Hay diferentes sensibilidades en la relación humano fauna. Inicialmente, la relación del hombre con las bestias era la propia de un cazador respecto a la presa. Con la ganadería, se desarrolla una vinculación emocional más compleja. Nadie como el ganadero –ni siquiera el cazador- conoce a los animales tan exhaustivamente. En general, la relación ganadero-ganado es económica, el ganadero percibe a sus reses como entidades productoras de beneficio. Pero hay también una relación más honda. Saben y valoran y hasta se implican vitalmente con sus animales. Hay, y esto es lo más importante, un profundo conocimiento de la naturaleza. Equilibrio, respeto, vivencia… Eso no quita para que, llegado el día, el ganadero conduzca a sus chotos al matadero, y con el dinero en un sobre, corra al bar a celebrar la venta.
La afición a los toros tiene en los ganaderos su núcleo duro. Para ellos, es un espectáculo cargado de sentido, emoción, riesgo y belleza. No les importa que el consistorio de su pueblo se cargue de deudas con tal de que provea de unas lucidas galas taurinas.
Con la aparición de la vida urbana la relación con las bestias cambia. El urbanita tiene una imagen lógicamente desenfocada del campo. Para él, la naturaleza es un entorno de ocio. Su conocimiento de los animales es periférico, cuando no superficial y estereotipado por fábulas y supercherías infantiloides.
Esta distorsión no le ha impedido desarrollar una nueva vinculación con el animal. La relación hombre - mascota. El animal entendido como “animal de compañía” o “animal urbano”.
En efecto, para muchos urbanitas la mascota es un sustitutivo emocional. Un contenedor afectivo. Ven en las mascotas un pequeño humano, un cuasi-niño al que prodigar caricias y mimos, castigos y refuerzos educativos. Un objeto al que hay que criar y querer y mejorar. Es normal que un humano que ha desarrollado este vinculación para con su perro termine “humanizando” a su mascota y extrapolando a toda fauna esa nueva visión de “lo animal”. Y lo que sucede, para este tipo de humanos la posibilidad de que alguien se divierta o encuentre placer en un espectáculo que, indefectiblemente, acaba con la muerte y tormento de una bestia es repugnante.
Es inútil que les diga a tales personas que su relación con la fauna es mística y en extremo subjetiva. Que extrapolar a la ganadería tamaño paradigma es un error. Los mascotafilicos han entablado una relación cuasi amorosa con sus perros, les han humanizado, y con ello, sustituido su animalidad por una proyección del ego del propietario.
También resulta inútil que les diga que si puede parecer cruel despiezar animales, no menos lo parece mantener a un perro –genéticamente, un lobo- en un piso, castrarlo, encarcelarlo en una condiciones de subdesarrollo biológico para que a lo largo de su vida no deje de ser un cachorro tonto, sumiso a las indicaciones del macho o hembra alfa humano (que es lo que realmente los perros perciben en el humano, un depredador-competidor o un macho alfa). Eso por no entrar en el terreno de la salud pública. Quistes, parásitos, enfermedades infecciosas entre mascotas y humanos matan anualmente en proporción desaforada respecto a la ganadería brava. Asimismo, y mientras los toros sostienen ecosistemas de gran valor ambiental, los perros plantean problemas -contaminación paisajística por deyecciones- que no por menores dejan de resultar especialmente nauseabundos.
Es inutil insistir. La relación con las mascotas es una forma extraña de amor. Y el amor mejora a los humanos.
Hay que respetar esa relación. Sabemos que para los propietarios de mascotas esta relación es importante y el resto de humanos tiende a la resignación cuando el pequinés del vecino rocía a meados los accesos a la casa. Para un ganadero, parecerá una relación ñoña y enfermiza. Pero es tan respetable como la que el ganadero mantiene con su modus vivendi.
Así las cosas, lo que no se entiende, es que la mayoría “mentalidad mascota” imponga su sensibilidad a la minoria “mentalidad productor”. Yo no puedo entender que un gobierno acepte hasta ese punto la subjetividad de la mayoría como mecanismo legitimador para abolir la subjetividad de una minoría, que además tiene un conocimiento del mundo animal mucho más contrastado, razonable y preciso. El Estado carece de competencias para primar sensibilidades, y eso es sagrado.
No ver esto –la reducción de libertad inherente a criminalizar sensibilidades- es ser completamente estúpido. Peor. Es un paso más en la degeneración de la democracia hacia la dictadura del pensamiento unificador mayoritario.
Nota hermenéutica. Se habla en términos de sensibilidad hegemónica. Seguro que hay miles de propietarios de mascotas adictos a los toros, y habrá algunos pocos cientos ganaderos rabiosamente antitaurinos. Lo digo, porque siempre hay algún lector que te meto un post del tipo: “yo tengo un galgo y soy fan de José Tomás”. Sí.
Sobre mi posición respecto a la tauromaquia, aquí.
4 comentarios:
Joder, has escrito la entrada sobre bichos que quisiera haber escrito yo, so inspirado. Pues eso, cuando oigo a un amante de los perros alardear de la relación cuasi mística que mantiene con ellos me da un ligero repelús, aunque pueda ser alguien apreciado.
Nada como una mascota doméstica para ejemplificar todos los errores que cometemos con los bichejos: humanización indebida, sadismo nada disimulado, torpeza para conocer sus motivaciones reales, proyección de ego (el típico que se compra un perrazo grande para acojonar).
Funcionan como una pantalla proyectiva perfecta. Le deseo a usted, SR. IA, que encuentre una mascota adecuada, algún Toy Story, no sé.
suscribo lo que magistralmente explicas, lástima que convencer con la razón sea tan difícil frente a la seducción de las emociones, que arrastra multitudes. Es una batalla perdida y lo sabía muy bien el que inventó eso de la "inteligencia emocional"
Francamente brillante. lo único que yo apostillaria modestamente a tu texto es una ligera reflexión sobre el concepto de mascota. La masxcota en si no es una animal. Es la "cosificación" de un animal. Es decir, la mascota no tiene sentido por si misma. Solo existe en base a su relación con su dueño. Porque mientras el animal salvaje es siempre dueño de si en tanto que salvaje, el animal reducido a la categoria de "maascota" depende en todo (si caga o no y a que horas; si como ono, yen que cantidad y a que horas) de la voluntad de sus dueño. La mascota se compra, como el que se compra un electrodomestico y si no se comporta como debe, se le reeduca por lo civil o por lo militar y si aún así no se comporta como debe se le abandona en alguna institución.
En ese sentido, un personaje tan complejo y "pericoloso" como el nobel Conrad Lorenz denunciaba que las razas caninas en los concursos, se les media la cabeza, la alzada, la foma de los dientes, el pelo y hasta los texticulos, pero no se tenia para nada en cuenta el caracter. Denunciaba el sabio que la mayoria de las mascotas con pedigrí eran bellas y perfectas, pero imbeciles.
Los animales salvajes y los toros de lidia "autenticos" lo son; se seleccionan por el caracter, por eso huyen de ellos como de la peste, la mayoria de los toreros; eligiendo para sus hazañas animales belos y perfectos pero imbeciles y febles como las "mascotas". Juansintierra
Bueno, muchas gracias por los elogios.
La idea, sin embargo, no es criticar la cosificación del animal (evidentemente, tengo mis ideas al respecto y me gusta más un toro bravo que un caniche, e incluso me parece incomprensible que a alguien le guste más un caniche que un toro bravo suelto en una dehesa). No osbstante, similar cosificación, e igualmente criticable, puede darse en la ganadería intensiva, por ejemplo. Lo que intento es contraponer la sensibilidad A con la sensibilidad B y demostrar que en nombre de la B (o de la A) no se puede decir, la sensibilidad A es superior y por tanto queda prohibido los toros o tener mascotas. Ese es un acto que empobrece nuestra libertad en nombre de la tontería.
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