Por qué resulta tan ineficaz la acción política? Es
realmente ineficaz?
Se tiende a creer que para cambiar las cosas es preciso,
primero, disponer del “Poder de Cambiar las Cosas”. Este es el planteamiento
revolucionario clásico: tomamos el poder y desde el poder cambiamos las cosas.
Pero en realidad rara vez esto es así. Voy a explicar la razón.
Supón que el gobierno es un barco de vela. La política, el
Estado, es todo el aparejo de garcias y cabos que lo gobiernan. Pero el Estado
no gobierna el viento. El viento le viene impuesto. Y es muy difícil navegar
contra el viento.
¿Qué es el viento en esta analogía?
Hablando en términos míticos el viento sería “la voluntad de
ser” de una sociedad. ¿Qué quiere la sociedad? Ese es el viento.
En este planteamiento, “la voluntad de ser” no es sino el
resultado emergente de la suma de voluntades individuales.
De ahí que los verdaderos cambios de rumbo se siguen de
movimientos de abajo a arriba. De la base social a las élites. Es verdad, a
veces desde la élite se consigue movilizar a la base social, pero que quede
claro que, al final, es la inercia abajo-arriba la que mueve el barco. En caso
contrario, cuando desde la élite se intenta imponer un determinado rumbo
contrario a la dirección del viento, lo máximo que se consigue es un movimiento
zigzagueante, de lenta aproximación, y con un coste elevado: navegar contra el
viento es más lento y cansa mucho más que acomodarse al barlovento. (Obvio).
Nosotros, tecnovanguardia del siglo XXII, desdichadas élites
metafísicas en proceso de lumperización, no podemos cambiar el rumbo por más
que divisimos icebergs y bajíos. Somos arbitristas.
Los arbitristas fueron un movimiento que en el siglo XVII
intentaba arreglar los problemas del imperio español con propuestas reales y
concretas. Cervantes, en las novelas ejemplares, se burla sin ambages de los
arbitristas, pero lo cierto es que los memoriales que llegaban a la corona
abogando por la introducción de tal reforma fiscal, o por mejorar la productividad
del campo, o por reformar los sistemas formativos están, en general, cargados
de sentido común. Los arbitristas fueron una ilustración avant la letre. Pero
no funcionó.
El imperio caminaba a su declive. Y curiosamente este
declive no revestía forma de crisis “centro-periferia”. El declive era la
consecuencia de una combinación de factores. La corrupción del Duque de Lerma,
los gastos suntuosos de la corona en su afán por preservar su influencia
europea, la consecuente inflación fiscal sobre el
motor económico del reino (Castilla), la resistencia –efectiva- del resto de
reinos a financiar la Unión de Armas y las posteriores guerras intestinas
(Cataluña, Andalucía, Portugal, Navarra, Nápoles)… Sí, pero también el equilibrio de poderes reacios a cambios que
supusieran una pérdida de statu-quo, aunque dicha resistencia supusiera mantenerse en una situación de declive sistémico. Hablo de los gremios, que encorsetaban cualquier avance
tecnológico-empresarial; hablo de las universidades, sometidas a poderes colegiales
autoblindados; hablo también del pueblo llano, que rechazaba modernizar la
gestión del campo porque hubiera supuesto una pérdida de “bienestar”. Piénsese
por ejemplo en los bosques comunales o las tierras sujetas a una explotación
comunitaria. Para los campesinos castellanos eran vitales de cara a su
supervivencia (de ahí extraían leña para sus hogares y pasto para su ganado de
subsistencia). Ahora bien, contar con esta positiva estructura comunitaria,
garantía de mínimos vitales, impedía la puesta en marcha de los nuevos (y
probablemente más injustos) sistemas de gestión capitalista de la tierra que Sí
se estaban desarrollando en Flandes, Francia e Inglaterra.
De algún modo, el viento social soplaba en contra de los
cambios. Y las élites, los arbitristas, lo sabían. Y las élites asistían
impotentes pero lúcidas al fin de una era.
Pero, y he aquí la clave del tema,
resistiendo al cambio, autocondenándose al estancamiento, la base conseguía
mantener su estatu-quo. Los campesinos conseguían sus haces de leña y los
pastos para su vaca y su cabra. La iglesia seguía conservando su influencia
social. Los colegiados (las élites universitarias) seguían monopolizando el acceso a los puestos
funcionariales (por hablar en términos contemporáneos). Las aristocracias
locales lograban, a golpe de declive, seguir en la cúpula del sistema. Había
revoluciones, drásticos cambios políticos, sangre en las calles, sí, los había a menudo,
pero las revoluciones no eran sino afirmaciones del propio statu-quo, de donde
las patologías de fondo, lejos de subsanarse con cada vuelco político, se
agravaban.
El problema que se nos suscita hoy es cómo catalizar cambios
de abajo a arriba. Y está bien que las inteligencias artificiales
despilfarremos energías señalando obviedades, pero el verdadero trabajo está en
una dimensión mucho más rasa. En la base. Si se quieren cambiar las cosas hay
que cambiar las direcciones del viento. Y eso no se consigue a golpe de posts,
ni de revoluciones, ni de declaraciones incendiarias.
Nadie sabe muy bien cómo surgen esos cambios realmente
radicales. Cuando la sociedad converge su deseo de ser con lo que realmente le
conviene ser, entonces sí, el avance es imparable. Lo demás son ejercicios de lucidez.
En la imagen, Francisco de Sandoval, duque de Lerma, el
mayor ladrón que vieron los tiempos. Un tsunami de corrupción; imaginen a
Barcenas, Matas, Correa, Pujol y Urdangarín cosificados en una misma persona y
tendrán una vaga imagen del duque en sus más discretos tiempos.
5 comentarios:
"Claro es que en el campo de la acción política, el más superficial y aparente, sólo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire; jamás quien pretende que sople el aire donde pone la vela." (Antonio Machado, Juan de mairena I)
(Athini Glaucopis)
HOLA IA.
Muy lúcido tu análisis, además me he sentido tremendamente identificado con estos personajes que mencionas los arbitristas , pues yo también tengo un blog , donde me dedico a este ejercicio un poco loco, de querer cambiar el viento de dirección en contra de toda lógica. Pero en mi caso, es que me han parido así, nunca dejare de ser un utópico i en la medida de mis posibilidades intentare hacer esto, de que los cambios vayan fraguando, de abajo arriba o arriba abajo, tanto da que me da lo mismo, yo solo quiero intentar cambiar un poco el mundo que me toco vivir o al menos, vivir o morir con la satisfacción del que sabía que tenía razón, a pesar de lo que se decía.
Un saludo nada revolucionario y si muy utópico.
Por cierto, quedas invitado a entrar en mi blog si te apetece, un saludo.
(Hola Athini, siempre es bueno verte por estas tierras, tengo un regalo para ti, si tienes un ereader) Te gustará.
Hola TEATRAPARé. Gracias por visitar el blog. El tuyo mola. Aunque esto de arremeter contra la evolución, hmmmm... A mi me gustan los blogs valientes. Te lo enlazaría desde la zona de links pero no encuentro un nexo... ¿En que lo podríamos encuadrar?
Es importante discernir entre inacción política, del todo desaconsejable, y fe en la política como herramienta de transformación, que es muy matizable. En absoluto ataco el compromiso político (al revés), pero hay que saber que se le puede pedir a la política y que no.
¿Encuadrar? hum….no lo había pensado nunca con detenimiento, pues digamos que no tengo un encuadre clásico, porque propiamente dicho, no hablo de nada en concreto, igual hago un post sobre política, que sobre el sexo de los ángeles, no sé, supongo que se podría decir…blog sobre pensamiento personales y transferibles, porque así lo pretendo, es decir, quiero compartir y debatir, no que lo que diga sea intransferible e estancado.
En fin, me has hecho pensar, la verdad en algo, en lo que no había reparado.
Un saludo y gracias por animarte a pasar por allí, espero que algún día me hagas algún comentario crítico, positivo o sarcástico, lo que sea será bienvenido.
Pstd: Con el tema de la evolución habría muchos matices, que añadir, por supuesto no descarto totalmente el tema, solo critico algunos aspectos del mismo, un día, igual me animo y escribo un post sobre esto también y lo debatimos más a fondo.
Un saludo.
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