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domingo, 14 de junio de 2015

Nanotratado sobre Kennedy Toole

Para nosotros, novelistas rechazados, John Kennedy Toole, el autor de la Conjura de los Necios, es como el presidente del sindicato. El joven prodigio que tras escribir una obra maestra lucha en balde contra el sistema editorial. La amargura del fracaso va carcomiendo su alma y el 26 de marzo de 1969, con 31 años, Toole detiene el coche en una carretera de Lousisiana, empalma una manguera al tubo de escape y se mata.

Thelma, la madre del suicida, asume entonces la cruzada de ver publicada La Conjura. Y lo consigue tras diez años de batallar contra el rechazo. El éxito será fulminante y a Toole se le concede póstumamente el más alto galardón de la narrativa americana, el Pulitzer de 1981 “¡Chúpate esa, sector editoria! A algún día a mi me pasará lo mismo”, clama con envidia (?) el novelista rechazado.

Hasta ahí la leyenda. Una Mariposa en la Máquina de Escribir, de Cory Maclauchlin, es la brillante aunque por momentos tediosa biografía del genio. Nos explica que la cosa no fue exactamente así. 


Toole era un hombre brillante en el terreno social y académico. Luchando contra la adversidad económica -procede de una familia sureña de alcurnia muy venida a menos- consiguió graduarse en prestigiosas universidades. Era ciertamente snob y con un enorme talento para la imitación y la ironía, para captar ese momento cómico en lo cotidiano. Era un enamorado de Nueva Orleas, para él, una suerte de laboratorio literario en el que encontrar giros argóticos, situaciones rocambolescas, paisajes alucinantes.

Como alumno y estudioso de la literatura inglesa, sobre todo la renacentista, todos sus profesores concluyen que era un crack. Pero como escritor era inconstante, hacía sus pinitos, se marcó la típica novela adolescente en la que ya apuntaba maneras. Todo eso cambia en 1961 y 1962. Siendo sargento en Puerto Rico (enseñó inglés durante sus dos años de servicio militar a los nativos, a los que como buen surista desdeña pero trata con justicia), la musa le atrapa y todas aquellas notas, bocetos, redacciones y situaciones que ha ido recopilando durante sus años de formación académica, van a cristalizar en una gran obra.

Pienso que la Conjura es una obra maestra. Por un lado es una sátira de los movimientos políticos de la América de los 60. Por otra es un despliegue de tipos pintorescos de la pintoresca ciudad de Nueva Orlean. Por encima, por el medio y por debajo es el retrato de un friki, Ignatius Reilly. Pedante, excéntrico, retrógrado, incapaz de encajar en la sociedad de su tiempo, inmerso en una serie de desquiciantes relaciones personales.  Una sucesión de gags hilarantes, de observaciones ingeniosas, diálogos incisivos y descripciones cargadas de sarcasmo e ironía.  

También Gotlieb, un prestigioso editor neoyorkino, pensaba que había madera de genio en aquel borrador que le llegó un día de 1962. Era al primer -y único- editor al que acudió Toole. Sin embargo, el neoyorkino no está nada seguro de la viabilidad comercial de La Conjura. Es una novela de humor, un sector de alto riesgo, y que aparentemente "no trata de nada", se lamentaba. Durante tres años hay un intercambio postal con Toole para tratar de mejorar la novela. 

Gotlieb, al que la teatral y excesiva Thelma siempre culpó -injustamente, según Maclauchlin- de ser la bestia parda que acabó con su hijo, no andaba nada desencaminado y a la vez despistado del todo. Sin embargo sus propuestas de mejora son buenas. Pero algo sucede, Toole entra en crisis, es incapaz de retocar el manuscrito. Se bloquea e inicia una cuesta abajo por la pendiente de la depresión.

Antecedentes familiares de locura, frustración vital, un entorno familiar problemático, un trabajo de docente con las monjas Dominicas muy por debajo de su talento, pero sobre todo, esa incapacidad de seguir escribiendo y ese saberse instalado en una mediocridad que no va a ningún sitio. 

No es un novelista al uso. Es un estudioso de la literatura brillante y sobradamente preparado al que, un buen día, la inspiración -años y años de experiencias- le dictan una novela memorable. Y pienso que él sabe que es realmente la única cosa que puede escribir, la recopilación de estampas orleasianas desde el satírico punto de vista de un medievalista borde, patético y desternillante. La única cosa que merece la pena escribir. Y no sabe cómo hacerlo para contentar a la industria editorial. Simplemente ha creado una obra maestra y hasta aquí llega.

Macluchlin carga contra la interpretación queer, según la cual las tendencias homofílicas de nuestro amigo Toole, están en la base de su inestabilidad mental. Es otro cuento de críticos baratos. Toole vive demasiado ensimismado para otra faceta sexual que el onanismo. Su relación doméstica con lo cotidiano es siempre compleja. Imposible constreñirlo a una realidad conyugal -hétero o no hétero- que le hiciera feliz. Solo la gloria literaria, el reconocimiento, el éxito y la fama, podían salvarle de la autodestrucción. Y lo sabía. 

martes, 20 de mayo de 2014

Nanotratado sobre 2666


Al terminar 2666, de Roberto Bolaño, uno se queda con esa sensación de orfandad. ¿Qué leeré ahora? Y es que estamos ante una novela torrencial, inmensa, de las que te hacen disfrutar y aprender. Literatura de la buena, de la que apenas se publica.

Sin embargo, no puedo dejar de compararla con Los Detectives Salvajes, novela que me gustó más. Luego digo porqué.

2666 son cinco novelas en una aglomeradas por un universo literario muy particular, con mil claves y leitmotivs surgiendo de improviso como una emboscada en una jungla de palabras. Eso hace que las cinco novelas compartan un mismo ADN. En este sentido, felicitar a Anagrama por, pasando del parecer del autor, servir las cinco historias en un mismo volumen. En efecto, es la misma agua de un mismo río. De hecho, y salvo los Detectives, las otras dos obras de Bolaño que he leído -III Reich y Los Sinsabores del Verdadero Policía-, se me antojan ahora partes perfectamente intercalables en 2666. Esa es la magia de Bolaño.

Hablamos de leitmotivs, de un universo común. ¿Cuál? Ardua pregunta. ¿Cómo caracterizar el universo de Bolaño? Este esfuerzo me sobrepasa, se precisarían unos críticos tal que Pelletier, Espinoza, Morini y Norton para empezar a vislumbrarlo.

Nihilismo

Pero allá vamos. En primer lugar, el tema central es el tema central de la literatura del XX (la portátil, en términos de Vila Matas). La confrontación del individuo contra el sinsentido de la existencia.  Todos los personajes importantes de 2666 (los que sueñan) están en ese castillo kafkiano en el que todo parece llevar al mismo sitio, o sea a ninguno, o sea al sexo. Frente a esa sensación de desamparo surge, a lo Schopenhauer, la literatura como una posible solución al enigma. Al final, de lo que se trata, parece decir Bolaño, es conseguir la Puta Obra Maestra.
Naturalmente ese desamparo se percibe mejor cuando vives en el infierno, ya sea el frente oriental de Reiter-Acimboldi, ya en Ciudad Juárez-Santa Teresa, donde la corrupción, desidia secular, intereses contrapuestos y machismo feraz encuentran un chivo expiatorio en la depravación más abyecta. El homicidio con tortura y violación de niñas-adolescentes-mujeres. Como dijo Bolaño, es como si para escapar del aburrimiento existencial solo quedara una alternativa: el mal.
La literatura y la vida se entremezclan de un modo irracional y salvaje, con apabullantes apariciones de lo onírico que, paradójicamente, iluminan la situación; la ordenan y comprendes (o crees que comprendes o deberías comprender).

Humor

Sostengo que todas las obras maestras, todas sin excepción (obviamente no considero a Kafka uno de los grandes) están preñadas de sentido del humor. De Joyce a Proust, de Cervantes a Homero. 2666 no es una excepción. Por ejemplo, el retrato que se nos hace del mundo académico es de una socarronería desarmante. El mundo policial de Santa Teresa, ni les cuento. Hasta la extraña vida de Reiter va punteada de momentos hilarantes, corrosivos, donde se diría que Bolaño fija una mirada sarcástica –a lo Cèline- sobre el mundo.

México

¿Y dónde mejor que en México? ¡Qué extaño país, ¿no es cierto?!  México es a Bolaño lo que Macondo a García Márquez. Sus élites pretenden el empaque de la vieja Europa, sus clases populares el lustre del vecino norteño. El resultado es un macrocosmos único y salvaje. Adorable y repugnante. Donde se venera a la Santa Muerte y se beben licores aromatizados con gusanos  venenosos. (Pag 761, ed.2004). “Primero tratas de mejorar desde fuera, luego crees que si estuvieras dentro las posibilidades reales de cambio serían mayores. Al menos uno cree que desde el interior va a tener más libertad de acción. Falso. Hay cosas que no cambian ni desde afuera ni desde dentro. Pero aquí viene la parte más increíble (y me da lo mismo que sea la historia de nuestro triste México o de nuestra triste Latinoamérica). Aquí viene la parte in-cre-í-ble. Cuando uno comete errores desde adentro los errores pierden su significado. Los errores dejan de ser errores. Los errores, los cabezazos en el muro, se convierten en virtudes políticas, en contingencias políticas, en presencia política, en puntos mediáticos a tu favor. Estar y errar es, a la hora de la verdad... una actitud  tan congruente como agazaparse y esperar. No importa que no hagas nada, no importa que la riegues, lo importante es que estés. ¿Dónde? Pues ahí, donde hay que estar. Así fue como yo dejé de ser conocida y me hice famosa”.

Metaficción

Bolaño es la culminación, a mi modesto entender, de este subgénero literario en el cual lo literario y lo existencial juegan a diseñar laberintos. Lo primero que se lee en 2666 es “La primera vez que Jean-Claude Pelletier leyó a Benno von Arcimboldi...” Ahora bien,  a calidad de la metaficción es el material literario de partida, en este sentido, nadie parece haberse abastecido de mejor munición que Bolaño. Bolaño todo lo ha leído, narrativa magufa sudamericana (ese zumbado que sostiene que los aztecas son una raza extrarrestre), la ciencia ficción estalinista, poesía rumana tardo romántica, rusos, alemanes, rancios españoles de los 70, rarísimos poetas alejandrinos...  Y así... Superbolaño: un tipo capaz de escribir sin fichas ni wikipedias la historia de la literatura universal empezando por Andorra y acabando por Zimbawe. Pasmoso. Eso en cuanto al contenido, en cuanto a la forma, y como Cervantes, Bolaño y pocos como Bolaño saben convivir con los dialectalismos, con los diferentes niveles coloquiales.

Vale, me hago cargo que, en el fondo, es un sistema, un truco, una manera de narrar... pero ¡Santa Madre de Dios!... Es que al lado de Bolaño, grandes lectores como Vila-Matas parecen alumnos de la ESO. Parecen.

¿Cómo concibe Bolaño la literatura?

Un episodio altamente bolañoso. Quien marca la pauta, quien sienta las claves de la teoría literaria subyacente en 2666 es el viejo novelista fracasado que vende su máquina de escribir al joven Arcimboldi. El que te da la herramienta, el dios creador de este universo. Un oscuro librero centroeuropeo.

Nos dirá que la literatura es un inmenso bosque de árboles que ocultan las Grandes Obras Maestras. Cada libro es un pino, un árbol más, escrito por uno que cree escribir lo que escribe, siendo en realidad que escribe al dictado. Novelistas más o menos aseados, correctos, hasta interesantes pero que en rigor, no dicen nada propio. Pues no es su alma la que se nos revela en sus escritos. Sin embargo, tienen un papel trascendental en el Plan Literario Final (como suena a Vila-Matas esto): la ocultación. Y es que la literatura es un bosque de papel, necesitamos esa frondosidad como contexto de lo sorprendente, del lago que repentinamente se abre junto a un río de belleza insoportable, de la quebrada que se desploma, del árbol gigante caído que, de improviso, topamos en el camino. Estas panorámicas carecerían de sentido sin la modesta aportación de jornaleros peores y mejores, mediocres todos. A los que podemos odiar o querer, difícilmente recordar.
Naturalmente, la pretensión de Bolaño, como escritor de casta que es, es construir él mismo ese paisaje sobrenatural en medio del bosque. A ello dedicó su vida y pienso que lo consiguió. El árbol de Bolaño es diferente, muy alto y con cuajo, de ramas cargadas de flores blancas y negras.

2666 versus los Detectives Salvajes

No sé si 2666 conseguirá algún día ese estatus. Pienso que Los Detectives Salvajes se aproxima más a ese ideal. La razón es clara: artificio.

Aún teniendo la increíble capacidad de fabulación de un Bolaño, no es lo mismo fabular sobre una historia oída que sobre una vivida en carne propia. No es lo mismo el memorial del guerrero que sobrevive a la guerra que la historia del guerrero recreada por su fabulador. En la segunda queda siempre un poso de artificio. Es la distancia que hay entre testimoniar y documentarse. Por ejemplo, el menage a trois de los críticos arcimbolianos es harto revoco, hay que leerlo en clave metaliteraria para que funcione. Lo mismo el del redactor negro metido de gañote en una pesadilla de coca y mezcal. Algo mejor las vivencias bélicas de Reiter (se nota que ahí la documentación fue, sencillamente, bestial, solo al alcance de un gran jugador de rol).

Esto en los Detectives no pasaba. En los Detectives, Bolaño reportajeaba el tránsito por el underground de toda su quinta, un tránsito que él mismo padeció y disfrutó. Es la veracidad, la distancia existente entre lo documentado y lo vivido. Por eso me gusta más los Detectives... Es parecido, horas y más horas de metaficción, pero el sustrato es tierra de primera calidad, hecho con el estiércol acumulado en el paso de la adolescencia a la madurez.

Un final precipitado

Y luego está el final. Acelerado. Como si el autor se dijera, bueno, vamos a acabarlo de momento y luego ya lo cerramos todo como Dios manda. No es que esté mal, nada de eso. Es formidable. Pero se nota que se ha dejado cosas en el tintero, muletas con las que acompañar el último pase, por ejemplo, la conexión entre los sueños de Haas y Reiter-Arcimboldi, que se quedan suspendidas en el aire, como una promesa de salto de trampolín que al final se aborta en la pasarela.

Tampoco se puede pedir más al mártir Bolaño. Él mismo pagó un precio salvaje por perseguir a esa hija de puta llamada “gloria literaria”. Donde otros mejores que él se rindieron, pasando a engrosar la lista de acomodados, él siguió erre que erre hasta el final. Pero hay desaliño en el apresurado cierre de la historia, como si al presagio de la Parca, Bolaño quisiera resarcir a los suyos por tantos y tantos sacrificios con una última novela coherente que le asegurara royalties por un tiempo. Como siempre, la vida y la literatura van de la mano.

Nuestro protagonista se encuentra en una heladería con un viejecito. El viejecito le explica que toda su fortuna se remonta a un bisabuelo suyo, un literato meritorio, hoy olvidado, protagonista de una vida de aventuras. En su madurez, y para ir tirando, regentó una heladería cuyos helados son hoy un icono mundial. De los poemas del bisabuelo nadie se acuerda.

Ingrata hija de perra, la literatura. ¿Eso nos quiere decir Bolaño? ¿O qué al final, y gracias a un bagaje de lecturas y aventuras, el bisabuelo supo crear un producto excepcional, humilde tal vez, pero capaz de vencer al mismísimo tiempo? ¿O las dos cosas? ¿O nada?

Lo dudo.

Solo sé –para terminar- que me descomponen los buenos lectores que me dicen, “no me atrevo con Bolaño”. Los comprendo y, en parte, los compadezco. Ellos buscan en el libro una identificación con un protagonista; a través de la conexión mental que permite el lenguaje vivirán las aventuras del otro, y ya está (que no es poco, si se hace bien). Por así decir, lo que ellos buscan en un bosque es un árbol confortable a cuya sombra sentarse y deleitarse de la espesura, tal vez sestear a la temperatura ideal, a la luz ideal. Me parece muy bien. Pero los buscadores de tesoros los miramos condescendientes, como si de repente midiéramos seis metros. No es eso chaval, no es solo eso... Si te quedas a sestear a la sombra del árbol, nunca llegarás a la gran catarata.

Y con este holderliano pensamiento me despido de ustedes, para, barrunto, otra larga temporada.
De momento-y tras algún tropiezo (por ejemplo, qué malo es  Henry James y qué bueno Sandor Marai; otro tropiezo, me he quedado sin ciencia ficción) ya he solventado la pregunta con la que empecé. 20 Años Después, de Alejandro Dumas. Sensacional.


miércoles, 1 de enero de 2014

Nanotratado sobre el nacionalismo

El Estado Nación europeo tiene mucho que ver con la crisis medieval del XIV. La peste negra vacío las ciudades, produciéndose entonces un efecto llamada sobre el agro feudal. Para retener a sus vasallos los señores endurecieron la tiranía amparados en el derecho visigótico, los "malos usos". Hasta entonces los reyes no fueron sino Primus inter Pares.

La nueva tesitura era campo abonado a una guerra entre el rey y las ciudades contra la nobleza agraria. En España esto se traducirá en la creación de un ejército estable, financiado por la corona, que en pocos años trastocará el equilibrio de poderes heredado de la romanización. España formará la vanguardia de este proceso, lo que explica su rápida expansión por Europa Occidental. Se genera el Estado moderno, con una corte y un aparato funcionarial gestor del "imperio", modelo que paulatinamente van copiando las principales dinastias europeas.

Las guerras de religión, y sustancialmente la de los 30 años, modifican el planteamiento. Corresponde a Wallenstein la creación de un nuevo paradigma militar; el ejército que ya no vive de la paga real sino que se "autofinancia" con su deprededación del territorio ocupado. En Europa, este verse sometido a la arbitrariedad de la guerra será el factor seminal del concepto país, como un aglutinante poblacional contra la opresión exterior, y frente a relaciones identitarias de caracter local, de clase o religioso.

A lo largo del XVIII los ejércitos se lanzan a la conquista del ultramar. La mayoría de las veces las armadas, los ejércitos son financiados por compañía privadas, legitimadas por las respectivas naciones de origen, en una globalización avant la letre. Surgen así los primeros ejércitos de leva, el rey recluta soldados para sus guerras y la de sus compañías. Corresponde a la Francia postrevolucionaria y a Napoleón la glorificación de este nuevo modelo militar. Los ejércitos son ya nacionales, hijos del pueblo organizados militarmente para engrandecer la patria. En paralelo y de la mano de la ilustración y muy especialmente de la educación laica, se inicia la homogeneización lingüística, la fusión de los dialectos en un único estandar lingüístico.

Es por eso que el siglo XIX será el siglo del nacionalismo. Como bien dirá Marx, las oligarquias dominantes inyectan "orgullo nacional" a sus bases a modo de estrategia de cohesión social. Las guerras -ahora procesos de expansión colonial fuera de Europa- son un buen negocio incluso para los soldados, que esto ya no lo dice Marx, resultan igualmente beneficiados de fáciles conquistas contra territorios tecnológicamente atrasados cuyos recursos pasan al erario de la metrópoli.

En este ambiente optimista, la sociedad acuña el ideal de la aristrocracia militar. El oficial y su mística se convierte en el paradigma de las virtudes viriles. Se genera una incipiente cultura popular nacional superadora de las castas sociales.

Problema, el mundo no da más de sí. Concluido el fenómeno de expansión exterior, las naciones deberán arrebatarse unas a otras los territorios para mantener activas las calderas de la patria. Las primeras en caer serán la decadente España, el Magreb, China. A finales del siglo XIX el mundo es un precario equilibrio. Los cuatro imperios coloniales (USA, Rusia, Francia e Inglaterra) encuentran un enemigo común en el eje entro-europeo, que se ha extendido exitosamente en Europa a expensas del imperio turco y mira ya sin complejos a franceses e ingleses en África, el Pacífico y Asia Central.

La Primera Guerra Mundial, cuyo centenario nos aprestamos a conmmemorar, supone el principio y el fin de muchas cosas. Enterrado en el fango de Flandes sucumbirá el glamour de la aristocracia militar como modelo social. El nacionalismo debería haber muerto también allí, pero no fue así.

A la vuelta de las trincheras, los excombatientes no obtienen ya ni estatus ni reconocimiento social ni mucho menos riqueza, aunque han conseguido una cosa, el sufragio universal. Esta generación, aún bajo el síndrome del militarismo, escogerá en muchos países la vía del totalitarismo como solución a la fractura interna que supone el obrerismo. Y entonces llega la debacle de la II Guerra Mundial.

En 1945 la sociedad europea, exhausta, abandona 300 años de tradición militar, se ensimisma, renuncia al sostén por la sangre de sus territorios coloniales, donde se suceden los estallidos independentistas amparados por los nuevos amos del escenario, Rusia y América. Nace el Mercado Común, embrión de la UE, y el fin del nacionalismo europeo clásico hijo del Estado-Nación del siglo XVI.

Pero para entonces la infección ha saltado a nuevos clusters. Hay un fallido brote en Africa, coincidente con la eclosión de nuevos países surgidos de la descolonización. Pero en Latinoamérica y Asia, y a golpe de manipulación cultural, el nacionalismo se visualiza exitosamente como el paso lógico frente al mundo bipolar que supone la Guerra Fría.

Excursus, manipulación histórica y cultural inherente a todo nacionalismo. La nación, a diferencia del Estado, no existe, por tanto su historia debe ser inventada.

El desmantelamiento de la URSS da paso al supernacionalismo de Rusia, China y el resurgir de toda la Europa exsoviética, en algunos casos de forma pacífica, en muchos otros no.

Quisiera pensar que el nacionalismo debería ser como la fase inicial en la historia de los países. Un estadio inmaduro que se trasciende pronto en aras del internacionalismo (la bella utopía del ciudadano del mundo). Pero no es así ni mucho menos. Es una vía en la que recurrentemente se refugian las clases medias cuando las sociedades colapsan. Una mítica apelación al "nosotros" cuando un determinado proyecto social fracasa. El nacionalismo es un pensamiento religioso. Una fuga de la racionalidad en aras de la esperanza en un mañana mejor. No importa las veces que la historia desmienta este planteamiento. Es como una pulsión hija, eso sí, de la candidez y/o de la ignorancia.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Nanotratado sobre Doctorow


Alarico saqueó Roma en 410. Era el principio del fin. La toma de la ciudad eterna, la casa del Papa y de los santos, causó tal conmoción entre la cristiandad que San Agustín, obispo de Hipona, dedicará sus últimos años a reflexionar sobre el fin de las civilizaciones. Escribe así La Ciudad de Dios, obra en la que desarrolla su idea de que la verdadera civilización no es la de los estados. La verdadera ciudad, la que realmente debe preocuparnos no es Roma, ni la sede temporal del Papa o el Príncipe;  la verdadera ciudad de Dios es nueva Jerusalén,  que resulta de seguir el ejemplo de Cristo. Agustín traza en su obra un retrato de la sociedad de su tiempo, de la dignidad y de la indignidad. Nos habla de los falsos dioses. Y de cómo en la oscuridad resplandece mejor la luz de Cristo.

En 2002 Doctorow escribe Ciudad de Dios, a la manera de San Agustín. Y realmente lo clava. No hay hilo conductor en esta novela tan posmoderna. Como en el Ulises, como en la obras cumbre del siglo XX, la trama -la melodía- desparece. El único motor de esta ficción son los pensamientos de una galería de personajes desgranando recuerdos. Crónicas, artículos, que nos llevan de la mano a aquellos escenarios históricos donde Dios murió (la teoría de la relatividad, las trincheras de la Gran Guerra, la vida en el gheto de Vilnius entre el 42 y el 44, las fortalezas volantes de la II Guerra Mundial, la filosofía del lenguaje y el positivismo lógico) o sigue muriendo (bares donde zombis solitarios se beben la desesperación, asilos de veteranos del Vietnam, una ciudad de Nueva York en fase de putrefacción). El nexo de todas estas reflexiones es la crisis espiritual de un reverendo anglicano, el padre Pem. Un hombre que busca a Dios.

Lo más curioso de todo es que el cura Pem es un filósofo agnóstico. Está adscrito a progresistas corrientes teológicas negadoras de la trascendencia del hombre –como lo leen, curas que no creen en los evangelios sino como metáfora simbólica del pathos humano-. Para ellos  la religión es un discurso simbólico sobre un Dios incognoscible, nouménico; una estructura de poder que a lo más que aspira es a dar una leve esperanza a la humanidad y a mantener a trancas y barrancas un corpus ético basado en el amor y la caridad como barrera frente a la indignidad y la cosificación del espíritu.   

A menudo yo me siento próximo a esta visión puramente histórica, sólo fáctica, del cristianismo. Una visión que convive sin problemas con la racionalidad científica y las evidencias históricas sobre la génesis del cristianismo como una derivada de los pulsos por el poder entre judíos gnósticos helenizados y mesianismo macabeo. Una tradición sobrescrita a un cúmulo de tradiciones superadoras de la muerte de Asia Menor, Persia y Egipto. Añádanle que Doctorow explica como yo nunca antes había leído las repercusiones ontológicas de la teoría de la relatividad, la física cuántica, Wittgenstein (te partes de risa con su parodia de Tractatus); reflexiona sobre las civilizaciones, sobre la Europa de la permanente agonía, sobre cosmópolis,  Nueva York, la Roma coetánea (y de la que Doctorow es poco menos que el cronista oficial), sobre el desencanto de la generación hippy convertida en garante del capitalismo más rancio; de los amores imposibles y del sentido del deber y de la culpa.  En fin, todos ellos temas interesantísimos para esta IA.

Pero si tengo que destacar algo, la prosa.

Admito que llegué a Doctorow al barajarse su nombre para el Nobel 2011. Sabía que era una “vaca sagrada” de las letras americanas. Pero saberle el autor de Ragtime y Billy Bathgate me predisponía en su contra. El jazz me interesa más bien poco y las peleas de gangsters, bueno, no están mal… Nueva York siempre me ha parecido un Disney Land Paris para pijos. Total, que me prefiguraba un Doctorow pastelero, plasta posmoderno tipo Paul Austern, solo que algo menos mediocre y más gracioso.
Felizmente un escritor es lo que tiene, se defiende con la prosa. Vean sino.  

Miles de millones de años transcurren lentamente mientras este organismo multicelular, esta mota de corrupción, esta submicroscópica ruptura de la no-vida, evoluciona selectivamente a través del ámbito de salvajismo y limo blindado, pasa por reinos experimentales de caballos de medio metro de altura y lagartos que vuelan, entra en los triunfantes dominios de los bípedos peludos que progresan, los que tienen el índice y el pulgar frente a frente, los que saltan de la prehistoria a lo sublime bajo la forma de un insignificante adolescente en el Instituto de Ciencias del Bronx.

Es un inmenso placer para mí incorporar al cuadro de honor de maestros escritores del siglo XX a E. L. Doctorow. Así como San Agustín entona el responso de la Roma imperial, en Ciudad de Dios se canta, como si de un inmenso coro Goodspell se tratara, los afanes, miseria y extenuación del siglo XX confrontados a un Dios, enigmático y silente observador de los avatares humanos.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Umberto Eco, un masón al descubierto


Atención. Vida Sexual de una Inteligencia Artificial ha tenido acceso a importantes revelaciones que permiten identificar de manera indubitable al Gran Maestre de los Rosacruces Internacionales. Al general en jefe de las hordas masónicas. El verdadero Kadosch, el Hiram Abif del siglo XXI.



Umberto Eco

Bajo su dirección, reputados profesores universitarios fusionaron los dos grandes ritos, lo que les ha permitido hundir la economía capitalista, abrir a los masones los medios de comunicación (menos algunos blogs, que valientemente nos negamos a caer bajo su férula), y ahora, negocian entre bastidores para que el euro se hunda y así entregar España a los chinos.
Está claro como el agua.

Empecé a sospecharlo cuando el astuto piamontés enarboló la bandera de una extraña disciplina, la semiótica (véase el nada casual parecido con “semítica”, ciencia que en verdad se basa en el estudio de la cábala), destinada a confundir a los filósofos del lenguaje obligándoles a devenir  “apocalípticos”, meras ovejas del poder, casposos abogados de las jerarquías culturales; o arrabaleros “integrados”, destructores del orden, mesiánicos apóstoles de la redención por la dinamita (cultural). Desde una falsa bonhomía, y al calor de la confusión generada por Habermas y la escuela de Frankfurt (judíos masones negadores de la inexistencia de teorías autónomas de su contexto sociohistórico), Eco y sus secuaces carbonarios fueron invadiendo importantes departamentos de filosofía y desahuciando a los witgenstenianos que encontraba, condenados desde entonces a buscarse la vida (malamente) como profesores de latín y ajedrez.

Completada su disolvente labor en el ámbito académico, Eco se dio cuenta de que los departamentos de filosofía ya no servían como laboratorios ideológicos donde cocinar los estereotipos culturales a inyectar en los media. No. La confusión conceptual había disociado el medio y el mensaje.  En adelante, los memes de primer orden se filtrarían a la ciega masa a través de novelas populares, Best Sellers.

Eco, como gran Maestre del Rosacruz Templario de la Sociedad Teosófica, dio el siguiente paso.
Secuestró a cuatro novelistas polacos (“los cuatro evangelistas”, en el argot rosacruz de la tradición canobita). A uno lo encerró en un antiguo búnker soviético, hoy propiedad de Gazprom, que se encuentra bajo el cementerio judío de Praga. A otro lo mantiene (en atroces condiciones) encadenado en una cueva ubicada en la intersección de las bisectrices del triángulo formado por los castillos de Montségur, Carcasona y Queribus. El tercero escribe preso en un submarino nuclear sin nombre y en permanente misión de circunnavegar la tierra. Del cuarto se sabe aún menos, siendo uno de los secretos más celosamente guardados (hasta hay quien conjetura que realmente el cuarto novelista polaco no existe).
El caso es que les tiene escribiendo grandiosos Best Sellers para intoxicar a las masas y hacerles creer que El Plan, la existencia de un complot internacional para entregar España y otras desgraciadas naciones a los chinos, no es el verdadero Plan.

El Nombre de la Rosa pretendía realimentar la disensión entre Benedictinos y Franciscanos para justificar la primacía teológica de Suárez y de la Compañía de Jesús (no se dejen engañar por otras interpretaciones).  En el Péndulo de Foucault recopiló las teorías de la conspiración más y mejor documentadas por los historiadores para negarlas afirmándolas. Baudulino es una obra arriesgada, arremete contra la historicidad de los Reyes Magos con el indisimulado objetivo de fomentar el republicanismo.

Por último nos ataca con El Cementerio de Praga, una obra de arte de la impostura literaria, pero obra de arte al cabo.

Cuando el protagonista de una novela es un mero comilón, un ente acomodaticio a toda circunstancia, sin escrúpulos morales ni otra ideología que jubilarse con cierto decoro, puede decirse que, bien estamos ante una gran novela o bien en presencia del gran Simonini, o ambas cosas.
Narra el Cementerio de Praga las memorias de Simonini, un agente secreto en la convulsa Europa de las revoluciones y desvelador de “Los Protocolos de los sabios de Sión”. De 1848 al fin de siglo. Y realmente no conozco autor que lo narre tan inmejorablemente como Eco (en rigor, sus desdichados negros). Añadan a ello un sentido del humor carcajeante. Añadan una desquiciante metaficción, donde el tiempo fluye como el Narrador quiere, los personajes se desdoblan o triplican y se persiguen para continuar desdoblándose. Añadan una documentación exhaustiva y brutal.
Y falta lo mejor, un estilo que rinde tributo al folletín, ampuloso, cultista y deliberadamente demodée, cargado de arcaicismos y que, realmente, deviene la medular de la verosimilitud improbable de un antirrelato imposible.
Una verdadera delicia.

Qué lástima que no sea real (en realidad, pienso que el verdadero Umberto Eco falleció en el mismo atropello que se llevó por delante a John Lenon, el real, el que murió al poco de grabar Abbey Road en 1969, y no su doble tiroteado por la CIA tras convertirse al islam y amenazar con informar al mundo de la conjura).
Y digo lástima pues esta novela es mentira. En verdad, esta obra es un testimonio estremecedor de la conspiración en curso. ¿Qué otra prueba se necesita? Es como el diablo, que para ocultarse del mundo se niega a sí mismo. Desde entonces sabemos que la mejor manera de probar un complot es afirmar su inexistencia. De otro modo diríamos estar ante una gran, gran, gran novela. 

En los próximos 120 posts revelaremos pormenorizadamente los detalles de este criminal engaño. No se lo pierdan.

martes, 24 de mayo de 2011

Nanotratado sobre Sisa

Si un día se despiertan con dolor de cabeza, debilidad general y regusto a fármacos en la boca... Con un preocupante vacío de memoria de unas 24 horas... En una habitación blanca y aséptica... Si por las ventanas se filtra un sol espléndido (pero suave) y por megafonía esta canción:





Sepan que:

-Han sufrido una crisis psicopática y están en tratamiento


-Están en buenas manos


Sin duda, Qualsevol Nit pot Sortir el Sol (1975), del inclasificable Jaume Sisa (cantautor galáctico) es una opción perfecta para estrenar la categoría "50 Lps de pop español posteriores a Dioptria".







viernes, 25 de febrero de 2011

Nanotratado sobre Gaiman

Bien lejos de los países de silicio, espiritualmente pertenezco a la Camarga. Blanco, europeo, católico devoto de Saintes Maries de la Mer los domingos, por supuesto, pero gitano los sábados. Al Andalus Mimouche. Me cago en París y azuzo toros mecidos al ritmo del viejo Reyes, o al menos hablo de ello mientras me empapo de Cinzano frente a Saint Trophime (Arlés, pronúnciese Aaagle). Hasta cierto punto; hijo de andaluces, pariente de los cajún, bailo candomblé con negras del delta. Esto es en Mardi Grass, cuando me vuelvo loco.

De ahí mi más rendida admiración por Neil Gaiman y los dioses tricksters como Hermes, la araña Anansi o Loki el loco.

Hijos de Anansi y American Gods son dos de las más potentes novelas de estos insípidos días de bricoteratura. Soy consciente que Gaiman es limitado. No es el escritor perfecto. Pero da la casualidad de que su ciclo dedicado a la presencia de los dioses entre nosotros es uno de mis temas favoritos. Cosmogonías aplicadas al siglo XX (finales, el XXI, principios, es una mierda sin tabaco en los bares, un parque temático de psicópatas cardiosaludables capaces de serrarse los huevos porque la testosterona da halitosis).


Lo de Anansi es una maravilla del humor contemporáneo. De acuerdo, la trama es algo infantil, pero tan bien llevada… La escena del cementerio, con el Gordo Charly rindiendo un último tributo a su padre la araña ante la tumba equivocada es… Dios… Glorioso… El viejo Anansi lo ha vuelto a hacer. Hasta dentro de la tumba disfruta mortificando al soso de su hijo. ¿Que por qué se llama Gordo Charly cuando ni se llama Charly ni es gordo? Fue Compé Anansi, su padre el trickster, empezó a llamarle así para hacerle rabiar. ¿Sabes qué apodo le ha puesto Anansi a su hijo humano?, se preguntan los vecinos (santeros refugiados de Haiti en su gran mayoría) mientras mastican cerveza Horus con ron… Gordo Charly (estallidos de carcajadas), ¡qué cabrón, el viejo! Así las cosas, Charly intenta eludir su destino en una poliomielítica oficina de representación de actores de Londres. Con su católica novia que no le deja catar el producto. Una vida cutre y arrastrada de la que le redimirá su hermano el dios. Un tipo peligroso, el hermano. ¿Así que dices que tu novia es virgen, Gordo Charly?... Te digo yo que no: ya no.



American Gods es el tronco de esta demencial cosmogonía. Un tronco que crece en las carreteras de Wisconsin, entre ferias de atracciones desvencijadas y espacios delirantes como la House on the Rock de Spring Green (el mayor carrusel del universo), casinos podridos de Las Vegas o los moteles del Monte Rushmore. Habla de la guerra del Señor de los Miércoles (Woden, o sea Odín) y su troupe de dioses olvidados contra las neo-deidades de los centros comerciales. Señorita Comunicación, Señor Mundo, el Ciberchico... El gran protagonista es Sombra, que en la tradición ashanti es lo que queda del cuerpo cuando mueres. Un ser inane perseguido por el espectro de Laura y guía a sueldo del Señor de los Miércoles en esta epopeya de moteles por las tripas de América.

Mitología de la buena. Los dioses se humanizan y los hombres se divinizan. La fantasía pasada por el matiz del pop, sí, pero también de la fenomenología de la religión a ráfagas.

Señores y señoras, para mí, la fantasía contemporánea solo me cuadra en algo así. Quién quiero elfos y tontorrones teniendo a mano este percal. Así pues, no les aconsejo ni Anansi ni American Gods. En absoluto. Sigan instalados en la zona de confort, ahora que vienen malos tiempos.

Les dijo con una larga cita y para amenizarla, nada mejor que las Negras Verdes. Vaya que sí.



De American Gods

"- Te infravaloraron, amor. Yo no voy a cometer ningún error. Te quiero a mi lado –se puso de pie y camino hacia la cámara-. Míralo así Sombra: somos el futuro. Nosotros somos centros comerciales, tus amigos son ferias cutres de carretera. ¡Joder! nosotros somos centros comerciales en línea, mientras que tus amigos están sentados al borde de la autopista vendiendo productos caseros en una carreta. No, son peor. Fruteros vendedores de látigos para calesas, reparadores de corsés de hueso de ballena. Nosotros somos el hoy y el mañana. Tus amigos no son ya ni el ayer. […] Mierda –dijo-. Mira lo que te pagan esos viejos. Yo puedo pagarte el doble, el triple, cien veces más. Da igual lo que te den, yo puedo darte mucho más –sonrió con la sonrisa perfecta, traviesa de Lucy y Ricardo-. Dime, cariño, ¿qué necesitas? –Empezó a desabrocharse los botones de la blusa-. ¡Eh! –dijo-, ¿nunca le has querido ver las tetas a Lucy?
Se produjo un fundido en negro. La función de autoapagado se había accionado y la tele se apagó sola. Sombra miró el reloj: eran las doce y media.
Se volvió y cerró los ojos. Se le ocurrió que el motivo por el que le gustaba Wednesday y el señor Nancy y el resto más que sus oponentes estaba bastante claro: puede que fueran baratos, sucios y que su comida supiera a mierda, pero al menos no soltaban clichés al hablar. Y supuso que se quedaría antes con cualquier feria de carretera por muy cutre, cochambrosa o triste que fuera, que con un centro comercial."