jueves, 31 de enero de 2013

Epistemologia para la obtención de piedras filosofales

(O apuntes sobre modelos geológicos en el barroco)



Sabido es que en el siglo XVII estalla una revolución científica; la explicación de la naturaleza pasa de un modelo puramente filosófico a un modelo empírico-matemático. Sin embargo, este proceso no se da de un día para otro; es gradual. Se empieza por la física (Galileo, siglo XVII), a la que sigue en el XVIII la química (Lavoisier) y la biología (Lamarck). A la física no le costó excesivamente (hablando en términos cronológicos) trabar un discurso conforme al nuevo modelo, a sus hermanas la biología y la química, sí.

(Apunte off-topic: curioso que de momento, el hombre no haya podido “modelizar” de un modo tan satisfactorio otros campos del saber).

Interesa al artículo de hoy exponer un ejemplo de conocimiento transitivo de la mano del principal tratado que sobre geología nos ha dejado el siglo XVII y que es obra de un sacerdote andaluz, el lepero Alvaro Alonso Barba, un científico por reivindicar.

Es “El Arte de los Metales”, en el que el padre Alonso Barba recoge sus experiencias en las minas peruanas para proponer mejoras en los procesos de extracción y refinado de la plata. El primero de los cinco libros de la obra es todo un tratado general sobre los conocimientos geológicos de la época, y como dentro de mis limitaciones (pues soy un ignorante en química, como a no tardar el lector se percatará) lo he encontrado apasionante, hoy quisiera regalarles con cuatro cuartos al pregonero.

El reino mineral –inanimado, en terminología XVII- se dividía en metales, piedras, tierras y jugos.  Si no se derriten al fuego y son duros, piedras; si no se derriten y se desmenuzan con facilidad, tierras* . Si se derriten al fuego “o bueltos a su primera forma quedan duros y aptos a estirarse a golpes de martillo”, entonces estamos ante metales, o jugos, en caso contrario.

Estos cuatro “géneros”, pueden darse puros o mezclados, en cuyo caso generan otras once categorías de compuestos de no siempre fácil adscripción y con sus subvariantes:

1.     1.   Alumbre  (generalmente, alumbre potásico)
2.       Caparrosa  (en general, sulfatos naturales  de los que se obtiene el aceite de vitriolo o, simplemente, vitriolo, ácido sulfúrico,  así como el agua fuerte, o ácido clorhídrico, al combinarse con salitre)
3.       Sal común
4.       Sal amoniacal (almojatre)
5.       Nitro (nitrato de potasio)
6.       Salitre
7.       Betunes (se constatan doce tipos)
8.       Azufre
9.       Antimonio
10.   Margarita (piedra de fuego, silicatos)
11.   Oropimente/sandaraca (trisulfuro de arsénico)

La explicación del origen de los minerales nos permite ilustrar el debate entre las dos escuelas a que hacía yo referencia al principio. Por un lado los Filósofos que estudian las primeras causas, los metafísicos. Por el otro, los “filósofos prácticos”, los alquimistas, “que hacen anatomía de los mixtos de la naturaleza, reduciéndolos a sus primeros principios”.

Según los primeros, siguiendo a Platón y a Aristóteles, en un principio remotísimo estaba la “materia prima”, o “quinto elemento” o “prima soma”, en la tradición aristotélica, de la que parte todo compuesto  corporal.  Sobre ella actúan los otros cuatro elementos puros conocidos (tierra, fuego, aire y agua). Al incidir sobre la materia prima inicial “cierta exhalación húmeda y untuosa”, por una parte, con una porción de “tierra viscosa y crassa (viscosa)” se obtienen piedras si prevalece la sequedad;  si prevalece la humedad, se obtienen metales.

La versión de los alquimistas -“odioso nombre por la multitud de ignorantes que con sus embustes los han desacreditado”-  refiere, en cambio, que el calor del sol y su luz rodean la tierra y la penetran por sus resquicios. Quemada así la tierra durante largo tiempo, se convierte en otra sustancia igualmente térrea (del mismo modo que por acción del calor la madera se torna cenizas), que mezclada y cocida con agua se transmuta en otra sustancia que contiene sales y alumbres. Esta es verdaderamente la materia primera, que no es otra que el vitriolo. Al calor del fuego subterráneo y por “la atracción celeste”, el vitriolo desprende dos vapores: azufre y azogue. Cuando el azufre y el azogue contenido en el interior de la tierra encuentra una salida al exterior, son “levantadas a la región del ayre” y se convierten en “cometas, nubes, nieves, granizos, rayos” y demás cosas que se engendran y aparecen en las regiones aéreas. Ahora bien, si este vapor primigenio de azufre y mercurio no encuentra salida “entre los resquicios y hendiduras de las peñas”, se solidifica (“engruesa”) y da lugar a los minerales.  En otras palabras, estamos ante un proceso que parte del calor solar, que al incidir en la tierra engendra vitriolo, que a su vez desprende azufre y mercurio en forma de vapor, que remezclado con la tierra origina los metales.

Alvaro Alonso Barba no oculta su simpatía por esta segunda versión, que sigue la del alquimista Giovanni Bracesco, y que considera mucho más madura que la puramente filosófica, amén de coincidente con bastantes de los fenómenos que como “ensayador” de metales el propio Barba ha confrontado en su experiencia cotidiana.

En cualquier caso, tenemos ante nosotros el sostén teórico de la piedra filosofal, a saber, una piedra, un pedazo de compuestos térreos, que debidamente rectificados con vitriolo debería procurarnos “la verdadera medicina de la piedra oculta”. O como reza el lema: Visita Interiora Terrae Rectificando Invenies Occultum Lapidem Veram Medicinam.


*No confundir con el elemento primigenio “tierra”, en puridad Barba se refiere al suelo, a la  tierra pura,  abstraida de cualquier otro contenido.

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