viernes, 17 de septiembre de 2010

Peligros de la confusión filosófica entre conocimiento y existencia


Johan F. el granadero apoya su máuser contra el paso de fuego y observa el frente.
Poca actividad hoy, gracias sean dadas a los dioses.
Al otro extremo del campo visual, tras los embudos, árboles astillados, tras las alambradas y los sacos de tierra, F. sabe que la cosa en sí, el enemigo, acecha. Poco más. A veces sus representaciones del enemigo le describen a alguien no muy distinto a él, acaso y cómo él, graduado en Física, movilizado a principios del 15 para defender a la patria en los lodos de Picardía… Sucio, embarrado y cargado de piojos.

El enemigo no se deja conocer, piensa F, todo lo que sabemos de ellos está condicionado por los conceptos con los que configuramos su apariencia fenoménica. Su peligrosidad, su vulnerabilidad, su resistencia… Todo son agrupaciones de datos reordenadas por el entendimiento. Curioso. Tiene que hablar con su el sargento Wittgenstein del particular.

Tal vez el enemigo sólo existe en mi mente. Piensa F.

Hasta que el francotirador inglés aprieta el gatillo y la cosa en sí se manifiesta brutalmente dentro del cráneo.

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