sábado, 14 de noviembre de 2009

Solución a la saturación de novelistas


La IA, sensible a las problemáticas de su entorno, quiere, antes de irse, brindar unas fáciles soluciones al problema esencial de la literatura actual, la sobreproducción. Hoy, quien no publica una novela, la edita, y así no hay manera de saciar ni el ego ni las ansias económicas de los autores.

Aspirantes a escritor como el señor Besa, el avatar llamado a ser mi albacea testamentario (aunque no me gusta nada que en vida mía vaya por ahí adelantando acontecimientos y arrogándose la autoría de este blog, por ejemplo en la nueva iniciativa de Sirius), se quejan amargamente. “Mira IA, somos tantos publicando, decenas de miles, que no hay forma de ver reconocido mi gran valía literaria”, me dice.
Le digo que eso tiene una fácil solución. Me mira escéptico.

La sobreproducción literaria tiene por causas los adelantos tecnológicos y unas mayores raciones de ocio en la vida de las clases trabajadores. Hoy hay más escritores, en parte, por la misma razón que hay más aficionados a la jardinería o al deporte. Los trabajadores europeos gozan de más tiempo libre.
“Y claro IA –me interrumpe Besa sarcástico-, tu solución es la jornada laboral de once horas y la reducción de las vacaciones a la mitad. Así no habrá tanto tiempo que perder escribiendo”.
Ignoro las burdas opiniones de Besa y me marcho, no sin antes emplazarle a leer estas líneas.

La sociedad del ocio, como iba diciendo, es sólo una parte el problema.

Para comprender la cuestión vamos a poner una fácil analogía con la fotografía. Antiguamente, tener por hobbie la foto era complicado. Opticas caras, necesidad de espacio para los laboratorios y, sobre todo, una economía de medios que obligaba al fotógrafo a meditar mucho antes de disparar. Encuadres, enfoques, luces…
Hoy, con las cámaras digitales, ya no. Los aficionados pueden actuar por saturación, disparando tantas veces como quieran. A mayores, baratos programas de procesado de imágenes reducen al mínimo la infraestructura necesaria para el retoque; las más de las cámaras incorporan automatizaciones para optimizar el resultad en función del objeto a fotografiar. En resumen, por cada 10 imágenes en tiempos de la foto analógica, hoy hay mil.

En la creación literaria pasa algo similar. Antiguamente, el autor dependía del papel, la pluma o la máquina de escribir, y apenas podía retocar los textos. Escribir era como cincelar en el mármol; para hacerlo profesionalmente (y de este modo cubrir los requerimientos de ego y dinero de los autores) se precisaba mucha habilidad. Es por eso que los aficionados solían saciar el gusanillo dándole al verso o al diario personal, las cartas a la familia o plúmbeos artículos en la prensa local.
Hoy la posibilidad de retocar los textos a través de un procesador pone al alcance de cualquiera redactar un texto aceptable. Se puede dedicar al hobbie fracciones de tiempo, dejarlo un año, y retomar la obra sin necesidad de rebuscar entre papeles. Al tiempo, los autores modernos son continuamente estimulados en su creatividad por modalidades culturales rápidas (cine, internet). Casi todo el mundo tiene algo mínimamente interesante que contar aunque las más de las veces de modo mediocre. En paralelo, también se ha abaratado el proceso de publicación. De donde, cada año, miles de autores se incorporan al mercado.

Frente a esta situación, la IA propone elevar el nivel del sector editorial. Para ello, basta con eliminar unas cuantas letras de los teclados. Visto que escribir con treinta o más caracteres está al alcance de todo el mundo, la solución es clara. Eliminar letras. Rescatar el arte perdido del lipograma*.

Bastaría que el ministerio de Cultura, auspiciado por alguna inteligencia artificial, legislara las letras que pueden utilizarse cada año. Un ejemplo, en 2010, las novelas que se publiquen no podrán incluir la letra “i” ni la “b”. Tan sencillo como teclear “flojo cerebral” en lugar de “imbécil”. Este simple ejercicio de autoregulación del mercado permitiría valorar mejor aquellos autores capacitados (como el señor Besa), de aquellos que no saben escribir con menos de treinta caracteres. Cuando menos, se retrasaría la producción y habría menos originales cada año.
Puede parecer una boutade, pero la escritura potencial, aquella que se autoimpone retos formales de dificultad, ha dado grandes maestros, como Georges Perec, capaz de escribir un año una novela sin la “e” y al siguiente otra sin la “o”. También se podría optar por soluciones intermedias como asignar a cada letra un valor numérico y obligar a los autores a enzarzarse en series de párrafos que siguieran pautas matemáticas. Se daría así paso a nuevos géneros. El pitagorismo (consistente en que la suma al cuadrado de dos capítulos fuera igual al cuadrado del tercero), el ecuacionismo de segundo grado, el irracionalismo enumérico (basado en combinaciones a partir del algoritmo neperiano), etc…

*Si se fijan, esta entrada se ha redactado sin el empleo de la “X”. Todo un alarde.

1 comentario:

Anónimo dijo...

TODOVIO MOS DIFICIL ON POST Solo con i i o.