En los pasillos, criaturas ulceradas, llagadas, babeantes, se amontonaban erráticas. Algunas aullaban como en un desesperado intento por retener las últimas dosis de humanidad. Las más, ajenas al mundo y a lo que algún día fueron, buscaban, robóticas, a los vigilantes. Los rodeaban y se cernían sobre ellos. Suplicantes y salvajes.
Lucifer miró el gran reloj blanco: las 13.30.
Hora de comer en el psicogeriátrico.
(de Paraíso Perdido)
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