jueves, 14 de julio de 2011

El hormiguero europeo

Die Biene Maja, de Waldemar Bolsens y publicada en 1912. Fue un bombazo editorial. En Alemania vendió un millón de ejemplares en el primer año, convirtiéndose en un precedente del best-seller aplicado al segmento infantil. Aviso: este libro no es tan inocente como parece.


En el siglo XIX, las primeras descripciones científicas de los insectos sociales fascinó a la opinión pública dando pie a la irrupción de una literatura fantástica basada en hormigueros y colmenas de la que un día hablaremos (pues estoy a las puertas de un trascendental descubrimiento). El esquema de una sociedad de castas, inmejorablemente organizada por la infalible reina y sus “consejeros” y con diligentes (y antirrevolucionarias) obreras en la base de la pirámide cuadraba con la idea de armonía social del viejo régimen burgués. El mundo de Maya no es sino una metáfora de una Alemania ideal, solo estorbada en su idílico día a día por los avispones (ingleses, franceses y demás potencias expansionistas) bajo el complaciente reinado del Kaiser. La sociedad-colmena no dejó, sin embargo, de ser una vaga utopía hasta que los nacionalismos totalitarios hicieron acto de presencia. Mussolini, Hitler, José Antonio, los diferentes marxismos totalitarios creían ciegamente en la existencia de un ente superior, (la Nación, la Raza, la Clase Obrera) ante cuyos designios los intereses individuales debían doblegarse. Fue entonces cuando la pesadilla se hizo más realidad que nunca. La Nación como órgano, como una suma de células trabajando cooperativamente en aras de una Función. Si lo digo en términos joseantonianos tal vez se entienda mejor:


Unidad de Destino en lo Universal.


Todo con muchas mayúsculas, pues la Nación había pasado de ser una idea romántica a devenir un ente supremo. Un Dios. Y Dios siempre se escribe con mayúsculas y, más pronto que tarde, exige su sacrificio de sangre.


El nacionalismo es la macabra filosofía política de la Europa contemporánea. Y no es desde luego una tradición política surgida de la nada.


Hay tres fases en el nacionalismo. La primera es la romántica, la idea de la nación emanada de un pueblo, de una historia y de una tradición común, de una lengua, de una manera de ser en el mundo. Es Fichte en sus Discursos a la Nación Alemana: la Patria es el Nosotros, la empatía con el otro que somete el esfuerzo individual a un esfuerzo mayor: el Absoluto, la Historia. La segunda epifanía del nacionalismo es la tardoromántica basada en la Patria. La nación es un padre, una reina himenóptera, que subsume en un bien común los intereses individuales. Un replanteamiento de lo anterior es el nacionalismo positivo-totalitario, el de la raza, el de la Nación como maquinaria conducida (naturalmente con sinigual acierto) por un Conducatur, un Fhurer –guía- o un Caudillo, ser excepcional elegido por el destino –no las equívocas urnas- a tal fin.


Finalmente desnudo de excusas, el nacionalismo se nos aparece ante nuestros ojos como lo que siempre fue: Economía.


¿Cómo no ver en las tensiones monetarias del euro, en las discrepancias sobre si intervenir o no, la esencia del nacionalismo? El desindustrializado Sur, el que vivía del mercado interno, el endeudamiento familiar, el turismo y las burbujas, sufre y padece un déficit público del que parece imposible salir. Hay que pagar pensiones, sueldos, inversiones, miles de millones de promesas electorales de las que depende una reelección. El industrializado norte, en cambio, no quiere saber nada de devaluaciones que aligeren el peso de los déficits. Los intereses nacionales prevalecen frente a los globales.


¿Pero existen realmente esos intereses globales?


El nacionalismo me cae mal. Una deplorable paja mental basada en la mezquindad territorial. ¿Pero alguien puede fiarse de una tecno-Europa? ¿De un conglomerado burocrático que nadie sabe ni dónde está realmente ni a quién sirve (amén de a nuestros bienamados eurodiputados)?


Tal vez deberíamos volver los ojos al hormiguero. Verlo como lo que en realidad es, un sistema emergente. Un órgano que funciona a partir de tres algoritmos conductuales básicos. En el caso de los hombres: la codicia, el poder y el bienestar. No hay más cera que la que arde. No creo que Europa esté muy lejos de eso, un sistema homeostático que funciona a partir de un precario equilibrio de egoismos. Y por cierto, las experiencias de lo que pasa cuando el sistema deja de funcionar y colapsa… son preocupantes… muy preocupantes.

2 comentarios:

Rebel dijo...

Eso eso, nos especializamos como las hormigas y mientras unos curran y los otros vigilan, otros no paran de follar.... ¡¡¡¡Me pido Zángano!!!!

En fin, prefiero la abeja Maya que intenta ser lo más libre posible en un mundo muy rígido. Es verdad que no me he leido el libro, pero en la serie el último capítulo es terrible, es una atroz traición a la infancia. Despues de hacer mil travesuras y de cagarse en la colmena multitud de veces, la abeja Maya decidirá ser profesora. Se pasa al enemigo. Aun no he superado este trauma de la infancia. ¿Porqué? ¿Porqué ¿Porqué?

Respecto al nacionalismo, el federalismo es la solución a un mundo donde se nos lleva igualitarismo. Los comunistas querían que todos fueramos iguales, los capitalistas que todos tengamos las mismas necesidades y compremos lo mismo.Hay que defender la diferencia, que nos hace humanos y no hormigas. Es difícil que una IA lo entienda.

francissco dijo...

Emerge un comportamiento emergente cuando hay una mínima base de funcionamiento y cohesión sistémica. Lo que sucede es que Europa no es un sistema, no produce sinergias y al final se producirán anuncios dramáticos, me temo. Seguramente en el sentido de abandonar euros y demás