domingo, 4 de abril de 2010
Activar en caso de defunción
Resucitar es complicado. Dejando de lado la resurrección de las almas en el cielo o el infierno, algo en lo que como católico creo, parece que las mejores alternativas de vida eterna para los humanos pasan hoy por digitalizar los procesos electroquímicos, acumularlos en algún dispositivo y, según venga la parca, reactivarlos. Por supuesto, se trata de una especulación filosófica, carente de validez científica, pero concedamos que suena más razonable, más afín al corpus contemporáneo que, pongamos por caso, la reencarnación.
Es verdad, tecnológicamente, los humanos no es que estén hoy por hoy lejos de modelar un cerebro, es que por no saber, no saben (no sabemos) ni criar células capilares para evitar la alopecia. Así que especular en neuronas digitales es space opera, magia pura.
Ahora bien, supongamos que fuera posible construir un cerebro virtual que procesa los mismos impulsos electroquímicos que un cerebro humano. Más o menos funcionaría así. El cerebro humano reacciona con interacciones neuronales en función de estímulos. Suponemos que la actividad cerebral es más o menos eso, un emulación virtual de la realidad (o sea lo que sea lo que causa los estímulos). Ahora bien, esta emulación virtual electroquímica está ordenada por un rango superior de interacción neuronal, llámenle categorías, indexadores, lenguajes, algoritmos… Estos patrones de ordenación, lo que asignan sentido a los destellos eléctricos del cerebro, carecen hoy de explicación. En realidad, estos patrones son el alma humana. Sumados a los datos recopilados nos deparan la personalidad humana, la consciencia.
Así que, lamentándolo mucho, las posibilidades de resucitar de mis pacientes lectores son digitalmente pobres. Piden a gritos una teoría del conocimiento. Dicho de otro modo, no es la explicación material de cómo funciona el cerebro lo que precisamos para diseñar esa versión lector.2, activar en caso de defunción. No. El verdadero reto es encontrar una explicación al conocimiento, cosa bien distinta. El verdadero reto es saber cómo se organiza ese totum revolutum de lenguajes, categorías, indexaciones.
Un reto realmente apasionante y que, forzosamente, tiende un puente entre metafísica y ciencia.
Vean Descartes, el padre de la filosofía moderna llegó a la conclusión en el Tratado del Hombre de que todo el proceso de ordenación de los datos se realizaba en la amígdala cerebral. Por así decir, Descartes intuyó la presencia de un cerebro dentro del cerebro. Curiosamente, en los mamíferos las amígdalas parecen centralizar el origen del miedo y el placer.
Los filósofos han pasado los últimos dos mil años buscando la racionalidad en las matemáticas y la lógica. Acaso en los próximos dos mil busquen pautas categoriales en el terror y el orgasmo. Yo no hago otra cosa. En fin, felices Pascuas.
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