al sapiens, a partir de una mínima capacidad
algorítmica se suscita un comportamiento complejo, comportamiento que redunda
en la capacidad de expresar representaciones psíquicas de lo que se piensa –lenguaje-,
susceptibles de ser matizadas desde procesos educativos externos (cultura,
experiencia, etc…)
No se sabe. En cualquier caso, la clave es que
todo psiquismo resulta de la combinación de reacciones neurales. Consígase
algún soporte emulador de dichas reacciones y se tendrá la posibilidad teórica
del transhumanismo.
Ah no… dirán los dualistas… Hay un motor
llamado voluntad que no puede computarse… Nada, también… la voluntad es
psiquismo y es caracterizable en términos neuronales. Ah no… dirán los
dualistas… es que el psiquismo es una respuesta del mundo exterior… Nada, el
mundo exterior nos llega codificado por similares “estructuraciones”
neuronales.
Confío en no ser muy árido.
Continúo.
Total, admitido que el psiquismo es –y no
tenemos manera de refutarlo- una suma de reacciones neuronales, la hipótesis
transhumanista es perfectamente plausible.
Que sea posible es otro cantar.
Los partidarios del transhumanismo dirán que es
cuestión de tiempo, de avance tecnológico. Pienso que no es así, que
lamentablemente, el avance que se requiere para consumar el experimento tiene poco
que ver con la tecnología y sí mucho qué ver con la filosofía, y más todavía
que ver con la filosofía del lenguaje.
Y es aquí donde, a mi entender, se topa con el
primer problema insoluble. El noventa por ciento de los conceptos que
utilizamos para explicar el psiquismo son “aproximaciones filosóficas”. No son
definiciones caracterizables en lenguajes formales que luego puedas llevar a un
plano científico.
Voluntad, vida, tiempo, consciencia, emoción,
palabra… Se diría que la ambigüedad inherente a estos términos es como una
pregunta abierta, evita el “sí” o “no”, y en su lugar, potencia la dispersión
del conocimiento, la búsqueda de asociaciones y afinidades y metáforas que
terminan infiltrándose en el rango semántico, lo cual nos aleja cada vez más de
la comprensión exhaustiva del concepto.
Otra posibilidad, más científica, es decantarse
por definiciones operativas. Definir en función de fenómenos perfectamente
parametrizables. “Ver el rojo” es el “movimiento” nervioso resultante de la
afección de un grupo de células a una determinada longitud de onda reflejada
sobre un objeto.
Wittgensteniamente, en cambio, “ver el rojo” es
un uso lingüístico por el cual asociamos ciertas cualidades de la
representación a lo representado más la respuesta a la pregunta “y para qué se usa”. Esta definición –ostensiva-
carece de aplicación científica.
El lenguaje busca el para qué, no el qué… Está
ideado para gestionar la realidad y no tanto para comprenderla. Esto es
especialmente estresante cuando nos las vemos con el reto de emular aspectos
como “consciencia, vida, realidad, etc…”
Pongo un ejemplo, sonará extraño pero los contemporáneos de
Galileo carecían de un referente semántico claro para el término “aceleración”…
Tan es así que el propio Galileo emplea indistintamente el término “ímpetu”.
Los contemporáneos de Galileo no se planteaban preguntas del tipo “en cuanto
tiempo se pone tu caballo a la máxima potencia en carrera”. Para ellos, “acelerar” era un neologismo científico,
un concepto nuevo, como pueda ser “linkar” o “copipega” para un ciudadano de
finales del XIX.
Es así que el lenguaje construye el
pensamiento. A partir de un uso, de una aplicación, de una necesidad lógica que
colmar surge el concepto.
Y a lo que voy
Que es por eso que no veo nada clara la
posibilidad de una emulación artificial del psiquismo humano. Deberíamos poder,
primero, parametrizar, “recuerdo”, “conciencia”, “tiempo” de un modo
operativo. Lo cual exige otra gama de
conceptos aún por descubrir, que nos llevarán a otros, y estos a otras en una
espiral sin final posible.
El lenguaje no está concebido para hablar de sí
mismo.
NOTA ¿Supone eso dejar de investigar o insinuar que
investigar es inútil? ¿Dar por buena la hipótesis del misterio y detener
nuestro camino (como es la tentación constante de los creyentes, llevarlo todo
al misterio y descalificar las pretensiones de ir más allá)?
Ni hablar. Todo lo contrario. El misterio es la antesala
del conocimiento. ¿Que tal vez no sea el conocimiento que buscábamos?, bueno,
¿y?
Bueno, vaya peñazo de entrada, que es además, de la sección que menos gente me trae al blog. Si buscan algo más divertido, vean lo que ha publicado el avatar de cabeza de conejo en Prospectiva.
2 comentarios:
bueno la verdad ese tema es bastante subjetovo...
La complejidad tan inmensa que llevamos en la cocorota es dificilmente simulable. En fn, otra cosa es que se recreen a parientes suyas, otras IAS, que podrían llegar a la autoconsciencia por vías diferentes ¿quien sabe? O quizá, tan solo a una autoconsciencia impermeable a cualquier test de superTuring.
Si a fin de cuentas, nuestro cerebro funciona con el automático puesto. Y buena parte del llamado sentido del "yo" es inconsciente. O así parece.
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