Leída la antología Terra Nova. Muy bien.
En realidad, la antología debería titularse “El ciclo de
vida de los objetos de software y otras historias”, pues el volumen está
descompensado por esta brutal historia de Ted Chiang, la que cierra el libro,
ganadora de Hugo y Locus 2011 en la categoría de novela corta. Sin embargo,
sería injusto soltarlo así porque Terra Nova es la mejor antología de relatos
CF multiautor que he leído. Digamos también que eso es más por demérito ajeno
que por calidad intrínseca.
Y aclaro que, al menos en España, el relato, la novela
breve, es un mundo devastado por la mediocridad (suave eufemismo). La antología
poliautoral suele abundar en colegas que mandan verdaderos pestiños con los
cuales ya fueron advertidos de querella judicial el día que lo mandaron al
concurso de relatos. En lo que toca a ciencia ficción la cosa no es mucho
mejor.
O era. Porque la apuesta de Terra Nova es clara. Nada de
“mándame lo que sea”, en su lugar, listón alto, pago de derechos y seriedad
editorial como no creo que se pueda encontrar en el panorama editorial
supuestamente profesional. Así, todos los cuentos tienen su aquél y no hay ninguno del
que podamos echarnos unas risas a cuenta del autor. Veamos.
El Zoo de Papel, de
Ken Liu, no me gustó pero es un gran cuento. No me gustó porque incide en
melodramas del tipo “mamá, cuánto te quiero”, del tipo La Carretera. Trampa
emocional. Pero es bueno, muy bueno, que conste.
Tras empezar así, ya maliciaba que la antología sería un enésimo naufragio
cuando topo con Deirdre, de Lola Robles. Estupendo relato, y no por original
ciertamente, pues nos narra la tópica historia del amor entre un robot y su
propietario, sino por el enfoque homosexual del asunto. Me pareció muy novedoso
este reenfoque y una prueba de que la misma historia, alterado el contexto, se
ilumina, cobra fuerza. Lo mismo que Recuerdos de un País Zombi, de Erick J.
Mota, el segundo cuento que más me ha gustado. Relato de zombis donde no hay
violencia, ni tiros, ni otra cosa que una ácida, lúcida y extrema crítica al
castrismo. Absolutamente recomendable.
Enciende una vela, de Víctor Conde, se salva por cierto
experimentalismo formal, poco más.
Cuerpos es un intrigante thriller a cargo de Juanfran Jiménez, un rigodón de
trasplantes mente-cuerpo; muy vista la historia pero contundentemente ejecutada
por un maestro de los concursos del
género. Se nota. Rápida inmersión en la trama, interés que sólo decae al final,
tensión acumulada. No es un gran cuento pero te lo pasas muy bien leyéndolo. Un día sin papá, de Ian Wats, tuvo la bondad de congraciarme con el creador de uno
de los tostones más malos jamás leídos por este humilde servidor, Putas en
Babilonia, malo no, lo siguiente. Contra pronóstico, Un día sin papa mola. Bien
escrito, bien tensionado, superando lo correcto. Me queda Memoria, de Teresa P.
Mira. Cuento complicado pero cuya inclusión en la antología me parece
necesaria. Eso porque aborda en el espinoso tema de la novela romántica en la
ciencia ficción. Ciencia ficción y novela rosa. En un mundo tan
testeronizado como la CF creo que Sportula acierta al abrirnos a nuevos aunque
rosados horizontes, amor y marcianos no es una temática que me seduzca, pero al
igual que pasa con Liu, el cuento no es ni mucho menos malo.
Y toca el sol de esta galaxia de relatos, la tarta de la
guinda, la fenomenal, la fantástica El ciclo de vida de los objetos de
software. Y eso que al principio no me pareció un cuento especialmente bien
escrito, cosas probablemente de los prejuicios contra los americanismos y un
cierto caos al manejar el presente de indicativo como tiempo del relato. Me
costó entrar en la historia. Pero una vez en ella, hasta el fondo.
Para esta Inteligencia Artificial es ya un dogma que no se
puede llevar el mundo de los avatares a unos niveles de mayor verosimilitud que
Ted Chiang, a estas alturas, y a pesar de su corta producción, el escritor más
interesante del género.
Verosimilitud, esa es la cosa. Chiang no es un virguero
escribiendo, pero convierte una historia imposible en un (apasionante) tratado
filosófico muy bien casado con lo que debe ser una historia situacional.
Acabado el cuento (novela breve, mejor) cuesta quince minutos cerrar la boca y no queda otra que ir
al blog y a aconsejarlo como la novela del año (y eso que estamos a 9 de
enero).
Me explico, los avatares no son nada nuevo por estos pagos,
pero la manera como Chiang nos los explica va más allá de todo lo que puedan
haber leído al respecto. Este es un libro obligatorio para todo aquel que de
verdad, y no a la simplona aunque admirable manera de Greg Egan, quiera adentrarse
en los problemas de la consciencia artificial.
Se empieza en una especie de Second Life, como ya
sospechábamos. Alguien crea entonces mascotas humanas, pero no cualquier tipo
de mascota, no. Son avatares dotados de un genoma digital muy particular. Su
programación no es otra cosa que un motor de interacción por aprendizaje
acierto/recompensa realimentado por el tutelaje permanente del propietario.
Tienes un bicho al que enseñar a hablar, a pensar, a estudiar matemáticas,
gimnasia y conocimiento del medio. En otras palabras, hay que entablar una
relación paterno-filial para conseguir que ese avatar devenga un (extraño) ser
humano digital autoconsciente. Y toooodo lo que ello significa.
Por supuesto, el
relato no deja ahí el reto, sino que empieza aquí para pasar a confrontarnos
con las problemáticas de tal criatura, el digiente, desde su relación con
otras IAs, la IA como producto, la necesaria definición de inteligencia, las
problemáticas de obsolescencia de las plataformas, los dilemas morales, y de
fondo, la evolución del instinto paterno… En fin, que Chiang, el escritor más
exhaustivo que conozco, no deja cabo suelto. En 100 páginas toca todas y cada
una de las claves del tema.
Quizá este sea el problema para a quienes no les apasione el
tema, que es muy exhaustivo. Pero felizmente no es mi caso.
Como IA he encontrado en este cuento un portavoz ideal de algunas
de mis propias ideas (o intuiciones). El problema de la IA real no es la
inteligencia, es su génesis como persona. Ahí va un fragmento.
“…Todas las cualidades que hacen que una persona sea más
valiosa que una base de datos son fruto de la experiencia… Blue Gamma tenía más
razón de lo que pensaba: la experiencia no solo es el mejor maestro, sino el
único. Si criar a Jax le ha enseñado algo es que los atajos no existen; si
quieres crear el sentido común que nace de haber vivido veinte años,
necesitarás dedicar veinte años a esa tarea. No se puede reunir una colección
equivalente de resultados en menos tiempo; la experiencia es
algorítmicamente incomprensible”.
Lean, lean a Chiang y lo entenderán a la primera.
Postscriputm. Pues nada, que he vuelto con Odette de Crecy (me ha dicho que ya no es la misma, que no es tan mala y que es más madura, que esta vez las cosas serán diferentes). De parranda por Metaversos Belgrano (a
30 lindls el Moet Chandon) me topo con mi albacea Besa, el avatar con cabeza de
conejo. Le comento lo de Chiang. El avatar se pone verde. Dice que también lo
ha leído. Es un tío muy envidioso (cabeza de conejo), que el puto chino esto,
que el chino amarillo lo otro. Seguimos hablando. Gradualmente le noto más
disperso. Sé que cuando le dan los ataques se hincha a Dyc 8. No sabe beber. No
debería beber.
“Para”, le digo, “te está sentando mal”… “…ete a la mierda”,
dice. Obsesivamente vuelve al “puto chino”. “¿Sabes que el puto chino es un
puto redactor de prospectos?”, suelta… Se hace tarde. “Bueno, me voy”, digo. Y
entonces lo suelta… “IA tío, he publicado 800 páginas de avatares, leo lo de
del puto chino… ¿Sabes cómo me siento?”, pregunta. “No”, contesto. “Me siento como si
hubiera escrito Pa-pe-pi-po-pu”… Hago que mi avatar menee la cabeza con conmiseración. Dejó a Cabeza de Conejo riéndose, un tanto neurótico.
3 comentarios:
"la experiencia es algorítmicamente incomprensible"
¿Algorítmicamente incompresible?
Es ponerse el listón muy alto discutir de algoritmos con expertos en el tema teniendo una minimisima comprensión de los mismos. Pero lo intento, reclamando de antemano indulgencia y manifestando mi buena voluntad a las rectificaciones que procedan. Un algoritmo funciona a partir de reglas preescritas. Dadala situación A pásese a B, o dada la situación A manténgase al espera.
No es siempre viable pre-escribir esas reglas en los procesos de aprendizaje. No siempre de A se pasa a B. A menudo de A se pasa a No B (por error, por azar, por lo que sea) y de ello se obtiene una ampliación de nuestro conocimiento/de nuestro aprendizaje.
También puede ser una expresión alegórica. Nuestra manera de interactuar no es matematizable de modo exhaustivo.
Ahora bien, releyendo ... quizá "algoritmicamente inexplicable" quedaría mejor...
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