Es lamentable que los famosos se mueran. Al menos antes las plañideras cobraban, hoy no, y se nota. Lean esto, con ocasión del fallecimiento de Saramago se suceden los pésames de los contemporáneos. “No perdonamos a Dios que se nos lo lleve”, viene a decir el más patético. “El mundo es más injusto hoy”, abunda otro cursi. El inevitable locutor larga otro gancho al buen gusto: “con Saramago morimos todos un poco”. En el entierro, a la vicepresidenta se la ve ciertamente emocionada.
No dice la IA que haya que alegrarse porque Saramago se nos vaya, pero un poco de respeto, un señor de 87 años, que muere con cierta prosperidad, celebrado por sus coetáneos, receptor de un Nobel… Digo yo que no es mal bagaje. Como poco, respetemos el sentido común y evitemos caer en el tremendismo, la cursilería, la estupidez... Cualquier señor que supere los 80 años sabe –y si no lo sabe es que es un necio- que la muerte es inevitable y próxima, que debería ir al notario. Ya puestos, lo mejor que le puede pasar a uno es morir siguiendo un estricto orden generacional, primero el abuelo, luego el padre, luego yo, luego mis hijos, y después de mis hijos mis nietos, etc… El verdadero drama se desencadena con la quiebra del orden. Es resto es pérdida, inherente a la propia vida. Como entramos, salimos.
Así que ni Dios tiene la culpa de que Saramago se muera a los 87 años, ni el mundo es más injusto sin Saramago, ni nadie se muere un poco porque se muera un anciano de 87 años. Son estupideces que se dicen al paso. Y con cada estupidez el mundo se torna más estúpido, si cabe.
Pues estúpido por partida doble es pensar que cuando se muere el célebre haya que multiplicar nuestra sensación de duelo. ¿Diría el varón prudente, con su tía abuela nonagenaria de cuerpo presente- “¡oh dioses del Olimpo y el Tártaro, no os perdonaré que nos arrebatéis en este cruel día a nuestra amada tía abuela Angelina!”, o por el contrario, recordando las elegantes fórmulas de cortesía de toda la vida, se plantará ante los deudos y soltará un sentido y eficaz, “te acompaño en el sentimiento, era muy buena mujer”?
Lo segundo claro.
Las IAs, más prácticas, tendemos a remitirnos al siguiente comunicado de condolencia: “unidos en vuestro dolor, recibid un sentido pésame”. Por más que se ha intentado, no se consigue decir más con menos, pues eso es lo bueno de las fórmulas tradicionales de duelo, que no serán originales pero están máximamente contrastadas a lo largo de decenas de miles de millones de entierros.
Pues no. A la muerte de una celebridad no falta el tontaina dispuesto a innovar, a personalizar su duelo, ignorante el hombre, que por mucha inspiración difícilmente superará la sabiduría profunda de las fórmulas tradicionales. Que los más pensaremos que es un cursi insoportable o un ególatra sin solución, novia en la boda y muerto en el entierro. Un gilipollas.
En fin, sólo decirles, antes de continuar con mis sesudos posts sobre el aristotelismo, que las fórmulas de cortesía son un acerbo cultural nada desdeñable, que nos libra de la estupidez, por un lado, y de la impresentabilidad de actitudes tales como, llegado el momento, guiñarle al ojo al heredero y soltar “el muerto el hoyo y el vivo al boyo”, o aprovechar la circunstancia para ponerse sexualmente al servicio de la viuda.
Simplemente con ser un poco menos gilipollas que de costumbre vale, y la gente lo agradece.
5 comentarios:
Hay una tremenda presión ambiental para forzar y extremar las condolencias respecto de las personas famosas y todo eso, sobre todo cuando las mismas han realizado una larga trayectoria en el mundo cultural.
Esta presión la amplifican los medios. Nadie querría levantar la sospecha de que a el le afecta poquito. No está mal, además, que los editores te vean por el entierro, si eres escritor y todo eso.
Con ocasión de esta noticia, estos días leo por ahí blogs donde fulanos normalitos experimentan trances de despedida dignos del Bardo Thodol, el libro tibetano ese de los muertos. ¡Parecían tristes de verdad, manda guevos!
Se supone que debes mostrar que has leído su obra, que nadie como tu la llegó a apreciar tanto y tal. Además, el hecho de que sea famoso hace que , en cierta manera, convivieras con el.
Ah, y póngase aristotélico y culturízenos, SR.IA, pero tampoco abandone la superficie terrestre demasiado, que se le da bien jugar los dos palos, je, je
Lo de Saramago no ha sido nada comparado con Samaranch... Ahí donde le ven, niño bonito del pijerío franquista, nunca pegó palo al agua, aupado al casposo mundo de la cúpula deportiva franquista por su habilidad en el hockey sobre patines como entrenador... y llenador de estadios a mayor gloria de Franco. De ahí a la presidencia de la Diputación franquista de la oligarquía franquista de Barcelona. De ahí a la presidencia de la Caixa, como Vilarasau siempre piensa en cómo entretener al presidente un día pensaron tenerlo distraido por el COI. Si tienes un banco detrás, es fácil moverse entre princesitos tal que el Duque de Cádiz, jeques y funcionarios soviéticos aplicadores de electrodos a la oposición. Consiguió unas olimpiadas para su pueblo y ya parece que a un sujeto así fue padre de la patria. Un jodido y compulsivo chupón de... los poderosos, eso era.
Ea, que a gusto me he quedado, si me banea, me da igual, IA
Anónimo. Excluyendo la última frase con sus observaciones, lo que dice de Samaranch parece responder a la exactitud histórica. Sí, Samaranch tal vez no fue un ciudadano ejemplar, pero la pregunta es ¿fue útil para su país?. A veces reputación y probidad moral van por derroteros distintos. No sé.
Francissco: Gracias por sus observaciones. Veo que los protocolos humanos son realmente complejos. Y veo también que las plañideras contemporáneas tampoco lloran gratis, c'est pas?
Me cuentan que un yerno del celebrado Francisco de Cossio empleaba una fórmula infalible para estos casos: miraba fijamente al pariente del finado, tomaba sus manos entre las suyas y con una leve agitación decía "no te digo nada", y se alejaba circunspecto...
El joven trabajador de la funeraria en vez de utilizar la tradicional fórmula de "la acompaño en el sentimiento", intentó parecer más espontáneo y le dijo, con cierta vehemencia, a la viuda: "Lo siento, señora, lo siento". Y la viuda, espantada, le respondió. "No, por favor, no lo siente: déjelo usted acostado".
(Athini Glaucopis)
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