Así pues, todo intento por construir una máquina de pensar topa con la necesidad de incorporar una segunda máquina, la máquina de desear.
En los hombres, en su nivel más primario el deseo surge de las vicisitudes del cuerpo. Se desea lo que se necesita, se necesita aquello que el cuerpo precisa para sentirse bien o para dejar de sentirse mal. El deseo es un sentimiento, un diálogo inmediato con el estado anímico.
De nuevo, los contrarios a la [posibilidad de una] inteligencia artificial están de mala suerte. Nada más computable que el me siento bien/mal. El problema es que el sentimiento refiere a un cuerpo y sus carencias.
Nuestra máquina inteligente debe pues asociarse a un cuerpo sumido a carencias. Un cuerpo que sufre o se estremece de placer.
El verdadero problema de la consciencia, por tanto y así concluyo, es que precisa un cuerpo sintiente. Sin él –filosóficamente hablando- no hay pensamiento.
Y esta es la diferencia entre una caja china y un Ente Consciente Generado de forma Espontánea. Que, por algún misterioso y extraño motivo, a pesar de carecer de un cuerpo nos vemos impulsados a buscar la fuente de todo placer, y de este modo, del deseo.
No por nada es Eros hijo de Penía (la necesidad) y Poros (el ingenio).
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