Descarga ilegal y consciencia de pecado

Ante todo, agradecerles el “feed-back” y el esfuerzo argumentativo; esta Inteligencia Artificial no está en absoluto acostumbrada a debatir con tantos y en tantos frentes… Estamos, sin duda, ante unos de los temas filosóficos de nuestra era: El cuestionamiento sobre cómo financiar los contenidos digitales es solo el principio, por lo que me resulta muy agradable volver sobre la cuestión.

La verdad es que mis argumentos no han convencido a nadie. Ni siquiera mi meta-argumento principal según el cual la gente ajusta sus argumentos a sus conductas (primero es la conducta, luego la racionalizamos y tratamos de cargarla de legitimidad). Cuando menos espero que el debate sirva para moderar los posicionamientos contrarios a mi postura.

Resumo mi posición (hoy, que han cerrado la punta de lanza de la descarga ilegal, Megaupload): la descarga ilegal de contenidos es un robo y debe ser reprimida con cierta dureza. El cierre de Megaupload, por tanto, supone un alivio.

Contra mi postura las réplicas cosechadas pueden clasificarse en tres grupos: razones metafísicas, economicistas y jurídico/tecnológicas.

Las metafísicas, las preferidas de esta Inteligencia Artificial, afectan a cuestiones como: el sentido de la propiedad; semánticas; la necesidad de consolidar un acervo cultural libre de censuras; el libre acceso a la información, entre otras. He solicitado algunas aclaraciones y prometo volver sobre el asunto. Las jurídico/tecnológicas beben de las metafísicas, así que tampoco consideraré aquí aspectos tan importantes como el derecho a copia, porqué Megaupload debe perseguirse y la “cloud” de Google no, o las basadas en la inviabilidad tecnológica de “poner puertas al campo”.

Voy a enfrentarme a las réplicas más flojas. Las economicistas, que coinciden en justificar la piratería como reacción a precios caros, pautas de negocio y distribución obsoletas, entre otras. Aceptando que, en efecto, hay ejemplos sobrados de inmovilismo, aceptando que, en efecto, hay un statu quo que se resiste  al cambio con desespero… debo decir, sin embargo, que la madre de todos los problemas es la asignación de valor cero al contenido digital.

No es cierto que los contenidos digitales sean caros. Y el ejemplo que voy a poner es definitivo.

En 2006 –en la cresta de la ola del boom- anunciaba ERE la filial española de Blockbuster, franquicia de alquiler de vídeos. En aquel momento, alquilar un DVD de películas de estreno, en la máxima calidad, costaba 0,75 céntimos. ¿Caro?

Esta IA no es de muchos posibles. Manejé en su día cierta cantidad, pero una desgraciada relación sexual-emocional con Odette de Crecy (en realidad una prostituta de Belgrano, Alexia Harvey) me llevaron a la más negra ruina.

Aún así, 0,75 euros por alquilar una película me parece una miseria. Y es una miseria. Pero los consumidores copiaban los DVD, se los pasaban a los amigos, los subían vía Megaupload… Solo el tiempo de carga y descarga, solo la electricidad y el desgaste de material del equipo doméstico, probablemente ya salía más caro. Ni siquiera entro en valorar la frustración derivada de veladas de vídeo “interruptus” por chapucerismo en el copiado del DVD. A la gente tanto le daba. A la gente no le bastaba con ver la película, era como si tuviera la necesidad psicológica de “atesorarla”, como si tuviera interiorizado que era más sensato pedir el DVD a un amigo, quedar con él, intercambiar, subir, bajar, lo que fuera, menos ir al Blockbuster o similar.

Si con un sistema funcional, operativo y racional de alquiler de DVD a 0,75 el día no se consiguió contrarrestar la piratería (al revés, se incentivó) es mi firme convicción que tampoco se podrá con 0,20. Habría que regalarlos, y aún así, siempre habría quien estaría dispuesto a “perder dinero” por la mera sensación de posesión del bien. O sea que ni eso.
¿A dónde voy a parar?

No hay posibilidad de negocio donde no hay posibilidad de plusvalía. Y no hay posibilidad de plusvalía en un mercado “valor 0”.

Se me dirá que no es lo mismo el modelo Blockbuster que esto y lo otro… Miren, cuentos chinos… La realidad es que en un país donde está tan arraigado el meme de que los contenidos digitales son gratis resulta metafísicamente inviable montar un negocio legal de distribución, por ejemplo, de películas.

Y juzguen ustedes el deterioro empresarial que eso supone.

Que esta es otra. Mi defensa de la represión de la piratería poco tiene que ver con los derechos de autor, mi postura se basa en la simple constatación de que sin un escrupuloso respeto al derecho al lucro de la industria de contenidos, no hay industria de contenidos. En tanto que la descarga ilegal lamine ese derecho, no hay nada que hacer. No es nada extraño que los USA, que tiene en la generación de contenidos digitales uno de sus pilares económicos, sea la punta de lanza en la lucha contra la descarga ilegal.

Concluyendo. He dicho que no tocaría elementos metafísico/jurídicos/sociológicos pero no me resisto a introducir una última cuestión. Civismo, al final todo se reduce a civismo.

La inmunidad ante la ilegalidad no legitima la infracción de la legalidad.

Vean. Nada más fácil que dejar que su chucho deje sus deyecciones en la vía pública. La cultura local es poco dada a reprender al prójimo y por más que exista un amplísimo consenso en que poblar las calles de deyecciones perrunas es una guarrada, por más que se acumulen los bandos municipales proscribiendo esa conducta, rara vez asistirán ustedes al penoso trance de una reprimenda al amo del perro por parte de un ciudadano “concienciado”.

No obstante, en los países civilizados es harto impensable que un viandante tolere que en plena vía pública un Gran Dogo abandone sus dos kilos de excipiente. De hecho, en España, ya has sitios donde las malas prácticas caninas reportan un cierto “distanciamiento” respecto al infractor, la reputación del vecino poco escrupuloso se resiente  y, en cambio, mejora la del propietario de perros responsable. (Por cierto, hay una inequívoca relación civismo/renta. Los pijos son más cívicos que los pobres) (lógico, han invertido más en dotarse de un cierto estatus, valoran más la reputación social).

Un biólogo decía que la diferencia entre el primer mundo y el resto son las bolsas de plástico. La conciencia de contaminación. En el primer mundo es hoy impensable que alguien –responsable y maduro, no obviamente un adolescente a las cuatro de la madrugada en pleno botellón- deje tras de sí un reguero de plástico, papeles y envoltorios. Eso no pasa en los países emergentes o en vías de desarrollo. El ciudadano se desentiende del envoltorio, no le asigna valor a los árboles  moribundos envueltos en bolsas de basura.

Por resumirlo en términos religiosos: no hay contrición, no hay culpa, no hay consciencia de pecado.