La crisis del sistema bancario inducida o motivada o derivada
de la burbuja inmobiliaria, el desmoronamiento de un estado cuyos ingresos no
alcanzan a pagar el 60% de sus gastos. Los 14 millones de trabajadores tampoco cotizan lo bastante como para garantizar la pitanza de otros 14 millones de pensionistas, 5 de parados, dos de funcionarios... Por más que suben los impuestos, por más que vivimos devorados por las tasas. La consecuente dependencia de la deuda
pública en un país sin moneda, sin bancos, sin medios… Crisis secesionista en
Cataluña. Radical distanciamiento de la ciudadanía respecto a sus clases
dirigentes. Paro al 25%. Contestación social a los recortes. Crisis
institucional de las partitocracias. De la judicatura. De la jefatura del
Estado y de nuestros deportistas, yonkis de EPO. Corrupción desaforada. La sensación de hundimiento es general; la perspectiva de futuro, escasa. Azaziel,
que lo sabe, sabe también que este es el escenario perfecto para restaurar el
viejo sacrificio expiatorio.
Recordemos brevemente la doctrina.
Abrumados por el malestar social el pueblo elegido escogía
al azar una cabra. Depositaban en ella sus pecados y la entregaban al diablo a
Azazel. Nótese que este sacrificio ritual tiene una impecable utilidad social.
Veamos.
En primer lugar la cabra no era sacrificada de cualquier
modo. La cabra era abandonada en el desierto previa lapidación colectiva del caprínido. El ritual, contenía unas altas dosis de violencia
catártica, pues ciertamente, acabar a palos y pedradas con un animal resulta sorprendentemente desestresante y permite canalizar
la mala enquina hacia un fin inocuo (la cabra no tiene herederos, no deja
huérfanos, o no el tipo de huérfanos que no puedan degustarse en una amical
caldereta).
En segundo lugar, el
sacrificio “limpiaba” la negra consciencia del populacho. En la cabra se
depositaba la culpa que pudiera pertocar al vulgo. Esto posibilitaba el clímax final, el “reset”. Apedreada, cargada con las culpas y abandonada a los
chacales, la cabra permitía renovar el viejo pacto. Los ancianos se ungían la cabeza con ceniza y expresaban su voto: En adelante, el pueblo
elegido no se desviará del camino de Yavhé.
Con independencia de los indudables méritos, Ada Colau tiene
toda la madera para devenir Sacerdotisa del Culto del Nuevo Chivo Expiatorio.
Inasequible al humor, fanática incorruptible, incapaz de cuestionar ni durante
un nanosegundo su rol de ser la elegida de Yavhé para reconducir al vulgacho a
la buena senda…
Ella es el futuro. Ella o un juez engominado, un periodista dicharachero o cualquier avispado que sepa hacerse con las riendas del culto. ¿Será este el destino que nos aguarda? No está mal que traiga aquí a colación el testimonio
del “político del pueblo”, el señor Revilla, expresidente de Cantabria. Hace
poco recordaba el hombre que sí, que mucho lamento y queja pero sus paisanos
cántabros eligieron a Bárcenas como senador más votado durante dos legislaturas
consecutivas. Nadie sabía quién era Bárcenas (un oscuro tecnócrata del PP
mandado desde Génova de cunero a la remota demarcación santanderina, en la que
nunca residió, ni se le vio ni pisó –lo que no le privaba de cobrar un plus
senatorial bajo la indiferencia general de sus votantes-), el proceso de
elección era totalmente abierto, nada de listas cerradas, recuerden que el
Senado es una elección modélicamente abierta. Lo que no evitó que a las
siguientes elecciones Bárcenas fuera nuevamente el senador más votado.
Da igual. Importa el chivo expiatorio, el reset. El rito nos ha de permitir pasar página. Y si
en lugar de a un chivo ponemos a un malévolo, mejor que mejor, una mierda
menos. Cinco, Veinte... mejor. Los que sean...
Dies Irae.
Dies Irae.
Pero yo quiero hablarles de Azazel, el diablo al que
sacrificábamos la cabra. Azazel era el general de los grigori. Prefecto de los
ángeles caídos. En el destierro él y los suyos no dudaron en copular con las mujeres humanas y
de esta coyunda antinatural de orden vicioso nacieron los nephelim, los
gigantes. Esta nueva raza no formaba parte de los planes del Creador.
Corrompieron al hombre con las armas y a la mujer con los cosméticos y la coquetería lasciva. Ante
semejante desmadre, Yavhé no pudo sino decretar el “reset” diluvial. Guareció a
la familia de Noé en una arca de 14.500 tonelas, 135 metros de elora, por 22,5
de manga y 13 de altura. Luego abrió las cataratas celestiales y ahogó en un
tsunami planetario a aquella estirpe de pervertidos.
En el zamorano pueblo de Manganeses de la Polvorosa y desde
tiempos inmemoriales, llegada la festividad de San Vicente Mártir, los quintos
subían una cabra al campanario de la iglesia. La lanzaban al vacío. Según los
quintos se hicieron más sibaritas dejó de gustarles el sabor a chivo reventado,
de manera que tensaban una lona para evitar que la fina carne del cabrito se malograra
con las hemorragias derivadas del politraumatismo. El espectáculo no gustaba a
los zafios enemigos de las sacrosantas tradiciones astures, que lograron
erradicar esta tradición en 2002. Desde
entonces Azaziel se manifiesta en los
sueños del alcalde, reclama sus once cabras. Las que le lanzan ahora los
quintos son de trapo. Ya no sangran. No hay expiación sin sangre. Azaziel vaga
rencoroso por los páramos.
Soñé que Ada Colau trepaba al campanario de Manganeses. Con
una frialdad digna de Belmonte se encaramaba sobre la cornisa de la torre y se
erguía mayestática. Luego se desnudaba. Nos enseñaba lo senos blancos y el sexo
negro. Sonreía dulcemente y saltaba. Mientras caía oí que ella nos decía:
beeeeeeee….
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