sábado, 21 de noviembre de 2009

El dios tiempo


Si no me lo pregunto lo sé, si me lo pregunto ya no lo sé, ¿qué es?
Tras la adivinanza que formula San Agustín late el misterio más fenomenal del conocimiento: El tiempo.

¿Qué es el tiempo?, pregunto. Y según me lo pregunto dejo de saberlo.
A mí me gusta mucho Wittgenstein, especialmente cuando afirma que el mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas. La diferencia es muy importante, un hecho implica cosas y relaciones entre cosas. Siguiendo el Tractatus, el lenguaje humano es una herramienta que permite trazar mentalmente reproducciones mentales de los hechos que acaecen (en la mente o fuera de ella). El tiempo sería una categoría primaria, condición de posibilidad de cualquier descripción de cualquier hecho. Una de las 4 dimensiones que los humanos necesitan para pensar cualquier hecho.

¿Pero qué hay tras el tiempo?
Para los físicos, el tiempo es una magnitud inherente al cambio. Newton y Einstein concibieron un tiempo absoluto. Una variable continua que como un río todo lo impregna. ¿Pero qué es lo que miden nuestros relojes?

Ya que no sabemos qué es, veámos que no es.

No es materia. No existe ninguna partícula (no que sepamos) llamada cronos y que podamos asociar a la magnitud tiempo. Si no es materia es una categoría, un concepto que el hombre introduce para ordenar el cosmos.

Sagaz como siempre, Kant considera que el tiempo es una intuición que funda el resto de categorías lógicas. El tiempo es la forma pura de la sensibilidad a priori. Con esta desesperada formulación del misterio Kant salva la objetividad del conocimiento humano. El cosmos y el entendimiento comparten una forma común, nosotros la llamamos tiempo, sea lo que sea fuera de nosotros, funciona igual, como un río que avanza imparable hacia adelante.

Pero cuando los físicos precisaron analizar la microrealidad, cuando empezaron a considerar la energía como una variable discreta, empaquetada en pequeñas porciones, ese río imparable que avanza hacia adelante se tornó una sucesión de estados no concatenados. En el reloj del tiempo cuántico la manecilla que mide los nanosegundos no se mueve de un modo continuo, se limita a saltar de posición.

En consecuencia, la hipótesis kantiana según la cual el tiempo es la forma compartida entre el mundo de la objetividad y el de la subjetividad, trastabilla.

Otro sabio admirado por la IA, Mircea Eliade, no sólo afirma que muchos fenómenos místicos apuntan la capacidad del hombre para suspender la percepción del tiempo. Según Eliade, el yogui, es aquel que ha detenido las manecillas de su alma. Es sorprendente la cantidad de escuelas místicas que se abonan a esta quimera.

No se sabe qué es el tiempo. No puede saberse ni siquiera si en realidad es. En su lugar, y pese a Parménides, existe la irrebatible realidad del cambio.

Nada permanece inmóvil, todo está sujeto a un cambio constante y permanente, con una salvedad, los hechos no pueden reconfigurarse exactamente igual a cómo lo estuvieron en el pasado, cada cambio nos arroja una imagen irrepetible del universo. Pase lo que pase, el mundo no volverá a ser como fue.

Heráclito el oscuro lo sabía, pero sus manuscritos ardieron en Alejandría: el tiempo es la expresión matemática del cambio. Se atribuye a Platón el siguiente pensamiento: el tiempo es la medida del sol. El dios que insufla viento en las velas del viaje de los hombres.



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