domingo, 26 de septiembre de 2010

Petropornografía



Quisiera hablar de iconografía obscena eclesial. En los templos románicos de allá por el siglo XII debía ser frecuente decorar capiteles y canecillos con imágenes obscenas tal que la de arriba (de la Colegiata de Cervatos) o la de abajo, de Villanuevania.




Me resulta desconcertante; precisamente en el centro del poder represor de la época, y como recibiendo al creyente, zassss, un falo, una felación, un 69…

Hubo una corriente antropológica que los relacionaba con ritos de fecundidad, tal como es lugar común al hablar de los Príapos romanos. Explicación pobre donde las haya, pues a la vista de un falo de los que te dejan meditando uno ya imagina que la cosa no va de derecho administrativo. En los artículos gloogleados escritos por gentes de iglesia hablan, más bien, de un cierto papel didáctico-admonitorio… ¡Ay de aquellos que practiquen la felación!, atronaría el predicador (y ante las caras de estupefacción del respetable, nota aclaratoria), véase capitel tercero empezando por la derecha… Ahhhh, corearía el vulgo, posando a continuación la mirada sobre un concreto feligres/a famoso en el pueblo por determinadas habilidades.

Imagino que por ahí habría que buscar la explicación, pero no me convence. Una cosa es asociar falos tremendos con criaturas demoníacas o monstruosas; otra esmerarse en tal imaginería. Otra esculpir a un señor con el calzón en los tobillos y enseñando un señor pene –o al menos me lo parece- al lado de un trovador y dos gaiteros.

Si el propósito fuera simplemente didáctico, ¿Por qué esculpirlos en lo más visible de la fachada, dónde hoy se pondría el logotipo o el rótulo? Bien, tal vez no fuera un lugar tan visible, el urbanismo ha cambiado, y lo que hoy son vistas despejadas tal vez antaño fueran sólo accesibles desde determinados ángulos.

En cualquier caso, cuando los esculpían donde los esculpían es porque para los coetáneos aquellos capiteles no tenían un fin ornamental, o porque su sentido de lo obsceno o no existía o difería radicalmente del nuestro, o tal vez, su sentido del humor era muy otro.

No lo entendemos. No lo entendemos porque hemos perdido la categoría histórica que decodificaba lo que hoy nos parecen extravagancias obscenas.

Fue Gadamer el filósofo que mejor comprendió la importancia de las categorías históricas a la hora de enfrentarse a un texto no contemporáneo. Cuando Platón utiliza a Cármides en un diálogo dedicado a la prudencia, los lectores coetáneos sabían que el tal Cármides venía a ser como un personaje de la prensa rosa famoso por su intemperancia; al lector moderno hay que advertirle de la circunstancia con una farrogosa nota al pie.

Para Gadamer, nuestra conciencia está moldeada por la cultura del presente, de modo que al enfrentarnos a un texto no podemos dejar de interpretar a la manera moderna determinados discursos que, acaso, tuvieran una muy distinta intencionalidad para el autor.

Me gustan los capiteles de Cervatos porque, en efecto, me obligan a rendirme a la evidencia. Mi interpretación del hombre masturbándose está cuajada de juicios previos, datos y correlaciones basados en mi cultura contemporánea. En cambio, el autor lo cinceló a partir de juicios y datos probablemente muy distantes de los míos. Nunca jamás percibiré el significado total que inspiró al autor.

Lo que no quita para no especular qué sentido tienen. Lo que no quita para que me imagine al arcipreste de Cervatos negociando con el maestro de obra la decoración del templo, ponme dos mozas tomando por detrás y tres de sodomitas.... Ahh, y carajos surtidos, que eso siempre impacta…

Especular es libre y por lo mismo, terreno abonado para la tontería. Vuelvo a Cervatos, en un reciente reportaje la guía, una nativa bien intencionada pero poco dada a la filosofía, arriesga una interpretación. “Se dice que los esculpían para despertar la líbido de los coetáneos y fomentar la natalidad”, dice la buena señora. En realidad, aplicando a Gadamer, más se diría que la buena señora está extrapolando su experiencia particular, en resumidas cuentas, lo que la buena señora nos dice es: “a mí me ponen cardíaca”


Pero hay interpretaciones que suenan insultantes. Vean los celebérrimos templos de Khajuraho, juergas imposibles, fiestas desopilantes y algún que otro ramalazo bizarro como los soldados en plenas "maniobras" ecuestres. El comentarista apunta a un posible uso de la piedra como didáctica kamasútrica para adolescentes o (agárrense) “conjuro contra los rayos y los malos espíritus” ¿??. En cualquier caso, no parece que el reportaje petrográfico de los esponsales de Shiva y Parvati tengan un afán moralizante. Si así fuera, hay que reconocer en el predicador de turno o una prodigiosa experiencia en la materia o una fantasía amatoria desbocada.

2 comentarios:

francissco dijo...

La guía nativa de Cervatos ilustra algo que no cambia nunca: la biología, je, je.Si se ponía cardiaca ella, de fijo que nuestros ancestros también.

Y ya podrían haber dejado una explicación a tanto petrofornicio, ya, me uno a la reclamación. Como antes no habían ni prensa ni blogs casi no queda rastro de lo que pensaban. Y la institución eclesial ha sido siempre tan ambigua, con tantos niveles de entendimiento, con tanta separación entre doctrina para masas y para élites...

Anónimo dijo...

De verdad, que sólo se me ocurre especular que las casas circundantes impedian la visión de estas cosas y alguien las puso de guasa... ¿En qué estarían pensando?