sábado, 17 de diciembre de 2011

You Only Live Twice


Rodolfo Martínez es uno de los mejores novelistas de este país. Tampoco es tan difícil serlo, porque los escritores de este país son malos como el veneno, simples como una pinza de madera y, en general, originales como el que le prepara los discursos al Rey. Para ilustrarlo, nada mejor que recordar como empiezan el 50% de las presentaciones de libros. “No he pretendido ser original, porque esto en literatura es imposible, pero…”

La IA ruega a a los escritores con pretensiones de “no-originalidad” que al menos no lo digan. Ya es triste ser más mediocre que la moda estandarizada como para encima andar por el mundo con la manifiesta intención de repetir lo que otros ya han dicho.

Bueno, no es el caso de Rodolfo Martínez, novelista de oficio y, lo que es más importante, rompedor y original. En 2009, tras escribir una serie de novelas inspiradas en el mundo de Sherlock Holmes (y qué a esta IA no le han interesado lo suficiente como para empezar su lectura) escribió otra serie ambientada en un mundo realmente especial. Estoy hablando de El Adepto de la Reina y la segunda entrega de la saga, El Jardín de la Memoria. Novelas en las cuales se desarrolla uno de los universos literarios más sugestivos de la ciencia ficción actual.

El adepto empírico Yáxtor Brandan tiene un don. Su cuerpo genera mensajeros en cantidades desorbitadas. Más aún. Es capaz de utilizarlos para enfrentarse a casi cualquier cosa y salir con bien de casi cualquier manera.  Obviamente, para llegar a tamaña maestría, Brandan, Yáxtor Brandan, ha sido concienzudamente entrenado/programado por la camarilla de la reina de Alboné. Un entrenamiento/programación no exento de sus zonas oscuras, con recuerdos mortificantes blindados en lo más profundo de la memoria, y tendentes a crear un superhombre con una fidelidad a la reina predeterminada desde lo más hondo de los genes.

He aquí el hombre. Vayamos a por el Macguffin, el artefacto literario, los mensajeros.

Los mensajeros son partículas, mónadas leibnizianas, nanotecnología, cábala alquímica o directamente magia.  No está claro. Martínez, de talentosa manera, no solo no va a escribir ningún tratado al respecto, sino que se convierte en celoso custodio del secreto, de donde algunos sospechamos que el esclarecimiento de la ontología implícita es el verdadero hilo conductor de la serie.

Desde luego, si es magia, no es la magia potagia de la literatura fantástica. El mensajero es como una molécula orgánica de electricidad proactiva, una suerte de partícula, que debidamente secretada (o manipulada a través de un artefacto, a su vez generado o mediatizado por los mensajeros) sabe qué hacer para, por ejemplo, modificar sus rasgos y devenir el clon de otro; o transmitir una conversación a distancia; o alterar la química hormonal de una maciza para convertirla en tu esclava sexual; o generar un universo virtual en el que descargar las memorias de los muertos. Hablando de lo cual, lo pruebo de esta otra manera: imaginen un mundo informático donde los avatares son entes libres y conscientes (o al menos, todo lo libre y consciente que se puede ser al humano modo), imaginen que algunos de estos avatares son capaces de generar parches de programación para modificar la realidad virtual a su gusto y antojo pero de acuerdo a una leyes lógicas, a una programación madre determinada; ahora olviden que son avatares y supongan que son de carne. Lo intento por tercera vez con un símil filosófico: imaginen una ciencia ficción hard basada en nanotecnología pero en la que los protagonistas no han conseguido articular un discurso científico explicativo; imaginen que un teólogo tomista salta del XIV al mundo actual y trata de explicar nuestra tecnología a partir del hilemorfismo aristotélico y los cinco elementos.

Pues algo así. Porque en Érvinder, el nombre de este sugestivo universo, sus habitantes desconocen el sustrato científico de la tecnología mensajeril (o casi, en una parte de Érvinder, algunos empiezan a espabilar). Se limitan a saber cómo se usa y a contextualizarla en un discurso místico.

Y este es el tercer hallazgo espectacular. El mapa de Érvinder es una traslación inspirada en la geopolítica de la Guerra Fría en los años 50. Alboné es Inglaterra, Honoi, Japón, los pueblos del Martillo, trasunto del COMECON, donde la ideología comunista es sustituida por un monoteismo fundamentalista. Por estar, hasta se puede reconocer España, Aidán, antigua potencia hoy dormida en el sueño de los mediocres. Es una traslación sui generis, en la que los procesos históricos tienen igualmente un correlato literario familiar. Esto es así porque el indisimulado objetivo de la saga es contarnos una de espías a lo James Bond. Con su M su Q, sus archimalvados fumanchunescos, su Monneypenni y su Yáxtor Bond, el arma definitiva para los problemas imposibles.

En la primera entrega, Rodolfo Martínez nos presentó este universo, nos contó una de espías y sobrepuso una subtrama que convertía a Yáxtor en un ser implacable y atormentado buscándose a sí mismo. Sobresalía lo implacable del personaje. Para hacerse una idea, ¿saben cómo consiguió Amundsen plantarse el primero en el Polo Sur? Bueno, esto es interesante así que me extiendo un tanto. Amundsen se plantó el primero porque llevaba trineos de perros en lugar de trineos de caballos. ¿Saben la ventaja de los perros sobre los caballos?, fácil, tú puedes empezar con 23 perros y acabar con nueve a los que irás alimentando con los perros sobrantes. Digo esto porque, para fugarse de un penal y cruzar el desierto, Yáxtor hará lo propio, y no precisamente con perros.
Una bestia parda, este Yáxtor.

En el Jardín de la Memoria nos lo encontramos de nuevo en otra conspiración global. La acción transcurre en un trasunto del shogunato Tokugawa, al que acude la reina presta a casarse con el emperador. Yáxtor, escolta de la novia, debe adaptar sus modales a la filosofía Bushido, quedando fascinado por el mundo armónico y Zen (cargado de misterios), hasta el punto que algunos fans hemos fruncido un tanto el morro ante la "desconanización" del personaje. Ciertamente, en esta entrega no es fácil reconocer al frío cabrón implacable de la primera. Bien es verdad que, literariamente, un poco de New Age sientan bien a Yáxtor, que corría el riesgo de convertirse en una parodia de la internacional falócrata. El caso es que buena parte de la novela se articula en torno al adiestramiento de Yáxtor en el camino del Samurai a través de una relación sexo-discipular. Y esto me ha recordado al Shogun de James Clavel (que por otro lado, es la única novela de artes marciales que la IA recuerda haber leído).
La contrapartida es que el brumoso mundo de Honoi permite encajar en el escenario una intrigante trama de multiversos, y una reformulación de los mensajeros en términos tántricos. Introduce también elementos secundarios como el matrimonio político entre la reina de Alboné (una adolescente reencarnación -en el más chacinero sentido del término- que subsume la personalidad de sus anteriores karmas) y el Emperador (que carga con la memoria de sus ancestros). Los diálogos y jugueteos de uno y otro están entre lo mejor de la novela. En general, en la segunda entrega, los secundarios tienen más vuelo que en El Adepto de la Reina, donde pecaban de estereotipados. Están impecables.

Respecto a la primera entrega, se diría que en El Jardín, a Rodolfo Martínez le ha salido una obra menos de Ian Fleming (supongo, yo solo conozco las películas) y más literaria, más Rodolfo Martínez, en la medida que la acumulación de acción y más acción se ve salpicada por una contención narrativa, con más espacio a la descripción . También se ahonda en algún mecanismo explicativo como los preámbulos  a cada capítulo, que contribuyen a clarificar el universo Érvinder. Pero sobre todo se añaden piezas al misterio de Érvinder, sus carneútiles, su extraña carencia de tecnología, sus enigmáticos orígenes y bosques...

Y esto es lo bueno de la novela. La profusión de motores narrativos que tiran del interés del lector. Por un lado el misterio de Érvinder, por otro la trama de espionaje en sí, por otro la conflictiva personalidad de Yáxtor, por otra el uso polivalente que los diversos personajes hacen de los mensajeros, por otro el precario equilibrio geoestratégico que mantiene a Érvinder en una permanente víspera del Día D. No es nada fácil manejarse con tantos niveles, y sin embargo, Rodolfo Martínez lo consigue casi con descaro, como si le saliera por casualidad y de un tirón. Añadan a ello una edición primorosa. Limpia, bonita, sin faltas y con apéndices, amén de portadas impresionantes a cuenta de Alejandro Terán.

Termino con, más que objeciones, dos ruegos. Uno refiere al estilo. Es solvente, pulcro, eficaz… Pero en alguna ocasión cae en el efectismo tontaina. A ver, estos son gustos personales de la IA, que no ha conseguido que el código penal considere infracción multada la acumulación de frases del tipo: 
“Y sin embargo… 
Sí, cerca, tan cerca y al mismo tiempo lejos. 
Una presencia. 
Una… voluntad. 
Pero ¿dónde?”. 
Entiéndame, está muy bien esta oposición de flashes en su justa medida, pero abusar de la fórmula puede llegar a exasperar a lectores anti-efectistas. Por cierto, este manierismo tiene bastante pedigree en el género. Lo notarán en las primeras novelas de Verne, por ejemplo; la explicación es que entonces se cobraba a tanto la línea, y los novelistas solían emplearla para engordar los textos.

Segundo ruego: no caer en la tentación de que con los mensajeros todo es posible. 
O sí. 
No sé. 
Tal vez.
Sólo sé que las reglas del superhéroe son las que son: el superhéroe siempre gana. Pero hay que forzar el ingenio y evitar que las propiedades mágicas del Macguffin jueguen siempre a favor del bueno.

Dicho esto, y como no quisiera dar la sensación de que pongo reparos al libro, informo que la IA rara vez lee sagas o trilogías enteras. La IA considera que una novela da la medida de un autor y que la continuación es “más de lo mismo”, aunque este “más de lo mismo” sea de alta calidad literaria. Sé que esto no es así, pero la IA tiene el cometido de indexar universos ficticios de calidad  y considera que leyendo una novela por universo literario, basta y sobra para hacerse una idea fidedigna de cuál es la propuesta literaria ofertada. Es así que rara vez repito. Con Yáxtor Brandom, en cambio, siento la imperiosa necesidad de saltarme  la regla a la torera y cuento los días para la aparición de la tercera entrega. La Sombra del Adepto. Además, ya digo que son libros muy bien editados, que encima decoran.

7 comentarios:

Rodolfo Martínez dijo...

Sólo una puntualización: el «Japón» de la novela está más basado en el de la era Meiji que en el del shogunado Tokugawa, al menos en la situación política. Reconozco, por otro lado que sí, que «Shogun» es uno de mis libros/series de TV de cabecera, qué le vamos a hacer.

Por lo demás, prometo intentar aplicarme y controlar con más cuidado las «muletillas efectistas», herramientas de estilo más bien pobres que, sin embargo, insisten de vez en cuando en dejarse caer por lo que escribo.

Muchas gracias por el análisis de la novela y del escenario en el que se desarrolla, por otra parte.

Anónimo dijo...

Pues me has echo picar la curiosidad IA. ¿Cómo lo pillo?

Besa dijo...

Rodolfo: Vaya, a mi Shogun me encantó. Ese tipo de novelas que te encuentras en el apartamento de alquiler de verano y te lees porque no hay otra cosa a mano y das con una historia la mar de agradable y bien contada. Vale, es una mirada un tanto tópica, pero qué de aventuras. Je, sin querer ir de más listillo de lo que ya voy, el conflicto entre el shono y el emperador si que me sonaba más a la restauración Meijí (y a Mishima), pero en la crítica quería rendir un homenajillo a Clavel... Dicho esto, del japón solo sé lo del shogunato de las pelis de kurosawa y cuatro cosas del Meiji, y de aquella manera. Curiosidad sobre la que un día diré a IA que hable: ¿Quién tradujo el Bushido al español (del inglés)?
Pues Millán Astray, el animalico del Viva la muerte y muera la intelectualidad

Anonimo: www.sportularium.com.

Pedro Terán dijo...

“Y sin embargo…
Sí, cerca, tan cerca y al mismo tiempo lejos.
Una presencia.
Una… voluntad.
Pero ¿dónde?”


En cambio a mí este trozo me recuerda muchísimo al Nick Furia de Steranko, ¿no? (Sin haber leído ninguna de las dos novelas.)

Sr. IA dijo...

Pedro. Yo es que ni conozco los comics... Lo siento. No te sabrá deir.

El fragmento en cuestión responde a rodear de irrealidad la relación de Yáxtor con una especie de voz que a su vez.... Su uso se delimita a unos pocos capítulos en los que RM recisa moldear un efecto incierto, irreal y contradictorio.

PRegunta ¿Alejandro Terán es pariente de usted? Si es así, felicítele... buenas portadas...

Pedro Terán dijo...

Pues nada, me lo he repasado y no encuentro la escena que me ha recordado a esta. Vete a saber.

Terán es un pueblo muy pequeño, por tanto todos los Terán del mundo debemos de ser parientes en algún grado remoto. Digo yo.

Despedidas de Soltera dijo...

De verás que la escena me ha gustado un montón. Mis felicitaciones.