viernes, 2 de agosto de 2013

Levantes, Trífidos y Giacomo Casanova

El Día de los Trífidos, de John Wyndham, me ha resarcido del disgusto que me llevé con Pensad en Flebas (y ya les adelanto que con Accelerando de Stross también he tenido un buen chasco). A diferencia de Banks, Wyndham no es un autor especialmente valorado a pesar de ser Los Trífidos (1951) novela referencial de varios subgéneros (survivors, zombis, cf-social...) El argumento es sencillo. En una sociedad como la Europa de posguerra, con sus bloques Este/Oeste y unas optimistas previsiones de crecimiento, los rusos empiezan a experimentar con mutaciones vegetales, así hasta que aparecen los trífidos, plantas semovientes dotadas de un aguijón mortal. No son muy peligrosas, son lentas y previsibles, y en cambio, ricas en aceites de alto rendimiento nutritivo. De pronto, un fenómeno atribuido al paso de un cometa ciega a la práctica totalidad de la humanidad. Quedan unos pocos videntes, que por distintas razones se libraron de presenciar el paso del cometa.

La novela nos narra en primer lugar el descontrol subsiguiente en el Londres de los años 50. Luego, la lucha por la supervivencia ante unos trífidos que, poco a poco, sin maldad, han logrado arrinconar a los supervivientes, entablando contra ellos una lucha a muerte por la hegemonía planetaria. Me gustan varias cosas. La concatenación de escenas es simplemente perfecta. La prosa, directa y transparente. El ritmo, brillante. Hasta ahí los elementos definitorios de una novela correcta. Lo que da marchamo de clásico al Día de los Trífidos es la deliberada y muy meditada dosificación de la truculencia. El Día de los Trífidos es seminal porque permite tanto una versión a lo Alien 2 (o el Ensayo sobre la Ceguera de Saramago) o cualquier apocalipsis zombi-canibal, con millones de ciegos peleando por una lata de guisantes. Lo que quieran. Pero donde el talento mediocre se cebaría sobre la sordidez y la truculencia, Wyndham, que ha vivido en carnes el desembarco de Normandía, nos regala su mirada ética. Pasa por la truculencia sin entrar en detalles. Sabe que tras la casquería de un desembarco en la playa Omaha hay una lógica reguladora. Hay sangre y gloria, patetismo y horror, miseria moral. Y el buen narrador debe saber pasar por todo ello sin efectismos.

¿Pero por qué la truculencia es a la novela lo que el azúcar a las bebidas alcohólicas? Pues muy sencillo, por obvio, por reiterativo.La diferencia entre el vídeo porno y el cine es que el primero sirve a un claro fin metabólico, el segundo trata de contarnos, además, una idea. Y no es que esté mal mezclar ambas cosas...

Ahora que para mezclas, como sea que uno concibe la literatura como herramienta de conocimiento, y como sea que la mezcla ha sido trillada por activa y por pasiva desde que se inventaron las letras, me resulta mucho más satisfactorio buscar en contextos ajenos a mi actualidad histórica. ¿Una lectura claramente porno pero que deja en nada todo lo que puedan haber leído antes? Las memorias de Casanova.

Casanova es un rufián. Alojado de caridad en la biblioteca de Bohemia, evoca su vida de chanchullero. Ha sido tahúr, estafador, ladrón, chivato, pero sobre todo, rufián. Su especialidad es el rufianeo de altos vuelos. El modus operandi suele repetirse. Casanova se trinca una fulana. Insinúa que es un tipo de posibles (no lo es), guapo y caballeroso (lo es), no le cuesta meterse en la cama (gratis, a cuenta) con la más pintada. Cuando ya se la ha cepillado varias veces (a ella, a sus amigas, a las hijas si las tiene) le propone un trato. Él, Casanova, no la va a pagar, no va a poder satisfacer las expectativas materiales que la fulana había depositado en Casanova. Pero Casanova sabe cómo acceder a la casa de los ricos. Así que impartirá primero un máster de señorío para putas y las terminará presentándolas como viudas en penosa situación económica. A partir de aquí, con clase y torerío, la ofrecerá al consabido conde libertino, pero midiendo los tiempos, nada de bajarse las bragas a la primera. Al libertino no solo le sacarán unos bestiales honorarios, probablemente le timarán en las cartas, le estafarán con vagas promesas de ser presentado a un noble influyente que le abra paso en la corte, incluso, a los más burros, les colocan “piedras filosofales”, remedios milagrosos... ¿Me explico? El porno, la truculencia, es desarrollada por Casanova como una pieza esencial en una historia que va mucho más allá de la mera sugestión sexual. Casanova nos sirve el relato de una forma de vida.

 Otro que tal, Alonso de Contreras, Memorial de Servicios, el personaje en que se basó Reverte para su Ala Triste. Estamos ante un memorial de poco más de cien páginas pero sin desperdicio alguno. Imagínense un fulano que a los doce años apuñala hasta la muerte a un colega del colegio. Se enrola de criado en los tercios. Pasa a Levante, es decir, matamoros embarcado en galeras para putear musulmanes en el Mediterráneo Oriental (ora por su cuenta, ora con patente española o de la Orden de Malta, siempre tiene una a mano). No deja títere con cabeza. Lo que gana se lo gasta en putas, al siete y medio y en cogorzas. Se casa y mata a su mujer. Al Alguacil mayor de Córdoba también se lo pasa por la piedra por un pleito en una mancebía. Se pelea con todo quisque y prueba de anacoreta en Ágreda. Allí le empuran como supuesto líder de una revuelta morisca. Se embarca otra vez. Recorre el Caribe para socorrer Las Antillas de la armada de Raleigh. Vuelve a Italia, donde le toca poner en su sitio a la nobleza local, salva a todo un convento de monjas de la furia del Vesubio. Le envenenan dos veces. Vuelve a las andadas. Es acogido de caridad por Lope de Vega. Todo lo cual en apenas 35 trepidantes años (de 1595 a 1630) y servido en seco, con frases sujeto y predicado. Sin adorno. Cien páginas que te dejan ojiplático.

¿Truculencia? Aquí encontrarán toda la que quieran y más. Tíos colgados de sus tripas, partidos por la mitad, decapitados, violaciones... Pero sin estridencias, sin adjetivos, una violencia pueril que sirve para focalizar una visión sobre el mundo.

Página 107, Contreras participa en el desastre de Puerto Mahometa, donde una armada de mil cristianos es desorejada vilmente por un puñado de nativos. Los hechos más o menos refieren a un fácil asalto a la ciudad, donde los cristianos rapiñan lo que pueden. Sin embargo, los berberiscos vuelven por sorpresa, se aprovechan de la anarquía imperante entre los cristianos, los desbaratan y los persiguen alfanje en mano hasta zambullirlos en el mar. Hete aquí a nuestro hombre con el agua en la cintura y cargado con una cota de malla (jacerina) de 7 kilos, que le ha prestado el cómitre (el “jefe de personal” de los galeotes). Reconoce Alonso que lo suyo fuera desprenderse de semejante chaleco y romper a nadar... “pero estaba tan fuera de mí que no me acordaba, y estaba embelesado mirando como seis morillos estaban degollando los que estaban en el esquife sin que ninguno se defendiera, y después que lo hubieron hecho los echaron a la mar y se metieron en el esquife desencallándole, con que fueron matando a todos los que estaban nadando, sin querer tomar ninguno vivo en la tierra. No dejaban de tirar artillería y escopetazos, con que hacían gran daño”. El desastre de Puerto Mahometa (Hammamet, Túnez) 1605, pretendía reeditar el éxito de un saqueo anterior en 1602. Sin embargo, en 1605 se invirtieron las tornas. Según el relato de Contreras (posiblemente exagerado), de 800 castellanos quedaron vivos 62. El propio Contreras salva la vida porque en una de las barcas enviadas al socorro desde las distantes galeras va el propietario de la dichosa jacerina (el cómitre). Debía valer una pasta la dichosa cota porque, a pesar de estar el mar en borrasca y los moros pegando escopetazos, el cómitre decide jugársela e irse a por su jacerina. Prosigue Alonso: “Dándome voces que me arrojase, que ellos me recogerían afuera, lo hice sin quitarme nada de encima; gran disparate. Nadé unos dos pasos, pero me ahogaba con el peso y la gran borrasca que había. El cómitre, por no perder su jacerina, embistió conmigo y cogiéndome de un brazo, me metió dentro con toda el agua que había bebido. Otro pobre soldado que medio ahogado se agarró al esquife y lo remolcaba a tierra con la marejada, le cortaron la mano para que lo soltase, y se ahogó, que me dió mucha lástima, pero todo fue menester para salvar el esquife.”

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