Imaginen un banco que les dijera: Vale, de acuerdo, somos unos cutres, pero en adelante, la gente que tenga cuentas en nuestra entidad podrá votar y elegir hasta una tercera parte de los representantes en nuestro consejo de administración. La primera reacción sería de escepticismo, pero sigan imaginando y sopesen que en efecto, el banco en cuestión celebra unas elecciones regularmente y sienta en su consejo de administración a los representantes del cliente.
Una utopía, me dirán. Bueno, pues no otro era el modelo bancario abolido por el PSOE-Banco de Santander que representaban las cajas de ahorros españolas. Me dirán que, bueno, sí… Que la posibilidad de articular representantes para los consejos de administración de las cajas, en la realidad, se terminó convirtiendo en un tejemaneje de la clase política y de las propias estructuras gestores de las cajas. Que, en realidad, la representación del impositor topaba con una complicada “democracia orgánica”, con voto indirecto, altamente imperfecta. Pero no es menos cierto que la gran mayoría de los impositores nunca se interesaron realmente por participar en la gestión bancaria, que lo único que querían de su banco eran menos comisiones y televisiones de plasma más grandes a cambio de domiciliar la nómina. A eso voy.
Es verdad, el modelo no era tan modélico, pero cuando menos, la opción existía. Si las estructuras internas terminaron por desvirtuar el proceso fue porque contaron con el beneplácito pasivo de la ciudadanía. Cómo a los ciudadanos no les importaba la gestión bancaria terminaron por desentenderse y, al final, se han quedado sin ella. Hoy, son los acccionistas los que mandan. Punto. En Cataluña, en los años noventa, esta desidia de la masa escribió una de las páginas más memorables cuando miles de catalanes se manifestaron contra los peajes en las autopistas. La gran mayoría de los manifestantes ignoraba que los peajes estaban gestionados por La Caixa, entidad supuestamente a su servicio y dirigida por ellos mismos, sus alcaldes, sus parlamentarios…
Para ser efectivamente un sistema participativo, la democracia precisa una alta implicación cívica. Si no -que es lo que ha pasado en España- la democracia se pervierte, se desvirtúa y se convierte en una burocracia representativa al servicio de los aparatos de gestión de la delegación de voto.
Esta inteligencia artificial siempre ha sido crítica con la democracia. Sin civismo, sin interés por parte del ciudadano, cuesta discernir la democracia de cualquier otro modelo de gestión del poder. Si uno mira la participación de los ciudadanos españoles en aquellas esferas en las que les es permitida una cierta participación, sindicatos, asociaciones, escuelas, partidos, comunidades de vecinos, verá que es realmente baja. Por descontado, la estructura al mando no está especialmente interesada en que la participación deje de ser baja, pero se diría que mucho más interesada, la ciudadanía tampoco está.
Más que la democracia, lo que interesa al ciudadano es el Estado de Derecho, o dicho de otra forma, que si alguien entra en una comisaria no lo devuelvan azulado a tortas y achicharrado a calambrazos. Al contrario, que se le respeten todos los derechos y se le den garantías de que los tales derechos no son “orgánicos” o puro papel mojado. En otras palabras, lo que interesa de la democracia es su capacidad de protegernos del abuso de poder del propio poder. Lo que interesa de la democracia es que, de largo, resulta el sistema que más libertad tolera frente al poder. Eso sí que es real y práctico. Por eso me resultan antipáticos los políticos como Zapatero. Legitiman el abuso del poder en una mayoría favorable a ese abuso a sabiendas que el sistema representacional es altamente imperfecto y visiténdolo como mejora en la organización social. No fumes, no corras, no dejes de pagar impuestos y más impuestos, no publiques anuncios de putas y no metas tu dinero en entidades que no sean el Banco de Santander. Por eso las inteligencias artificiales sensatas –en los pocos ámbitos en que podemos votar las IAs sensatas- votamos a partidos sensatos partidarios de limitar la acción del Estado sobre el individuo. Simplemente no creemos que el estado esté más capacitado que el yo para resolver necesidades del individuo. No creemos que introducir mejoras organizativas sea en detrimento de la libertad individual, más bien al revés. A fin de cuentas, es mi vida, soy yo el que la vive, no el Estado.
Créanme que el día que se pierda de vista que una organización está al servicio de sus miembros y no al revés, estaremos acabados sino lo estamos ya.
3 comentarios:
¿Para cuando elecciones libres en Insula Avataria y nos independizamos?
Tambien deberíamos pedir nuestro ingreso en la ONU.
Fdo. Sr. Smith
Hay un pacto implícito y nunca nombrado: Tú (Estado) posibilitas mi estabilidad material y opciones consumistas y tus gestores (los políticos) tendrán manga ancha.
Pero estos gestores se han amotinado y nos la han ido colando cada vez más grande. La tentación individualista que menciona es, quizá, la trampa más sutil, si me disculpa.
Se le da al ternero una zona de césped para corretear y pastar a sus anchas y se calma. Y se le puede ir recortando cada vez más, que no lo nota.
(ooh, que apocalíptico, my god)
Apocalíptico amigo Francissco, no sé si la trampa es la tentación individualista o pensar que en efecto, hay un pacto según el cual alguien te facilita estabilidad material
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