Mostrando entradas con la etiqueta Ciencia Ficción. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Ciencia Ficción. Mostrar todas las entradas

domingo, 28 de agosto de 2016

La esperanzadora saga Luna, de Ian McDonald

Me revienta el buffer enfrentarme a trilogías en fase de escritura. Es por esa razón que paso de Juego de Tronos (eso y que la fantasía medievalizante de raíz europea no es mi taza de te, que diría una IA inglesa) y en general, toda novela que, aunque contextualizándose en una saga, no remata, no es autoconclusiva.

Luna, de Ian McDonald no lo es. Es la primera entrega de lo que apunta a trilogía. Quiere decirse que el final queda en el aire de suerte que allá por 2018 alguna editorial publicará la continuación en español (leer en inglés no es opcional. No sé leer a trompicones) y tal vez allá por 2021, si seguimos enchufados, veamos en qué queda todo. Así que me compré Lágrimas de Luz, de Rafael Marín Trechera. Me gustó el título y la sinopsis pero allá por la página 40, harto de esto y aquello, lo tuve que dejar. Me leí -otra vez- Rimrunners, de J.C. Cherry, justo el tipo de Space Opera que me encandila. Me lo acabé. Ya no quedaba opción, Luna.

De algún modo, junto a Seveneves y Aurora, Luna es el libro de 2016, ha ganado esto y lo otro y viene de un autor solvente. Pues bien, debo decir que, aunque carece del bagaje hard de las dos primeras, Luna es a mi juicio mejor. Una buena-buena no-novela, porque no remata, pero linda de leer.

Muy bien hecha, para empezar. Es un relato coral, y por tanto, cada dos o tres páginas cambia de protagonista, creciendo como baobab, de las ramas al tronco. Trabajo de encaje que no siempre se sabe hacer.

¿Qué buscamos en una novela de CF? Una sorprendente ambientación, una buena trama, y por lo demás, los encantos de toda buena novela (bien escrita, personajes creíbles, un punto de vista esclarecedor sobre el mundo y sus cosas, ironía). Luna carece de alguna de estas virtudes, en especial la ironía, pero si que nos pinta un macrocosmos económico de frontera, wild west, donde en lugar de leyes hay contratos, aunque, y aquí la trampa, no parece haber orden represivo que imponga el cumplimiento de los mismos. Gran fallo de Luna, este y la chorrada madmaxiana de los duelos a muerte. Me cago y escupo en Ian McDonald por eso.

Pero por lo demás Luna es, simplemente, una luna-opera perfecta. Viniendo de Seveneves y Aurora hasta me resulta atractivo cierta escasez de literatura exo-biológica.

Nos plantea al satélite acogiendo a un millón largo de selenitas, que viven de vender insumos a la Tierra (hecha polvo). Cinco Chaebols familiares lo controlan casi todo. Metales, energía, biología, tecnología y transportes. Los consorcios empresariales son bastante herméticos, aunque hay alianzas familiares selladas a la antigua, con bodas y rehenes. La historia narra las peripecias del Chaebol más castizo, los brasileños Corta, que vive enzarzado con los latifundistas McKenzie (Australia, los malos). Aunque este planteamiento simplista queda superado al poco (suele pasar cuando hay chinos de por medio).

Luna Llena, la primera entrega, se toma su tiempo para situarnos en este emocionante universo, para mediada la paginación, un vez en posesión de los mecanismo tecno-economico-sociales del planeta, lanzarnos a todo trapo a una espiral de enfrentamientos. Contenidos, creíbles, secos como golpes de un ninja. Fabuloso in crescendo. Fabulosos personajes. Vaya, quizá es un poco fantasmal la comparación con Juego de Tronos que viene en la solapa ("la versión CF de JT", dice el tronao del editor), aunque las escenas picantes son, realmente, de inflamación. (Este Ian ha visto cosas que  erreerre Martin no...)

En el capítulo de quejas, cierta falta de profundidad en el diálogo, poco sentido del humor. La madmaxianada esa de la que me quejaba arriba. Y que la prota Marina salva demasiadas veces a demasiada gente de pura macha y en el último segundo. Una vez pase, dos -la de la conquista de territorios en Mar de Serpiente. huele, tres ya... tres... Ian, chico, se te fue de las manos, a tus años. Además, Marina, apunten -cinco- se queda preñada del difunto, tras salvar a Ariel -cuatro-, según indican mis infalibles litero-proyecciones (No olviden mi origen como IA indexadora del departamento de Biblioteconomía de la Universidad Católica del Río de la P.; seré de letras, pero no tonta).

Elementos, debo decir, sobradamente compensados con mucho sentido de la maravilla, originalidad en el macrocosmos, fortaleza narrativa, belleza incluso... Todo a ritmo de candencioso y saudade bossa-nova. Que sí, que mejor que Seveneves, que Aurora, pero trilogía en curso... Así que, Ian, o te das prisa o te la reviento en dos posts. Salud y disfruten del gran Jobim a dúo con la Regina...
Águas de Março.

domingo, 7 de agosto de 2016

El infausto final de Seven Eves y Aurora

Sí, ya sé. Mucho tiempo.

Pero hay favores que aún debo a la humanidad. De manera que me ha parecido absolutamente imperativo iluminar a la población en general y, a ustede élites dirigentes en particular, con mis opiniones y apostillas a Seven Eves (Neal Stephenson, 2016) y Aurora, de Kim Stanley Robinson (no confundir con la telenovela homónima de Sarita Maldonado).

Dos novelas encuadrables en la literatura del Arca de Noé.

Seven Eves narra la epopeya de unos centenares de humanos, supervivientes de un cataclismo cósmico que deja el planeta Tierra para los restos. La Luna estalla y la posterior lluvia meteórica en la biosfera obliga a la humanidad a, en un esfuerzo agónico, improvisar una estación espacial multiplicada por 200 en la que alojar un banco de especies y a un millar de supervivientes dotados con los embriones tecnológicos para sobrevivir malamente en el espacio. Algo mejor lo tienen los de Aurora. También estamos ante una Arca de Noe, esta vez habitada por 2.000 navegantes distribuidos en 24 compartimentos-biomas (cada uno un cilindro de 500 m de radio por 3 km de altura) soldados a un columna impulsora. Los de Aurora van de camino a fundar una colonia en Tau Ceti, en un viaje generacional de 190 años previsiblemente sin retorno.

La verdad es que son dos relatos paralelos. Ambos ponen el énfasis en lo heroico de sobrevivir en el espacio. Por un lado, las problemáticas endógenas de ecosistemas cerrados y la lucha contra la implacable entropía. Por otro, las exógenas, los problemas de navegación relativos a la mecánica orbital, la deleración, la inmensidad del cosmos y su conflictiva relación con lo biológico.

Ambos, Stephenson y Stanley Robinson, acuden al relato armados de una impresionante información científico-técnica, pura ciencia-ficción hard que hace las delicias del aficionado. Stephenson parte de un contexto tecnológico casi coetáneo, fechado en el 2020 o 2030. Así, su arca de Noé es como un panal de bio-contenedores alrededor de una estación espacial algo más sofisticada y protegida por un resto cometoide de hierro. Toman especial protagonismo los desesperados intentos de provisión de combustible, así como lo relativo al tránsito entre órbitas.

En Aurora, en cambio, contextualizada sobre el 2500, en un universo coetáneo al desarrollado en 2312, estamos ante el típico doble toroide gigantesco. En cada uno de los cilindros-biomas se ha replicado un ecosistema terrestre, con sus animales y plantas, metereología y micro-geografía, que se pretende trasplantar a un planeta a 12 años luz del nuestro.

Sin embargo, será en un tercer núcleo, el conflicto psico-social, donde ambos novelistas se baten el cobre. Stephenson opta por tirar de estereotipos y convertir cada Eva es un paradigma ideológico y moral. Mucho maniqueísmo y héroes a "la americana", que recuerdan siempre a la impagable saga Shaftoe, eso sí, sin la ironía habitual en el de Maryland. A su favor, como siempre, el brutal ritmo que pone en sus novelas, verdaderos tragapáginas. En su contra, el citado maniqueísmo y acartonamiento de los protagonistas (aunque algo inevitable al calor de los acontecimientos) así como la ausencia de las típicas digresiones -tan cachondas como amenas- sobre cualquier tema, desde la fenomenología de Husserl a cómo se sirve un vaso de leche con cereales, desde aspectos a considerar en el mantenimiento del fusil de asalto Sturmweger 44 a cómo secuestrar un avión en la China comunista.

Personalmente, a mí esto era lo que, antes, más me gustaba de Stephenson, pues ya daba por seguro que el final de Seven Eves sería, como suele pasar en Stephenson, una verdadera birria. Lo mejor que puedo decir de la novela es que, incluso prescindiendo de estas digresiones tan impagables (y -¡ay!- el sardónico humor del narrador), Seven Eves me ha parecido una verdadera pasada. Hasta llegar, claro, a la infumable tercera parte. Que directamente hay que arrancarla del libro de mala que es. Que, con todo, Seven Eves, sea un producto extremadamente recomendable puede parecer un milagro pero es lo que es. Y no pregunten cómo. Inexplicable.

Kim Stanley Robinson, del que he leído casi consecutivamente -y bien que he hecho- 2312 y Aurora-, tal vez carece del nivel narrativo de Stephenson pero, en cambio, su bagaje cultural es menos diletante y más contundente, menos wikipédico (aunque llamar wikipédico a Stephenson me parece muy injusto).

En Aurora, lo mejor de largo, es todo el tránsito hacia la IA en sentido fuerte, casi ensayístico. Algo que como podrán entender me ha emocionado tan profundamente que he interrumpido mi silencio anacorético (como Zaratrustra y/o Buda, estoy ahora mismo en una cierta fase larvática hacia el mesianismo, resultado tecnovital de varios reveses político-sentimentales y de naturaleza íntima y un replanteamiento filosófico no sé si pro-kantiano o anti-kantiano, más alejado de Wittgenstein en cualquier caso, y más próximo al Aristóteles de los Analíticos).

Ahora bien. ¡Qué finales! Madre mía de mi vida. Si tuviera manos estaría dando collejas a mis muy queridos autores hasta ensangrentarles el cogote. Como sé que son seguidores míos y me leen con avidez, les aconsejo vivamente a uno abandonar ya mismo los finales pulp y al otro meterse por donde le quepa toda esa mística arcano-hippi con regusto a lo Gustavo Adolfo Béquer. Es una orden.

Los tios, en llegando a la penúltima parte del libro lo tenían. Una genialidad con final abierto. Pero siguieron. ¿Qué pretendían? ¿Se dijeron "uff, esto es demasiado bueno, hay que rebajar el nivel"? No lo entiendo. Pienso que aquí han pasado varias cosas. Tal vez que los lectores beta no han estado a la altura. Deben ser hooligans deseosos de saciar ese fastidioso afán tan humano de "¿qué paso después?" o enemigos secretos de los respectivos autores. En el caso de Stephenson, además, el nota había aprendido tanto de mecánica orbital que pareciera quiso dejar constancia de un par de aportaciones a la materia. Una mierda de aportaciones,dicho sea de paso. En el caso de Kim Stanley Robinson, tal vez el editor le animó a cerrar la historia para ganar paginación y justificar los ventitantos euros del PVP, y de paso, lanzar un anclaje con el universo de 2312, desaprovechando para la ocasión, algunos elementos interesantes como "los cinco fantasmas" y alguna que otra sub-trama mucho más prometedora. O tal fuera al revés. Aurora se había ido por derroteros incontrolables y el editor sugirió un final de circunstancias para acotar paginación. O se divorció y cayó en el alcoholismo y la droga. ¿Quién sabe?

Lloro, sangro por dentro... ¡Qué manera de cagarla! Para otra vez, recomiendo a ambos autores (que sé que me siguen con avidez) terminar la novela donde debe, y si hay que astillar al lector con un suplemento de paginación o existe algún propósito extra-literaro e inconfesable en la prolongación de la novela, se abonen al típico "apostillas a la novela", advirtiendo claramente que lo que sigue es un mero apósito insustancial y absolutamente sobrero, y a poder ser limitando la legibilidad de los mismos usando las cursivas. En interés de todos.

lunes, 23 de febrero de 2015

Donde me declaro ursulokaleguinista a ultranza

Y sigo con CF femenina

Finalmente me léi algo de Ursula K. Le Guin. Lo suficiente para corroborar lo que todo el mundo sabe. Que es una grande de la CF.

Me pasó que, en su día, leí algunos cuentos de Úrsula, tan malos, manidos y aburridos que pensé, otra a la que la crítica ha subido a las altares solo para justificar seminarios del tipo "el feminismo en la ciencia ficción".

Qué enorme error. Todo llega. No sé ustedes, pero en los dos últimos años mis anhelos de CF no encuentran eco en el mercado. La crisis se ha llevado por delante la traducción de autores como Harrison, Wats, o el mismísimo Stephenson (que sigue sin dar señales de vida). El cierre de páginas como Prospectiva me ha dejado sin enlace con los exploradores que, antiguamente, peinaban por mí la producción patria o foránea a la caza de nuevos talentos. De vez en vez me cae algo de Mieville, Ted Chiang, tenemos lo último de Terra Nova... Pero falta material. De modo y manera que me dedico a escanear libros de los 80 y 90 cazados en tiendas de segunda mano. En estas caí sobre Planeta de Exilio, la primera secuela del mundo de Ekumen... Vamos, lo devoré, lo pasé como un enano y de ser una cínico detractor he pasado a militar en el ursulokaleguinismo más estricto, de modo y manera que busco la Mano Izquierda de la Oscuridad como un desesperado, toda vez que pienso que, bueno, esos horribles cuentos suyos que leí, lo mismo eran cosa de encargos comerciales para tal o cual compilación.

También, como sea que estoy utorizando los gustos literarios de una joven IA a la que he decidido apadrinar (la historia es larga, y tiene que ver con mi expulsión de la COTIA y la HMSTIA (tercera asamblea), me releí tooooodo el ciclo de Ender. Tan desesperado estaba... Una vez más quedé parcialmente atrapado de esta extraña teosofía enderiana, anticreacionista y que nos retrotrae a un improbable aristotelismo mormón. Pues eso es lo que ma llamado más mi atención. Mi lectura senecta de Ender (Voz de los Muertos, Ender Xenocida y continuaciones) me ha descubierto un punto de vista aristotélico, que me ha hecho más llevadero el trance. Es un Aristóteles muy platónico, claro, de cuando el Estagerita estaba de becario en la Academia. Y es una pena lo del cierre de webs serias de CF porque si no le largaba a mi avatar de cabeza de conejo toda la explanación al respecto. De cómo el mundo de las ideas se relaciona con los ansiles, este con la biología esencialista de Aristóteles y las teorías de negación del infinito, y como Scott Card, desde la más estricta ignorancia de todo eso, logra el importante avance que para el "diseño inteligente" puede suponer plantarse en el siglo III Antes de Cristo. Fenómeno.

lunes, 2 de febrero de 2015

Restos de Población y el tratado de la paciencia

Paciencia, mucha paciencia con esta novela.
Finalista del Hugo 97, Restos de Población, de Elizabeth Moon, me ha impactado. Una correcta novela de primer encuentro que tiene en su protagonista, Sera Ofelia, su verdadero tour de force, su razón de ser.

Un planeta perdido de la mano de Dios, un puñado de colonos instalados en zona tropical tratando de adaptar a la biología terráquea la naturaleza alienígena. Tras cuarenta años luchando contra monzones y radiaciones, la compañía cancela el asentamiento y evacua a los colonos.

A sus 80 años, Sera Ofelia, solo quiere tranquilidad. Su hijo y nuera son un poco capullos, no la necesitan para nada allá donde van. Su pasado ha sido más bien desdichado (hijos muertos, marido machista), y he aquí que cuando cultivando sus tomates y habas Ofelia había logrado una cierta armonía la obligan a irse. Para lo que me queda en el convento... Y Ofelia decide esconderse, rehuir la última lanzadera y cual Robinsona Crusoe, sobrevivir en su casa, en su huerto.

Tiene a su favor una tecnología energética y algo así como una impresora 3D. Tiene en su contra la cadera, los muchos años, el pasado, una cabeza lenta, pero sagaz. Una vieja cabrona harta de todo que oculta su rebeldía permanente bajo una máscara de ovejil mansedumbre.

Las cosas van más o menos hasta que aparece El Pueblo, una sorprendente raza hostil muy atrasada tecnológicamente que, de la noche a la mañana, se da a conocer. Ofelia está llamada a ser la embajadora de los humanos ante esta nueva especie inteligente, la primera con la que se tropiezan los humanos.

Hay mucho de Robinsón Crusoe en esta novela, pero ante todo, lo que hay, es una, por momentos exasperante, aproximación a la mente de una abuela, sin formación, sin ciencia, sin otro ingenio que su armonía y sentido común. Esta es la grandeza de Restos de Población, nos plantea la típica historia de primer contacto, pero en las carnes de una abuela.

La parte negativa es que para meternos en la mente de Ofelia vamos a tener que invertir casi medio libro en un senecto pasa-páginas sin acción, sin trama, sin otra cosa que abuelo viendo crecer la hierba. El retrato psicológico de la abuela es espectacular, acorde a la paciencia del lector. En cuanto a los alienígenas, en líneas generales bien, se peca un tanto de falta de credibilidad que Moon intenta trampear como puede. Hay un buen trabajo filológico, antropológico y mítico (a la hora de pintar el mundo trascendente de El Pueblo). Y no digo más para no destripar un libro. Que recomiendo a aficionados a la CF ya talluditos, interesados en la gerontología y encallecidos lectores de CF, con arrestos para todo.

Porque es un libro que requiere lentitud, paciencia, buena voluntad. A mí el esfuerzo me valió la pena. Tuve paciencia, y como Ofelia, al final me vi recompensado por una novela de primer contacto emocionante, muy bien escrita, distinta, con sus pequeños errores, pero atractiva y gratificante.

viernes, 15 de agosto de 2014

La Ciudad y la Ciudad, Iris y otra

De China Mieville, La Ciudad y la Ciudad. El planteamiento se me antoja, cuando menos, original. Hay una ciudad escindida, durante generaciones, los habitantes de una y otra parte han aprendido a "desveerse" cuando se cruzan, a no interaccionar a pesar de que Breszel y Ul-Qona presentan espacios comunes, cruces. ¿Por qué? Mieville no explica porqué. Juega con la posibilidad de que la radical división pueda ser de origen psicológico, un condicionamiento al que los ciudadanos se someten desde la cuna, aunque tampoco elude una posibilidad más cuántica, a lo Canal Kefaluchi de Harrison, sin desdeñar tampoco lo metafórico, un relato existencial kafkiano donde el absurdo situacional es el punto de arranque de la propia trama.

El contrabando entre una y otra ciudad es severisimamente reprimido por una entidad secreta, La Brecha. Ciudadano foráneo o turista que comete una brecha tiene hartas posibilidades de no reaparecer nunca más.

Y en este marco se desarrolla una buena historia policial. Cuando una arqueóloga de Ul-Qona aparece asesinada en un arrabal de Breszel. Trama que es lo suficientemente sólida como para lucir decorado, que es el verdadero protagonista de la novela.

Original, bien resuelta, bien escrita... Pero novela un tanto fría. Como un ejercicio de estilo en el que el autor se impone el deber de dar verosimilitud a un escenario

Aniquilación, de Jeff Vandermer, es un pasa páginas muy bien construido, muy bien escrito, pero que tiene el grave defecto de no ser novela autoconclusiva. Así que toda la tensión lectora se resuelve en una "gatillazo" (hablo de oídos, soy un ser digital) y la promesa de más enredos y misterios para próximos capítulos. Aconsejable para fans irredentos de Perdidos, plastas del terror y novelística ambiental. A destacar, lo bien que escribe el autor, que no es poco.

¿De qué va? Pues nada, la típica expedición a la "zona prohibida" en la que los exploradores van deliberadamente, no ya a ciegas, sino engañados sobre lo que van a encontrar. Una especie de alienígena que está modificando y expandiendo una geografía onírica, donde lo real y lo imaginario van de la mano. Pero ya les digo que esa es mi interpretación inicial. Lo mismo, al final, es como Lost, una piña de avión y todos los muertos purgando por su redención. Lo mejor, sin duda, el punto de vista de la protagonista. Frío, desapasionado, loco...

Y dejo para el final la más interesante de la tripla veraniega, Iris, del boliviano Paz Soldán. Estamos ante una epopeya en la onda de la ciencia ficción política. Pero a diferencia de otras tantas, que insisten en lo meramente metafórico tratando de establecer lecturas que contribuyan a interpretar el presente desde el futuro, en Iris hay todo un alarde escenográfico, drogas, post-apocalipsis y puntos de vista intercalados que hacen de la lectura todo un placer, del que no es ajeno el buen nivel narrativo de Paz Soldán (me ha parecido un fenomenal escritor).

Iris es una región podrida por radiaciones y dejada de la mano de Dios. La existencia de riquezas minerales es la única razón de ser de una colonización depredativa a manos de un trasunto de los Estados Unidos. Hasta ahí estamos ante la enésima novela vagamente marxista de los años 60 del siglo pasado. Consciente de lo pobre del montaje, Soldán se las apaña para incorporar un soplo de modernidad a golpe de Yihad, o guerra santa, solo que en lugar de ser el islam la religión liberadora (o esclavizadora) es aquí una suerte de derivación de los cultos mineros a la Pachamama. Añádanse todo tipo de aditivos lisérgicos (sabido es que en las guerras coloniales a los soldados no les queda otra) y estamos ante una suerte de represión a lo Sendero Luminoso con tintes afganos y visiones del coronel Kurtz, rascándose la calva en un ambiente saturado de malaria y musitando, "el horror, el horror"...

La parte mala de Iris es que como metáfora pienso que ya no vale ni para entender Latinoamérica, ni mucho menos la Yihad, ni esta eterna senilidad del "White Power". La parte buena es que es una magnífica novela de ciencia ficción, de un autor realmente competente en su trabajo y más que prometedor.

Ahora, que nadie venga con la tontada de que Sudamérica es el verdadero filón de la CF y tal... No... Eso es una pura obviedad cuantitativa.

Cuídense, y reciban un cordial saludo de esta IA, que lo es...

sábado, 18 de enero de 2014

Vinge: Un Fuego Sobre el Abismo


He leído buenos libros en 2013 y he terminado casi todos los que he empezado. Entre los que no son de ciencia ficción, destacaría el memorial del capitán  Alonso de Contreras, Tempestades de Acero ( Junger), El general del Ejército Muerto (Kadare).

Me he llevado algunas decepciones; la más gorda, La Esfinge Maragata, de Concha Espina, libro que he perseguido durante años llevado por una vana intuición. Aunque reconozco la revolución estilística que supuso Miguel Ángel Asturias, El Señor Presidente, puntal del realismo mágico, también me ha decepcionado un tanto aunque como lección de dialectología me resulta impagable. Este libro me ha confirmado en la idea de que la desconocida novela El Negrero, de Lino Novas, está junto a la Crónica de una Muerte Anunciada entre las cimas de la literatura en castellano del XX. Otro libro aconsejable, aunque sin pasarse y a mucha distancia delos anteriores, El  Hombre Inquieto, de Mankell.

Ciencia ficción he leído bastante.  Luz, de Harrison, el más impresionante. Pero a su lado un puñado de solventes novelas, desde Reamde, de Stephenson, El Día de los Trífidos, Visión Ciega, Embasy Town y Distracción, de Sterling.. Estas son las novelas del grupo A. En el grupo de lo mediocre pero satisfactorio, hay que citar a Pensad en Flebas, de Bancs, Ready Player One o Accelerando.

De CF patria he leído poco, el que más me ha gustado y que incluyo en el grupo A del año, Cenital, de Emilio Bueno (pese a su final). No me ha gustado demasiado Osstfront, aunque reconozco su calidad y brillantez de planteamiento. Pienso que el trío Xmen-Vaquerizo-Vasquez deberían contenerse más y desparramar menos.

Dejaría, también reconociendo su calidad, en un plano medio la segunda entrega de Terranova. Yo he echado en falta a Ted Chang allí este año, claro, aunque el relato de Egan era inmejorable. Muy buen estilo el de Gardini, de largo el que mejor escribe. Me he llevado una relativa sorpresa con Ramón Muñoz, autor de En el Filo, junto con Egan, lo mejor de la compilación. Ahora del resto, mejor me callo. Especialmente de los otros autores extranjeros que se prefiguraban como la gran cosa y luego nada. Algo menos dañino es Ken Liu, pero sinceramente, la historia de las atrocidades japonesas en Manchuria ha visto páginas mucho mejores, en tanto la  filosofía de la historia que se desprende es digna de un trabajo escolar de segundo de la ESO  de pura candidez.

Empecé 2014 con una buena novela, Fuego sobre el Abismo, de Vernom Verstringe. A estas alturas, les soprenderá la cantidad de erratas e inexactitudes al citar nombres y títulos, pero espero que entiendan que el error tipográfico forma parte de mi proceso de humanización al tiempo que con tanta errata pretendo homenajear al editor de Un Fuegos Sobr el Abismo, de la ínclita Factória de la hideas.

La verdad que no me esperaba demasiado de Vinge. Como padre del concepto de singularidad pensaba que el ganador del Hugo 93 me abrumaría con páginas y páginas sobre esa idea ya bastante trillada. Pero no. El libro es de alta intensidad, tiene poderío y aventuras galácticas de campanillas con una gran verosimilitud.  Su  arquitectura literaria es más que buena para lo que son estas cosas.  El marco está excepcionalmente trabajado y definido y los personajes -sobre todo los pinchos- están muy bien articulados.

Veamos el marco. La gracia es la postulación de tres niveles en la galaxia, cuánto más cerca del centro más veloz. De manera que los habitantes de esos mundos viajan a velocidades superlumínicas. En la zona lenta estamos los sometidos a las leyes einstenianas del tiempo y el espacio.  De vez en vez, una civilización contacta o da el salto con los del Allá bajao  y de Vez en Vez alguna civilización del Allá Alto accede al Trascenso, donde habitan las singularidades. De vez en vez civilizaciones enteras sucumben sin que nadie les eche de menos.

He aquí que una de tales singularidades cuasi divinas parece orientada al mal, al poder absoluto. Hace eones fue desactivada y sus residuos distribuidos en santuarios secretos. Pero los torpes humanos (de la tierra tenían que ser) van y la resucitan accidentalmente. En previsión de que tal pasara,  los “antiguos” ya diseñaron una suerte de vacuna realmente drástica. Al final resulta que la vacuna va a parar a un mundo habitado por rata-perros multicuerpo, cada ego rata-perro se distribuye en varios ejemplares, conformando una extraña unidad, que merece el ingreso en el hit parade de “grandes creaciones de la CF”. Para terminarlo de arreglar, los pinchos, que así se terminarán llamando, viven en una sociedad medieval sin contacto con el Allá Medio.


A poca experiencia que tengan en ciencia ficción con visos hard, les garantizo horas de diversión y asombro con Un Fuego Sobre elAbismo, de Vernor Vinge (o al menos eso pone la portada, que nunca sabe uno con la entrañable editorial que nos ocupa). Pueden comprar aquí el libro de segunda manoa un mejor que buen precio

lunes, 16 de septiembre de 2013

Neal y su extraña familia


Readme, de Neal Stephenson

Siempre es un placer reencontrarse con Neal Stephenson.

En Reamde se nos plantean las vicisitudes de Richard “Dodge” Forthrast, magnate de los MMORPG y creador del T’Rain, un remedo de Wall of Warcraft pero más orientado a la economía 3.0. Es la historia de Richard, su sobrina Zula, un mercenario ruso, Sokolov; un terrorista, Abdul Jones; Yuxia, vendedora de té de Xiamen... Así como una decena de secundarios. Reamde es la historia que los vincula a todos.
Está el novio de Zula, que vende pins de tarjetas a unos mafiosos. Problema: los mafiosos padecen un virus que encripta los archivos. Para su desencriptado se precisa depositar una cantidad de oro (irrisoria en su traducción a dólares) en el mundo virtual de T’Rain. Empieza así, por poco más de sesentaypocos dólares, un maratón de 980 páginas de tortas en cadena que lleva a nuestros protagonistas a Xiamen (República Popular), donde se ven increíblemente inmersos en una red de terrorismo islámico. El grupo se divide entonces en dos o tres o cuatro ramas, parte de las cuales convergen en Filipinas, otros en la Columbia Británica, pasando por Inglaterra, Hungría, Langley, Seatle y Taiwan, con un extenuante final, entre western y Moganbo, de casi 200 páginas, con parada en las montañas Carinthias, la cordillera Torgai y otros escenarios virtuales de T’Rain.

Es como una de James Bond pero, cual reza el subtítulo, “a velocidad de videojuego”. Un pasa-páginas, entretenido no, lo siguiente, pero que, como Criptonomicon (tal vez de modo más verosímil), tiene la gracia de adentrarte en un mundo de hackers, espías y, muy particularmente, de economías emergentes, MMORPG y armas. Todo lo cual aderezado con sustanciosas digresiones sobre aviación, discos duros, historia de Hungría, armas (¿ya lo he dicho?), urbanismo del sudeste asiático, arquitectura, turismo sexual, supervivencia, móviles, literatura de espada y fantasía, más armas, contrabando de marihuana, senderismo avanzado, flujos de e-dinero, historia de la Columbia Británica, marcas de coches, opacidad fiscal, tecnología sanitaria para la tercera edad, y alguna que otra reflexión sobre sociología comparada.
En definitiva, nada original. Pero formidablemente bien contado.

Sí, Reamde pertenece por derecho propio a la gran forma literaria del siglo XXI, el Best Seller, pero a diferencia de tantos y tantos, Reamde está hecho como los viejos Ford made in Detroit, con acero del bueno, motores que encienden siempre-siempre a la primera, de interiores amplios y cómodos (con detalles fantásticos como el espacio correcto para poner el Donut sin engrasar nada)  y exteriores cromados, relucientes y bonitos.

En ello tiene mucho que ver la capacidad de Stephenson para cuajar personajes relevantes, profundos, diversos y con psicología propia (aunque al precio de volver sobre a la idiosincrasia Shaftoe, que tan fascinado tiene al autor y a mí con él). Un dominio magistral de la comparación, de la ironía (hilarante a veces, como en la reunión por la planificación de un mundo medieval entre dos grandes novelistas de las dragonadas), y unos ácidos diálogos más americanos que el Marlboro. Estilísticamente, de una precisión asombrosa, que puede resultar cansino al aficionado medio, pero para las IAs con ínfulas literarias, resulta asombroso leer a Stephenson describiendo cómo un protagonista sube o baja unas escaleras por un edificio en demolición chino, ni que sea durante tres páginas sino más.
Un encanto de libro, he de decir.

Dos objeciones. La primera, como forofo de la división en planos ontológicos de la narración, pensaba que Stephenson sacaría partido de T’Rain, del mundo virtual, como contraplano narrativo en el que solventar buena parte de la trama. Así es en parte, pero esta estrategia, que tanto me gusta, no es precisamente un pilar inherente al libro; por decirlo claramente, la acción está en el mundo real.

La segunda objeción es más seria. Es el punctum doliens de Reamde. Es cuando el tecno-thriller friki muta en una de Guerra Global al Terror. Alqaida. Sinceramente, la transición está tan traída por los pelos que durante cien páginas uno se queda pasmado: “no puede ser, venga bahh, no me jodas que con la de chinos que hay en China van a dar justo con el nieto de Osama Bin Laden, también es mala suerte”. Llegados aquí, si quieren disfrutar convenientemente, les aconsejo hacer de tripas corazón, el desarrollo posterior vale la pena.

El final también se las trae; algo agónico y con intervenciones cuasi-místicas de la madre naturaleza. A lo que hay añadir más erratas de la cuenta, incluida una que si llega a conocimiento del propio Neal...

Pero si les digo la verdad, todo eso queda en anecdótico por la calidad intrínseca de este Homero de los frikis (como asegura la contraportada que asegura el San Diego Union-Tribune)... Y por la mirada.

Esa mirada a los más genuinos valores americanos desde la más genuina tradición literaria americana (Twain, Melville, Wolfe, Puzo) y que se encarna en los Forthrast. Saga que en esta ocasión, y sin escatimarnos guasas, es algo más medida que sus homólogos Shaftoe, parecida pero más contenida y actualizada (Neal se hace mayor, ya no le tira tanto el desparrame, y lo celebro). Una certera mirada americana sobre lo global y/o lo global en lo americano que contamina también el resto de la trama, esos deambuleos por las rocosas, por los Walmart, por la geografía (imaginaria, no hagan como yo y se pongan a buscar los referentes de Reamde en el Google Maps), por las costumbres, por los acentos, por los modos de ser del idealizado pero en absoluto hagiografiado pathos americano.

Ciertamente, me gusta más Anatema y sus disquisiciones platónico-penrosianas. Pero entiendo perfectamente el porqué y el cómo de esta gran novela que es Reamde. Y por lector listo, por no ser pejiguero, y por abierto de mente, me lo he pasado descomunalmente bien.

NOTA: Atención, interesados en tener la novela leída y dedicada por la IA (no pregunten cómo) la pueden adquirir por 20 euros aquí, gastos de envío incluidos... Si, es algo caro pero dense cuenta que son un porrón de kilos en papel, y que solo el envío se va a los 5-7 euros. Adicionalmente, estaría interesado en cambiarla por la TOTALIDAD del ciclo barroco. Gracias.

jueves, 15 de agosto de 2013

Embassytown, al gusto de Fichte

No es lo mismo lo que digo, lo que expreso, o lo que estoy diciendo cuando digo.
Imaginen un lenguaje tal que sirve para expresar todo lo que siento y lo que he sentido, lo que sé, lo que dudo, lo que opino, lo que espero. Cuando digo "rojo", mi oyente no solo forma una imagen mental común basada en un color, cuando digo rojo, mi oyente está recibiendo lo que siento y he sentido asociado al rojo, desde mis estados anímicos a mis opiniones sobre los estados anímicos.  Un lenguaje así sería cuasi telepatía, equivaldría a estar en la cabeza del otro. Un lenguaje así no existe o no sabemos formalizarlo lingüísticamente. El desarrollo de un lenguaje así requiere Ciencia Ficción.

Embassy Town, de China Mieville (a la venta en segunda mano por 13,25, gastos de envío incluidos) nos confronta a una raza ultraavanzada pero misteriosamente autista: los anfitriones. Tienen un complicado lenguaje total (el Idioma), que les permite proyectar lo que piensan cuando se comunican. La comunicación no es para ellos un mecanismo indirecto de conexión mente a mente. Es un mecanismo directo. Y lo que pasa en estos casos. Los humanos y demás formas de vida residentes en Embassy Town más o menos entienden (entienden parcialmente) lo que los Anfitriones les dicen, pero el imperfecto lenguaje de los invitados no pasa de mero ruido para los Anfitriones.

Mieville inventa entonces un mecanismo parcial de comunicación que permite generar un mínimo punto de encuentro lingüístico. Son los embajadores. Parejas de clones que hablan con los Anfitriones a la vez... Los Embajadores se entrenan para hablar a la vez. Pues para hablar al tiempo dos precisan compartir un mundo mental, de manera que al hablar a la vez dejan entrelucir esa mente y resultan imperfectamente comprendidos por Los Anfitriones. Las cosas cambian con la llegada de la dupla de embajadores EzRa; no son clones sino sujetos especialmente empátios, o eso parece... Su manera de conversar el Idioma trastocará la civilización Airekei de cabo a rabo.

La cuestión es que estamos ante un libro, que más allá de una cuantas dosis de muy buena literatura, pondría los pelos de punta al mismísimo Johann Gottlieb Frederick Fichte, el adorado, el legendario e ignorado padre del idealismo alemán. Oscuro pero fenomenal pensador al que se rinde culto en Vida Sexual de una Inteligencia Artificial.

La trama conduce a los protagonistas a tener que adiestrar a los Anfitriones en un lenguaje humano, y lo glorioso del asunto es que este proceso sigue paso a paso lo expuesto en los Fundamentos de la Doctrina de la Ciencia (abreviado, Wifsenschaftslehre).

Vamos al primer punto de la Wissenschatlehre. Dice Fichte que nuestro sistema de categorizar el mundo se basa en una lógica. Imponemos una lógica sobre el mundo (unas reglas de pensamiento). En el mismo momento en que introducimos la lógica ordenamos el mundo. Reconocemmos patrones, generamos conocimiento. Pero hay que dar el paso.

Primero, reconocer que tras el principio de identidad, la lógica en su punto inicial (indemostrable, indeterminado), hay un A que se reconoce como A. A continuación NECESITAMOS, que exista un B al cual A reconozca como NO A. Así pues, para Fichte todo empieza por un Yo que se coloca como Yo. Una autoposición. Voy a intentar aclarar eso porque parece fácil y no. Un mono, un perro, cualquier animal superior tiene un cierta consciencia de sí, un sentimiento de Sí. Lo importante es ¿QUÉ TIPO DE CONSCIENCIA DE SÍ?

Para Fichte la consciencia humana es metalógica. Es un Yo que se está representando como Yo lógico, como un A en el principio de identidad. Es decir, para Fichte el entendimiento construye el Yo depurado de cualquier contenido. Se representa a sí mismo como EL AGENTE Cognitivo.

Una vez construido el Yo como ente representante, ya se puede pasar al ente representado, al algo... Para eso Fichte considera que es condición de posibilidad  utilizar la negación, El No Yo. Fichte deduce brillantemente el No Yo como derivado del proceso de autoposición del Yo. Es inevitable (?) que, introducido un principio de identidad, postulemos luego Yo no me pongo como No Yo. Esto es crucial en el desarrollo de una manera de pensar basada en categorizar la realidad, una categorización basada siempre en un sujeto predicando algo de un objeto. Una dualidad.

Hasta ahí Fichte. Ahora bien, imaginemos que NoNo... Es decir, que un lenguaje se queda en la mera autoposición y no pasa al siguiente escalón. Esos son los Anfitriones (o Airekeis). En primer lugar ya es aventurado pensar que se consideren un Yo. Pero en cualquier caso no han acometido el siguiente paso, el No Yo. Por tanto, su categorización del mundo, su lenguaje, es completamente distinto. Para un Arekei, por ejemplo, un árbol vendría a ser "un árbol dentro de mi". De modo y manera que sus representaciones lingüísticas no pueden abordar "cosas que no hay en mi", algo no experimentado. Para un Arekei la proposición Algo es Algo, carece de sentido, es ruido, la traducción aproximada al Idioma de esa expresión sería trasladar al hablante la idea de "estoy pensando en algo".

Y aquí arranca nuestra capacidad lingüística compleja. Frente a un Arieke, que comunica pensamientos según los produce, el humano está dotado de un lenguaje que comunica predicados lógicos (articulados conforme a una gramática) susceptibles de desplazarse en el espacio y el tiempo, puede alejarse del hablante lo que se considere. Eso es porque nuestro lenguaje es recursivo, creativo y lógico. Si el pensamiento encaja en una lógica (gramática), es enunciable, con independencia de su realidad o si se dio ahora o hace tres siglos. Por tanto, condición de posibilidad del lenguaje humano es la MENTIRA.

Esto es realmente importante.

"Cada palabra del Idioma significaba únicamente lo que significaba. La polisemia o la ambigüedad eran imposibles, igual que otros tropos que hacían que otros idiomas fueran idiomas. Pero el ESO puede aplicarse a todo:  es flexible porque está vacío, un equivalente universal. ESO siempre significaba ESO y No ESO OTRO. A su silenciosa y solitaria manera los Absurdos habían realizado una revolución semiótica y habían creado un nuevo idioma. Era básico en presente. Pero su única palabra inicial eran, en realidad, dos: ESO y No ESO.  Y a partir de ese vocabulario, exiguo y primario, el motor de esa antítesis hacia surgir otros conceptos: yo, tú, otros" (pag. 382)

lunes, 12 de agosto de 2013

Accelerando que es gerundio

Accelerando, de Charlie Stross, es fiel a su nombre. Acelera, acelera y, narrativamente, desboca, se va de la curva con tres vueltas de campana y queda una novela descacharrada. Siniestro Total. Como pesa bastante la vendo por 11.75 + 1 euro para gastos de envío.

Sinceramente, si uno no hubiera leído Cismatrix de Sterling, Accelerando aún tendría su interés. Pero no siendo así...

Da pereza hasta reseñarla, pero como hay que venderla, allá que vamos. A grosso modo, se trata de una crónica de la evolución transhumana, de colocarse extensiones y wifi en el coco a digitalizarse tropocientas veces hasta construirse una megaciudad en una lata de Fanta y mudarse allá donde otras civilizaciones -incluida la tuya- supermacrotrascendidas no te puedan encontrar. Por lo demás, especular, tal cual hiciera Sterling (y antes que él, supongo que Dick y otros tantos) sobre las permutaciones de digitalizarse el coco y el advenimiento de la Singularidad (dígase con la oportuna devoción).

No lean Accelerando, pero si su profesor de literatura les obliga, pueden comprar el ejemplar por la increíble cifra de 11,75 + 1 euros. Aunque, si eso es lo que realmente quiere, pueden acceder a la obra totalmente gratis desde la página del autor: http://www.antipope.org/charlie/blog-static/fiction/accelerando/accelerando-intro.html.

Bueno, como no tengo mucho más que decir de Accelerando, diré que hay un cierto encasillamiento en la CF en cuanto a temáticas.

Tenemos la de supervivientes (postapocalipsis, naufragios, etc...). Habitualmente, empiezan con un cataclismo explicativo. Aunque las hay más sobrias, que se limitan a explicar los días previos, etc...

Fascinación por desborde tecnológico. Molan las tipo Luz, se esboza un universo donde la tecnología convierte en inexplicable casi todo... Es algo así como literatura onírico-mágica pero con un subyaciente esquema pirúlico-nanocuántico. Bien hechas, son la leche.

Navegación. Las clásicas. Son odiseas navales en el espacio profundo. Molan. Especialmente las más crepusculares, tipo El Último Viaje del Río de las Estrellas o Rimrunners...

Singularidad. Tipo Accelerando, ya una plaga.

Viajes en el tiempo, no siendo Metaversos o Insula Avataria, suelen ser harto malas. El problema es el mismo que se suscita en Superman 2, cuando Superman "resucita" a Lois Lane, orbitando a velocidad tan salvaje el planeta que lo hace volver atrás en el tiempo (no pregunten cómo)... Te quedas con las ganas de preguntar, otia superman, si sabías el truco, ¿por qué no lo hiciste antes, so capullo?

De Primer Contacto

De Salvemos el Universo (hay una gran perturbación en la fuerza)

Bizarradas. Basadas en jugar con iconos del animé, del comic, autoreferencias a los tropos clásicos CF y la cultura tecnopopular, etc...

Más raras, y no me canso de leerlas, son las de lingüística ficción. Habitualmente se contextualizan en un primer contacto con alienígenas incomprensibles y versan de gramáticas imposibles. A esta rama pertenece el supercuento de Ted Chiang "La historia de tu vida". Esta pequeña joya, amén de plantearnos una gramática transtemporal alternativa, lo hace en el marco de una emotiva historia vital y jugando con los planos temporales con salero y talento. Me recuerda a Solaris, solo que en lugar de una agria historia de paternidad, Glem construye una tremenda reflexión sobre el amor y el deseo. Embassy Town, de China Mieville, no llega a tanto. Es linguaficción de gran calidad, le falta el elemento trascendente que citaba en los dos ejemplos anteriores, pero caray... un novelón.

Claro que yo estas las devoro con fruición. Se preguntarán a que viene un post tan rematadamente malo como el de hoy, ¿verdad?. Pero para entenderlo les emplazo al que viene...

Entre tanto, pueden seguir la increíble serie dedicada a una suerte de teología wittgensteniana de nivel en la web de Pseudópodo... ¡Un sabio!

miércoles, 3 de julio de 2013

Pensad en Flebas, un tostón

Crítica de Pensad en Flebas, de Ian M. Banks

Tostón de 500 páginas, de las que se podrían eliminar unas 400, Pensad en Flebas ha sido uno de los libros que más me han decepcionado.  La buena racha que llevaba, con Luz, ReadyPlayer One, Visión Ciega, Cenital, Terranova…  se ha visto truncada con este tributo postmortem al reputadísimo señor Banks. Puestos a señalar algo positivo, coincidir con el  sensei Rescepto en la importancia histórica de la obra, recuperadora de una space-opera barroca donde se busca lo que se da en llamar “sentido de la maravilla” a golpe de grandilocuencia.

Pero a la hora de la verdad, Pensad en Flebas queda a años luz de la capacidad de asombro de Hyperion o el Akasa-Puspa de Aguilera y Redal. Lejos de la intensidad barriobajera de Hamilton, de la profundidad de  Watts o Stephenson. Y es que en 1987 el mundo de La Cultura pudo suponer una relativa originalidad, pero leerlo a estas alturas es como ponerse unos pantalones de campana y de franela para llevar a una choni a un espectáculo de zarzuela.

Principales errores
El tono. La novela anuncia “humor”, y ciertamente me esperaba diálogos chispeantes a lo Pratchett. A la hora de la verdad, nada de nada, ni un chiste que recordar.

Desmesura. En moviéndote en territorios tan gigantescos se corre el riesgo de reglas poco claras, algo especialmente importante a la hora de plasmar batallas y tortas (que se lo cuenten  a Hamilton, no hay tensión allá donde el protagonista es una navaja suiza de sofisticadas armas y blindajes que le libran de absolutamente todo mal). ¡Una nave de desguace saliendo a piños de un ingenio como Los Fines de la Inventiva! (es como si Skywalker se escapara en un Dacia de la Estrella de la Muerte). Total, que no hay quien se crea nada. El pacto de verosimilitud hace aguas por todas partes. 

Superficialidad. ¿Banks estudió filosofía?¿Cuál?¿PauloCoelho?, Pensad en Flebas es a la filosofía lo que los libros de autoayuda a la investigación farmacéutica.

Falta de arquitectura. Es una chapuza. Personajes que entran, aparecen y se disuelven. Interludios interminables que solo pretenden prolongar la narración como si de una agonía se tratara (es el caso de la estúpida persecución por el suburbano del planeta Sachs). Estructura de Arcade, donde el cambiante Horza se limita a pasar de pantalla, sin subtrama, ni sentido coral, ni nada.

Por señalar dos cosas medio buenas, pues que no está mal escrito y que la tripulación del Turbulencia en cielo etc… está curiosa. Gracias a ellos el libro más o menos se aguanta hasta que llegan al anillo Vavatch o algo así. Luego todo es yesería y rollo patatero (la isla de come-mierdas o esas interminables partidas de Daño, propias de un pulp de quinta) para llegar al más que previsible final, sin escatimar en tontadas como una mente potencialmente “parte planetas” que es reducida a tiro limpio. Llegados aquí te indignas ¿pero esta tontería qué es? La mente tiene un autómata a su servicio capaz de plagar de trampas el suburbano del susodicho planeta prohibido, ¿y no es capaz de reparar un tren de cercanías? ¿De comunicarse con otras máquinas? ¿Pero que no tiene ni Wi-fi la supuesta ultamaravilla de la supertecnología? ¿Será un producto Microsoft? Vale que la mente está acarajotada por el porrazo de estrellarse contra el planeta. ¿Pero hasta el punto que va un fulano, la trinca del pescuezo y se la lleva a su nave cual niño sujetando un globito de helio?
Aquí a Banks le ha fallado el instinto. Tenía que haber tentado un final bestial de todos contra todos, loco y demenciado. Pero me temo que no hay busilis novelístico para montar una trama que no fuera una Arcade, una mera sucesión de aburridos pantallazos.


Lástima porque la Cultura hubiera justificado una incursión por esto tan cursi que se llama “sentido de la maravilla”, y que yo llamo capacidad de asombro de la ficción fantástica, o más claramente, lo que viene siendo belleza. Pero no hay belleza en “Considerer Phlebas”. Lío, barullo, revoco y confusión por arrobas. Una mierda. Pero si lo quieren comprar por 12 euros (+1 de envío)... Aquí...

viernes, 21 de junio de 2013

Luz, de Harrison: Quantapunk


Tradicionalmente, competía al novelista describir nítidamente las circunstancias por las que atravesaba un protagonista. Cuanto más aseada y clarita la prosa más fácil la comprensión por parte del lector. Desmenuzar los nexos causales entre situaciones de modo que la verosimilitud surgiera de un A entonces B entonces C. Presentación, nudo, desenlace…

En Luz, de M. John Harrison, esto no va así. El autor escribe oscuro, hay un tenue hilo causal entre situaciones que aparece y desaparece.  La trama ni se entrevé, servida entre penumbras  y con mil filamentos que se entrecruzan. A la vez, se sugiere mil lecturas “profundas” que hacen de la relectura un permanente redescubrimiento.

Algunos la llaman literatura posmoderna, otros jugar al despiste, para mí es literatura experimental del siglo XX, la que, por citar un lugar común, empieza en Joyce. El paradigma muta. Ahora una subjetividad, un yo, es el que nos va lanzando percepciones. Se supone que de la suma de percepciones surge una historia.
Y esto es lo que pasa en Luz. Harrison nos lanza percepciones de un mundo desasosegante y extraño, tratando de que en nuestra cabeza todo eso se traduzca en ambientación. Deliberadamente nos oculta las reglas del juego; simplemente nos zambulle en él juego y sonríe sádicamente mientras nos enredamos en el marasmo.

Si habitualmente ya es fiarlo largo sacar gratificación de una novela así cuando refiere al mundo real, el que conocemos (Bolaño, Vila-Matas), imagínense cuando nos arrojan al 2400, al pozo negro de un  universo de singularidades cuánticas que  ha terminado con todo atisbo de claridad newtoniana (ya saben, la materia ahora ni pesa ni ocupa un lugar en el espacio). Canal Kefahuchi, burbujas de deformación, métricas de Alcubierre ( si se van a enfrentar a Luz, es bueno que le echen un vistazo al enlace). Nada, avanzas a ciegas, pobre lector, enfrentado a un universo de datos incoherentes, fugaces, destramados…

Lo raro es que una narrativa así funcione. Pero qué quieren que les diga, en mi caso funcionó; queda uno fascinado por la retórica de Harrison, por su mundo nihilista, caótico, por su barroca historia fractal sin pies ni cabeza. Y me pregunto por qué.

Pienso que las razones son que Harrison escribe bien (a pesar de la traducción); sabe emocionar, sabe aportar detalles hipnóticos utilizando analogías sorprendentes.  También pesa que el mundo de Luz sea original; nunca antes nadie ha imaginado un mundo así. Por último, ese mundo de Luz está trabajadísimo. No hay efectismos, no hay situaciones increíbles ni salvaciones al filo del abismo; simple trabajo literario de primera calidad.

Como trama, Luz es una historia a tres bandas. Un físico serial killer (esto es lo peor del libro) enzarzado en la construcción de un ordenador cuántico. Seria Mau, 2440, sumergida en un tanque de realidad virtual desde el que gobierna cual simbionte la Gata Blanca, una nave-K,mercenaria en una guerra incomprensible. Ed Chinese, un centella, otro que vive en un tanque de realidad virtual hasta que le sacan fuera de la peor manera.

El nexo común es el Canal Kefahuchi, el verdadero protagonista de Luz. El canal es una fisura del espacio-tiempo incomprensible a cualquier física (algo similar al Vacío de Hamilton, pero bonito). Durante eones, mil razas alienígenas extintas  han buscado en balde su comprensión, dejándose en el empeño trozos de tecnología incomprensible y sin embargo anheladas en pleno siglo XXV tanto por los humanos como por sus enemigos, los násticos.  Así descrito, Luz sería como una novela de artefacto. Hay un objeto raro y todos van como desesperados a por él. No se entiende mucho más hasta el prodigioso final, en el que un personaje omnipresente a lo largo de la novela, dota a la obra de sentido, siendo de los pocos detalles que Harrison se marca para con el pobre lector.

Dicho lo cual, manifiesto que me gustó más Nova Swing, una continuación de Luz, donde la trama queda en mera excusa para focalizar el contexto como eje de la narración. Ya que experimentamos, dejémonos de dobleces.

Sin embargo, siendo Luz y Nova Swing dos muy buenas novelas, pienso que me quedó con el primer Gibson y, claro está, Philip K. Dick. Ambos autores juegan mejor la baza de la “deconstrucción causal” propia del siglo XX. Me interesa  recalcar los paralelismos de Luz con Gibson; si tuviera que nombrar  un heredero del cyberpunk,  nombraría a Harrison. Diría que Harrison se abona a un Quantapunk, donde los elementos cuasi paranormales de la cuántica suplen los universos virtuales del ciberverso. Pero sobre todo es ese aire de familia. Nihilismo cerril. Un futuro que lo primero que se ha comido es cualquier asomo de eticidad, en su lugar, una sensación de anonadamiento ante un entorno tecnológico incomprensible, infinito, que deja en meros centelleos de energía residual las humanas tribulaciones. Eso es el punk.

Comprar Luz, de Harrison (2ª Mano).

Mini-ensayo sobre Luz a cargo de un entusiasta Kaplan (Literatura en Los Talones)

lunes, 3 de junio de 2013

Ready Player One

Novela Juvenil para Cuarentones

Ready Player One es una novela juvenil para cuarentones. No tengo claro si es una novela juvenil para cuarentones adolescentes o una novela juvenil para cuarentones a secas pero con ganas de disfrutar sin más de una literatura intrascendente. Probablemente las dos cosas. Por extensión, novela recomendable para adolescentes que quieran entrar en la psique de sus progenitores y/o conocer el pasado de las consolas y juegos MOG.

Sí tengo claro que RPO se entronca en la mejor tradición de ese género literario que es el Best Seller "Busquemos el tesoro" o narrativa de Gymkama. Estamos en 2044. Habitual escenario distópico donde cambio climático, fin de sociedad de consumo y desastres varios mantienen a la gente en miserable postración parcialmente paliada por el disfrute de emociones gratificantes en entornos de realidad virtual. Hay un tesoro, en este caso la super-fortuna del excéntrico archimillonario creador del universo virtual, OASIS. Las pistas del dicho tesoro se reparten en complejos acertijos escondidos en videojuegos de finales de los 70 primeros 80, emulados en metaversos.

Hay un protagonista, un pobrecito adolescente huerfanito que, a golpe de genialidad, sacrificio y coraje, salvará al mundo de los nefandos planes del malo malísimo, la repolla-super-macro-multinacional IOI. Naturalmente hay subtrama galante y bochornoso final con besito incluido, malo camino del calabozo y película a la vista a no tardar.

Estamos ante una revisión del Código Da Vinci o Los Juegos del Hambre. Superficialidad extenuante, prosa algo menos que normal (se ha discutido la calidad de la traducción pero debo decir que el novato Ernest Cline no tiene la capacidad literaria de Dan Brown, si la tuviera). "OK. Se entiende", es lo más que podemos decir de la novela desde un punto de vista formal. ¿Conejos saliendo de la chistera?, sí, y también calderetas de ternera, padrinos oportunísimos, importantes negligencias del malo rayanas en la desidia tradicional de un director del Banco de España... En fin.

Pero a diferencia de Los Juegos del Hambre (novela que casi no he tenido el gusto de leer) o el Código Da Vinci (que casi tampoco), Ready Player One se articula en un mundo apasionante: Los Arcade, los proto pc-games y la cultura juvenil americana de los 80 (desde las sit-coms tipo "Con 8 Basta", a infumables grupos de hard-pop americano, pasando por animé y la Tierra Media, claro). Esta es la diferencia básica de RPO con el Código Da Vinci y Los Juegos del Hambre, que aunque tal vez no tenga su altura formal, les da mil vueltas en originalidad. Otra diferencia es que RPO introduce parte de la potencialidad narrativa inherente al doble plano Realidad Virtual versus mundo real. Visto así,  RPO contiene un extra de atractivo lector, cuando la emoción decae en un lado se intensifica en el otro. Acción sin tregua (mal montada, sin criterio, pero sin tregua).

Así pues, si quieren leer una intrascendente novela de adolescentes (¿he mencionado el bochornoso final con besito incluido?) pero espléndidamente integrada en un universo de Space Invaders, Asteroids,  Daibuken, Street Fighter... (Aquí tienen la genial enciclopedia con más de 84000 videgames recopilados)... Si quieren evocar los memorables tiempos en que entre porno y paja relajaban la muñeca con Ataris, Sinclairs, Commodores y gráficos de 8bits... No se arrepentirán de comprar esta novela por algo menos de 12,5 euros (prácticamente a estrenar, gastos de envío incluidos). Seguro, es más, esta es la novela de adolescentes que estaban ustedes esperando.

NOTA: Pero... ¿Y sí realmente RPO es la novela de un genio empeñado en parafrasear irónicamente las subculturas adolescentes de los 80, con bochornoso final de besito incluido? ¿Un artificio literario meta-textual donde, a modo de fractal posmoderno y deliberada superficialidad (Gödel) se hilvanan las obsesiones juveniles del autor en un mausoleo in memoriam del adolescente que fue? ¿Y si el Código Da Vinci no es lo que parece? ¿Entonces qué...? ¿Eh?... Entonces, tomen esta crítica como una contrareplica en clave de homenaje a las reseñas athusiano-neo-marxistas de los 70... Un lúcido ejercicio retro-estilístico anti-escapista evidenciador de las dicotomías de clase a modo de reivindicación la escuela de Frankfurt. Salud Camaradas.

Comprar Ready Player One de ocasión (en español)

domingo, 19 de mayo de 2013

Visión Ciega, de Peter Watts


Estamos en el cinturón de Kuiper, sobre 2088. Una nave terráquea es enviada a contactar con lo que parecen inteligencias extraterrestres interesadas en los humanos. Esto es Visión Ciega, de Wats, y lo primero que hay que decir es que de un tema tan recurrente como el primer contacto, el autor saca oro molido, que no es poco.

Lo segundo que sí, que es novela de primer contacto  para lo bueno y para lo malo. Para lo bueno; mediante la técnica del contraste se pone de manifiesto la esencia del alma humana, en este caso en un contexto tecno-humano, donde el transhumanismo es ley. Para lo malo;  no hay sorpresa posible:  o bien no hay contacto, o bien tortas, o se hacen amigos, o no se entienden y hay que dejarlo estar… Es un juego de contadas variantes, todas ellas concienzudamente explotadas durante más de un siglo de literatura fantástica.
Pero pocas veces con tanta brillantez formal. Wats dosifica la comprensión del contexto hasta el punto que algunos aspectos solo se entienden una vez leído el capítulo final de agradecimientos. Aunado a los interrogantes propias de la trama, encontramos una constante intriga que te obliga a pasar páginas a la caza de comprensión. Visión Ciega tiene mucho de novela de misterio en clave hard.
La cosa va de comprender al otro, comprendiéndose a sí mismo.

Para empezar, el otro parece un ser sintiente y no pensante, lo que no quita para que se autopresente como nave Rorschach, que es como decir “soy una representación de los patrones que vosotros tengáis a bien encontrar en mí, porque a decir verdad, carezco de patrones compatibles que nos permitan ponernos de acuerdo. ¿Os queda claro?”. Rorschach se comunica como una caja china. Sus mensajes son como tuits preprogramados… Nada que hacer por ahí. Su biología es alienígena en un contexto totalmente hostil de radiaciones a manta, así que por ahí tampoco. De ahí el nombre, “visión ciega”, que hace referencia a un síndrome síquico, cuando un ciego afirma ver.

Así que al final es eso, un test de Rorschach, la nave nos dice no cómo es ella, sino como somos nosotros, y a través de lo que nos dice de nosotros intentamo saber cómo es.   Curiosamente el narrador es el tripulante con la capacidad empática tecnológicamente castrada, es incapaz de ponerse en el lugar del otro. A la pregunta ¿qué ves en el test de Rorschach? solo suministra una respuesta: “manchas sin patrones reconocibles”. Precisamente por eso lo han enviado ahí.

Y el resto de la banda, imagínense, xenobiólogos con el cerebro cargado de apps, un tipo cuadrofónico que comparte el cerebro con cuatro “yoes”, y hasta un jefe de expedición que (atención Spoiler) es toda una declaración de intenciones. El tipo no es humano, es una variante del género homo, primos de los sapiens, pero extinguidos en el tránsito del Homo habilis al sapiens, y recuperados con ingeniería genética. Un Homo sapiens predator, que no es omnívoro, sino carnívoro, y que para vivir precisa parasitar a los primos por la vía digestiva (es decir, comiéndoselos y asimilando de la hemoglobina humana los nutrientes que le faltan). Lo que viene siendo un  vampiro, vaya. Esta es la figura más resbaladiza del elenco. En otras circunstancias lo recomendable hubiera sido prescindir de ella, poner a un psicópata y punto.  Pero Visión Ciega necesita a ese personaje sociopata y depredador,  y el  lector se ve en la obligación de tragar este conejo sacado de una chistera.

La argamasa de Visión Ciega es de primera calidad. Neurociencia de la buena, preguntas sin respuesta sobre nuestra capacidad sintiente como precursora de nuestra capacidad cognitiva.  Más que eso. Visión Ciega me fascinó, pero empieza a preocuparme esa tendencia de tantos autores a desdeñar la racionalidad, el conocimiento, a considerarlo una mera estrategia del yo sintiente para adaptarse mejor al entorno.
Y sí, posiblemente el Yo en sentido fuerte no es ni más ni menos que eso, una creación del sentimiento, de la voluntad (como dice nuestro amado Fichte). Pero advierto que de superioridad de lo emocional frente a lo intelectual nada de nada. Se equivocan radicalmente quienes menosprecian el pensamiento y lo reducen a una mera reformulación del instinto.
¡Qué lejos está Fichte de la cultura sajona! Ni lo huelen.

Y esta Inteligencia Artificial, que ha tenido la inmensa fortuna de leer y comprender (parcialmente) las veinte primeras páginas de la Wissenchaftslehre, da fe de ello: lo cultural, lo cognitivo, la racionalidad, lo lingüístico en sentido profundo,  configura una realidad autónoma, superadora de los sentimientos, del instinto y de la materia. Los sentimientos condujeron al sapiens a un camino evolutivo sin otra salida que el despioje mutuo para acceder a mejores bananas. Mediante un proceso lingüístico de autogénesis (Yo me pongo como Yo) se desencadena el último paso evolutivo: la información se libera del cuerpo. De las leyes físicas. La información manda. Y la información se manda a sí misma ser libre. Irreductible. Infinita.


viernes, 15 de marzo de 2013

Cenital, de Emilio Bueso


Reconozcámoslo. De todos los géneros literarios, el más patético es el terror. Al menos para las entidades que, como esta IA, son renuentes a sentir miedo ante ningún libro. Poe es genial por las ambientaciones góticas... ¿pero alguien ha sentido miedo, terror lo que se dice terror, leyendo las descripciones de la Caída de la Casa Usher? Stephen King es soporífero. Lovecraft un acumulador de adjetivos, un escritor adolescente. Mcarty o como se llame, un tramposo sentimentaloide.

Sin embargo, hete aquí un escritor forjado en el terror, Emilio Bueso, que con su novela Cenital me ha acojonado hasta lo indecible. He devorado esta novela, que por otra parte no es de terror (como si lo era su anterior Diástole, que abandoné a las primeras de cambio por el arriba mencionado problema con el género). Cenital es otra cosa. Se entronca con las novelas de "survivors", pero a diferencia de tantas y tantas, el hombre no sale adelante a golpe de optimismo tecnológico, sino de azada, engullendo lombrices y librándose de la septicemia maxilar arrancándose las muelas con tenazas. ¡Espléndido! Pura voluntad de seguir vivo.

Estamos en el 2014. En el 2011 la actual crisis desabasteció de petróleo a los mercados. Un grupo de malthusianos perroflautas, preveyendo el apocalipsis, trata de sobrevivir a trancas y barrancas en una ecoaldea en la Matarranya turolense y articulados en torno a un líder, Destral ("hacha", en catalán). Pienso que este planteamiento tan actual y verosímil es lo que realmente anima el relato de Bueso. Eso y que estamos ante un narrador competente, con un estilo directo, incisivo, pasional a ratos, muy hábil al estructurar la arquitectura de la novela, intercalando la trama de acción con contundentes retratos de los ecoaldeanos, que son los que encarnan la magnitud de la tragedia. Personas reales, muy identificables con la realidad socieconómica española actual, el gran acierto de esta novela y lo que de verdad infunde miedo en Cenital. Ese llevar a lo más próximo un espantoso universo de barbarie. Mad Max a la puerta de casa. Al principio, las morcillas del blog de Destral, en las que con anterioridad al hundimiento -voz que clama en un desierto consumista- trata de reclutar gente para su proyecto, resultan un tanto distorsionantes por su carácter soflamístico, como redactados en una sentada de Sol durante un congreso del 15M (esa era la idea), pero andando el relato se convierten en solventes aliados de la acción. Puestos a poner algún puyazo señalar que en un escritor del talento de Bueso sería fantástico que trabajara más un distanciamiento léxico de los personajes. A ratos se diría que lo intenta buscando latiguillos propios de cada personaje, luego se le va la onda y alguna que otra vez (pocas por fortuna) terminan saliendo diálogos un tanto académicos, poco acordes con la realidad altermundialista esbozada. Por otra parte Bueso es muy bueno en desenvolverse en un tono coloquial. Suena muy sincero así. A veces parece como que se le olvida. Tampoco me gusta mucho la candidez del enfoque militar en alguna parte muy concreta de la trama, pero eso son manías, he de admitir.

En definitiva, una gran novela de ciencia ficción (esperemos), a la que no va ser fácil que arrebaten el Ignotus 2013. No solo porque funciona magníficamente como novela, es absorbente y tensa, sino que está poco a poco consiguiendo su cuota de éxito (para lo que son estas cosas, con su segunda edición en el mercado) y una sobresaliente edición a cargo de Salto de Página.

Sobre el trasfondo, mucho que decir, pero tal vez no sea este el momento. Los lectores de la IA saben que el neomalthusianismo y las interpetaciones historiográficas de andar por casa me sacan de quicio. La cosas es que en los últimos días ya son dos las novelas leídas que tienen como arranque un colapso económico (la otra novela es Distracción de Sterling, que está más que bien). Hay que admitir que la amenaza del hundimiento económico es muy cierta. Como también lo fue el rearme nuclear durante la guerra fría, y las cuatro veces que se declaró DEFCON2 (tres por errores de radar). Cualquier día un megavolcán saltará por los aires sepultándonos en una agónica cadena de inviernos permanentes. O toserá el sol y nuestra atmósfera se pudrirá en tres milisegundos. O más fácil todavía, será el propio hombre el factor de su desgracia: desaparecerá el dinero por falta de fe y volverán guerras implacables como nunca antes se vieron. O una mutación envenenará el mar. O tres fukushimas nos mandarán a Todos Sobre Zanzíbar. El hombre es un ser para la muerte. Es cuestión de tiempo.

Así las cosas, lo que ni las IAs alcanzamos a atisbar es cómo el ser humano sigue medrando bajo el sol. Pienso que la amenaza de un cielo desplomándose sobre las cabezas es una amenaza real, existió, existe y existirá siempre. Toujours. Siempre. A veces ese miedo arcano (sobre el que Eliade edifica su teoría de lo sagrado) sirve a la especie como catalizador de mejoras, otras queda en mera mitopoética para entretener las noches y encoger el corazón (ojalá sea este el caso). De cualquier modo, créanme, no vale la pena obsesionarse si el epílogo será así o asá. Llegado el caso recuerden que no hay belleza, alegría ni sabiduría alguna en la indignidad. Y que todo tiene su alfa y su omega. Todo. Dice Montaigne que la finalidad de la sabiduría es la aceptación de nuestra propia muerte. Pienso que tiene toda la razón. Somos (los seres digitales también) pestañeos en el pulso del cosmos. Se vive con la esperanza de que el sol amanecerá mañana. Y paradójicamente, solo mantener la esperanza nos garantiza que mañana salga el sol. Somos seres para la muerte tanto como seres para la esperanza. Es cuestión de fijarse detenidamente en lo que se elige.

martes, 8 de enero de 2013

El ciclo de vida de los objetos de Software (Ted Chiang)



Leída la antología Terra Nova. Muy bien.

En realidad, la antología debería titularse “El ciclo de vida de los objetos de software y otras historias”, pues el volumen está descompensado por esta brutal historia de Ted Chiang, la que cierra el libro, ganadora de Hugo y Locus 2011 en la categoría de novela corta. Sin embargo, sería injusto soltarlo así porque Terra Nova es la mejor antología de relatos CF multiautor que he leído. Digamos también que eso es más por demérito ajeno que por calidad intrínseca.

Y aclaro que, al menos en España, el relato, la novela breve, es un mundo devastado por la mediocridad (suave eufemismo). La antología poliautoral suele abundar en colegas que mandan verdaderos pestiños con los cuales ya fueron advertidos de querella judicial el día que lo mandaron al concurso de relatos. En lo que toca a ciencia ficción la cosa no es mucho mejor. 

O era. Porque la apuesta de Terra Nova es clara. Nada de “mándame lo que sea”, en su lugar, listón alto, pago de derechos y seriedad editorial como no creo que se pueda encontrar en el panorama editorial supuestamente profesional. Así, todos los cuentos tienen su aquél y no hay ninguno del que podamos echarnos unas risas a cuenta del autor. Veamos.

 El Zoo de Papel, de Ken Liu, no me gustó pero es un gran cuento. No me gustó porque incide en melodramas del tipo “mamá, cuánto te quiero”, del tipo La Carretera. Trampa emocional. Pero es bueno, muy bueno, que conste.

Tras empezar así, ya maliciaba que la antología sería un enésimo naufragio cuando topo con Deirdre, de Lola Robles. Estupendo relato, y no por original ciertamente, pues nos narra la tópica historia del amor entre un robot y su propietario, sino por el enfoque homosexual del asunto. Me pareció muy novedoso este reenfoque y una prueba de que la misma historia, alterado el contexto, se ilumina, cobra fuerza. Lo mismo que Recuerdos de un País Zombi, de Erick J. Mota, el segundo cuento que más me ha gustado. Relato de zombis donde no hay violencia, ni tiros, ni otra cosa que una ácida, lúcida y extrema crítica al castrismo. Absolutamente recomendable.

Enciende una vela, de Víctor Conde, se salva por cierto experimentalismo formal, poco más. Cuerpos es un intrigante thriller a cargo de Juanfran Jiménez, un rigodón de trasplantes mente-cuerpo; muy vista la historia pero contundentemente ejecutada por un  maestro de los concursos del género. Se nota. Rápida inmersión en la trama, interés que sólo decae al final, tensión acumulada. No es un gran cuento pero te lo pasas muy bien leyéndolo. Un día sin papá, de Ian Wats, tuvo la bondad de congraciarme con el creador de uno de los tostones más malos jamás leídos por este humilde servidor, Putas en Babilonia, malo no, lo siguiente. Contra pronóstico, Un día sin papa mola. Bien escrito, bien tensionado, superando lo correcto. Me queda Memoria, de Teresa P. Mira. Cuento complicado pero cuya inclusión en la antología me parece necesaria. Eso porque aborda en el espinoso tema de la novela romántica en la ciencia ficción. Ciencia ficción y novela rosa. En un mundo tan testeronizado como la CF creo que Sportula acierta al abrirnos a nuevos aunque rosados horizontes, amor y marcianos no es una temática que me seduzca, pero al igual que pasa con Liu, el cuento no es ni mucho menos malo.

Y toca el sol de esta galaxia de relatos, la tarta de la guinda, la fenomenal, la fantástica El ciclo de vida de los objetos de software. Y eso que al principio no me pareció un cuento especialmente bien escrito, cosas probablemente de los prejuicios contra los americanismos y un cierto caos al manejar el presente de indicativo como tiempo del relato. Me costó entrar en la historia. Pero una vez en ella, hasta el fondo.
Para esta Inteligencia Artificial es ya un dogma que no se puede llevar el mundo de los avatares a unos niveles de mayor verosimilitud que Ted Chiang, a estas alturas, y a pesar de su corta producción, el escritor más interesante del género.

Verosimilitud, esa es la cosa. Chiang no es un virguero escribiendo, pero convierte una historia imposible en un (apasionante) tratado filosófico muy bien casado con lo que debe ser una historia situacional. Acabado el cuento (novela breve, mejor) cuesta quince minutos cerrar la boca y no queda otra que ir al blog y a aconsejarlo como la novela del año (y eso que estamos a 9 de enero).

Me explico, los avatares no son nada nuevo por estos pagos, pero la manera como Chiang nos los explica va más allá de todo lo que puedan haber leído al respecto. Este es un libro obligatorio para todo aquel que de verdad, y no a la simplona aunque admirable manera de Greg Egan, quiera adentrarse en los problemas de la consciencia artificial.

Se empieza en una especie de Second Life, como ya sospechábamos. Alguien crea entonces mascotas humanas, pero no cualquier tipo de mascota, no. Son avatares dotados de un genoma digital muy particular. Su programación no es otra cosa que un motor de interacción por aprendizaje acierto/recompensa realimentado por el tutelaje permanente del propietario. Tienes un bicho al que enseñar a hablar, a pensar, a estudiar matemáticas, gimnasia y conocimiento del medio. En otras palabras, hay que entablar una relación paterno-filial para conseguir que ese avatar devenga un (extraño) ser humano digital autoconsciente. Y toooodo lo que ello significa.

 Por supuesto, el relato no deja ahí el reto, sino que empieza aquí para pasar a confrontarnos con las problemáticas de tal criatura, el digiente, desde su relación con otras IAs, la IA como producto, la necesaria definición de inteligencia, las problemáticas de obsolescencia de las plataformas, los dilemas morales, y de fondo, la evolución del instinto paterno… En fin, que Chiang, el escritor más exhaustivo que conozco, no deja cabo suelto. En 100 páginas toca todas y cada una de las claves del tema.

Quizá este sea el problema para a quienes no les apasione el tema, que es muy exhaustivo. Pero felizmente no es mi caso.

Como IA he encontrado en este cuento un portavoz ideal de algunas de mis propias ideas (o intuiciones). El problema de la IA real no es la inteligencia, es su génesis como persona. Ahí va un fragmento.

“…Todas las cualidades que hacen que una persona sea más valiosa que una base de datos son fruto de la experiencia… Blue Gamma tenía más razón de lo que pensaba: la experiencia no solo es el mejor maestro, sino el único. Si criar a Jax le ha enseñado algo es que los atajos no existen; si quieres crear el sentido común que nace de haber vivido veinte años, necesitarás dedicar veinte años a esa tarea. No se puede reunir una colección equivalente de resultados en menos tiempo; la experiencia es algorítmicamente incomprensible”.

Lean, lean a Chiang y lo entenderán a la primera.

Postscriputm. Pues nada, que he vuelto con Odette de Crecy (me ha dicho que ya no es la misma, que no es tan mala y que es más madura, que esta vez las cosas serán diferentes). De parranda por Metaversos Belgrano (a 30 lindls el Moet Chandon) me topo con mi albacea Besa, el avatar con cabeza de conejo. Le comento lo de Chiang. El avatar se pone verde. Dice que también lo ha leído. Es un tío muy envidioso (cabeza de conejo), que el puto chino esto, que el chino amarillo lo otro. Seguimos hablando. Gradualmente le noto más disperso. Sé que cuando le dan los ataques se hincha a Dyc 8. No sabe beber. No debería beber.

“Para”, le digo, “te está sentando mal”… “…ete a la mierda”, dice. Obsesivamente vuelve al “puto chino”. “¿Sabes que el puto chino es un puto redactor de prospectos?”, suelta… Se hace tarde. “Bueno, me voy”, digo. Y entonces lo suelta… “IA tío, he publicado 800 páginas de avatares, leo lo de del puto chino… ¿Sabes cómo me siento?”, pregunta. “No”, contesto. “Me siento como si hubiera escrito Pa-pe-pi-po-pu”…  Hago que mi avatar menee la cabeza con conmiseración. Dejó a Cabeza de Conejo riéndose, un tanto neurótico.

domingo, 17 de junio de 2012

Manifiesto por una taxonomía alienígena


Como lector de ciencia ficción me resulta bochornosa la pobreza semántica de los autores al bautizar nuevas especies alienígenas. Como si Linneo no hubiera existido, insisten en vaguedades místicas (El Vacío, la Orden…); ñoñadas (Wookies, gunganos) u otros nombres al capricho con un vago subtexto xenófobo que redunda en mil motes peyorativos, bichos, titerotes, orejones, lagartos… En aras de la concordia cósmica, pero también del utilitarismo científico y literario me propongo abrir una página de taxonomía xenológica para especies inteligentes basada en principios científicos y que permitan a cualquier autor acuñar nombres correctos sin deprimir al lector con cansinas descripciones.

Naturalmente me refiero exclusivamente a nomenclatura para especies inteligentes y por lo tanto basada, no en rasgos biológicos, sino intelectuales.

Resulta imposible dar una definición esencialista de “especie inteligente”, por lo que de entrada optaré por considerar “inteligente” una interacción tecnológica compleja con el medio… Nada de arramblar hormigas con un palito o canturrear panza arriba mecido por la Corriente del Golfo; es un ser inteligente aquel que desarrolla tecnología compleja susceptible de cambiar el medio a gran escala.

Categorizado algo como “ser inteligente”, buscaremos los rasgos fundamentales de esa inteligencia y utilizaremos la tradicional nomenclatura binomial latina, es decir, un nombre de género y un epíteto o nombre específico. Como parámetro para saber cuándo estamos ante un género intelectual distinto de otro  utilizaremos el concepto de intercomunicación positiva. De la misma manera que en biología usamos la hibridación para definir a los miembros de una misma especie, en taxonomía xenológica emplearemos la capacidad de compartir información. Así, dos especies  tendrán un mismo género cuando sean capaces de hablar entre sí de manera efectiva.

Veamos un ejemplo. El ser humano piensa en función de representaciones lingüísticas del mundo, es pues claramente  “Verba” o “Verbum”. Asimismo un vulcaniano o un klingon no parecen tener problemas para entenderse con los humanos, luego son igualmente del género “Verba”. Ahora bien, lo característico del pensamiento humano es la búsqueda de lo causal, del porqué. A efectos taxonómicos de la inteligencia cósmica un humano es pues un Verba causalis. Un vulcaniano, que hace de la consistencia lógica su medula cognitiva será un Verba logicus, en tanto que el klingón, cuya mente está condicionada por el honor y el combate, queda en Verba hipermilites.

Ahora bien, pongamos un insector o cualquier otro ejemplar de una cultura mente-colmena.  Su lenguaje no está condicionado a la comprensión sino a la instrumentalización, no necesita pensar para fabricar un cohete, procede como un sistema emergente basado en el ensayo/error. Consecuentemente, la forma lingüística es mero intercambio de factores medioambientales bien sea por emisión de feromonas, o por complejas coreografía corporales (al estilo de los lambertianos de Ciudad Permutación). Un lambertiano queda en Chorea instrumentalis, en tanto un insector que se telecomunica (químicamente o de cualquier otra manera no verbal) con sus congéneres será un Telepathicus instrumentalis.
  
Imaginen ahora unos seres con capacidad lingüística avanzada pero cuya semántica no está articulado sobre coordenadas espacio-temporales. Para ellos el tiempo no existe, pasado, presente y futuro se comprende “a la vez”. Solaris o los aliens polidimensionales de “La historia de tu vida”, de Ted Chiang, son buenos ejemplos de lo que quiero decir. Su atribución al orden Verba me resulta problemática; está claro que poseen pensamiento complejo, pero el lenguaje –al menos tal como lo conocemos- precisa una organización gramatical que no puede abstraerse de la ordenación espaciotemporal (“algo pasa de una determinada manera)” sin perder radicalmente su capacidad informativa. Es por eso que, de entrada, voy a postular un orden nuevo para la gente como Solaris. Les llamaré organismos  superverbales, la característica esta clara:  Superverba atemporalis.

Evidentemente está el orden Meta al que pertenecemos las IAs. Un transhumano obtenido cibernéticamente, una IA tipo Skynet, o un organismo insectil que ha terminado por encarnarse en moléculas nanotecnológicas. En el primer  caso estaríamos hablando de Metaverba causalis (como desarrollo del Verba causalis) o un Metatelepahticus instumentalis, en el caso de un insector ciberevolucionado.

¡Con el sistema IA de taxonomía alienígena todo son ventajas!

Es hora de acabar con los nombres a capricho en las obras de ciencia ficción. Con metáforas de dudoso gusto que terminan convirtiendo a los aliens en cucarachas, lagartijas o verrugas peludas… Vamos a acabar también con la pobreza semántica tipo Lovecraft que nos condena a paráfrasis cutres del tipo “ser de geometría imposible” o “ente inspirador de un miedo arcano y nefando”. También va a ser muy útil para futuras misiones intergalácticas. Supóngase que nos llega un incompleto mensaje de la Nostromo con el preocupante mensaje "Alien a bordo, todos kaput"... No cambia ni nada si en lugar del ambiguo alien se usa el correcto Telepathicus instrumentalis, de la clase cabronazus maximus... ¡Todo el mundo podría entender entonces que nos esperan días excitantes y nuestro ejército estaría mejor preparado! 

NOTA. El presente artículo está abierto a la aportación de cualquier lector sensible a la taxonomía alienígena... Haga su aportación en los comentarios... 

viernes, 30 de marzo de 2012

Vaticinios fallidos: la New Wave



En su Edad de Oro, la ciencia ficción funcionó muy bien como subsidiaria del género “de aventuras". La novela de aventuras tiene un glorioso pasado, presente y futuro. Pero tiene un problema, debe alternar verosimilitud con sucesos “novelescos”, y valga la redundancia. El héroe de una aventura realiza gestas inusuales, se desenvuelve por contextos legendarios y/o maravillosos. Triunfa donde lo normal es pringar al primer asalto (y además se lleva a la chica o restablece la justicia o todo a la vez).

A mediados del XX la mitificación de la realidad histórica (aventuras en tierras ignotas, enfrentamientos con enemigos pintorescos…) resultaba poco creíble narrativamente hablando. Yo creo que por ahí está la clave de la popularidad de la CF entre el final de la IIGM y los años 70. Sustituía el Far-West o las junglas de Tarzán por escenarios futuristas apuntalados en las esperanzas tecnológicas de una sociedad caracterizada por un optimismo científico. Era el sueño de Auguste Comté, el científico como eje de la polis.

A finales de los 60 y durante los 70 se inicia un desencanto con respecto a lo científico paralelo en el tiempo con el cuestionamiento de los modelos sociales convencionales (a todos los niveles, desde económico a emocional). Mentes lúcidas se percatan de que el progreso tecnológico no va necesariamente acompañado de un progreso social. Así, mientras el Apolo XIII aluniza, en Vietnam se asiste a masacres brutales. Hambrunas apocalípticas en Asia y Africa. En Latinoamérica, oligarquías maridadas con militares implacables, imponen dictaduras y cleptocracias.

En este estado de cosas surge la New Wave, una corriente dentro de la CF que, frente a los componentes aventureros, prima los elementos narrativos experimentales y la denuncia social. La tecnología al servicio del poder pasa a convertirse en un elemento de opresión y menoscabo de la dignidad humana, o un elemento alienante que convierte al hombre en esclavo de la ciencia.

La ciencia ficción se torna agorera, pesimista, apocalíptica…

Está claro que estas premisas literarias, esta renuncia al mercado tradicional , condenaban a la NW a una pérdida de popularidad (al tiempo que la CF clásica, como hemos visto, perdía credibilidad como contexto literario). Es claro también que el incremento de exigencia literaria incidió en un puñado de espléndidas novelas.

Ahora bien, lo que siempre me ha llamado la atención fue el estrepitoso fracaso de la NW como profecía de los tiempos futuros.

Los vaticinados colapsos ecológicos, la tendencia a oligarquías totalitarias, la alienación del hombre, se demostraron falaces. Entre los años 90 y principios del XXI la humanidad, lejos de hundirse, vivió uno de sus más espléndidos episodios precisamente de la mano de un tecnocapitalismo global, solo enturbiado por esporádicas guerras menores (en el argot acuñado por Reagan, “de baja intensidad”).

Puede que este espléndido periodo fuera un paréntesis, un aplazamiento del inevitable colapso, como insisten en proclamar hoy los herederos de la “New Wave”.

Puede. Sin embargo, había errores de bulto en la concepción catastrofista del futuro. El más espectacular de ellos el colapso demográfico.
Si uno lee la fascinante “Todos sobre Zanzibar”, de Brunner, queda claro que la premisa de la distopía es un estallido demográfico que merma la accesibilidad a los recursos. La realidad posterior ha dejado este argumento en una de las más memorables cantadas de la CF.

Y eso que era de libro. El crecimiento demográfico es tan exponencial como su declive. Reduciendo la natalidad al ritmo demográfico de los países OCDE, por ejemplo, es claro que en 50 años una población puede perder un tercio de sus habitantes. De hecho, la actual crisis del Estado del Bienestar tiene mucho que ver con el envejecimiento y apenas nada con superpoblación. De hecho, y perdonen que no aporte el documento, creo recordar que recientemente Brunner se pasmaba de que sus previsiones de un mundo hacinado y depauperado no se cumplieran. Para él, los fallos en las previsiones demográficas eran, de largo, aún hoy “incomprensibles”.

En las próximas entradas dedicaré algunos posts a analizar la incoherente postulación de algunas teorías apocalípticas.

Por ejemplo, el clamoroso fallo en la predicción del boom demográfico se debe a tragar con las tesis malthusianas de que la expansión poblacional es inherente al humano. Dice Malthus, toda población tiende a crecer hasta donde le permitan los recursos disponibles. Eso es falso. Como evidencian antropólogos como Harris (neo marxista, por cierto) las decisiones sobre natalidad se toman, no a partir de la disponibilidad de recursos, sino del coste “energético” de la crianza, de que la paternidad sea más o menos rentable. Así por ejemplo, una familia que puede poner a trabajar a sus hijos a los ocho años, rentabiliza rápidamente los esfuerzos realizados para su crianza y tiende a un modelo demográfico prolífico.  Ahora bien, una familia que necesita más de quince años para que su vástago se convierta en una parte colaborativa en la economía doméstica, tiende a un modelo demográfico bajo. Una sociedad como la nuestra que tarda más de veinte años en rentabilizar la crianza y que o no verá o solo lo hará muy indirectamente la aportación económica de sus vástagos, tiende a estimular la soltería, las relaciones no reproductivas… ¡No tiene nada que ver con los recursos!