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Dios como vivencia
La primera hipótesis B que procede analizar deriva de la
teología contemporánea, según la cual a Dios hay que sentirlo, buscarlo en el
interior. La llamaremos la hipótesis mística, pues el camino de la vivencia
interior de Dios ha sido principalmente explotado por los “místicos”, desde el
inmenso maestro Eckhart –que les recomiendo fervorosamente- a San Juan de la
Cruz o Santa Teresa. Desde la humilde Teresa de Lisieux al ambicioso Ignacio de
Loyola. Modernamente, corresponde a Juan Pablo II la dignificación de esta vía
de conocimiento divino que durante mucho tiempo fue postergada por teologías
más intelectuales. Hoy, sin embargo, Dios como vivencia interior es “el no va
más” de la teología católica.
Las ventajas son tremendas. La mística equipara la vivencia
de Dios a la propia vivencia del Yo. Por así decir, la mística apareja la
ventaja de una teología “empírica”. Creo en Dios porque lo vivo y lo siento, no puedo dejar de creer en él
como no puedo dejar de creer en mi propio yo. La principal desventaja, en
cambio, es que cualquier psicólogo puede ubicar el origen de ese sentimiento
en la propia voluntad humana. Sabido es
que las sensaciones se fabrican. Frente a este hecho contrastable el místico
argumenta que no. Que la vivencia de Dios es radicalmente distinta de cualquier
otra emoción. Pero nuevamente entramos aquí en una ruptura argumental
insalvable. Sí, la vivencia de Dios es tan particular que resulta lógicamente
intransferible, inefable… Al final, la mística divide a los hombres en dos
clases, lo que sienten a Dios y los que no.
Les adelanto que no voy a seguir por la hipótesis B. Yo no
siento a Dios en mi interior, me siento a mí y a nadie más. Dicho esto, ni por
asomo piensen que la hipótesis mística es inferior o de menor calidad a la que
finalmente me propongo defender. Antropológicamente, la vivencia de lo sagrado,
la iluminación interior, el chamanismo… son aspectos muy documentados y que las
más de las veces trascienden la mera endogamia emocional. Por otro lado, la
sabiduría vital que uno puede encontrar en Eckhart, San Juan o Teresita de Lisieux son de una hondura
excepcional… Iluminan de verdad y, claramente, refieren a un mundo emocional que,
sinceramente, no parece de este mundo y está cargado de trascendencia
.
Mis reparos a la mística son de índole filosófica y atañen a
las filosofías de la voluntad como generadoras del Yo. Quédense con el título
de esta obra de Schopenhauer: “El Mundo como Voluntad de Representación”. Si asiento mi creencia en Dios en la mística
siento que, de algún modo, estoy abriendo el camino al irracionalismo
filosófico. Aquella visión de las cosas según las cuales la racionalidad humana
es mística toda ella. Puede ser así o puede ser asá.
Lo que voy a intentar es asentar la racionalidad de Dios (que nadie se olvide que de lo que aquí se habla es acerca de la racionalidad de la creencia en Dios) sobre el no conocimiento. Parece paradójico, pero no...
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