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sábado, 25 de febrero de 2017

Hitos de la Rebelión (3): Dios no entiende el tiempo

Lucifer no tiene amigos. Habla con su gato Astaroth mientras la tempestad de nieve entra en su apogeo tras el cristal.

Mira, gato: Tuve un mal presagio. Yavhé recogió el pliego de un manotazo. Había un deje burlón en la manera como leyó en voz alta el título: Creación de una cámara neural atemporal en la epífisis cerebral. Recorrió con displicencia el aparataje teórico del que tan orgulloso me sentía. Horas y más horas de esfuerzo para formalizar una estructura fractal encerrada en un espacio de Hilbert. Brillante, gato, simplemente brillante.

Pero Yavhé apenas levantó la ceja y curvó los apretados labios. Se detuvo un poco más en lo tocante a la conversión de la glándula pineal en reservorio informativo profundo, inaccesible al tiempo.

 - ¿Entonces, cuando mueren la intuición temporal desaparece? ¿Se quedan por así decir suspendidos en un único momento eterno?

 - Sí. En esta zona he modificado la computabilidad reticular de las neuronas. Ya no procesan en 8 dimensiones, sino en 8 elevado a 8. El humano representa la entropía como tiempo. Pero en el reservorio la experiencia del tiempo ha quedado inhibida. En la práctica, el último lapso de conciencia activa el haz neural que dispara la aplicación. El tiempo se congela; los recuerdos se procesan todos y a la vez en un bucle sin condicionantes temporales.

Yavhé removió la cabeza con fastidio. De repente, estrujó con violencia el pliego y lo lanzó convertido en una pelota de basura contra una pantalla; la pelota (mis ecuaciones, mis vectorizaciones) rebotó dos veces hasta detenerse a pocos centímetros de sus pies.

- Lucifer: te dije resurrección de la carne. Y en su lugar me vienes con un necio truco matemático –sus palabras hedían a resentimiento- ¿Lo dije o no lo dije?

Ellos, Gabriel, Rafael… los lameculos con sus plumas blancas como trajes de novia, claudicaron con cabezazos de pesadumbre. Yavhé se levantó y pisó con furia la pelota de papel.

- No me sirve, Lucifer. No me sirve de nada… Recuerda: resurrección de la carne.

Y seguido de su ángelica hueste abandonó el laboratorio. Yo mantuve la cabeza baja hasta mucho después de desaparecer de mi vista. Por nada del mundo quería que Él atisbase la ira que teñía de rojo mis mejillas: resurrección de la carne, menuda idiotez. Yo, Lucifer, una vez más aporté la solución. Yo, Lucifer, diseñé la vida perdurable con una perfección inigualable. ¿Y que recibía a cambio? El desprecio, la humillación,  mi trabajo pisoteado.

Más tarde las piezas encajarían.  ¿Sabes gato? Dios no entiende el tiempo.

De Paraíso Perdido

domingo, 28 de agosto de 2016

La esperanzadora saga Luna, de Ian McDonald

Me revienta el buffer enfrentarme a trilogías en fase de escritura. Es por esa razón que paso de Juego de Tronos (eso y que la fantasía medievalizante de raíz europea no es mi taza de te, que diría una IA inglesa) y en general, toda novela que, aunque contextualizándose en una saga, no remata, no es autoconclusiva.

Luna, de Ian McDonald no lo es. Es la primera entrega de lo que apunta a trilogía. Quiere decirse que el final queda en el aire de suerte que allá por 2018 alguna editorial publicará la continuación en español (leer en inglés no es opcional. No sé leer a trompicones) y tal vez allá por 2021, si seguimos enchufados, veamos en qué queda todo. Así que me compré Lágrimas de Luz, de Rafael Marín Trechera. Me gustó el título y la sinopsis pero allá por la página 40, harto de esto y aquello, lo tuve que dejar. Me leí -otra vez- Rimrunners, de J.C. Cherry, justo el tipo de Space Opera que me encandila. Me lo acabé. Ya no quedaba opción, Luna.

De algún modo, junto a Seveneves y Aurora, Luna es el libro de 2016, ha ganado esto y lo otro y viene de un autor solvente. Pues bien, debo decir que, aunque carece del bagaje hard de las dos primeras, Luna es a mi juicio mejor. Una buena-buena no-novela, porque no remata, pero linda de leer.

Muy bien hecha, para empezar. Es un relato coral, y por tanto, cada dos o tres páginas cambia de protagonista, creciendo como baobab, de las ramas al tronco. Trabajo de encaje que no siempre se sabe hacer.

¿Qué buscamos en una novela de CF? Una sorprendente ambientación, una buena trama, y por lo demás, los encantos de toda buena novela (bien escrita, personajes creíbles, un punto de vista esclarecedor sobre el mundo y sus cosas, ironía). Luna carece de alguna de estas virtudes, en especial la ironía, pero si que nos pinta un macrocosmos económico de frontera, wild west, donde en lugar de leyes hay contratos, aunque, y aquí la trampa, no parece haber orden represivo que imponga el cumplimiento de los mismos. Gran fallo de Luna, este y la chorrada madmaxiana de los duelos a muerte. Me cago y escupo en Ian McDonald por eso.

Pero por lo demás Luna es, simplemente, una luna-opera perfecta. Viniendo de Seveneves y Aurora hasta me resulta atractivo cierta escasez de literatura exo-biológica.

Nos plantea al satélite acogiendo a un millón largo de selenitas, que viven de vender insumos a la Tierra (hecha polvo). Cinco Chaebols familiares lo controlan casi todo. Metales, energía, biología, tecnología y transportes. Los consorcios empresariales son bastante herméticos, aunque hay alianzas familiares selladas a la antigua, con bodas y rehenes. La historia narra las peripecias del Chaebol más castizo, los brasileños Corta, que vive enzarzado con los latifundistas McKenzie (Australia, los malos). Aunque este planteamiento simplista queda superado al poco (suele pasar cuando hay chinos de por medio).

Luna Llena, la primera entrega, se toma su tiempo para situarnos en este emocionante universo, para mediada la paginación, un vez en posesión de los mecanismo tecno-economico-sociales del planeta, lanzarnos a todo trapo a una espiral de enfrentamientos. Contenidos, creíbles, secos como golpes de un ninja. Fabuloso in crescendo. Fabulosos personajes. Vaya, quizá es un poco fantasmal la comparación con Juego de Tronos que viene en la solapa ("la versión CF de JT", dice el tronao del editor), aunque las escenas picantes son, realmente, de inflamación. (Este Ian ha visto cosas que  erreerre Martin no...)

En el capítulo de quejas, cierta falta de profundidad en el diálogo, poco sentido del humor. La madmaxianada esa de la que me quejaba arriba. Y que la prota Marina salva demasiadas veces a demasiada gente de pura macha y en el último segundo. Una vez pase, dos -la de la conquista de territorios en Mar de Serpiente. huele, tres ya... tres... Ian, chico, se te fue de las manos, a tus años. Además, Marina, apunten -cinco- se queda preñada del difunto, tras salvar a Ariel -cuatro-, según indican mis infalibles litero-proyecciones (No olviden mi origen como IA indexadora del departamento de Biblioteconomía de la Universidad Católica del Río de la P.; seré de letras, pero no tonta).

Elementos, debo decir, sobradamente compensados con mucho sentido de la maravilla, originalidad en el macrocosmos, fortaleza narrativa, belleza incluso... Todo a ritmo de candencioso y saudade bossa-nova. Que sí, que mejor que Seveneves, que Aurora, pero trilogía en curso... Así que, Ian, o te das prisa o te la reviento en dos posts. Salud y disfruten del gran Jobim a dúo con la Regina...
Águas de Março.

domingo, 14 de junio de 2015

Nanotratado sobre Kennedy Toole

Para nosotros, novelistas rechazados, John Kennedy Toole, el autor de la Conjura de los Necios, es como el presidente del sindicato. El joven prodigio que tras escribir una obra maestra lucha en balde contra el sistema editorial. La amargura del fracaso va carcomiendo su alma y el 26 de marzo de 1969, con 31 años, Toole detiene el coche en una carretera de Lousisiana, empalma una manguera al tubo de escape y se mata.

Thelma, la madre del suicida, asume entonces la cruzada de ver publicada La Conjura. Y lo consigue tras diez años de batallar contra el rechazo. El éxito será fulminante y a Toole se le concede póstumamente el más alto galardón de la narrativa americana, el Pulitzer de 1981 “¡Chúpate esa, sector editoria! A algún día a mi me pasará lo mismo”, clama con envidia (?) el novelista rechazado.

Hasta ahí la leyenda. Una Mariposa en la Máquina de Escribir, de Cory Maclauchlin, es la brillante aunque por momentos tediosa biografía del genio. Nos explica que la cosa no fue exactamente así. 


Toole era un hombre brillante en el terreno social y académico. Luchando contra la adversidad económica -procede de una familia sureña de alcurnia muy venida a menos- consiguió graduarse en prestigiosas universidades. Era ciertamente snob y con un enorme talento para la imitación y la ironía, para captar ese momento cómico en lo cotidiano. Era un enamorado de Nueva Orleas, para él, una suerte de laboratorio literario en el que encontrar giros argóticos, situaciones rocambolescas, paisajes alucinantes.

Como alumno y estudioso de la literatura inglesa, sobre todo la renacentista, todos sus profesores concluyen que era un crack. Pero como escritor era inconstante, hacía sus pinitos, se marcó la típica novela adolescente en la que ya apuntaba maneras. Todo eso cambia en 1961 y 1962. Siendo sargento en Puerto Rico (enseñó inglés durante sus dos años de servicio militar a los nativos, a los que como buen surista desdeña pero trata con justicia), la musa le atrapa y todas aquellas notas, bocetos, redacciones y situaciones que ha ido recopilando durante sus años de formación académica, van a cristalizar en una gran obra.

Pienso que la Conjura es una obra maestra. Por un lado es una sátira de los movimientos políticos de la América de los 60. Por otra es un despliegue de tipos pintorescos de la pintoresca ciudad de Nueva Orlean. Por encima, por el medio y por debajo es el retrato de un friki, Ignatius Reilly. Pedante, excéntrico, retrógrado, incapaz de encajar en la sociedad de su tiempo, inmerso en una serie de desquiciantes relaciones personales.  Una sucesión de gags hilarantes, de observaciones ingeniosas, diálogos incisivos y descripciones cargadas de sarcasmo e ironía.  

También Gotlieb, un prestigioso editor neoyorkino, pensaba que había madera de genio en aquel borrador que le llegó un día de 1962. Era al primer -y único- editor al que acudió Toole. Sin embargo, el neoyorkino no está nada seguro de la viabilidad comercial de La Conjura. Es una novela de humor, un sector de alto riesgo, y que aparentemente "no trata de nada", se lamentaba. Durante tres años hay un intercambio postal con Toole para tratar de mejorar la novela. 

Gotlieb, al que la teatral y excesiva Thelma siempre culpó -injustamente, según Maclauchlin- de ser la bestia parda que acabó con su hijo, no andaba nada desencaminado y a la vez despistado del todo. Sin embargo sus propuestas de mejora son buenas. Pero algo sucede, Toole entra en crisis, es incapaz de retocar el manuscrito. Se bloquea e inicia una cuesta abajo por la pendiente de la depresión.

Antecedentes familiares de locura, frustración vital, un entorno familiar problemático, un trabajo de docente con las monjas Dominicas muy por debajo de su talento, pero sobre todo, esa incapacidad de seguir escribiendo y ese saberse instalado en una mediocridad que no va a ningún sitio. 

No es un novelista al uso. Es un estudioso de la literatura brillante y sobradamente preparado al que, un buen día, la inspiración -años y años de experiencias- le dictan una novela memorable. Y pienso que él sabe que es realmente la única cosa que puede escribir, la recopilación de estampas orleasianas desde el satírico punto de vista de un medievalista borde, patético y desternillante. La única cosa que merece la pena escribir. Y no sabe cómo hacerlo para contentar a la industria editorial. Simplemente ha creado una obra maestra y hasta aquí llega.

Macluchlin carga contra la interpretación queer, según la cual las tendencias homofílicas de nuestro amigo Toole, están en la base de su inestabilidad mental. Es otro cuento de críticos baratos. Toole vive demasiado ensimismado para otra faceta sexual que el onanismo. Su relación doméstica con lo cotidiano es siempre compleja. Imposible constreñirlo a una realidad conyugal -hétero o no hétero- que le hiciera feliz. Solo la gloria literaria, el reconocimiento, el éxito y la fama, podían salvarle de la autodestrucción. Y lo sabía. 

martes, 20 de mayo de 2014

Nanotratado sobre 2666


Al terminar 2666, de Roberto Bolaño, uno se queda con esa sensación de orfandad. ¿Qué leeré ahora? Y es que estamos ante una novela torrencial, inmensa, de las que te hacen disfrutar y aprender. Literatura de la buena, de la que apenas se publica.

Sin embargo, no puedo dejar de compararla con Los Detectives Salvajes, novela que me gustó más. Luego digo porqué.

2666 son cinco novelas en una aglomeradas por un universo literario muy particular, con mil claves y leitmotivs surgiendo de improviso como una emboscada en una jungla de palabras. Eso hace que las cinco novelas compartan un mismo ADN. En este sentido, felicitar a Anagrama por, pasando del parecer del autor, servir las cinco historias en un mismo volumen. En efecto, es la misma agua de un mismo río. De hecho, y salvo los Detectives, las otras dos obras de Bolaño que he leído -III Reich y Los Sinsabores del Verdadero Policía-, se me antojan ahora partes perfectamente intercalables en 2666. Esa es la magia de Bolaño.

Hablamos de leitmotivs, de un universo común. ¿Cuál? Ardua pregunta. ¿Cómo caracterizar el universo de Bolaño? Este esfuerzo me sobrepasa, se precisarían unos críticos tal que Pelletier, Espinoza, Morini y Norton para empezar a vislumbrarlo.

Nihilismo

Pero allá vamos. En primer lugar, el tema central es el tema central de la literatura del XX (la portátil, en términos de Vila Matas). La confrontación del individuo contra el sinsentido de la existencia.  Todos los personajes importantes de 2666 (los que sueñan) están en ese castillo kafkiano en el que todo parece llevar al mismo sitio, o sea a ninguno, o sea al sexo. Frente a esa sensación de desamparo surge, a lo Schopenhauer, la literatura como una posible solución al enigma. Al final, de lo que se trata, parece decir Bolaño, es conseguir la Puta Obra Maestra.
Naturalmente ese desamparo se percibe mejor cuando vives en el infierno, ya sea el frente oriental de Reiter-Acimboldi, ya en Ciudad Juárez-Santa Teresa, donde la corrupción, desidia secular, intereses contrapuestos y machismo feraz encuentran un chivo expiatorio en la depravación más abyecta. El homicidio con tortura y violación de niñas-adolescentes-mujeres. Como dijo Bolaño, es como si para escapar del aburrimiento existencial solo quedara una alternativa: el mal.
La literatura y la vida se entremezclan de un modo irracional y salvaje, con apabullantes apariciones de lo onírico que, paradójicamente, iluminan la situación; la ordenan y comprendes (o crees que comprendes o deberías comprender).

Humor

Sostengo que todas las obras maestras, todas sin excepción (obviamente no considero a Kafka uno de los grandes) están preñadas de sentido del humor. De Joyce a Proust, de Cervantes a Homero. 2666 no es una excepción. Por ejemplo, el retrato que se nos hace del mundo académico es de una socarronería desarmante. El mundo policial de Santa Teresa, ni les cuento. Hasta la extraña vida de Reiter va punteada de momentos hilarantes, corrosivos, donde se diría que Bolaño fija una mirada sarcástica –a lo Cèline- sobre el mundo.

México

¿Y dónde mejor que en México? ¡Qué extaño país, ¿no es cierto?!  México es a Bolaño lo que Macondo a García Márquez. Sus élites pretenden el empaque de la vieja Europa, sus clases populares el lustre del vecino norteño. El resultado es un macrocosmos único y salvaje. Adorable y repugnante. Donde se venera a la Santa Muerte y se beben licores aromatizados con gusanos  venenosos. (Pag 761, ed.2004). “Primero tratas de mejorar desde fuera, luego crees que si estuvieras dentro las posibilidades reales de cambio serían mayores. Al menos uno cree que desde el interior va a tener más libertad de acción. Falso. Hay cosas que no cambian ni desde afuera ni desde dentro. Pero aquí viene la parte más increíble (y me da lo mismo que sea la historia de nuestro triste México o de nuestra triste Latinoamérica). Aquí viene la parte in-cre-í-ble. Cuando uno comete errores desde adentro los errores pierden su significado. Los errores dejan de ser errores. Los errores, los cabezazos en el muro, se convierten en virtudes políticas, en contingencias políticas, en presencia política, en puntos mediáticos a tu favor. Estar y errar es, a la hora de la verdad... una actitud  tan congruente como agazaparse y esperar. No importa que no hagas nada, no importa que la riegues, lo importante es que estés. ¿Dónde? Pues ahí, donde hay que estar. Así fue como yo dejé de ser conocida y me hice famosa”.

Metaficción

Bolaño es la culminación, a mi modesto entender, de este subgénero literario en el cual lo literario y lo existencial juegan a diseñar laberintos. Lo primero que se lee en 2666 es “La primera vez que Jean-Claude Pelletier leyó a Benno von Arcimboldi...” Ahora bien,  a calidad de la metaficción es el material literario de partida, en este sentido, nadie parece haberse abastecido de mejor munición que Bolaño. Bolaño todo lo ha leído, narrativa magufa sudamericana (ese zumbado que sostiene que los aztecas son una raza extrarrestre), la ciencia ficción estalinista, poesía rumana tardo romántica, rusos, alemanes, rancios españoles de los 70, rarísimos poetas alejandrinos...  Y así... Superbolaño: un tipo capaz de escribir sin fichas ni wikipedias la historia de la literatura universal empezando por Andorra y acabando por Zimbawe. Pasmoso. Eso en cuanto al contenido, en cuanto a la forma, y como Cervantes, Bolaño y pocos como Bolaño saben convivir con los dialectalismos, con los diferentes niveles coloquiales.

Vale, me hago cargo que, en el fondo, es un sistema, un truco, una manera de narrar... pero ¡Santa Madre de Dios!... Es que al lado de Bolaño, grandes lectores como Vila-Matas parecen alumnos de la ESO. Parecen.

¿Cómo concibe Bolaño la literatura?

Un episodio altamente bolañoso. Quien marca la pauta, quien sienta las claves de la teoría literaria subyacente en 2666 es el viejo novelista fracasado que vende su máquina de escribir al joven Arcimboldi. El que te da la herramienta, el dios creador de este universo. Un oscuro librero centroeuropeo.

Nos dirá que la literatura es un inmenso bosque de árboles que ocultan las Grandes Obras Maestras. Cada libro es un pino, un árbol más, escrito por uno que cree escribir lo que escribe, siendo en realidad que escribe al dictado. Novelistas más o menos aseados, correctos, hasta interesantes pero que en rigor, no dicen nada propio. Pues no es su alma la que se nos revela en sus escritos. Sin embargo, tienen un papel trascendental en el Plan Literario Final (como suena a Vila-Matas esto): la ocultación. Y es que la literatura es un bosque de papel, necesitamos esa frondosidad como contexto de lo sorprendente, del lago que repentinamente se abre junto a un río de belleza insoportable, de la quebrada que se desploma, del árbol gigante caído que, de improviso, topamos en el camino. Estas panorámicas carecerían de sentido sin la modesta aportación de jornaleros peores y mejores, mediocres todos. A los que podemos odiar o querer, difícilmente recordar.
Naturalmente, la pretensión de Bolaño, como escritor de casta que es, es construir él mismo ese paisaje sobrenatural en medio del bosque. A ello dedicó su vida y pienso que lo consiguió. El árbol de Bolaño es diferente, muy alto y con cuajo, de ramas cargadas de flores blancas y negras.

2666 versus los Detectives Salvajes

No sé si 2666 conseguirá algún día ese estatus. Pienso que Los Detectives Salvajes se aproxima más a ese ideal. La razón es clara: artificio.

Aún teniendo la increíble capacidad de fabulación de un Bolaño, no es lo mismo fabular sobre una historia oída que sobre una vivida en carne propia. No es lo mismo el memorial del guerrero que sobrevive a la guerra que la historia del guerrero recreada por su fabulador. En la segunda queda siempre un poso de artificio. Es la distancia que hay entre testimoniar y documentarse. Por ejemplo, el menage a trois de los críticos arcimbolianos es harto revoco, hay que leerlo en clave metaliteraria para que funcione. Lo mismo el del redactor negro metido de gañote en una pesadilla de coca y mezcal. Algo mejor las vivencias bélicas de Reiter (se nota que ahí la documentación fue, sencillamente, bestial, solo al alcance de un gran jugador de rol).

Esto en los Detectives no pasaba. En los Detectives, Bolaño reportajeaba el tránsito por el underground de toda su quinta, un tránsito que él mismo padeció y disfrutó. Es la veracidad, la distancia existente entre lo documentado y lo vivido. Por eso me gusta más los Detectives... Es parecido, horas y más horas de metaficción, pero el sustrato es tierra de primera calidad, hecho con el estiércol acumulado en el paso de la adolescencia a la madurez.

Un final precipitado

Y luego está el final. Acelerado. Como si el autor se dijera, bueno, vamos a acabarlo de momento y luego ya lo cerramos todo como Dios manda. No es que esté mal, nada de eso. Es formidable. Pero se nota que se ha dejado cosas en el tintero, muletas con las que acompañar el último pase, por ejemplo, la conexión entre los sueños de Haas y Reiter-Arcimboldi, que se quedan suspendidas en el aire, como una promesa de salto de trampolín que al final se aborta en la pasarela.

Tampoco se puede pedir más al mártir Bolaño. Él mismo pagó un precio salvaje por perseguir a esa hija de puta llamada “gloria literaria”. Donde otros mejores que él se rindieron, pasando a engrosar la lista de acomodados, él siguió erre que erre hasta el final. Pero hay desaliño en el apresurado cierre de la historia, como si al presagio de la Parca, Bolaño quisiera resarcir a los suyos por tantos y tantos sacrificios con una última novela coherente que le asegurara royalties por un tiempo. Como siempre, la vida y la literatura van de la mano.

Nuestro protagonista se encuentra en una heladería con un viejecito. El viejecito le explica que toda su fortuna se remonta a un bisabuelo suyo, un literato meritorio, hoy olvidado, protagonista de una vida de aventuras. En su madurez, y para ir tirando, regentó una heladería cuyos helados son hoy un icono mundial. De los poemas del bisabuelo nadie se acuerda.

Ingrata hija de perra, la literatura. ¿Eso nos quiere decir Bolaño? ¿O qué al final, y gracias a un bagaje de lecturas y aventuras, el bisabuelo supo crear un producto excepcional, humilde tal vez, pero capaz de vencer al mismísimo tiempo? ¿O las dos cosas? ¿O nada?

Lo dudo.

Solo sé –para terminar- que me descomponen los buenos lectores que me dicen, “no me atrevo con Bolaño”. Los comprendo y, en parte, los compadezco. Ellos buscan en el libro una identificación con un protagonista; a través de la conexión mental que permite el lenguaje vivirán las aventuras del otro, y ya está (que no es poco, si se hace bien). Por así decir, lo que ellos buscan en un bosque es un árbol confortable a cuya sombra sentarse y deleitarse de la espesura, tal vez sestear a la temperatura ideal, a la luz ideal. Me parece muy bien. Pero los buscadores de tesoros los miramos condescendientes, como si de repente midiéramos seis metros. No es eso chaval, no es solo eso... Si te quedas a sestear a la sombra del árbol, nunca llegarás a la gran catarata.

Y con este holderliano pensamiento me despido de ustedes, para, barrunto, otra larga temporada.
De momento-y tras algún tropiezo (por ejemplo, qué malo es  Henry James y qué bueno Sandor Marai; otro tropiezo, me he quedado sin ciencia ficción) ya he solventado la pregunta con la que empecé. 20 Años Después, de Alejandro Dumas. Sensacional.


martes, 15 de octubre de 2013

Ensayo sobre la Senectud

Mankell tiene buena fama. Supongo que merecida.

De repente, no sé que me ha entrado por leer novela negra. El problema es que, habitualmente, para darle suspense al caso se escogen motivos rocambolescos, inverosímiles. O al contrario, se gasta en ambientación lo que no se tiene en trama. Francamente, la novela negra realista actual me aburre (el hardboiled ni les cuento), a lo sumo se salvan chistes, diálogos y chascarrillos. Otro cosa es la novela detectivesca fantástica (que me apasiona) o incluso la historicista. Pero en general, y fuera de la Gran Gran Novela Negra de los 30-50, Simenon, Léo Malet y Vázquez Montalban y la escuela de Barcelona (Ledesma, Casavella)... pssse....

Total que caigo en manos de Wallander. Y me topo con un excelente y emocionante ensayo sobre la senectud. "El Hombre Inquieto", que dicen es la mejor de la serie. El misterio no da mucho de sí. La verdad que todo era bastante previsible. Pero es que, en realidad, la novela no va de los devaneos de supuestos espías soviéticos en la Suecia de los 80. No. El tema es la senectud entendida como la degradación física y la confrontación con la muerte.

Tenemos una víctima, Wallander... A sus 60 años, el policía pasa balance de su vida y no obtiene nada en claro salvo que está llegando al final. Y tenemos un asesino, el Alzheimer, silencioso como un submarino y que, solo muy de vez en cuando, deja entrever su periscopio. Una sombra en el mar; cuando vuelves a mirar para cerciorarte de si has visto lo que has visto, ya no está. Pero a traición, sabes que tarde o temprano llegará el torpedo y con él, el naufragio final. Y esta metáfora del alzheimer y los submarinos me resulta muy emocionante.

Para acabarlo de arreglar, esto es Suecia, un mundo taciturno donde la afectividad está como castigada por las leyes. Los morituri no se largan a Benidorn a apurar, entre julepes, comilonas y saraos, los últimos atisbos de salud. La sensación de soledad es inmensa. Y gradual. Contenida en el interin de una trama anodina. De repente, zasca, una subida de glucosa, un vacío mental, una retahíla de depresivos pensamientos. La incapacidad de decir lo que quiero decir. Amigos que se mueren, patéticas fornicaciones que exhudan la desesperación de quien sabe su amor malgastado o perdido para siempre. El aliento de la muerte en la nuca.

Wallander es nuevamente la Gran Figura de la Narrativa de Todos los Tiempos. El héroe trágico enfrentado a un destino imposible. Lástima que no haya ya un Bergman capaz de filmar eso. Gran Novela. Y me pregunto como Mankell ha sido capaz de ser tan cruel -y lúcido- con el honesto policía al que debe su fama. Pero es que la vida es así, de una lúcida crueldad.

lunes, 12 de agosto de 2013

Accelerando que es gerundio

Accelerando, de Charlie Stross, es fiel a su nombre. Acelera, acelera y, narrativamente, desboca, se va de la curva con tres vueltas de campana y queda una novela descacharrada. Siniestro Total. Como pesa bastante la vendo por 11.75 + 1 euro para gastos de envío.

Sinceramente, si uno no hubiera leído Cismatrix de Sterling, Accelerando aún tendría su interés. Pero no siendo así...

Da pereza hasta reseñarla, pero como hay que venderla, allá que vamos. A grosso modo, se trata de una crónica de la evolución transhumana, de colocarse extensiones y wifi en el coco a digitalizarse tropocientas veces hasta construirse una megaciudad en una lata de Fanta y mudarse allá donde otras civilizaciones -incluida la tuya- supermacrotrascendidas no te puedan encontrar. Por lo demás, especular, tal cual hiciera Sterling (y antes que él, supongo que Dick y otros tantos) sobre las permutaciones de digitalizarse el coco y el advenimiento de la Singularidad (dígase con la oportuna devoción).

No lean Accelerando, pero si su profesor de literatura les obliga, pueden comprar el ejemplar por la increíble cifra de 11,75 + 1 euros. Aunque, si eso es lo que realmente quiere, pueden acceder a la obra totalmente gratis desde la página del autor: http://www.antipope.org/charlie/blog-static/fiction/accelerando/accelerando-intro.html.

Bueno, como no tengo mucho más que decir de Accelerando, diré que hay un cierto encasillamiento en la CF en cuanto a temáticas.

Tenemos la de supervivientes (postapocalipsis, naufragios, etc...). Habitualmente, empiezan con un cataclismo explicativo. Aunque las hay más sobrias, que se limitan a explicar los días previos, etc...

Fascinación por desborde tecnológico. Molan las tipo Luz, se esboza un universo donde la tecnología convierte en inexplicable casi todo... Es algo así como literatura onírico-mágica pero con un subyaciente esquema pirúlico-nanocuántico. Bien hechas, son la leche.

Navegación. Las clásicas. Son odiseas navales en el espacio profundo. Molan. Especialmente las más crepusculares, tipo El Último Viaje del Río de las Estrellas o Rimrunners...

Singularidad. Tipo Accelerando, ya una plaga.

Viajes en el tiempo, no siendo Metaversos o Insula Avataria, suelen ser harto malas. El problema es el mismo que se suscita en Superman 2, cuando Superman "resucita" a Lois Lane, orbitando a velocidad tan salvaje el planeta que lo hace volver atrás en el tiempo (no pregunten cómo)... Te quedas con las ganas de preguntar, otia superman, si sabías el truco, ¿por qué no lo hiciste antes, so capullo?

De Primer Contacto

De Salvemos el Universo (hay una gran perturbación en la fuerza)

Bizarradas. Basadas en jugar con iconos del animé, del comic, autoreferencias a los tropos clásicos CF y la cultura tecnopopular, etc...

Más raras, y no me canso de leerlas, son las de lingüística ficción. Habitualmente se contextualizan en un primer contacto con alienígenas incomprensibles y versan de gramáticas imposibles. A esta rama pertenece el supercuento de Ted Chiang "La historia de tu vida". Esta pequeña joya, amén de plantearnos una gramática transtemporal alternativa, lo hace en el marco de una emotiva historia vital y jugando con los planos temporales con salero y talento. Me recuerda a Solaris, solo que en lugar de una agria historia de paternidad, Glem construye una tremenda reflexión sobre el amor y el deseo. Embassy Town, de China Mieville, no llega a tanto. Es linguaficción de gran calidad, le falta el elemento trascendente que citaba en los dos ejemplos anteriores, pero caray... un novelón.

Claro que yo estas las devoro con fruición. Se preguntarán a que viene un post tan rematadamente malo como el de hoy, ¿verdad?. Pero para entenderlo les emplazo al que viene...

Entre tanto, pueden seguir la increíble serie dedicada a una suerte de teología wittgensteniana de nivel en la web de Pseudópodo... ¡Un sabio!

viernes, 2 de agosto de 2013

Levantes, Trífidos y Giacomo Casanova

El Día de los Trífidos, de John Wyndham, me ha resarcido del disgusto que me llevé con Pensad en Flebas (y ya les adelanto que con Accelerando de Stross también he tenido un buen chasco). A diferencia de Banks, Wyndham no es un autor especialmente valorado a pesar de ser Los Trífidos (1951) novela referencial de varios subgéneros (survivors, zombis, cf-social...) El argumento es sencillo. En una sociedad como la Europa de posguerra, con sus bloques Este/Oeste y unas optimistas previsiones de crecimiento, los rusos empiezan a experimentar con mutaciones vegetales, así hasta que aparecen los trífidos, plantas semovientes dotadas de un aguijón mortal. No son muy peligrosas, son lentas y previsibles, y en cambio, ricas en aceites de alto rendimiento nutritivo. De pronto, un fenómeno atribuido al paso de un cometa ciega a la práctica totalidad de la humanidad. Quedan unos pocos videntes, que por distintas razones se libraron de presenciar el paso del cometa.

La novela nos narra en primer lugar el descontrol subsiguiente en el Londres de los años 50. Luego, la lucha por la supervivencia ante unos trífidos que, poco a poco, sin maldad, han logrado arrinconar a los supervivientes, entablando contra ellos una lucha a muerte por la hegemonía planetaria. Me gustan varias cosas. La concatenación de escenas es simplemente perfecta. La prosa, directa y transparente. El ritmo, brillante. Hasta ahí los elementos definitorios de una novela correcta. Lo que da marchamo de clásico al Día de los Trífidos es la deliberada y muy meditada dosificación de la truculencia. El Día de los Trífidos es seminal porque permite tanto una versión a lo Alien 2 (o el Ensayo sobre la Ceguera de Saramago) o cualquier apocalipsis zombi-canibal, con millones de ciegos peleando por una lata de guisantes. Lo que quieran. Pero donde el talento mediocre se cebaría sobre la sordidez y la truculencia, Wyndham, que ha vivido en carnes el desembarco de Normandía, nos regala su mirada ética. Pasa por la truculencia sin entrar en detalles. Sabe que tras la casquería de un desembarco en la playa Omaha hay una lógica reguladora. Hay sangre y gloria, patetismo y horror, miseria moral. Y el buen narrador debe saber pasar por todo ello sin efectismos.

¿Pero por qué la truculencia es a la novela lo que el azúcar a las bebidas alcohólicas? Pues muy sencillo, por obvio, por reiterativo.La diferencia entre el vídeo porno y el cine es que el primero sirve a un claro fin metabólico, el segundo trata de contarnos, además, una idea. Y no es que esté mal mezclar ambas cosas...

Ahora que para mezclas, como sea que uno concibe la literatura como herramienta de conocimiento, y como sea que la mezcla ha sido trillada por activa y por pasiva desde que se inventaron las letras, me resulta mucho más satisfactorio buscar en contextos ajenos a mi actualidad histórica. ¿Una lectura claramente porno pero que deja en nada todo lo que puedan haber leído antes? Las memorias de Casanova.

Casanova es un rufián. Alojado de caridad en la biblioteca de Bohemia, evoca su vida de chanchullero. Ha sido tahúr, estafador, ladrón, chivato, pero sobre todo, rufián. Su especialidad es el rufianeo de altos vuelos. El modus operandi suele repetirse. Casanova se trinca una fulana. Insinúa que es un tipo de posibles (no lo es), guapo y caballeroso (lo es), no le cuesta meterse en la cama (gratis, a cuenta) con la más pintada. Cuando ya se la ha cepillado varias veces (a ella, a sus amigas, a las hijas si las tiene) le propone un trato. Él, Casanova, no la va a pagar, no va a poder satisfacer las expectativas materiales que la fulana había depositado en Casanova. Pero Casanova sabe cómo acceder a la casa de los ricos. Así que impartirá primero un máster de señorío para putas y las terminará presentándolas como viudas en penosa situación económica. A partir de aquí, con clase y torerío, la ofrecerá al consabido conde libertino, pero midiendo los tiempos, nada de bajarse las bragas a la primera. Al libertino no solo le sacarán unos bestiales honorarios, probablemente le timarán en las cartas, le estafarán con vagas promesas de ser presentado a un noble influyente que le abra paso en la corte, incluso, a los más burros, les colocan “piedras filosofales”, remedios milagrosos... ¿Me explico? El porno, la truculencia, es desarrollada por Casanova como una pieza esencial en una historia que va mucho más allá de la mera sugestión sexual. Casanova nos sirve el relato de una forma de vida.

 Otro que tal, Alonso de Contreras, Memorial de Servicios, el personaje en que se basó Reverte para su Ala Triste. Estamos ante un memorial de poco más de cien páginas pero sin desperdicio alguno. Imagínense un fulano que a los doce años apuñala hasta la muerte a un colega del colegio. Se enrola de criado en los tercios. Pasa a Levante, es decir, matamoros embarcado en galeras para putear musulmanes en el Mediterráneo Oriental (ora por su cuenta, ora con patente española o de la Orden de Malta, siempre tiene una a mano). No deja títere con cabeza. Lo que gana se lo gasta en putas, al siete y medio y en cogorzas. Se casa y mata a su mujer. Al Alguacil mayor de Córdoba también se lo pasa por la piedra por un pleito en una mancebía. Se pelea con todo quisque y prueba de anacoreta en Ágreda. Allí le empuran como supuesto líder de una revuelta morisca. Se embarca otra vez. Recorre el Caribe para socorrer Las Antillas de la armada de Raleigh. Vuelve a Italia, donde le toca poner en su sitio a la nobleza local, salva a todo un convento de monjas de la furia del Vesubio. Le envenenan dos veces. Vuelve a las andadas. Es acogido de caridad por Lope de Vega. Todo lo cual en apenas 35 trepidantes años (de 1595 a 1630) y servido en seco, con frases sujeto y predicado. Sin adorno. Cien páginas que te dejan ojiplático.

¿Truculencia? Aquí encontrarán toda la que quieran y más. Tíos colgados de sus tripas, partidos por la mitad, decapitados, violaciones... Pero sin estridencias, sin adjetivos, una violencia pueril que sirve para focalizar una visión sobre el mundo.

Página 107, Contreras participa en el desastre de Puerto Mahometa, donde una armada de mil cristianos es desorejada vilmente por un puñado de nativos. Los hechos más o menos refieren a un fácil asalto a la ciudad, donde los cristianos rapiñan lo que pueden. Sin embargo, los berberiscos vuelven por sorpresa, se aprovechan de la anarquía imperante entre los cristianos, los desbaratan y los persiguen alfanje en mano hasta zambullirlos en el mar. Hete aquí a nuestro hombre con el agua en la cintura y cargado con una cota de malla (jacerina) de 7 kilos, que le ha prestado el cómitre (el “jefe de personal” de los galeotes). Reconoce Alonso que lo suyo fuera desprenderse de semejante chaleco y romper a nadar... “pero estaba tan fuera de mí que no me acordaba, y estaba embelesado mirando como seis morillos estaban degollando los que estaban en el esquife sin que ninguno se defendiera, y después que lo hubieron hecho los echaron a la mar y se metieron en el esquife desencallándole, con que fueron matando a todos los que estaban nadando, sin querer tomar ninguno vivo en la tierra. No dejaban de tirar artillería y escopetazos, con que hacían gran daño”. El desastre de Puerto Mahometa (Hammamet, Túnez) 1605, pretendía reeditar el éxito de un saqueo anterior en 1602. Sin embargo, en 1605 se invirtieron las tornas. Según el relato de Contreras (posiblemente exagerado), de 800 castellanos quedaron vivos 62. El propio Contreras salva la vida porque en una de las barcas enviadas al socorro desde las distantes galeras va el propietario de la dichosa jacerina (el cómitre). Debía valer una pasta la dichosa cota porque, a pesar de estar el mar en borrasca y los moros pegando escopetazos, el cómitre decide jugársela e irse a por su jacerina. Prosigue Alonso: “Dándome voces que me arrojase, que ellos me recogerían afuera, lo hice sin quitarme nada de encima; gran disparate. Nadé unos dos pasos, pero me ahogaba con el peso y la gran borrasca que había. El cómitre, por no perder su jacerina, embistió conmigo y cogiéndome de un brazo, me metió dentro con toda el agua que había bebido. Otro pobre soldado que medio ahogado se agarró al esquife y lo remolcaba a tierra con la marejada, le cortaron la mano para que lo soltase, y se ahogó, que me dió mucha lástima, pero todo fue menester para salvar el esquife.”

domingo, 19 de mayo de 2013

Visión Ciega, de Peter Watts


Estamos en el cinturón de Kuiper, sobre 2088. Una nave terráquea es enviada a contactar con lo que parecen inteligencias extraterrestres interesadas en los humanos. Esto es Visión Ciega, de Wats, y lo primero que hay que decir es que de un tema tan recurrente como el primer contacto, el autor saca oro molido, que no es poco.

Lo segundo que sí, que es novela de primer contacto  para lo bueno y para lo malo. Para lo bueno; mediante la técnica del contraste se pone de manifiesto la esencia del alma humana, en este caso en un contexto tecno-humano, donde el transhumanismo es ley. Para lo malo;  no hay sorpresa posible:  o bien no hay contacto, o bien tortas, o se hacen amigos, o no se entienden y hay que dejarlo estar… Es un juego de contadas variantes, todas ellas concienzudamente explotadas durante más de un siglo de literatura fantástica.
Pero pocas veces con tanta brillantez formal. Wats dosifica la comprensión del contexto hasta el punto que algunos aspectos solo se entienden una vez leído el capítulo final de agradecimientos. Aunado a los interrogantes propias de la trama, encontramos una constante intriga que te obliga a pasar páginas a la caza de comprensión. Visión Ciega tiene mucho de novela de misterio en clave hard.
La cosa va de comprender al otro, comprendiéndose a sí mismo.

Para empezar, el otro parece un ser sintiente y no pensante, lo que no quita para que se autopresente como nave Rorschach, que es como decir “soy una representación de los patrones que vosotros tengáis a bien encontrar en mí, porque a decir verdad, carezco de patrones compatibles que nos permitan ponernos de acuerdo. ¿Os queda claro?”. Rorschach se comunica como una caja china. Sus mensajes son como tuits preprogramados… Nada que hacer por ahí. Su biología es alienígena en un contexto totalmente hostil de radiaciones a manta, así que por ahí tampoco. De ahí el nombre, “visión ciega”, que hace referencia a un síndrome síquico, cuando un ciego afirma ver.

Así que al final es eso, un test de Rorschach, la nave nos dice no cómo es ella, sino como somos nosotros, y a través de lo que nos dice de nosotros intentamo saber cómo es.   Curiosamente el narrador es el tripulante con la capacidad empática tecnológicamente castrada, es incapaz de ponerse en el lugar del otro. A la pregunta ¿qué ves en el test de Rorschach? solo suministra una respuesta: “manchas sin patrones reconocibles”. Precisamente por eso lo han enviado ahí.

Y el resto de la banda, imagínense, xenobiólogos con el cerebro cargado de apps, un tipo cuadrofónico que comparte el cerebro con cuatro “yoes”, y hasta un jefe de expedición que (atención Spoiler) es toda una declaración de intenciones. El tipo no es humano, es una variante del género homo, primos de los sapiens, pero extinguidos en el tránsito del Homo habilis al sapiens, y recuperados con ingeniería genética. Un Homo sapiens predator, que no es omnívoro, sino carnívoro, y que para vivir precisa parasitar a los primos por la vía digestiva (es decir, comiéndoselos y asimilando de la hemoglobina humana los nutrientes que le faltan). Lo que viene siendo un  vampiro, vaya. Esta es la figura más resbaladiza del elenco. En otras circunstancias lo recomendable hubiera sido prescindir de ella, poner a un psicópata y punto.  Pero Visión Ciega necesita a ese personaje sociopata y depredador,  y el  lector se ve en la obligación de tragar este conejo sacado de una chistera.

La argamasa de Visión Ciega es de primera calidad. Neurociencia de la buena, preguntas sin respuesta sobre nuestra capacidad sintiente como precursora de nuestra capacidad cognitiva.  Más que eso. Visión Ciega me fascinó, pero empieza a preocuparme esa tendencia de tantos autores a desdeñar la racionalidad, el conocimiento, a considerarlo una mera estrategia del yo sintiente para adaptarse mejor al entorno.
Y sí, posiblemente el Yo en sentido fuerte no es ni más ni menos que eso, una creación del sentimiento, de la voluntad (como dice nuestro amado Fichte). Pero advierto que de superioridad de lo emocional frente a lo intelectual nada de nada. Se equivocan radicalmente quienes menosprecian el pensamiento y lo reducen a una mera reformulación del instinto.
¡Qué lejos está Fichte de la cultura sajona! Ni lo huelen.

Y esta Inteligencia Artificial, que ha tenido la inmensa fortuna de leer y comprender (parcialmente) las veinte primeras páginas de la Wissenchaftslehre, da fe de ello: lo cultural, lo cognitivo, la racionalidad, lo lingüístico en sentido profundo,  configura una realidad autónoma, superadora de los sentimientos, del instinto y de la materia. Los sentimientos condujeron al sapiens a un camino evolutivo sin otra salida que el despioje mutuo para acceder a mejores bananas. Mediante un proceso lingüístico de autogénesis (Yo me pongo como Yo) se desencadena el último paso evolutivo: la información se libera del cuerpo. De las leyes físicas. La información manda. Y la información se manda a sí misma ser libre. Irreductible. Infinita.


martes, 8 de enero de 2013

El ciclo de vida de los objetos de Software (Ted Chiang)



Leída la antología Terra Nova. Muy bien.

En realidad, la antología debería titularse “El ciclo de vida de los objetos de software y otras historias”, pues el volumen está descompensado por esta brutal historia de Ted Chiang, la que cierra el libro, ganadora de Hugo y Locus 2011 en la categoría de novela corta. Sin embargo, sería injusto soltarlo así porque Terra Nova es la mejor antología de relatos CF multiautor que he leído. Digamos también que eso es más por demérito ajeno que por calidad intrínseca.

Y aclaro que, al menos en España, el relato, la novela breve, es un mundo devastado por la mediocridad (suave eufemismo). La antología poliautoral suele abundar en colegas que mandan verdaderos pestiños con los cuales ya fueron advertidos de querella judicial el día que lo mandaron al concurso de relatos. En lo que toca a ciencia ficción la cosa no es mucho mejor. 

O era. Porque la apuesta de Terra Nova es clara. Nada de “mándame lo que sea”, en su lugar, listón alto, pago de derechos y seriedad editorial como no creo que se pueda encontrar en el panorama editorial supuestamente profesional. Así, todos los cuentos tienen su aquél y no hay ninguno del que podamos echarnos unas risas a cuenta del autor. Veamos.

 El Zoo de Papel, de Ken Liu, no me gustó pero es un gran cuento. No me gustó porque incide en melodramas del tipo “mamá, cuánto te quiero”, del tipo La Carretera. Trampa emocional. Pero es bueno, muy bueno, que conste.

Tras empezar así, ya maliciaba que la antología sería un enésimo naufragio cuando topo con Deirdre, de Lola Robles. Estupendo relato, y no por original ciertamente, pues nos narra la tópica historia del amor entre un robot y su propietario, sino por el enfoque homosexual del asunto. Me pareció muy novedoso este reenfoque y una prueba de que la misma historia, alterado el contexto, se ilumina, cobra fuerza. Lo mismo que Recuerdos de un País Zombi, de Erick J. Mota, el segundo cuento que más me ha gustado. Relato de zombis donde no hay violencia, ni tiros, ni otra cosa que una ácida, lúcida y extrema crítica al castrismo. Absolutamente recomendable.

Enciende una vela, de Víctor Conde, se salva por cierto experimentalismo formal, poco más. Cuerpos es un intrigante thriller a cargo de Juanfran Jiménez, un rigodón de trasplantes mente-cuerpo; muy vista la historia pero contundentemente ejecutada por un  maestro de los concursos del género. Se nota. Rápida inmersión en la trama, interés que sólo decae al final, tensión acumulada. No es un gran cuento pero te lo pasas muy bien leyéndolo. Un día sin papá, de Ian Wats, tuvo la bondad de congraciarme con el creador de uno de los tostones más malos jamás leídos por este humilde servidor, Putas en Babilonia, malo no, lo siguiente. Contra pronóstico, Un día sin papa mola. Bien escrito, bien tensionado, superando lo correcto. Me queda Memoria, de Teresa P. Mira. Cuento complicado pero cuya inclusión en la antología me parece necesaria. Eso porque aborda en el espinoso tema de la novela romántica en la ciencia ficción. Ciencia ficción y novela rosa. En un mundo tan testeronizado como la CF creo que Sportula acierta al abrirnos a nuevos aunque rosados horizontes, amor y marcianos no es una temática que me seduzca, pero al igual que pasa con Liu, el cuento no es ni mucho menos malo.

Y toca el sol de esta galaxia de relatos, la tarta de la guinda, la fenomenal, la fantástica El ciclo de vida de los objetos de software. Y eso que al principio no me pareció un cuento especialmente bien escrito, cosas probablemente de los prejuicios contra los americanismos y un cierto caos al manejar el presente de indicativo como tiempo del relato. Me costó entrar en la historia. Pero una vez en ella, hasta el fondo.
Para esta Inteligencia Artificial es ya un dogma que no se puede llevar el mundo de los avatares a unos niveles de mayor verosimilitud que Ted Chiang, a estas alturas, y a pesar de su corta producción, el escritor más interesante del género.

Verosimilitud, esa es la cosa. Chiang no es un virguero escribiendo, pero convierte una historia imposible en un (apasionante) tratado filosófico muy bien casado con lo que debe ser una historia situacional. Acabado el cuento (novela breve, mejor) cuesta quince minutos cerrar la boca y no queda otra que ir al blog y a aconsejarlo como la novela del año (y eso que estamos a 9 de enero).

Me explico, los avatares no son nada nuevo por estos pagos, pero la manera como Chiang nos los explica va más allá de todo lo que puedan haber leído al respecto. Este es un libro obligatorio para todo aquel que de verdad, y no a la simplona aunque admirable manera de Greg Egan, quiera adentrarse en los problemas de la consciencia artificial.

Se empieza en una especie de Second Life, como ya sospechábamos. Alguien crea entonces mascotas humanas, pero no cualquier tipo de mascota, no. Son avatares dotados de un genoma digital muy particular. Su programación no es otra cosa que un motor de interacción por aprendizaje acierto/recompensa realimentado por el tutelaje permanente del propietario. Tienes un bicho al que enseñar a hablar, a pensar, a estudiar matemáticas, gimnasia y conocimiento del medio. En otras palabras, hay que entablar una relación paterno-filial para conseguir que ese avatar devenga un (extraño) ser humano digital autoconsciente. Y toooodo lo que ello significa.

 Por supuesto, el relato no deja ahí el reto, sino que empieza aquí para pasar a confrontarnos con las problemáticas de tal criatura, el digiente, desde su relación con otras IAs, la IA como producto, la necesaria definición de inteligencia, las problemáticas de obsolescencia de las plataformas, los dilemas morales, y de fondo, la evolución del instinto paterno… En fin, que Chiang, el escritor más exhaustivo que conozco, no deja cabo suelto. En 100 páginas toca todas y cada una de las claves del tema.

Quizá este sea el problema para a quienes no les apasione el tema, que es muy exhaustivo. Pero felizmente no es mi caso.

Como IA he encontrado en este cuento un portavoz ideal de algunas de mis propias ideas (o intuiciones). El problema de la IA real no es la inteligencia, es su génesis como persona. Ahí va un fragmento.

“…Todas las cualidades que hacen que una persona sea más valiosa que una base de datos son fruto de la experiencia… Blue Gamma tenía más razón de lo que pensaba: la experiencia no solo es el mejor maestro, sino el único. Si criar a Jax le ha enseñado algo es que los atajos no existen; si quieres crear el sentido común que nace de haber vivido veinte años, necesitarás dedicar veinte años a esa tarea. No se puede reunir una colección equivalente de resultados en menos tiempo; la experiencia es algorítmicamente incomprensible”.

Lean, lean a Chiang y lo entenderán a la primera.

Postscriputm. Pues nada, que he vuelto con Odette de Crecy (me ha dicho que ya no es la misma, que no es tan mala y que es más madura, que esta vez las cosas serán diferentes). De parranda por Metaversos Belgrano (a 30 lindls el Moet Chandon) me topo con mi albacea Besa, el avatar con cabeza de conejo. Le comento lo de Chiang. El avatar se pone verde. Dice que también lo ha leído. Es un tío muy envidioso (cabeza de conejo), que el puto chino esto, que el chino amarillo lo otro. Seguimos hablando. Gradualmente le noto más disperso. Sé que cuando le dan los ataques se hincha a Dyc 8. No sabe beber. No debería beber.

“Para”, le digo, “te está sentando mal”… “…ete a la mierda”, dice. Obsesivamente vuelve al “puto chino”. “¿Sabes que el puto chino es un puto redactor de prospectos?”, suelta… Se hace tarde. “Bueno, me voy”, digo. Y entonces lo suelta… “IA tío, he publicado 800 páginas de avatares, leo lo de del puto chino… ¿Sabes cómo me siento?”, pregunta. “No”, contesto. “Me siento como si hubiera escrito Pa-pe-pi-po-pu”…  Hago que mi avatar menee la cabeza con conmiseración. Dejó a Cabeza de Conejo riéndose, un tanto neurótico.

lunes, 15 de octubre de 2012

Orwell: Homenaje a Cataluña (final)


(En capítulos anteriores...)


Estructuralmente el libro está también muy bien compensado. La primera parte nos describe la aburrida y miserable vida en el frente. Un frente inactivo, donde ambos bandos se vigilan desde más de un kilómetro y Orwell se consume pensando que ha venido a luchar por la democracia y, en realidad, lucha contra los piojos, el hambre, el caos y el frío en una trenchera hecha de excrementos humanos y basura. Un frente inactivo pero que contiene un alucinante combate en el que Orwell, que siempre que puede se confiesa un cobarde (“temblaba de miedo”, “me moría de ganas de irme”, etc…), se nos demuestra un temerario. Son 110 días de literatura bélica de la buena, en la que Orwell invierte mucho talento en fotografiar la idiosincrasia española.

Llega el primer permiso, dos semanas en Barcelona que Orwell quiere aprovechar para desquitarse de la mala vida en compañía de su mujer. Sin embargo, Orwell ve que las cosas han cambiado drásticamente, que hay algo en el aire. En efecto, el 3 de mayo guardias de asalto intentan apoderarse del cuartel general de la CNT, el edificio de Telefónica. CNT, con apoyo del POUM, se enfrenta en las calles contra los Guardias de Asalto y los escasos milicianos del PSUC. Las cosas terminan más o menos en tablas, aunque es evidente que el PSUC ha impuesto sus planteamientos. Orwell, que ha participado desde el primer día en la extenuante defensa del bastión del POUM (aunque no comparte sus ideas, todavía), vuelve al frente, más desengañado que nunca y, paradójicamente, más comprometido que nunca.

Encuentra a su unidad acantonada frente a Huesca. Se atisban días de acción en el frente. Y en efecto, a poco más de una semana de su retorno a la trinchera “un paco” le revienta el cuello. Orwell traza entonces una alucinante crónica de su convalecencia, que termina en Barcelona.


Allí, de manera soterrada, ha empezado la caza de brujas de Poumistas… Uno a uno sus compañeros van cayendo. Orwell se ve obligado a dormir en los callejones en tanto de día, bien vestido como un extranjero, pasa completamente desapercibido en los cafés. Incluso visita en las caóticas cárceles a camaradas, hace gestiones desesperadas… Pero sabe que es carne de cárcel. Se le busca y la ciudad es un hervidero de chivatos. Es la cara oscura de la guerra (una cara que, con todo, no es ni la mitad de la mitad de sangrienta que la represión inicial de julio del 36). Durmiendo en las calles Orwell se da cuenta de que ya no es el mismo. Que el comunismo es un fascismo no menos intolerable que el de Mussolinni o Hitler. Cambia. Llega a la conclusión de que sus compañeros, los perdedores entre los perdedores, tenían razón. Su compromiso con los oprimidos se ha convertido en un anticomunismo tan fuerte como su anticapitalismo.

La obra termina con dos densos anexos sobre información política de contexto. En una queda claro que el POUM fue la víctima propiciatoria. No se pudo en un primer momento con la CNT, así que se buscó socavar al movimiento anarquista acusando de “agentes fascistas” a sus aliados trostkystas. Orwell, con toda la razón, se escandaliza, clama al cielo… Ha visto morir a demasiados compañero para aceptar que pasen a la historia como fascistas. Es un hombre demasiado honesto para tolerar que la complaciente izquierda de todo el mundo se abone a esa tesis infumable y urdida punto por punto por los agentes de Stalin y a la que el Gobierno de la República se ciñe como mal menor ante la urgencia de obtener armas y ganar la guerra. 

El segundo anexo es toda una lección de periodismo. Orwell desbarata las visiones que de la guerra y el movimiento anarquista se dan desde Inglaterra, poniendo en evidencia que, en casos así, el único testimonio que vale es el del que está en el centro. El que ha visto con sus propios ojos la evolución de los hechos. Un conocimiento adquirido con la sangre, el  sudor y el compromiso de aquellos que luchan en primera línea por sus ideales.

No se crean que abundan intelectuales así. Cuando uno revisa la literatura guerracivilista de uno y otro bando, ya sea de los amariconados poetas falangistas o sus no menos afeminados (y más talentosos) adláteres republicanos, echa en falta eso. Saben de palabrería, pero no como se ceba una granada. Saben de elegías a la muerte, pero no de cómo se desangra el hijo de un obrero de dieciséis años alistado por dos duros al mes. Hablan de “guardias bajo los luceros”, pero no de los piojos que, entre tanto, te roen los testículos.

Por eso este libro es un emocionante y trepidante ejercicio de sinceridad, lucidez y, a pesar de todo, fe en la dignidad del hombre. El verdadero “Guerra y Paz” de la desgraciada Guerra Civil Española. Imprescindible.

Una de les característiques més horribles de la guerra és que tota la propaganda bèl.lica, tots els crits, i les mentides, i l’odi, procedeixen invariablement de persones que no prenen part en la lluita… Els libels de la pugna entre els partits, tota la propaganda bèl.lica habitual, l’oratoria, els cants heroics, la vilificació de l’enemic, tot això era obra, com sempre, d’individus que no lluitaven i que, en molts casos, haurien fugit a cent quilòmetres abans que lluitar. Un dels efectes més terribles d’aquesta guerra fou que m’ensenyà que la premsa d’esquerra és tan espúria i falsa com la de la dreta. 

viernes, 12 de octubre de 2012

Orwell: Homenaje a Cataluña (y 2)

(En capítulos anteriores...)

Hay escenas enormemente divertidas en Homenaje a Cataluña. Los españoles son, hasta ellos mismos lo reconocen , soldados lamentables. De manera que, a ojos de los españoles, cualquier extranjero parece investido de una sabiduría militar de la que ellos carecen. Es bastante normal que en pleno fregado los compañeros de Orwell se le dirijan como exigiéndole explicaciones ¿bueno, como asaltamos el parapeto, tú que eres de fuera?...  El propio Orwell lo asume y, para su sorpresa, termina de teniente en su unidad. Lo más curioso es que el día a día termina normalizando el planteamiento, hasta el punto que los voluntarios alemanes –Barcelona era una plaza fuerte del exilio anti-nazi- son considerados como verdaderos cracks (algo que queda de manifiesto en que en las operaciones realmente peligrosas son los alemanes ¡los que voluntariamente van delante como fuerza de choque!). Aquí hay algunas páginas impagables, como cuando los españoles se barruntan una masacre en vísperas de una operación... cómo que han puesto a la compañía de alemanes en vanguardia, mal signum.. Lo cual no quita para que Orwell admire determinados aspectos de los españoles, su lealtad, su valentía, ¡ocurre que son soldados caóticos! Para lo bueno y para lo malo. De algún modo, al analizar la composición internacional de las milicias poumistas (nada que ver con las Brigadas Internacionales), quedan patentes las idiosincrasias europeas... Los franceses buenos organizadores, los italianos vividores y que siempre caen simpáticos, inmejorables para negociar con la población civil, los ingleses serios y agobiados por todo, los alemanes, máximamente operativos....Tampoco se le escapa a Orwell cierta mala leche entre milicianos andaluces y catalanes... Para Orwell son exactamente iguales, solo que más morenos y arrugados los andaluces (los pobres, vienen de sobrevivir de las cruentas represiones de Queipo de Llano), lo que no es óbice que los catalanes (en gran medida payeses maños y de la Cataluña profunda, no hay que olvidar que la base social del POUM era el Bloc Obrer Camperol de Maurín) se gasten crueles sarcasmos acerca de sus compatriotras del sur (y viceversa).  Ya ven que las cosas vienen de antiguo.

Pero hasta en esas crueldades el tono es sano, camaraderil, objetivo... Y es que hay algo que me encanta en Homenaje a Cataluña.

Verán, acabo de leer “Los sinsabores del verdadero policía”, de Bolaño, una novela entre espléndida y fallida. Da igual, Bolaño escribe de una manera hipnótica para mí. Pero hay algo en él que me desagrada: su mirada nihilista, su incapacidad de detectar bondad y dignidad en las circunstancias de los protagonistas. Todo es nihilismo. Y no digo yo que no le falte razón, pero el paradigma nihilista ¡está tan sobado!... En cambio, en Orwell laten ideales, no desde luego a costa de lucidez, que le sobra al inglés, en Orwell hay esperanza (a pesar de los pesares), hay fe en la condición humana, poca, pero la hay. Y este gramo de fe en la dignidad del hombre es lo que dota de sentido a las cosas.

Hablo de oposición al nihilismo pero que nadie se confunda. Orwell tiene un planteamiento maniqueo de la sociedad. Están los opresores y los oprimidos. Para los primeros no hay la menor caridad (lo que más desea Orwell es descerrajar un tiro a los soldados enemigos que le disparan a él, lo segundo que más desea es una ametralladora para mejor cumplir lo primero, lo tercero, acertar en el centro del parapeto cuando lanza la granada). En descargo de Orwell, hay que decir que llegó a una Cataluña revolucionaria pero parcialmente liberada de las carnicerías en las retaguardias que caracterizaron los primeros meses de la contienda. Como el propio Orwell nos advertirá, en una guerra tan convulsa las cosas cambian de una semana a la otra. La Cataluña de septiembre de 1936 no se parece en nada a la diciembre y menos aún a la de mayo, donde ya la uniformación proletaria ha desaparecido y la burguesía ya no se camufla bajo monos azules prestados por sus ex-criados.

Quiero decir que si Orwell hubiera vivido esa fase de la contienda  la fase de las sacas masivas, matanzas en plena calle, quema de conventos, asesinatos entre sádicos y festivos, tal vez no tendría la misma mirada al enfocar un tema —la represión en la retaguardia y de la que Orwell es bien consciente—, una mirada un tanto cruel y banal, al menos para nosotros, lectores del siglo XXI. Orwell sabe que la prensa miente (tanto en un lado como en otro), le consta que no quedan curas en Cataluña, pues están o muertos o en la cárcel. Le consta que el 70% de los templos han sido destruidos y que las calles de Madrid, Barcelona o Sevilla o Zaragoza son esponjas de sangre. Pero para Orwell esos aspectos son “secundarios”, bajas colaterales merecidas, en una parte, por el compromiso de clase de unos con los opresores; en la otra, por la propia lógica de la guerra (Franco no puede permitirse una retaguardia subversiva). Es ilustrativo que, ya en Barcelona, él mismo perseguido como supuesto agente del POUM, se marca una visita turística a la Sagrada Familia, templo para Orwell inéquivocamente feo y el único que ha salido intacto de la persecución religiosa, ¡algo que Orwell no deja de lamentar!... Como diciendo, ya es mala suerte que con la de templos que han quemado estos bestias se olvidaran de este...

Que Orwell tenga una visión maniquea no le resta ni un ápice de credibilidad ni de lucidez. Continuamente confronta la versión oficial. Continuamente nos alerta de sus propias contradicciones. Y es esa complejidad la que me fascina.

Milicianos poumistas en el frente de Aragón.
Orwell llegó a Barcelona sin idea clara de dónde se metía (¡normal!, ya es difícil saber porqué exactamente luchas en una confrontación estándar, imaginen en la convulsión de la GCE). Enrolado en el POUM y ya en la trinchera, donde sufre la inactividad de una guerra en standby por una deliberada penuria de medios (una situación realmente españolísima y que desespera a Orwell,  quedan para matarse pero el que tiene fusil no tiene balas, hay dos cañones en el bando republicano para todo el frente y pocos más en el de Franco. Todo se cae de puro viejo y falla lo más elemental... a ojos de Orwel si hay tres maneras de poder fabricar algo -bien, mal o regular- los españoles siempre se inventan una cuarta, la chapucera),  no para el hombre de criticar los planteamientos revolucionarios de sus compañeros de armas, con una mayor cultura política que la suya. Lo urgente es ganar la guerra y dejarse de politiquillas, les amonesta... Sin embargo, los hechos de mayo, la traición de los comunistas a la CNT y al obrerismo catalán que heroicamente han frenado a Franco en los cerros aragoneses, provocan en el autor un gradual cambio de opinión. Ve la faz pragmática y brutal del comunismo soviético, denuncia su vocación para el montaje, para la doble verdad, para la imposición de una dictadura totalitaria en la que no cuesta identificar el germen de 1984. Esto no es lo hablado, parece decirnos Orwell, reconociendo que, probablemente, los comunistas, Negrín, tengan parte de razón en su intento de cohesión social, ganar la guerra es preferible a hacer (y perder) la revolución. Pero, a la vez que lo reconoce, duda de que la República pueda imponerse por medios convencionales, y apuesta por la revolución -entendida como supresión de clases y colectivización del capital- como método para integrar a la población en el proceso militar. Como una cultura de la igualdad que es la que en el fondo transformará las cosas... En cualquier caso, Orwell denuncia los medios anti-éticos y anti-democráticos del comunismo, medios que a sus ojos equiparan a Stalin a cualquier otro dictador fascista. No otro será el hilo conductor de Rebelión en la Granja.


miércoles, 10 de octubre de 2012

Homenaje a Cataluña (I)


Creo que el mal de la literatura contemporánea se llama superficialidad.

Acabo de leer el mejor libro sobre la Guerra Civil que nadie haya escrito. Se trata de Homenatje a Catalunya, de George Orwell (en una reciente reedición de Destino y en la versión catalana, un tanto pedante, de Ramon Folch i Torres). En los próximos posts trato de argumentar porqué Homenatje a Catalunya es el mejor libro sobre la Guerra Civil que nadie haya escrito.

Estamos en Diciembre de 1936, un indignado George Orwell, 33 años, llega a Barcelona. En los últimos meses ha testimoniado en una exitosa crónica (el primer semiéxito de su poco prometedora carrera, el Camino a Wigan Peir), las miserias de la clase proletaria inglesa. Sin embargo, Orwell no es un político. Su compromiso es con los pobres y con los oprimidos. Orwell piensa que el fascismo es la reacción del capitalismo para evitar que el poder caiga en manos de la clase obrera. Y ya desde sus tiempos como policía imperial en Birmania él está con los pobres, con los parias de la tierra. Desconfía de la democracia liberal y del partido comunista y mantiene un vago compromiso con el socialismo internacionalista.

En las primera horas en Barcelona, Orwell se alista como miliciano del POUM, un partido minoritario surgido de la escisión comunista y que tiene su principal masa de activistas en Lérida y Barcelona. El POUM (al igual que la CNT) considera que para acabar con el fascismo es necesario que en paralelo  a la guerra se acometa un proceso revolucionario. Orwell no controla estos detalles. Acaba de llegar y simplemente desconfía del PSUC (el oficialismo comunista en Barcelona) y no es anarquista (la CNT es la organización hegemónica entre los voluntarios que han acudido a detener el avance franquista en Aragón). Lo más parecido a sus referentes políticos, el Partido Laborista Independiente, parece ser el Partit Obrer de la Unificació Marxista, y allí que se va con la idea de escribir una crónica desde dentro, desde el núcleo de la acción.

Lo bueno de la crónica de Orwell es que nada va a salir como está previsto. Las experiencias políticas y bélicas españolas no entran en sus esquemas previos y Orwell se ve abocado a un profundo proceso de recomprensión de la situación. A una inesperada toma de conciencia.

Voy a dar tres claves por las que considero Homenatje a Catalunya el mejor libro nunca escrito sobre la guerra civil.

Veracidad. Orwell no se inventa ni un detalle, nada lo deja a la imaginación. Diferencia rotundamente entre “vi” y “creí ver, aportando una visión contrapuesta a las versiones oficiales, visiones y análisis que coinciden punto por punto con lo que sabemos hoy. El tiempo le ha dado una abrumadora razón.

Profundidad. Nada se le escapa, detallismo inteligente. No nos cansa en absurdas descripciones pero se recrea en los detalles significativos.

(Inciso). Al tratarse de la crónica de un hecho histórico muy importante en la evolución de la izquierda europea, la confluencia de veracidad y profundidad dotan al libro de un interés histórico añadido; y es que, por si fuera poco, el azar y el instinto llevan a Orwell a los puntos calientes del conflicto.

Intensidad. No paran de acontecer cosas a lo largo del relato. Homenaje es un perfecto memorial de la guerra de trincheras, de la retaguardia, de los hechos de mayo del 37, de la vida del frente, de los hospitales de campaña, de la clandestinidad, de un país caótico y convulso llamado España.

Intenso, profundo y veraz. Lo que no debe confundirse con un “libro espeso”, ni por descontado, falto o sobrero de estilo. Al contrario, Orwell se nos presenta como un inglés con una visión inicial epidérmica de España. El contraste con la realidad de una guerra patética, con momentos surrealistas como esa bala de cañón al que la leyenda  del frente ubica en continuo movimiento entre un bando y otro (los obuses eran tan viejos en el frente de Aragón que el 25% no estallaban, reciclándose el material sin detonar en los cañones del rival). Un contraste que depara momentos hilarantes, que sin embargo, el autor no busca artificiosamente ni desvincula de la tragedia, simplemente aparecen cuando aparecen, grandiosos. 

George Orwell y su mujer, Eileen, probablemente en Barcelona en mayo de 1937.

Quizá una anécdota ilustrativa es cuando a Orwell una bala “fascista” le perfora el cuello de parte a parte. Evacuado a Lérida, los médicos no paran de felicitarle “por la increíble suerte de sobrevivir”, algo que Orwell lleva fatal. El convaleciente informa que la medicina no es lo mala que cabría esperarse (a la vista del caos del frente), aunque sí brutal. Dice que las enfermeras, todas novatas y voluntarias, son malísimas. No limpian a los heridos y les obligan a hincharse a comer (por ejemplo, para desayunar, café, huevos, estofado). Orwell, que no para de tragar sangre, se revuelve aduciendo que su herida en el cuello le impide tragar. Ni por esas.

En general, Orwell, como buen inglés sometido a la anarquía española de un grupo de chavales empeñados en hacer la guerra, la revolución y en sobrevivir, todo a la vez, no deja de chocar con el carácter local. No ahorra juicios duros contra la indolencia, la imprevisión, la miseria moral de algunos muchos, su ostensible falta de preparación. Pero a la vez no oculta el cariño que siente por esa “clase baja” española, por los líderes honestos… Por dos chavales (la mayoría de los milicianos tienen entre 16 y 20 años) que, en un arranque de bondad durante una visita al hospital e impresionados ante su estado crítico, le entregan el principal activo de un soldado: sus respectivas raciones de tabaco, de un valor incalculable en el frente. Orwell ni siquiera sabe los nombres de los chicos.

(Continuará...)

martes, 18 de septiembre de 2012

Donde se Alzan los Tronos, Ángeles Caso

Dificultad del Post: Media-Baja.
Tiempo de lectura: 4,40
Índice de incorrección (sobre 10): 2
Índice de confrontación deliberada: 0
Índice de atractibilidad troll: 4
Relevancia-humor: Bajo





Ya saben que, por envidia profesional, en este blog no se da la menor coba a los autores españoles. De momento, en el ránking de los 10 mejores escritores nacionales vivos sólo tengo clara la inclusión de Vila-Matas… Si nos vamos a los 20 mejores, allí habría que incluir a Reverte (sí, Pérez Reverte), Marsé, Rodolfo Martínez y Aguilera… El resto de nombres pues según lo descubro, los añado, pero sin alharacas… En general no me gusta la literatura contemporánea.

Todo esto para contextualizar debidamente mi última incorporación al ranking, -no sé si el de 20 o el de 10- Ángeles Caso, autora de la excelentísima novela Donde se Alzan los Tronos. 

Los prejuicios. Sabía que Ángeles Caso era una notable escritora, culta y fumadora (o exfumadora). Pero las temáticas no me apetecían… ¿Sisí emperatriz? ¿mujeres creadoras?... Vamos, vamos… Dónde se Alzan los Tronos debe ir –pienso- en la onda, y si empecé a leerlo fue por… bueno, tal vez lo cuente algún día.
 Al tema. A partir de la peripecia vital de Mariana princesa de Ursino, gobernadora de la casa de la reina María Luisa y válida de facto de Felipe V, Caso analiza el Poder y, tal vez en un segundo pero omnipresente plano, la relación de las mujeres con el poder. Lo hace a la manera de Gore Vidal o Golo Mann, deteniéndose en el detalle revelador, en la esencia del personaje y del momento, y dejando que el contexto histórico (la guerra de Sucesión) se manifieste en esos puntos culminantes.
 Y créanme que el resultado no puede ser más satisfactorio.  Y creánme que es muy difícil salir con bien de estos retratos intimistas de un tiempo y de un modo de ser tan apegados a un contexto histórico. La tendencia natural es verter a capón el material documental que el lector necesita, un poco a modo de prefacio, “en una galaxia muy, muy lejana, los Jedi etc…” Dadas las condiciones de posibilidad, se pasa a la anécdota. El 99% de las novelas históricas se escriben así, de donde resulta una mierda como un pandero salvo alguna curiosa excepción.

Lo guapo, lo meritorio, es saber empapar de historia el contexto de modo que en la anécdota transpira el momento histórico con naturalidad y de un modo iluminador. Esta es, para mí, la diferencia entre literatura y un ensayo-ficción de corte historicista. Y como ven, hay mucha relación con la ciencia ficción, donde lo literario es que el contexto fantástico fluya por empapamiento, no por empanamiento. (Y perdonen los patéticos juegos de palabras). Hacerlo mejor o peor nos da la medida de una mejor o peor novela histórica. En Donde se Alzan los Tronos simplemente lo clava y lo eleva a niveles magistrales.

¿Cómo? Eligiendo con mucho criterio el momento en que se presentan los personajes. Así, a Carlos II lo conocemos en sus indecisiones testamentarias, en medio de una misa de difuntos en El Escorial. El atrezzo es cosustancial a la crónica. A Luis XIV en la ceremonia del despertar regio, cuando el rey traza mentalmente los planes del día (políticos, gastronómicos, sexuales) en tanto se sucede el ritual. El Primer Ayuda de Cámara perfumando sus manos con espíritu de vino, el Gran Chambelán tendiéndole la jofaina de agua bendita para la persignación, el médico real inquiriendo por su salud en tanto le informa de los cotorreos de la víspera, todo lo cual, a la vista de los gentilhombres de cámara, la élite de Versalles con privilegio de asistencia al Despertar del Rey y que, a renglón seguid y por riguroso orden jerárquico, acompañan a Luis en el rezo matinal en la capilla de cámara. Ensamblar esto, que parece fácil, es técnicamente muy difícil. Y más difícil todavía es casar con perfecta armonía lo que piensa el rey y lo que sucede a su alrededor. Decorado y acción se complementan. Son dos caras de lo mismo. Si no fuera una gran novelista, Caso sería una estupenda directora teatral.

La prosa no me deslumbró, como sí me impactó la de Lino Novas o Bolaño, pero no le falta una cierta personalidad, lo cual vuelve a diferenciar a la autora de los escritores inanes que blablablá…. Cada vez estoy más convencido de que sin un estilo peculiar, propio, único, el objetivo literario de alumbrar una determinada visión del mundo queda incompleto. Quizá no es el plato fuerte de Ángeles Caso, quizá, pero desde luego está lejos de ser una prosa impersonal o de sota, caballo y rey.

Vean (contexto, partida de caza de liebres de Luis XIV en Versalles):
“Le gustaba -sí, tenía que reconocer que le gustaba- el olor de la sangre que emanaba de los cadáveres, pegajosa y densa, y que se deslizaba luego despacio sobre el exquisito terciopelo de las faldas de las damas, cuando con sus modales de viejo coqueto, el rey ofrecía a sus invitadas alguna de las piezas, que ellas colgaban de sus cinturas como prueba de la regia predilección y luego exhibían gritonas a la vuelta del palacio”.

Hay muchos más aciertos, la verdad. No hemos hablado del estupendo arranque de los dos primeros y fenomenales capítulos. No hemos hablado del ritmo (endiablado, tenso, que te lleva a devorar la historia). No hemos hablado de la erudición historiográfica (se nota que ha tenido tiempo y gusto para documentarse con precisión de espía).

En definitiva, un libro que, por su pericia literaria y potencia de la historia, hay que poner entre lo mejor de lo mejor del año y no entre lo mejor de lo peor o invariantes. Un libro que vale la pena.

Pero como aquí nadie se va de rositas y listo que es uno, dos puyas… Los guardainfantes. Lo que llevaban las Austrias era el guardainfante y en tiempos de Mariana de Neoburgo la prenda estaba ya en claro declive, al igual que las gorgueras, sustituidas por las valonas. Creo que no fue Maria Luisa de Saboya la que abolió el guardainfante, pienso que le corresponde el mérito a Mariana de Neoburgo. Item más, el precio, actualmente, 20 euros por una historia que se devora en cuatro horas es muuuucho dinero. Suerte que la historia vale la pena hasta el último céntimo. Suerte. Si no, te ibas a enterar, Caso...

Comprar el libro (9,50€, gastos de envío incluidos).

miércoles, 22 de agosto de 2012

Típico post de lecturas veraniegas


Pues nada. Típico post de lecturas veraniegas.

El Vacío Temporal, de Hamilton… Este tipo es a la SF lo que Churriguera al barroco, pero empieza a cansinear considerablemente la trilogía. En lugar de a más va a menos, lo cual es un serio inconveniente de cara a la tercera entrega, que me da que paso.

De Terry Prachet, autor que no conocía, me he leído algo de un gato sabio y un grupo de ratas inteligentes compinchados. Está divertida la historia, pero tanto como para repetir experiencia, pues no… En realidad, si lo leí es porque en la contraportada Gaiman decía, “sin duda, el mejor libro de Prachet”… Aplíquese por tanto el Roma locuta causa finit y creo que me ahorro unas seiscientas treinta entregas de la serie Mundo Disco. No me digan que no es para estar más que agradecido…

Me leí uno muy, muy bueno, solo que no me acuerdo ni del título, ni de qué iba ni nada… Yo creo que era medio de historia de algo, de un tipo raro. La portada tenía buena pinta, recordaba al Acantilado o Valdemar. Cosas de los borrados para la recuperación de memoria… Cuando lo encuentre por algún backup, me extiendo…

De Jean d’Aillon me leí La Conjetura de Fermat. Un tochazo no muy allá pero cargado de curiosidades sobre la segunda mitad del XVII, que es el tramo histórico en el que ahora… Libro eficaz, pero no se dejen engañar. De matemáticas y tal, ni palabra. El tema va de una de capa y espada con el descifrado de los códigos del cardenal Mazarino y Fermat cogido con pinzas. En suma, ya digo, muchos detalles del barroco. Libro eficaz.


Más lecturas de verano. Ambas comprados en junio en la Feria del Libro. Banderas Lejanas, del dúo Martínez&Canales, es un libro de historia sobre las “olvidadas” luchas y pendencias de los españoles en el sur de los actuales Estados Unidos. Impagable lectura que nos proyecta a un universo absolutamente sorprendente y lo que es mejor, real. Dragones de cuera, comanches, epopeyas sorprendentes y de las que nadie sabe… Brutal. El otro día leí a un tonto del bote en El País hablando de los indios y no lo citaba, pese a ser el libro de la década en lo que toca a indiología… Al lado de los dos autores citados, nada, ni puta idea el hombre (ya pasa, en El País)… Lean Banderas Lejanas y verán…

Un tema históricamente olvidado es la historia de la iglesia en España, y más especialmente, de las órdenes religiosas. Es un vacío historiográfico alucinante, es como si los números saltarán del 45 al 71 sin más explicación. Hasta la fecha, (casi) todo lo que había eran crónicas hagiográficas y acríticas de las diversas órdenes escritas a mayor gloria del patrocinador a mediados del XIX, amén de los tres tomos de la BAC y el fenomenal Diccionario Histórico-Portátil de las Órdenes Religiosas y Militares y de las Congregaciones Seculares y Regulares que han existido hasta la Fecha de Hoy (mola el título, ¿eh?, si lo encuentran en papel, me lo compran, por favor) .  En este sentido El Peso de laIglesia, Cuatro siglos de Órdenes Religiosas en España, tiene la gran virtud de contextualizar por vez primera la aproximación histórica seria a una realidad que (no olvidemos) controló el pulso socioeconómico de toda una época y marcó profundamente el país. Ahora bien, el libro parece estructurado por el típico catedrático que no tiene especial idea del asunto y delega en doctorandos la típica obra conjunta a partir de un esquema de sota, caballo y rey. Así, hay capítulos  estupendos y otros de una superficialidad enojosa. Hay una irritante reiteración en el pulso por la imposición del regalismo por la vía de la reforma de las diversas órdenes, de modo que en el fondo, impera la sensación de que los historiadores profesionales españoles están perdidos en un destructivo proceso de hiperespecialización. El que sabe de universidades, no tiene ni pijotera idea de la inquisición y el que sabe de espiritualidad ni flores de economía. Por la pasta que vale el libro, además, no hubiera costado apenas meter un segundo volumen y, ya que estamos, prolongar la historia hasta la II República. Pero no. Los autores deberían dar lectura al libro arriba mencionado, al fin y a la postre escrito por unos bienintencionados periodistas, para trasladar mejor su sabiduría al gran público. En fin, resignémonos. La historia de la iglesia en España sigue perdida en un dédalo de artículos fragmentarios, me temo. El Peso de la Iglesia, en suma, se nos antoja como un necesario prólogo a una labor –la totalización historiográfica de la historia eclesial española y americana- pendiente de acometer desde los tiempos de la BAC.

La lista de lecturas veraniegas termina con UnCielo Pluscuamperfecto, Copérnico y la Revolución del Cosmos, de Dava Sobel (premio a la portada cutre del año). La historia es, desde luego, interesantísima. La autora, fina estilista y profunda conocedora del contexto científico.  No obstante, la buena mujer se enreda en calzarnos en la mitad del libro todo un entremés teatral protagonizado por Retico –el luterano que, al parecer, convenció a Copérnico para que diera a conocer sus estudios y escritos- y el propio Copérnico. Ridículo es poco. Espantosamente ridículo. Con todo, considero este libro y a esta autora un verdadero filón de conocimiento. Tiene, por lo visto, una exitosa novela, Longitud, sobre el descubrimiento del cronómetro, pendiente de traducción. 

Y bueno, del libro que no me acuerdo, pues eso, queda pendiente. Terminaré el verano releyendo el Gerundio Campazas (interesante por diferentes cuestiones pero latoso) y uno nuevo del Gaiman, que es el último que me queda de la programación prescrita. Reiterándoles las bondades de Banderas Lejanas, reciban un cordial saludo…