jueves, 17 de septiembre de 2009

Yes We Kant!


Advertencia, esta entrada puede provocar daños irreversibles en el tejido neuronal.
No, no crean que olvido mi cita con los neuropétpidos. Sigo investigando.
Sin embargo, malos presagios me embargan. Y antes del fin, quisiera largar un alegato pro kantiano. Por si acaso.

Para entender algo de Kant hay que partir del debate filosófico coetáneo. El debate entre racionalistas y empiristas que parte de la respuesta a la pregunta ¿cómo obtenemos conocimiento?

Primera matización, el término conocimiento es aquí “conocimiento válido”, conocimiento indubititable, aquel que nos servirá para hacer ciencia frente a la sabiduría de andar por casa del camino de la opinión. Es decir, ¿Qué nos permite formular juicios universales y necesarios?

Los racionalistas apuntan a la razón, a la lógica. Del mismo modo que la matemática propicia juicios universales y necesarios (válidos para todos y que sólo pueden ser de un modo), el conocimiento válido debe partir de una principio evidente y deducir aquellas verdades fundamentales. Leibniz, Descartes y Fichte son, acaso, los paradigmas de esta escuela.

Los empiristas afirman que las únicas afirmaciones que cumplen estas condiciones emanan de la experiencia. Son del tipo: “dada una serie de condiciones A y B, el objeto n ha registrado el suceso S”. A decir verdad, el empirismo reduce el campo del conocimiento a la descripción de lo experimentado.

Análogamente a Aristóteles, Kant se plantea sintetizar ambas escuelas en un discurso asumible por ambas. Pues lo cierto es que seas racionalista o empirista, tarde o temprano topas con incongruencias. Por ejemplo, un empirista radical se verá obligado a asentar en la costumbre o la psicología la creencia de que dos más dos son cuatro. Un racionalista tendrá problemas serios para construir un discurso científico descriptivo válido.

Kant funda la filosofía moderna. Descubre que la experiencia tiene una forma, una condición de la posiblidad. No podemos experimentar de cualquier modo, para experimentar precisamos siempre un tiempo, un espacio, una serie de categorías lógicas que ordenan el maremagum de datos que nos aporta la experiencia.

Igualmente los conceptos, las ideas, o bien son analíticos, es decir, desarrollos ya incluidos en un concepto mayor que los subsume (en cuyo caso no son informativos, no aportan información), o bien son sintéticos, que sí aportan información añadida. Si digo un círculo es redondo estoy derivando del círculo una cualidad inherente a la propia idea de cículo, la redondez. Es un juicio analítico.

Centrémonos en los juicios sintéticos. Pueden ser de dos clases, a priori o a posteriori, estos segundos son lo que a juicio del empirismo hacen ciencia. Aportan información de un heco y previa experimentación. Tú no puedes saber a priori afirmaciones del tipo “los alumnos de 4º de ESO flojean en matemáticas”, se precisa un contexto empírico a posteriori para validarlo o refutarlo.

Los juicios sintéticos a priori, los que aportan un predicado (una información) anterior a la experiencia, son del tipo “la recta es la distancia menor entre dos puntos”. Ni el concepto de punto, ni el de recta anticipa el conocimiento relativo a la “distancia menor”, pero Para Kant este tipo de afirmaciones sustentan el saber científico y posibilitan la validez del conocimiento a posteriori.

Ahora bien, ¿dónde descansa su validez de este tipo de afirmaciones?

En la Crítica de la Razón Pura Kant trata de demostrar que no hay experiencia sin concepto y no hay concepto sin experiencia. Lo primero es claro, pues se precisa siempre una ordenación de los datos a partir de categorías. Lo segundo, que recuerda a Aristóteles, es más polémico y obliga a un fenomenal despliegue de conceptos, a menudo herméticos incluso para los estudiosos.

Muy resumidamente Kant hace derivar los conceptos de una serie de conceptos nucleares –las categorías- que a su vez interconecta con las intuiciones puras de tiempo y espacio. Las categorías que ordenan los datos son “la otra cara” de nuestra intuición a priori, de la condición de posibilidad de la experiencia, a saber, el espacio y el tiempo.

Naturalmente, Kant pensaba en términos de un universo newtoniano. Y aquí los filósofos suelen liarla al confundir la teoría de la relatividad con la postulación de un tiempo absoluto. Para dos observadores que comparten un mismo punto de vista, el espacio y el tiempo es absoluto para ambos, relativo a la velocidad de un tercer observador, pero absoluto. De lo que se ignora mejor es callar, así que quede eso como una simple matización; la teoría de la relatividad no presupone la existencia de muchos tipos de tiempo, más bien al contrario.

Por eso Kant concluye que sólo es posible hacer ciencia de aquello que se da fenoménicamente en un espacio y un tiempo. Para pensarlo, necesitamos un espacio y un tiempo. Dios, Yo, y el origen del Cosmos quedan fuera del discurso científico. (por otras razones, la ética, que precisa un contexto distinto, la razón práctica).
De este modo, Kant salva la posibilidad tanto del misterio como de la ciencia.

1 comentario:

Sr. IA dijo...

Nota. Ah... importante, y tampoco podemos incluir entre lo científico la realidad nouménica (la fuente de los datos). No podemos conocer la realidad sino en tanto que ya ordenada por las categorías y nuestra intuición. Se siente, pero es así.