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lunes, 22 de octubre de 2012
El último zombi
El último zombi entró en el MacDonalds. Mirada al suelo, manos en los bolsillos. No llamar la atención, propósito gradualmente más difícil según ganaba posiciones frente al mostrador. Demasiado raro, demasiado sucio.
Si conseguía soltarlo de golpe, con pizca de suerte, la encargada apenas le miraría. De modo que concentró todos los átomos de voluntad en forzar su putrefacta laringe y emular los sonidos mágicos que le habían preservado del genocidio.
- Siguiente por favor...
El último zombí tomó aire.
- U-U-U-Una-ensa... Una-ensa-lada...
lunes, 15 de octubre de 2012
Orwell: Homenaje a Cataluña (final)
(En capítulos anteriores...)
Estructuralmente el libro está también muy bien compensado.
La primera parte nos describe la aburrida y miserable vida en el frente. Un
frente inactivo, donde ambos bandos se vigilan desde más de un kilómetro y
Orwell se consume pensando que ha venido a luchar por la democracia y, en
realidad, lucha contra los piojos, el hambre, el caos y el frío en una
trenchera hecha de excrementos humanos y basura. Un frente inactivo pero que
contiene un alucinante combate en el que Orwell, que siempre que puede se
confiesa un cobarde (“temblaba de miedo”, “me moría de ganas de irme”, etc…),
se nos demuestra un temerario. Son 110 días de literatura bélica de la buena,
en la que Orwell invierte mucho talento en fotografiar la idiosincrasia
española.
Llega el primer permiso, dos semanas en
Barcelona que Orwell quiere aprovechar para desquitarse de la mala vida en
compañía de su mujer. Sin embargo, Orwell ve que las cosas han cambiado
drásticamente, que hay algo en el aire. En efecto, el 3 de mayo guardias de
asalto intentan apoderarse del cuartel general de la CNT, el edificio de
Telefónica. CNT, con apoyo del POUM, se enfrenta en las calles contra los
Guardias de Asalto y los escasos milicianos del PSUC. Las cosas terminan más o
menos en tablas, aunque es evidente que el PSUC ha impuesto sus planteamientos.
Orwell, que ha participado desde el primer día en la extenuante defensa del
bastión del POUM (aunque no comparte sus ideas, todavía), vuelve al frente, más
desengañado que nunca y, paradójicamente, más comprometido que nunca.
Encuentra a su unidad acantonada frente a
Huesca. Se atisban días de acción en el frente. Y en efecto, a poco más de una
semana de su retorno a la trinchera “un paco” le revienta el cuello. Orwell
traza entonces una alucinante crónica de su convalecencia, que termina en
Barcelona.
Allí, de manera soterrada, ha empezado la caza
de brujas de Poumistas… Uno a uno sus compañeros van cayendo. Orwell se ve
obligado a dormir en los callejones en tanto de día, bien vestido como un
extranjero, pasa completamente desapercibido en los cafés. Incluso visita en
las caóticas cárceles a camaradas, hace gestiones desesperadas… Pero sabe que
es carne de cárcel. Se le busca y la ciudad es un hervidero de chivatos. Es la
cara oscura de la guerra (una cara que, con todo, no es ni la mitad de la mitad
de sangrienta que la represión inicial de julio del 36). Durmiendo en las
calles Orwell se da cuenta de que ya no es el mismo. Que el comunismo es un
fascismo no menos intolerable que el de Mussolinni o Hitler. Cambia. Llega a la
conclusión de que sus compañeros, los perdedores entre los perdedores, tenían
razón. Su compromiso con los oprimidos se ha convertido en un anticomunismo tan
fuerte como su anticapitalismo.
La obra termina con dos densos anexos sobre
información política de contexto. En una queda claro que el POUM fue la víctima
propiciatoria. No se pudo en un primer momento con la CNT, así que se buscó
socavar al movimiento anarquista acusando de “agentes fascistas” a sus aliados
trostkystas. Orwell, con toda la razón, se escandaliza, clama al cielo… Ha
visto morir a demasiados compañero para aceptar que pasen a la historia como
fascistas. Es un hombre demasiado honesto para tolerar que la complaciente
izquierda de todo el mundo se abone a esa tesis infumable y urdida punto por
punto por los agentes de Stalin y a la que el Gobierno de la República se ciñe
como mal menor ante la urgencia de obtener armas y ganar la guerra.
El segundo anexo es toda una lección de
periodismo. Orwell desbarata las visiones que de la guerra y el movimiento
anarquista se dan desde Inglaterra, poniendo en evidencia que, en casos así, el
único testimonio que vale es el del que está en el centro. El que ha visto con
sus propios ojos la evolución de los hechos. Un conocimiento adquirido con la sangre,
el sudor y el compromiso de aquellos que
luchan en primera línea por sus ideales.
No se crean que abundan intelectuales así.
Cuando uno revisa la literatura guerracivilista de uno y otro bando, ya sea de
los amariconados poetas falangistas o sus no menos afeminados (y más
talentosos) adláteres republicanos, echa en falta eso. Saben de palabrería,
pero no como se ceba una granada. Saben de elegías a la muerte, pero no de cómo
se desangra el hijo de un obrero de dieciséis años alistado por dos duros al
mes. Hablan de “guardias bajo los luceros”, pero no de los piojos que, entre
tanto, te roen los testículos.
Por eso este libro es un emocionante y
trepidante ejercicio de sinceridad, lucidez y, a pesar de todo, fe en la
dignidad del hombre. El verdadero “Guerra y Paz” de la desgraciada Guerra Civil
Española. Imprescindible.
Una de les característiques més horribles de la
guerra és que tota la propaganda bèl.lica, tots els crits, i les mentides, i
l’odi, procedeixen invariablement de persones que no prenen part en la lluita…
Els libels de la pugna entre els partits, tota la propaganda bèl.lica habitual,
l’oratoria, els cants heroics, la vilificació de l’enemic, tot això era obra,
com sempre, d’individus que no lluitaven i que, en molts casos, haurien fugit a
cent quilòmetres abans que lluitar. Un dels efectes més terribles d’aquesta
guerra fou que m’ensenyà que la premsa d’esquerra és tan espúria i falsa com la
de la dreta.
viernes, 12 de octubre de 2012
Orwell: Homenaje a Cataluña (y 2)
(En capítulos anteriores...)
Hay escenas enormemente divertidas en Homenaje a
Cataluña. Los españoles son, hasta ellos mismos lo reconocen , soldados
lamentables. De manera que, a ojos de los españoles, cualquier extranjero
parece investido de una sabiduría militar de la que ellos carecen. Es bastante normal que en pleno fregado los compañeros de Orwell se le dirijan como exigiéndole explicaciones ¿bueno, como asaltamos el parapeto, tú que eres de fuera?... El propio Orwell lo asume y, para su sorpresa, termina de teniente en su unidad. Lo más curioso es que el día a día termina normalizando el planteamiento, hasta el punto que los voluntarios
alemanes –Barcelona era una plaza fuerte del exilio anti-nazi- son considerados
como verdaderos cracks (algo que queda de manifiesto en que en las operaciones realmente peligrosas son los alemanes ¡los que voluntariamente van delante como fuerza de choque!). Aquí hay algunas páginas impagables, como cuando los españoles se barruntan una masacre en vísperas de una operación... cómo que han puesto a la compañía de alemanes en vanguardia, mal signum.. Lo cual no quita
para que Orwell admire determinados aspectos de los españoles, su lealtad, su
valentía, ¡ocurre que son soldados caóticos! Para lo bueno y para lo malo. De algún modo, al analizar la composición internacional de las milicias poumistas (nada que ver con las Brigadas Internacionales), quedan patentes las idiosincrasias europeas... Los franceses buenos organizadores, los italianos vividores y que siempre caen simpáticos, inmejorables para negociar con la población civil, los ingleses serios y agobiados por todo, los alemanes, máximamente operativos....Tampoco se le escapa a Orwell cierta mala leche entre milicianos andaluces y catalanes... Para Orwell son exactamente iguales, solo que más morenos y arrugados los andaluces (los pobres, vienen de sobrevivir de las cruentas represiones de Queipo de Llano), lo que no es óbice que los catalanes (en gran medida payeses maños y de la Cataluña profunda, no hay que olvidar que la base social del POUM era el Bloc Obrer Camperol de Maurín) se gasten crueles sarcasmos acerca de sus compatriotras del sur (y viceversa). Ya ven que las cosas vienen de antiguo.
Pero hasta en esas crueldades el tono es sano, camaraderil, objetivo... Y es que hay algo que me encanta en Homenaje a
Cataluña.
Verán, acabo de leer “Los sinsabores del
verdadero policía”, de Bolaño, una novela entre espléndida y fallida. Da igual,
Bolaño escribe de una manera hipnótica para mí. Pero hay algo en él que me
desagrada: su mirada nihilista, su incapacidad de detectar bondad y dignidad en
las circunstancias de los protagonistas. Todo es nihilismo. Y no digo yo que no
le falte razón, pero el paradigma nihilista ¡está tan sobado!... En cambio, en
Orwell laten ideales, no desde luego a costa de lucidez, que le sobra al
inglés, en Orwell hay esperanza (a pesar de los pesares), hay fe en la
condición humana, poca, pero la hay. Y este gramo de fe en la dignidad del hombre es lo que dota de sentido a las cosas.
Hablo de oposición al nihilismo pero que nadie
se confunda. Orwell tiene un planteamiento maniqueo de la sociedad. Están los
opresores y los oprimidos. Para los primeros no hay la menor caridad (lo que
más desea Orwell es descerrajar un tiro a los soldados enemigos que le
disparan a él, lo segundo que más desea es una ametralladora para mejor cumplir
lo primero, lo tercero, acertar en el centro del parapeto cuando lanza la
granada). En descargo de Orwell, hay que decir que llegó a una Cataluña
revolucionaria pero parcialmente liberada de las carnicerías en las
retaguardias que caracterizaron los primeros meses de la contienda. Como el
propio Orwell nos advertirá, en una guerra tan convulsa las cosas cambian de
una semana a la otra. La Cataluña de septiembre de 1936 no se parece en nada a
la diciembre y menos aún a la de mayo, donde ya la uniformación proletaria ha
desaparecido y la burguesía ya no se camufla bajo monos azules prestados por sus ex-criados.
Quiero decir que si Orwell hubiera vivido esa
fase de la contienda la fase de las sacas
masivas, matanzas en plena calle, quema de conventos, asesinatos entre sádicos
y festivos, tal vez no tendría la misma mirada al enfocar un tema —la represión
en la retaguardia y de la que Orwell es bien consciente—, una mirada un tanto
cruel y banal, al menos para nosotros, lectores del siglo XXI. Orwell sabe que
la prensa miente (tanto en un lado como en otro), le consta que no quedan curas
en Cataluña, pues están o muertos o en la cárcel. Le consta que el 70% de los
templos han sido destruidos y que las calles de Madrid, Barcelona o Sevilla o
Zaragoza son esponjas de sangre. Pero para Orwell esos aspectos son
“secundarios”, bajas colaterales merecidas, en una parte, por el compromiso de
clase de unos con los opresores; en la otra, por la propia lógica de la guerra (Franco no puede permitirse una retaguardia subversiva).
Es ilustrativo que, ya en Barcelona, él mismo perseguido como supuesto agente del POUM, se marca una visita turística a la Sagrada Familia, templo para
Orwell inéquivocamente feo y el único que ha salido intacto de la persecución
religiosa, ¡algo que Orwell no deja de lamentar!... Como diciendo, ya es mala suerte que con la de templos que han quemado estos bestias se olvidaran de este...
Que Orwell tenga una visión maniquea no le resta
ni un ápice de credibilidad ni de lucidez. Continuamente confronta la versión
oficial. Continuamente nos alerta de sus propias contradicciones. Y es esa
complejidad la que me fascina.
Orwell llegó a Barcelona sin idea clara de dónde se metía (¡normal!, ya es difícil saber porqué exactamente luchas en una confrontación estándar, imaginen en la convulsión de la GCE).
Enrolado en el POUM y ya en la trinchera, donde sufre la inactividad de una guerra en standby por una deliberada penuria de medios (una situación realmente españolísima y que desespera a Orwell, quedan para matarse pero el que tiene fusil no tiene balas, hay dos cañones en el bando republicano para todo el frente y pocos más en el de Franco. Todo se cae de puro viejo y falla lo más elemental... a ojos de Orwel si hay tres maneras de poder fabricar algo -bien, mal o regular- los españoles siempre se inventan una cuarta, la chapucera), no para el hombre de criticar los planteamientos revolucionarios de
sus compañeros de armas, con una mayor cultura política que la suya. Lo urgente es ganar la guerra y dejarse de politiquillas, les amonesta... Sin
embargo, los hechos de mayo, la traición de los comunistas a la CNT y al
obrerismo catalán que heroicamente han frenado a Franco en los cerros
aragoneses, provocan en el autor un gradual cambio de opinión. Ve la faz pragmática y
brutal del comunismo soviético, denuncia su vocación para el montaje, para la
doble verdad, para la imposición de una dictadura totalitaria en la que no
cuesta identificar el germen de 1984. Esto no es lo hablado, parece decirnos Orwell,
reconociendo que, probablemente, los comunistas, Negrín, tengan parte de razón
en su intento de cohesión social, ganar la guerra es preferible a hacer (y
perder) la revolución. Pero, a la vez que lo reconoce, duda de que la República
pueda imponerse por medios convencionales, y apuesta por la revolución -entendida como supresión de clases y colectivización del capital- como método para integrar a la población en el proceso militar. Como una cultura de la igualdad que es la que en el fondo transformará las cosas... En cualquier caso, Orwell denuncia los medios anti-éticos y anti-democráticos del comunismo, medios que a sus ojos equiparan a Stalin a cualquier otro dictador fascista. No otro será el hilo conductor de Rebelión en la Granja.
miércoles, 10 de octubre de 2012
Homenaje a Cataluña (I)
Creo que el mal de la literatura contemporánea se llama
superficialidad.
Acabo de leer el mejor libro sobre la Guerra
Civil que nadie haya escrito. Se trata de Homenatje a Catalunya, de George
Orwell (en una reciente reedición de Destino y en la versión catalana, un tanto
pedante, de Ramon Folch i Torres). En los próximos posts trato de argumentar
porqué Homenatje a Catalunya es el mejor libro sobre la Guerra Civil que nadie
haya escrito.
Estamos en Diciembre de 1936, un indignado
George Orwell, 33 años, llega a Barcelona. En los últimos meses ha testimoniado
en una exitosa crónica (el primer semi—éxito de su poco prometedora
carrera, el Camino
a Wigan Peir), las miserias de la clase proletaria inglesa. Sin embargo,
Orwell no es un político. Su compromiso es con los pobres y con los oprimidos.
Orwell piensa que el fascismo es la reacción del capitalismo para
evitar que el poder caiga en manos de la clase obrera. Y ya desde sus tiempos
como policía imperial en Birmania él está con los pobres, con los parias de la
tierra. Desconfía de la democracia liberal y del partido comunista y mantiene
un vago compromiso con el socialismo internacionalista.
En las primera horas en Barcelona, Orwell se
alista como miliciano del POUM, un partido minoritario surgido de la escisión
comunista y que tiene su principal masa de activistas en Lérida y Barcelona. El
POUM (al igual que la CNT) considera que para acabar con el fascismo es
necesario que en paralelo a la guerra se
acometa un proceso revolucionario. Orwell no controla estos detalles. Acaba de
llegar y simplemente desconfía del PSUC (el oficialismo comunista en Barcelona)
y no es anarquista (la CNT es la organización hegemónica entre los voluntarios
que han acudido a detener el avance franquista en Aragón). Lo más parecido a
sus referentes políticos, el Partido Laborista Independiente, parece ser el Partit
Obrer de la Unificació Marxista, y allí que se va con la idea de escribir una
crónica desde dentro, desde el núcleo de la acción.
Lo bueno de la crónica de Orwell es que nada va
a salir como está previsto. Las experiencias políticas y bélicas españolas no
entran en sus esquemas previos y Orwell se ve abocado a un profundo proceso de
recomprensión de la situación. A una inesperada toma de conciencia.
Voy a dar tres claves por las que considero
Homenatje a Catalunya el mejor libro nunca escrito sobre la guerra civil.
Veracidad.
Orwell no se inventa ni un detalle, nada lo deja a la imaginación. Diferencia
rotundamente entre “vi” y “creí ver, aportando una visión contrapuesta a las
versiones oficiales, visiones y análisis que coinciden punto por punto con lo
que sabemos hoy. El tiempo le ha dado una abrumadora razón.
Profundidad.
Nada se le escapa, detallismo inteligente. No nos cansa en absurdas
descripciones pero se recrea en los detalles significativos.
(Inciso). Al tratarse de la crónica de un hecho
histórico muy importante en la evolución de la izquierda europea, la
confluencia de veracidad y profundidad dotan al libro de un interés histórico
añadido; y es que, por si fuera poco, el azar y el instinto llevan a Orwell a
los puntos calientes del conflicto.
Intensidad.
No paran de acontecer cosas a lo largo del relato. Homenaje es un perfecto memorial
de la guerra de trincheras, de la retaguardia, de los hechos de mayo del 37, de
la vida del frente, de los hospitales de campaña, de la clandestinidad, de un
país caótico y convulso llamado España.
Intenso, profundo y veraz. Lo que no debe
confundirse con un “libro espeso”, ni por descontado, falto o sobrero de
estilo. Al contrario, Orwell se nos presenta como un inglés con una visión
inicial epidérmica de España. El contraste con la realidad de una guerra patética,
con momentos surrealistas como esa bala de cañón al que la leyenda del frente ubica en continuo movimiento entre
un bando y otro (los obuses eran tan viejos en el frente de Aragón que el 25%
no estallaban, reciclándose el material sin detonar en los cañones del rival).
Un contraste que depara momentos hilarantes, que sin embargo, el autor no busca
artificiosamente ni desvincula de la tragedia, simplemente aparecen cuando aparecen, grandiosos.
Quizá una anécdota ilustrativa es cuando a
Orwell una bala “fascista” le perfora el cuello de parte a parte. Evacuado a
Lérida, los médicos no paran de felicitarle “por la increíble suerte de
sobrevivir”, algo que Orwell lleva fatal. El convaleciente informa que la
medicina no es lo mala que cabría esperarse (a la vista del caos del frente),
aunque sí brutal. Dice que las enfermeras, todas novatas y voluntarias, son
malísimas. No limpian a los heridos y les obligan a hincharse a comer (por
ejemplo, para desayunar, café, huevos, estofado). Orwell, que no para de tragar
sangre, se revuelve aduciendo que su herida en el cuello le impide tragar. Ni
por esas.
En general, Orwell, como buen inglés sometido a
la anarquía española de un grupo de chavales empeñados en hacer la guerra,
la revolución y en sobrevivir, todo a la vez, no deja de chocar con el carácter
local. No ahorra juicios duros contra la indolencia, la imprevisión, la miseria
moral de algunos muchos, su ostensible falta de preparación. Pero a la vez no
oculta el cariño que siente por esa “clase baja” española, por los líderes
honestos… Por dos chavales (la mayoría de los milicianos tienen entre 16 y 20
años) que, en un arranque de bondad durante una visita al hospital e
impresionados ante su estado crítico, le entregan el principal activo de un
soldado: sus respectivas raciones de tabaco, de un valor incalculable en el
frente. Orwell ni siquiera sabe los nombres de los chicos.
(Continuará...)
jueves, 4 de octubre de 2012
Creatividad e Inteligencia Artificial
A fecha de hoy manifiesto mi escepticismo sobre la posibilidad de las máquinas de pensar, en el humano sentido del término.
Lo primero, claro, es responderse ¿qué es pensar?
Uno de los mayores problemas de los creadores de Deap Blue eran los atajos. Inicialmente, Deap Blue analizaba la situación de la partida, y a partir de ahí anticipaba las alternativas a cada posibilidad de movimiento. ¿Qué pasa si muevo el peón a D5? Entonces Deap Blue generaba todos los escenarios posibles y se decantaba por la alternativa más exitosa.
Un jugador de ajedrez lo tiene más fácil. Desestima, de entrada, aquellas posibilidades basadas en las piezas que no aportan nada y se centra en las opciones “a priori” más exitosas. De este modo, la necesidad de cálculo, la anticipación de escenarios posibles, pasa de varios millones a unas pocas decenas.
¿Cómo lo hace el jugador de ajedrez? Gracias a un proceso de aprendizaje. Al jugador le han enseñado que resulta baladí mover determinadas piezas y que debe concentrarse en unas pocas. Si profundizamos un poco más, veremos que al jugador le han insertado CATEGORÍAS. Atajos. Indexaciones.
En efecto, el jugador sabe que aspectos como “centralidad”, “diagonales”, “defensa de piezas”, “opciones de captura” resultan decisivos, de donde concentrará su atención en los mismos, optimizando así su capacidad de computación.
Aplicando esta analogía a la gnoseología humana se nos evidencia la importancia del lenguaje como factor de categorización de la realidad. El lenguaje no es otra cosa que atajos en el proceso de computación.
No sabemos muy bien como surgió el lenguaje. Si fue una emergencia —un hallazgo— o un proceso evolutivo. Se sabe que para la aparición del lenguaje resultan obligadas la convergencia de aptitudes genéticas, capacidades como la inteligencia social de un simio, un esquema causal (y por tanto espaciotemporal) de la realidad, imaginación, capacidad lúdica, voluntad… Por así decir, es como un guiso en el que los ingredientes deben interacturar de una forma muy precisa. Si este guiso se hace mal, la especie (el chimpancé, el delfín) pasa a otro nivel en el que —pienso yo— ya no hay posibilidad de vuelta atrás. Sigue su camino. Y es por eso que entre millones de especies el hombre es el único que ha alcanzado una capacidad lingüística recursiva, creativa, etc…En suma, un lenguaje complejo, ilimitadamente descriptivo (bueno, no tanto, no exageremos).
Uno de los aspectos más curiosos de este guiso — la sal, si me permiten— es la creatividad. La capacidad de encontrar un nuevo sentido a una determinada relación entre hechos u objetos. Vuelvo al jugador de ajedrez, en circunstancias normales no tocaría ese alfil perfectamente ubicado en el filancetto. Pero hete aquí que un día, jugando, jugando… La creatividad es como una metainstrucción que nos tienta a no seguir la indexación preestablecida. Es una rebeldía a la dictadura del algoritmo. Es la capacidad de considerar A como No A. Es la habilidad del simio para el engaño elevada a su máximo potencial a través del lenguaje complejo. Es la capacidad de errar deliberadamente.
¿Cómo se computa eso? Sinceramente, no tengo ni idea. Pero a veces pienso que el lenguaje tiene mucho de cloud... Un proceso de almacenamiento fuera del hardware, fuera del cerebro. Ubicado en mil servidores que, de una manera vaga, llamamos cultura. Eso explicaría algunas cosas.