No es que lo diga yo, pero Malthus se equivocaba.
Hoy sabemos que sus planteamientos demográficos sobre los recursos son falsos. A diferencia de los cultivos bacteriológicos, la demografía humana no sigue patrones expansivos en función de los recursos. Seguir sosteniendo esto en la actualidad es como afirmar que el mundo es plano.
Por otro lado, también sabemos que no se pueden globalizar proyecciones económicas sin atender a la diversidad regional (no es el mismo resultado el efecto económico del calentamiento global en China que en Canadá). Apenas nadie cree hoy en los reduccionismos históricos. Muy importante me parece, también, el punto de partida que Malthus, siguiendo a Ricardo, tomaba para definir el valor económico de un bien: su coste de la producción (frente al modelo hoy paradigmático de la oferta y la demanda).
A pesar de tantas evidencias, y especialmente entre los biólogos, el maltusianismo se resiste a morir y ya desde hace unos cuantos años se plantea un “neomalthsuianismo” donde la producción de alimentos queda sustituida por la dependencia energética.
El neomalthusianismo augura que, a semejanza del colapso alimentario supuestamente surgido en algunas —muy pocas— regiones que practicaban el monocultivo, y por tanto, máximamente dependientes de un recurso, nuestra sociedad tiene una monodependencia energética respecto al petróleo. Como el petróleo se agota, nuestro modo de vida está abocado a un colapso malthusiano. En general, se apuntala esta profecía en el “peaks oil” y la tasa de retorno energética del petróleo, según las cualesllega un punto en que la energía que extraemos restada de la invertida en su extracción torna inviable un determinado tipo de aprovechamiento energético.
Visto desde la perspectiva malthusiana de producción, estas predicciones podrían tener un cierto respaldo. El problema .al igual que sucedía con el modelo demográfico- es que ignoran deliberadamente los mecanismos de transferencia y equilibrio basados en la oferta y la demanda. Es por eso que los economistas no suelen tomarse en serio los planteamientos neomalthusianos. No puedes pretender a estas alturas de la vida ignorar que el mundo es redondo.
En cambio, si aplicamos un modelo de gestión de la energía en términos de oferta y demanda comprendemos:
A/ porque la economía fluctúa
B/ porque los sistemas económicos tienden habitualmente al equilibrio y prácticamente nunca al colapso sistémico (que sería lo suyo, considerando la codicia humana).
Asimismo, aplicando un modelo de oferta y demanda obtenemos que la sustitución del petróleo como energía primaria no es que sea viable, es que es una realidad. Las agoreras predicciones de que en el año 3000 el mundo habrá vuelto a una economía de cazadores recolectores no tienen la más mínima consistencia (o no al menos basada en argumentos económicos).
En cambio, sí las tienen las predicciones que apuntan a la capacidad de una economía compleja para asimilar un drástico cambio de modelo.
Uno de los defectos de ignorar oferta y demanda en la producción energética es considerar verdades inamovibles tal que una fuente energética es inviable cuando su extracción consume más (en términos energéticos) que la cantidad de energía resultante. Depende.
Así pasa, por ejemplo, con el hidrógeno. Para trabajar con el hidrógeno hay que invertir mucha energía en el proceso osmótico que lo separa del agua, y todavía más energía para someterlo a una presión susceptible de voluminizarlo a unos niveles operativos. Y todavía más energía para construir recipientes que lo contengan. En realidad, el hidrógeno no es una fuente de energía, es más bien un reservorio energético.
La viabilidad energética del hidrógeno —es el mismo caso que la electricidad, y si me apuran, del petróleo— depende pues de la existencia de una fuente primaria de energía renovable. Lo que hacemos —por ejemplo con una pila de combustible— es utilizar excedentes energéticos (sobrantes de oferta) para acumularla con vistas a su ulterior empleo (demanda). En este modelo el TRE pierde importancia; lo único que importa es la gestión del excedente energético. La consecuencia inmediata de este planteamiento es desmentir algunos tópicos como que no es viable extraer petróleo a partir de según qué umbrales de inversión energética. Esto depende y dependerá de la oferta y la demanda a que destinemos esa energía.
Visto esto, analicemos ahora a la oferta.
Hay razones para pensar que el petróleo está lejos de agotarse, básicamente, porque los cálculos sobre reservas se basan en yacimientos accesibles desde la plataforma continental. En tres cuartas partes del planeta, sin embargo, el proceso extractivo no ha hecho sino que empezar. La clave para extraerlo parece, una vez más, referida a costes extractivos. Evidentemente, no cuesta lo mismo bombear petróleo desde tierra firme que desde una plataforma flotando a miles de metros de la bolsa. Pero haberlo haylo. El problema sigue siendo la gestión del excedente (si es que lo hay).
Y pasemos a la demanda. Actualmente el 40% del petróleo se despilfarra como energía de climatización, el 50% como energía locomotriz, el resto, para la obtención de elementos vitales como fertilizantes, herbicidas, plásticos…
Del petróleo utilizado para su conversión en temperatura poco hay que decir, en los años 50 Inglaterra pasó de calentarse de carbón a gasóleo en unos pocos años (en algunas áreas, en apenas meses). No hay razones para pensar que con la tecnología disponible no se pueda reemplazar en cosa de meses el actual e intolerable despilfarro de materia fósil. De hecho, en algunas regiones el cambio resulta ya imparable.
Es el caso del Pelet, por ejemplo. Nuevamente, está triunfando el modelo oferta—demanda sobre el modelo coste energético, pues aún hoy cuesta mucho más en términos energéticos calentar un casa con madera que con gasóleo… Sin embargo, en términos económicos cuesta una tercera parte. ¿Por qué? Por la sencilla razón que el pelet tiene unos ciclos de reposición de años y el gasóleo de millones de años. El petróleo escasea y el pelet abunda. Esta es la clave del asunto. La gestión del estocaje. Y toda gestión de stock remite al ciclo de renovación de las existencias.
Queda el transporte y quedan determinados procesos agrícolas cuya sustitución es teóricamente posible pero, a decir verdad, muy compleja. Yendo al transporte, por ejemplo, otra tendencia imparable es el cambio en el modelo de distribución. Las tecnologías de la comunicación permiten hoy un flujo directo del productor al consumidor final, dividiendo en bastante los portes logísticos. Para el laboreo, tan dependendiente hoy del gasóleo, igualmente se están implantando estrategias de eficiencia (especialmente en el cereal, donde se precisa mucha fuerza motriz). En cuanto a herbicidas y fertilizantes, tan necesarios, existen igualmente alternativas, desde el reciclaje al cultivo transgénico, pero lo más previsible es que, dentro de unos años, la obsolescencia de determinadas consumo sde petroderivados lo convierta en un problema menor (a semejanza, por ejemplo, de lo que ocurre con los fosfatos, cada vez más reemplazados por compost y nitratos de origen residual).
A tener de las reservas disponibles, estamos ya en la bajada de la curva del peak oil. No obstante, los precios internacionales (nada que ver con los latrocinios perpetrados por los estados europeos) siguen una tónica de estancamiento—descenso desde 2008. En Europa y con la población en aumento, la caída del consumo es de un espectacular 17% desde 2005. Este ritmo de descenso está llamado a intensificarse en los próximos años, conforme la distribución comercial reduzca costes y accedan al mercado del automóvil motores más eficientes o incluso renovables.
Oferta y demanda. De hecho, el paso de la sociedad de consumo al de la eficiencia es lo que late en el único renacimiento empresarial de Europa viable: hay mucho más crecimiento en el sector de la eficiencia que en el del consumo.
Pero ciertamente queda un frente donde la sustitución del petróleo genera una enorme incógnita: la guerra.
En efecto, desde la IIGM, el petróleo es la materia prima de las balas. Gracias al petróleo, occidente ha consolidado una superioridad bélica incontestable. Habrá que ver cómo afecta al statu—quo internacional la nueva situación. ¿Podrá Occidente seguir liderando misiones militares de consolidación del orden internacional? Personalmente pienso que el encarecimiento de costes de la aviación militar y del despliegue de vehículos pesados va a imposibilitar el mantenimiento de ejércitos nacionales realmente operativos, potenciando en su lugar la efectividad de cuerpos internacionales altamente tecnificados. En otras palabras, la guerra convencional basada en ejércitos permanentes será tan cara que solo estará al alcance de un pool de países. Eso simplifica enormemente la defensa tanto de los recursos como de las fronteras y lo que es más importante, el advenimiento de un Orden Jurídico Internacional real.
¿Optimismo? En modo alguno, sea lo que sea, la sociedad de la eficiencia no será mejor, ni más sabia, ni más justa que la sociedad del consumo. El progreso no depende de la economía y sí de los valores éticos. Y por ahí es donde verdaderamente suelen colapsar las sociedades humanas. Ahora, tonterías apocalípticas, las justas.
1 comentario:
Todo esto que usted plantea, sobre oferta y demanda, parecería muy sensato si no fuera por la existencia de los lobbies. Y en concreto, el peor de todos, el lobby financiero. La evolución natural que plantea hacia la sociedad de la eficiencia se puede joder gracias a la búsqueda de la eficiencia financiera en conseguir más y más dinero.
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